La
Neomenia Mesiánica en el Prólogo del cuarto Evangelio
Nota del
Blog: Interesantísimo
estudio del P. Bartomeu Pascual, un exégeta catalán perfectamente
desconocido por nosotros hasta que leímos dos pequeños trabajos suyos, uno de
los cuales es el que presentamos en esta oportunidad.
El texto se puede leer en Analecta
Sacra Tarraconensia, vol. III (1927), pag. 33-66.
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NOTAS
PARA UN COMENTARIO DE SAN JUAN I, 5-9,
por el Doctor BARTOMEU PASCUAL.
I
Observación previa sobre el espíritu litúrgico de
San Juan, revelado en sus principales obras y en un texto de Polícrates. -
Valor literal e histórico de ese texto. - Su importancia para la crítica
bíblica.
***
Comenzando
un estudio acerca del cuarto evangelio, publicado en ANALECTA SACRA
TARRACONENSIA (vol. 2, pp. 407-426), escribíamos lo que sigue:
"El evangelio de San Juan es el de las
festividades de Jerusalén y tiene un manifiesto carácter litúrgico que se
prolonga sobre su otra grande obra del Apocalipsis".
Eso
repetimos hoy, si cabe, con mayor encarecimiento, al empezar esta nueva
investigación sobre el prólogo de aquel evangelio. Y, si no seguimos transcribiendo
ni completando aquí las citas escriturarias con que entonces lo confirmábamos,
es porque preferimos esta vez llamar ante todo la atención sobre la
historicidad de un pasaje extrabíblico que por otra vía ilustra el mismo
concepto; esto es, sobre el conocido texto de Polícrates o, mejor dicho, sobre
una sola y rapidísima frase que en él se contiene, pertinente a nuestro
propósito.
Las
palabras son breves y por eso más interesantes. Gratior haustus e rivulo est, dijo San Ambrosio con fina psicología;
y, en verdad, con singular placer las recogemos para nota introductoria del
presente trabajo.
Eusebio
de Cesarea, en su Historia Eclesiástica (5, 24, 1-8), al tratar la cuestión de
los cuartodecimanos, pone un largo fragmento de la epístola vehementísima que Polícrates,
Obispo de Éfeso y presidente de la asamblea de los obispos de Asia, dirigió,
por los años 190, al Papa Víctor manifestándole la práctica allí vigente y su
unánime sentir en favor de la coincidencia de la Pascua cristiana con la judía,
afirmándolo como intangible tradición recibida de apóstoles y de varones
apostólicos, cuyas tumbas y cuyos recuerdos religiosamente se guardaban en
aquellas iglesias. Entre esos pone al apóstol San Juan, "que llevó la
lámina de oro".
Esas últimas palabras, a
nuestro entender, son preciosas; contienen un detalle histórico casi perdido,
un fuerte trazo de la fisonomía de San Juan en sus últimos años, un rasgo de su
nobilísimo decoro y santo studium pulchritudinis,
y más aún de su profunda comprensión y amor de la divina liturgia de Israel. La crítica bíblica no ha de pasarlas por alto. El
estilo es el hombre, y esas dos cualidades personales del apóstol no podían
menos de trascender a la obra literaria, ejecutada precisamente en aquel mismo
período de su vida.
San Juan llevó la lámina de
oro. Sobre la frente del sumo sacerdote aarónico, cual diadema pontifical,
ligada a su tiara con lazo de púrpura violeta, debía brillar una lámina de oro
purísimo (Ex. XXVIII, 36-39), con esa inscripción grabada, así como se graba un
sello: "Santidad a Jahweh ". Aarón, prosigue la ley ceremonial del
Éxodo, la llevará sobre la frente a fin de lograr propiciación para su pueblo,
al presentarse ante el Señor. Y
en efecto, así se cumplió hasta los últimos días del templo: Flavio Josefo lo
escribe como testigo de vista (B. J. 5, 5, 7), y, antes de él, lo había cantado
el autor del Eclesiástico en la estrofa que dedica a Aarón (Eccl. XLV, 12-14):
"Sobre la tiara llevó la corona de oro
con estas palabras grabadas: "Santo del
Señor",
insignia de honor, obra de perfecta hermosura,
delicias de los ojos, magnífico ornamento:
nada igual hubo antes, ni tampoco lo habrá después,
ningún extraño se revistió de él,
mas solamente Aarón y sus descendientes
en toda la serie de las edades.
