Estimamos,
por lo contrario, que las consideraciones hasta ahora aducidas, aun a primera
vista, han de parecer obvias y razonables y que son realmente tales que ya
sobrepasan los límites de una noble y objetiva congruencia. Con todo no se
adelantan aquí como prueba, sino para que, al surgir la prueba, quede ella
desde luego confirmada, y brille de seguida la realidad de la tesis en su punto
y en su orden dentro del prólogo y dentro la amplitud de todo el evangelio. La
verdadera prueba, empero, ha de estar en la perícope I, 5-9. Intentemos ahora
inquirirla mediante una exégesis sencilla y documentada, siquiera tan sólo sea
de los elementos literarios del pasaje, sin bajar al fondo teológico que, como
todos los comentaristas católicos, admitimos y suponemos.
a) καὶ τὸ φῶς ἐν τῇ σκοτίᾳ φαίνει (y la luz en
las tinieblas luce)
b) καὶ ἡ σκοτία αὐτὸ οὐ
κατέλαβεν (y las tinieblas no la recibieron) (v. 5)
a) ¿Cuál es esta luz? Seguramente aquí se habla del Verbo de Dios. La
grandiosidad de la idea induce a buscar el elemento comparativo, con que se la
expresa, fuera de lo vulgar, en los grandes luminares del firmamento; no en
el sol que preside el día y no luce en la obscuridad, como requiere el texto, antes
bien la disipa enteramente; sino en la luna que tiene para tan sacra
comparación el título también sagrado de ser el astro indicador de las
solemnidades religiosas; el astro que, presidiendo la noche, da siempre la
sensación de luz que brilla en las tinieblas, sobre todo durante los períodos
de su crecimiento y de su decrecimiento final (Cfr. Gen. I, 16; Enuma Elis t. V. l. 12-13. ANAL. SAC.
TARRAC. I, 214).
b) Esta variedad de fases lunares impresionó la
imaginación popular y dió origen a una serie de locuciones que llevan la imagen
más o menos expresa de una lucha entre luz y tinieblas, locuciones que se
hallan en todas partes, que pertenecen al lenguaje de las apariencias sensibles
y que no incluyen en sí ninguno de los varios elementos mitológicos con que en
no pocos pueblos antiguos fueron precisándose y viciándose, bajo las
influencias de sus falsas concepciones religiosas.
De
aquel fondo popular, pero limpio e incontaminado, tomaron los escritores
bíblicos bellos rasgos descriptivos. Ejemplos tenemos en este verso del prólogo
de San Juan y en uno de los versos finales de la citada estrofa del
Eclesiástico sobre la luna (XLIII, 9): pasajes bien paralelos y que por tanto
hemos de juntar aquí, para que mutuamente se expliquen y corroboren.
Dice
el Eclesiástico: σκεῦος παρεμβολῶν ἐν ὕψει (Setenta) y de los Setenta
vierte la Itala: "vas castrorum in excelsis". Claramente,
pues, aun en esas imperfectas versiones, se supone una lucha y se habla de
armas y de campamentos en la altura de los cielos, lo cual ya nos bastaría para
apoyar nuestra argumentación. Pero advirtamos además que el original tiene
todavía una palabra completiva que, tal vez por dificultad de ligarla,
omitieron aquellas antiguas versiones y siguen descuidando traductores y
comentaristas modernos (Crampon, Vaccari y otros, etc.), como si se tratase de
una glosa impertinente, o de un contrasentido manifiesto, o si hubiese alguna
otra razón crítica que legitimara tal supresión. Muy al contrario
sucede: el texto es auténtico y el caso es uno de tantos como ocurren en el
libro de Jesus Sirach, en que se debe acudir al original, ahora dichosamente
descubierto, para precisar lo que está borroso en aquellas antiguas
traducciones. La palabra a que nos referimos, propiamente quiere decir
"odres", y está usada aquí como en el libro de Job (XXXVIII, 37) para
significar las "nubes"; por manera que aceptando el término en esa
acepción poética (Gesen. H. u. A.
Handw., Schultens, etc.) y enlazándolo cual hace un comentarista tan especializado
como Peters (Das Buch J. Sirach,
etc., p. 362), hemos dado ya arriba en la traducción de toda la estrofa el
siguiente sentido:
"Arma (de combate contra) el ejército de las
nubes en lo alto (de los cielos)".
