domingo, 21 de febrero de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Introducción (V de V)

V

LES ABRIO LA INTELIGENCIA
PARA QUE COMPRENDIERAN LAS ESCRITURAS

Lc. XXIV, 45

Delante de mi propia indiferencia y de la de numerosos cristianos, con respecto a la segunda venida de Cristo, iba yo verificando cómo nuestro individualismo interpone obscuridad entre los misterios divinos, recónditos, y nuestro espíritu limitado y racionalista.
Hay en nosotros ausencia de adaptación. El sentido del misterio se nos escapa a causa de la pobreza de nuestra fe y de la impureza de nuestras vidas.

Creados a la imagen de Dios y regenerados por Jesucristo, deberíamos estar en la luz; y somos "tinieblas". La lámpara que nos alumbra no es más que una pobre luciérnaga, la luciérnaga del "yo". Sólo viene a proyectar claridad sobre los misterios futuros cuando se trata de nuestra muerte individual y del juicio particular que a cada cual espera, pero la gloria magnífica de nuestro Salvador, de nuestro Dios, que será manifestada después de su Aparición, queda en la sombra. La luciérnaga del "yo" es impotente.

¿Pero dónde encontrar esta fuente de luz? ¿Este reflector sobre nuestra ruta?

"Antorcha para mis pies es tu palabra, y luz para mi senda. Tu palabra es una antorcha que precede mis pasos y una luz sobre mi sendero" (Sal, CXVII, 105).

¿No es ésta la respuesta?
Y todavía: "la palabra profética, a la cual bien hacéis en ateneros –como a una lámpara que alumbra en un lugar oscuro hasta que amanezca el día y el astro de la mañana se levante en vuestros corazones" (II Ped. I, 19)[1].

Si estamos, pues, en tinieblas, es porque no leemos la Biblia y descuidamos las profecías. No alimentamos nuestra vida espiritual en esta fuente; nos morimos de hambre cerca de este maná; nos marchitamos por falta de luz. Y nuestros ojos permanecen velados porque no saboreamos esa miel de la profecía (I Rey. XIV, 29).

Hace largo tiempo que conozco toda la revelación espiritual y personal que se extrae al contacto de nuestros Santos libros: conozco la alegría del “consuelo de las Escrituras" (Rom. XV, 4).

He comprendido entonces, que el cristiano que quiere sondear "las profundidades de Dios" (I Cor. II, 10) y penetrar en el "Misterio de Cristo" y en el plan divino, debe alumbrar su camino con una lectura asidua de la Biblia, y es de suma necesidad que esta lectura se despoje del "yo", y que nosotros tengamos "los ojos fijos sobre Cristo, autor y consumador de la fe" (Hebr. XII, 2).

Si nuestra inteligencia queda cerrada, cerrados los ojos de nuestras almas — cuando leemos la Biblia — y ¿qué decir de los que no la leen? — es porque nosotros buscamos en ella lo que ella no contiene.

Queremos hacer del Libro un libro humano; de un libro eterno, un libro del tiempo, de un libro misterioso, un libro racional; de un libro universal, un libro personal.
Reducimos las Escrituras a nuestra medida de hombres, a nuestras perspectivas limitadas de europeos civilizados del siglo XX, a nuestros conocimientos científicos, históricos, artísticos, de los cuales hacemos tanto caso.
Reducimos las Escrituras a la crítica del razonamiento; las pasamos por el cedazo de nuestra substancia cerebral.

Ahora bien, la Biblia no es ni un libro de historia, ni un libro de ciencia, ni un libro de arte, ni un libro antiguo, ni un libro moderno.
Hay, en la Biblia, historia, ciencia, razonamiento, pero la Biblia es por encima de todo "la Palabra de Dios viva y permanente" (I Ped. I, 23).

Palabra actual para todos los tiempos, para todos los países y para todos los hombres. Palabra eterna, el Verbo, Jesucristo, que viene a nosotros bajo las apariencias de la palabra escrita. De ahí, que sólo elevándonos por encima de lo humano y de lo contingente, sólo tomando impulso hacia las alturas de Dios por la fe, la esperanza y el amor, sólo penetrando en las esferas de lo invisible, podremos abordar el estudio sobrenatural del plan de Dios, desde la creación angélica hasta la Jerusalén celestial.