Sus holocaustos serán ofrecidos
dos veces cada día sin interrupción…".
Pero vino el verdadero
sacrificio de Jesús, y cesaron los holocaustos figurativos y con ellos la
gloria de los hijos de Aarón; y, trasladado el sacerdocio, San Juan, consciente
de su derecho, trasladó sobre su frente de apóstol y de pontífice la lámina
sacerdotal.
No
sabemos por qué sobre la realidad histórica de esto último han de vacilar
exégetas distinguidísimos.
"Apenas se puede creer, - dice Lagrange - que
Juan haya en efecto portado ese ornamento; pero la intención de Polícrates es
la de designarlo como especialmente dedicado a Dios, con una especie de
superintendencia sobre las iglesias del Asia, que se desprende muy naturalmente
del Apocalipsis (Ev. St. Jean, 54).
También Belser, alegorizando
más sutilmente, ve en la frase una referencia al Apocalipsis, el libro de las
visiones que tuvo San Juan cuando, a manera de sumo sacerdote, entró en el
"Sancta Sanctorum" de los cielos (Einleitung, etc., p. 370).
Empero
las palabras de Polícrates son categóricas y sencillamente dicen así:
“También Juan, que se recostó en el seno del Señor,
que fue también sacerdote y llevó la lámina (de oro en la frente); fue por
último mártir y doctor. Este Juan acabó sus días en Éfeso…”.
Si se conviene en que aquí
todos los demás elementos son históricos y literales ¿por qué buscar tan sólo
para este inciso una interpretación figurada? El detalle es en verdad inesperado, pero nada tiene de inverosímil;
antes bien se ofrecen una serie de congruencias externas e internas que
confirman y como que requieran su más estricta literalidad.
Lo
que nos dice Polícrates pasaba en Éfeso. Y fué en Éfeso donde el templo de
Diana, con su vasta y jerárquica ordenación de ministros y la magnificencia de
sus solemnidades artemisias, estimuló a la primitiva cristiandad a contraponerse
organizada y brillantemente al culto idolátrico, surgiendo allí, de propio
fondo, más presto que en otros lugares, aquella que San Ambrosio llamaría sacrae opulentia disciplinae (la
opulencia de la sagrada disciplina) y aquel desarrollo litúrgico que se notan
ya en la primera carta a Timoteo y en otros escritos del Nuevo Testamento,
conforme expusimos en un precedente estudio aquí publicado (ANALECTA SACRA
TARRACONENSIA, vol. I, pp. 71-82).
Dada la relación íntima y el
carácter figurativo del Antiguo Testamento respecto del Nuevo, bien se
comprende que San Juan, con su fina percepción teológica de esos simbolismos,
en aquellas circunstancias que requerían un noble y rápido desenvolvimiento de
la liturgia cristiana, asumiera los más bellos y significativos elementos de la
Ley vieja, y que en sus funciones pontificales de Éfeso se coronara con la
lámina de oro, con el ornamento precioso que, cuando todavía humeaba el altar
de los holocaustos, había contemplado con delicia de sus ojos, al concurrir al
templo en las solemnidades de Israel. Esa actitud revela una tendencia del
espíritu, y hasta un criterio teológico, litúrgico, disciplinar; y, como la
cuestión de los cuartodecimanos era de liturgia y disciplina, se comprende toda
la fuerza del detalle dentro del razonamiento de Polícrates cuando pone ante
los ojos del Papa Víctor la figura venerable de San Juan, precisamente coronado
con la diadema aarónica, porque esa sola actitud del apóstol era una clara
demostración de que en su mente, sin confundirse la doctrina, se armonizaron y
coincidieron hasta la letra no pocas prescripciones y prácticas de la Ley
Antigua y de la Ley Nueva.
Concluyamos,
pues, que el texto de Polícrates se halla sobre un fondo de internas y de
externas congruencias que apoyan el sentido estricto de la letra. El caso es
del todo verosímil y el hecho está bien afirmado: San Juan llevó realmente la
lámina sacerdotal.
Y,
como decíamos al principio, este hecho tiene su trascendencia para la crítica
bíblica. ¿Cómo no habían de irradiar hermosamente sobre las páginas de estos
escritos las áureas luces de la liturgia de Israel, cuando así brillaban sobre
la frente y en la mente del autor?
Reflejos
que han pasado desatendidos parécenos descubrir en el prólogo del evangelio, y
vamos a indicarlos aquí, sometiendo esas rápidas notas al maduro juicio de los
que más saben.