Esta
interpretación mantenemos, y añadimos ahora que siendo las nubes algo
equivalente a obscuridad, hay en este pasaje expresada más determinadamente
aquella lucha que con el mismo símil de la luna también se supone en el
versículo de San Juan.
En
efecto, el verbo καταλαμβάνω empleado aquí por el evangelista, aunque
tiene a veces las significaciones de admitir, entender, impedir, en su acepción
más fundamental y ordinaria entraña la idea de una ocupación con pugna y con
violencia enemiga: en Gen. XIX, 19, se dice de Lot, el cual teme le
"coja" la destrucción de Sodoma al refugiarse a los montes; en Num.
XXXII, 23, del pecado que "alcanzará" a los israelitas
desobedientes; en II Sam. XII, 26, de Joab, que después de tener sitiada
a Rabbath de los hijos de Ammon, "se apodera" de la villa real; en I
Mac. I, 20, de los sirios que "conquistan" las plazas fuertes del
país de Egipto; en Mc. IX, 18, del espíritu malo que donde quiera que
"tome" al poseso le destroza entre espumarajos; y así en otros
pasajes de los Setenta y aún en otros muchos de la literatura extrabíblica que
pueden verse en los diccionarios generales (Bailly, Liddell & Scott, etc.),
el καταλαμβάνω es realmente un verbo de guerra. Entendiólo de
esta manera Orígenes y comentaba nuestro versículo:
“Esta
luz que luce en las tinieblas sufre persecución por parte de las tinieblas,
pero no es vencida. Si alguien piensa que agregamos lo que no está escrito, a
saber, que las tinieblas persiguen a la luz, reflexione que en vano se diría
que las tinieblas no la vencieron si de ninguna manera persiguieron a la luz… y
que las tinieblas persiguieron a la luz consta tanto por lo que sufrió el
Salvador como también por aquellos que recibieron sus enseñanzas, sus propios
hijos, cuando las tinieblas hicieron lo que pudieron contra los hijos de la luz
e intentaron alejar la luz de los hombres”[1].
Lo
propio dice San Juan Crisóstomo (Hom. IV in I cap. Joannis), e
igualmente lo explica Teofilacto:
“Invencible es esta luz, digo, el Verbo Dios… y las
tinieblas, la potestad adversa, intentaron en efecto y persiguieron la luz, pero
encontraron al invencible e infatigable”[2]. (Enarr. in I cap. Joannis).
Este
sentido de guerra está, pues, aquí bien legitimado filológicamente, fué seguido
de antiguo por comentaristas griegos de grande autoridad, y si después se ha
visto por largo tiempo abandonado quizá bajo exageradas influencias de un
legítimo intelectualismo, hoy día es de nuevo tomado en consideración por
muchos autores modernos que, o lo adoptan definitivamente (Belser, Zahn, Weiss,
Loisy, etc.), o al menos lo consignan como perfectamente admisible (Sales,
Knab., Lagrange, Tillmann, etc.). Nosotros resueltamente lo admitimos. A la
razón filológica y a los testimonios antiguos hemos añadido la nueva razón
sacada del pasaje del Eclesiástico, cuyo paralelismo tiene aquí doble
trascendencia porque en él no tan sólo se habla de lucha entre las nubes o
tinieblas y la luz, sino que también indiscutiblemente es aquella luz la luz de
la luna, confirmando por tanto nuestra interpretación de los dos hemistiquios
del presente verso de San Juan.
[1] "Haec lux lucens in tenebris persequutionem patitur quidem a
tenebris, sed non apprehenditur. Quod si quis putet nos addere quod non sit
scriptum, nempe quod tenebrae lucem insequantur, audi frustra illud dici quod
tenebrae eam non apprehenderunt si nequaquam tenebrae lucem sunt persequutae,..
quodque lucem tenebrae persequutae fuerint, perspicuum est, tum ex his quae
servator perpessus est tum etiam illi qui illius disciplinam exceperunt et
sequuti sunt gemini ipsius filii; tenebris operantibus adversum lucis filios,
et fugare volentibus lucem ab hominibus... " (In Ev. Joan, t. 4).
[2] "Invictum est lumen hoc, Deus
Verbum, inquam... Et
tenebrae, adversaria inquam potestas, tentarunt quidem et persequutae sunt
lumen, sed invictum et infatigabile offenderunt...".