La vuelta de Cristo es, en efecto, para nuestra generación, la piedra angular de ese edificio espiritual.
El Espíritu Santo ha sido enviado para introducirnos en esa magna construcción; para guiarnos por el dédalo de los textos; para descubrirnos "la insondable riqueza de Cristo" (Ef. III, 9). "Os anunciará las cosas por venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío, y os (lo) declarará" (Jn. XVI, 13-14).

Por último, en la liturgia de la Iglesia, que canta admirablemente la Vuelta de Jesús en numerosos textos, se encuentra siempre el mismo pensamiento.
El Adviento y el tiempo de Navidad están claramente orientados hacia el segundo advenimiento, sin dejar por eso de recordar el primero, así como los grandes anuncios de los profetas.

Casi todos los Evangelios del común de las fiestas han sido escogidos entre los textos escatológicos de los evangelistas Mateo y Lucas: Vírgenes prudentes y Vírgenes necias, parábola que es el prototipo de la Venida del Esposo; Servidores que velan; Rey que distribuye los talentos y vuelve, para tomar cuentas; Parábolas llamadas del "Reino de Dios", etc., etc... Leemos estos textos cada día, pero ¿pensamos por esto en vivir de expectación?

Si recorremos la liturgia de los difuntos, el pensamiento de la Venida de Cristo es ahí primordial. La idea de su realeza aparece expresada en la liturgia de Todos los Santos, del Sagrado Corazón, de Cristo Rey, de la Transfiguración[2].

Meditando sobre estas nuevas perspectivas que me ofrecía la Biblia y la liturgia, mis antiguos conocimientos iconográficos se me vinieron a la memoria y de repente, delante de mis ojos —abiertos esta vez-  surgieron dos obras pictóricas que yo conocía mucho y que hasta ese momento nada me habían sugerido acerca de la Vuelta de Jesús y de su reinado, así como nada me habían sugerido hasta entonces la Escritura y la Liturgia. Eran éstas dos pinturas del mosaico de Santa Sofía de Salónica y el Juicio final de Torcello, cerca de Venecia.

El mosaico de Salónica representa la Ascensión.

Mosaico de Salónica
 
Los ángeles se inclinan hacia los discípulos; las palabras que pronuncian entonces, y que el libro de los Hechos nos han conservado, están escritas en griego: "Hombres de Galilea... Este Jesús, que separándose de vosotros se ha subido al cielo, vendrá de la misma manera que le acabáis de ver subir allá". Uno de los ángeles pone su dedo sobre las palabras: "DE LA MISMA MANERA".
¡Qué significación, qué enseñanza por la imagen! El deseo del ordenador del magnífico y sorprendente mosaico no puede haberse expresado en forma más explícita: "Vendrá de la misma manera".

El juicio final de Torcello es una de las obras notables que nos ha dejado el arte bizantino implantado en Italia.

Juicio Final (Fuente)

Trabajo gigantesco, elaboración difícil, para dar al que pasa una imagen de las escenas trágicas y prodigiosas de "el día del Señor".
Al centro del mosaico dé Torcello, bajo el Cristo, que vuelve glorioso con sus santos, está un trono vacío. Dos personajes esperan postrados al que va a ocuparlo. Sus figuras son fáciles de reconocer: Adán y Eva. Ellos han perdido el reino, y esperan la vuelta del segundo Adán, Jesucristo.

Actualmente Jesús comparte el trono de su Padre, desde la Ascensión: "Siéntate a mi diestra" (Sal. CX), pero El debe volver para ocupar el trono, destinado primitivamente a Adán.
El arte bizantino llama a esta escena la Hetimasia o "Preparación del trono", pues ¡El reinará![3]

¡Volverá! ¡Reinará!

***

Estaba profundamente emocionada considerando la maravillosa síntesis que se ofrecía a los ojos que se abren y ven, al corazón que se dilata y comprende.

La Sagrada Escritura, la liturgia y el arte están diciendo a una, a la fe del cristiano:

¡VOLVERA! ¡REINARA!






[1] Este día que aparecerá es el de la vuelta del Señor Jesús. En el Apocalipsis (XXII, 16) Jesús es llamado la brillante estrella matutina.

[2] Ver el apéndice: "El segundo advenimiento y reinado de Cristo en la Liturgia". Se dan allí numerosos detalles litúrgicos.

[3] Ver Apéndice: "Cristo Rey y Hombre en el arte".