martes, 27 de noviembre de 2018

Ezequiel, por Ramos García (XII de XXI)


II. EXAMEN DE OTROS TEXTOS PROFÉTICOS Y CONCLUSIONES

Como ilustración de nuestra tesis sobre el alcance escatológico de los vaticinios de Ezequiel acerca de la restauración de Israel en el reino messiano y lugar que ocupa esta restauración en la serie de los acontecimientos novísimos, vamos a hacer un breve recuento de los antiguos y nuevos vaticinios sobre el reino, en la dimensión que a ese pueblo se refiere, pues sólo confrontando unos con otros, y completando con unos lo que en otros falta, se puede llegar a una visión de conjunto del oscuro porvenir. El que a algún vidente no se le revelen más que alguna o algunas facetas del futuro, no quiere decir que no existan otras, indicadas tal vez, por otro en sus anuncios.

Ante el hecho harto frecuente, el método a seguir es bien sencillo y consiste en tratar los documentos proféticos a la manera de documentos históricos más o menos deficientes. Comparados unos con otro se completan, y teniéndolos todos a la vista, y no de otra manera, es como llega el historiador a formarse una idea más o menos exacta de lo que sucedió. Así nos la formaremos también nosotros de lo que sucederá, si tenemos a la vista y comparamos entre sí los varios anuncios sobre el misterioso porvenir de ese pueblo excepcional.

No participamos la opinión de los que piensan que nada concreto y particular se anuncia en las profecías. Los Apóstoles y sus discípulos no pensaban así en la aplicación que tantas veces hacen de las antiguas profecías. La posterior idea derrotista, frente a la profecía bíblica, es uno de los frutos más legítimos del alegorismo alejandrino, que en su afán de verlo todo ya cumplido, y no acertando luego a salvar la distancia que media entre la profecía y la historia, ante las apremiantes exigencias de la letra, echa mano de los conocidos subterfugios, que suelen cristalizar en frases como ésta: “Así dice el texto, pero ya se sabe lo que esto significa”.

Para nosotros el texto profético dice lo que dice, unas veces en lenguaje llano y otras en lenguaje figurado, tal vez alegórico, pero la existencia de la alegoría debe probarse y no sacarla luego de quicio, haciéndola decir lo que no dice y no dejándola decir lo que dice. Propio o figurado, el lenguaje ha de tomarse normalmente en su sentido obvio y usual. Obrar de otra manera es abrir la puerta a todas las arbitrariedades no sin menoscabo de la palabra profética que, a fuerza de hacérselo decir todo se la acomoda a cualquier cosa, y se acaba luego por no hacerla decir nada en concreto. Es la última conclusión a que nos va llevando fatalmente el alegorismo alejandrino.

En este alarde alegaremos preferentemente los anuncios relativos a la reintegración futura de Israel.


1. Oseas.


De la fusión definitiva de los dos reinos en uno, bajo la égida de un solo caudillo, habla primero de todos Oseas, cuando dice:

Y se congregarán en uno los hijos de Israel y los hijos de Judá, y pondrán sobre sí un mismo caudillo, y saldrán del país (Os. I, 11).

En el capítulo 3 desarrolla más el tema, poniendo particularmente de realce la dispersión secular de los del reino de Israel, donde el profeta predicara. Podrá Judá tener sus restauraciones históricas antes de la definitiva; a Israel no le queda más que la escatológica, al fin de los tiempos (Os. III, 5). ¿Qué es, pues, eso de decir que Israel volvió ya con Judá al volver éste del destierro babilónico? El autor, que así lo supone, no está muy seguro de su posición, como ya notamos, y tiene bien por qué no estarlo.


2. Amós.

Aunque no con tanta explicitud como Oseas en la distinción de entrambos reinos, al mismo acontecimiento escatológico se refiere Amós en su hermosa profecía sobre la restauración futura de Israel, que se le presenta como total, con la vuelta de la dinastía davídica, como en los días antiguos (Am. IX, 11), y además definitiva, pues que añade: y no volverán a ser arrancados de su tierra (Am. IX, 15; cf. Jl. III, 20 s.), pensamientos ambos glosados cien veces por los profetas posteriores y en particular por Ezequiel.

Ya sé que muchos intérpretes echan un velo sobre frases como ésas, y otro sobre la historia de Israel o de la Iglesia, e increpan luego a los judíos por el velo que tienen ante su faz en la lectura del A.T. (II Cor. III, 14 s.). Sería ocasión de recordarles el conocido reproche del Maestro (Mt. VI, 3).

Santiago el Menor, al citar en el concilio apostólico el texto de Amós lo hace por las palabras, expresivas de esa universalidad (para que busque al Señor el resto de los hombres, etc. Hech. XV, 17) que según el texto de los LXX se contienen en él, no porque todo en él tenga cumplimiento cabal en aquel momento histórico. Es la manera plena de citar que tienen los autores del N.T. v. gr.: San Pedro en Act. II, 16-21.