viernes, 16 de noviembre de 2012

Introducción de León Bloy a la Vie de Mélanie, Bergère de la Salatte, écrite par elle-même (III de VII)

III

Jesús ha salido de María como Adán del Paraíso terrestre para obedecer y sufrir. María está, pues, figurada en el Jardín de Voluptuosidad “plantada por Dios al comienzo…”. El segundo capítulo del Génesis es absolutamente incomprensible si no se piensa en María. Es cierto que todo es incomprensible sin Ella ¡pero cuánto más en este caso! 
Este jardín cerrado después de la Desobediencia, hortus conclusus, por la tribulación o la desesperación de millones y millones de hombres era el término de las “generaciones del cielo y de la tierra”, según la expresión enormemente misteriosa del Libro santo.  
Era un jardín maravilloso sobre el que no llovía jamás. Una fuente ascendía de la tierra a fin de rociar todo y un río anterior a toda geografía salía del paraíso para transformarse en cuatro grandes ríos cuyos nombres significan o parecen significar: Prudencia, Temperancia, Velocidad del Espíritu y Fecundidad, como interpretan los más sabios. Debe creerse que estos cuatro nombres encierran de una manera que ningún hombre puede comprender, la Vocación de María: Reina, Virgen, Esposa del Espíritu Santo, Madre de Dios. 
¡Adorables lugares comunes! Más allá no puede verse nada más. Arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda, en el Infinito, no hay nada para discernir. Hemos sabido que Dios es nuestro fin, pero ¿de qué manera podemos tener tales pensamientos sin María?
Nuestro espíritu no puede recibir a Dios si no es por María, de la misma forma que el Hijo de Dios no ha podido nacer sino por la operación en Ella del Espíritu Santo. La palabra humana es aquí tan impotente que da miedo. La Inmaculada Concepción de María, que nos separa de Ella indeciblemente es, sin embargo, el único punto de contacto. Es gracias a la Inmaculada Concepción que Dios ha podido poner un pie sobre la tierra. Es la única puerta por la cual pudo salir del Jardín de Voluptuosidad que es su Madre y que mil siglos de beatitud no nos podrían hacer comprender. 
Hay que saber lo que fueron Adán y Eva, lo que fueron las Plantas y los Animales deste Jardín, lo que fue la Desobediencia y lo que ha costado. Es preciso aniquilar todo lo que los hombres han podido pensar desde hace setenta u ochenta siglos para que sea posible, no digo la evidencia ni la lejana percepción, pero ni siquiera tal vez el presentimiento, sino apenas algo parecido a un latido de corazón en presencia de aquella que, habiéndose perdido todo para siempre al igual que los ángeles malditos, conservó, por lo menos, una gota de Savia divina, justo la que se necesitaba para salvar miles de mundos y que al final esta Flor se abrió, más bella que la Inocencia a la que los cristianos, sin comprender nada, llaman: la Inmaculada Concepción, María misma, el Jardín sublime recuperado. 
¿Me atreveré yo, por lo tanto, a decirlo? Nada se ha hecho todavía. Era preciso que este Jardín, cerrado desde hacía tanto tiempo por la Desobediencia del primer Hombre, se abriera a fin de expulsar al último de los hombres, parecido a un gusano, que debía rescatar a todos los demás. Para lo cual no era suficiente, y tiemblo al decirlo, la obediencia de María. Era necesario, reabsorbidos en Ella, la impaciencia y el dolor de todos los siglos.
La Inmaculada Concepción no era suficiente para alcanzar la Salud al mundo. La Impaciencia y el Dolor de la Inmaculada Concepción eran necesarios. 
No podemos entender nada, eso está claro. Sin embargo es posible imaginar una tierra abandonada a todas las potestades tenebrosas, una raza humana desolada que se multiplica de día en día y que se pervierte cada vez más, de generación en generación. A pesar y a través de todo eso, un minúsculo rayo luminoso, un hilo de luz que nada podía destruir, la Inmaculada Concepción, atraviesa las edades y los pueblos hasta la hora milagrosa, desconocida aún para los ángeles más grandes, en la cual se manifestaría en María, llena de gracia, concebida sin la mancha original bajo la Puerta de Oro. ¿Cómo representarse tal Criatura sin el cortejo infinito de lamentaciones y duelos de toda la Raza humana de la cual ella era el único Tallo vivo?
Se sabe por Tradición que nuestra madre Eva hizo una penitencia infinita durante siglos por todas las naciones que habían de venir. María sin pecado recogió toda la herencia desta penitencia e hizo con ella lo que estaba en su poder, esto es, un Dolor como no existe en el mundo, el dolor de todas las generaciones, de todos los hombres, de todos los corazones, de todas las inteligencias, incluso el dolor de los demonios y de los réprobos, como dirían ciertas visionarias. Esta infinitud de lamentos y torturas en un alma infinita debió haber tenido una repercusión de impaciencia adecuada, rigurosamente, a la impaciencia de la Redención que la teología mística atribuye a la Segunda Persona divina.
Cuando en el día de la Anunciación, el Ángel Gabriel vino a golpear la puerta del Paraíso perdido, bien pudo suceder que esta puerta no se abriera. Se trataba de enviar al Hijo de Dios a la carne de los hombres y a la muerte. Pero la impaciencia fue más fuerte y la puerta se abrió al oír la respuesta de la Dolorosa: Fiat mihi secundum verbum tuum. ¡Mundo infeliz, ya no sufrirás mas!