Introducción a los Evangelios Sinópticos
Puesto que el Discurso Parusíaco se encuentra en los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, creo que no está de más dedicarle unas páginas a la composición de estos tres evangelios, pues nos ayudarán en algunos aspectos menores a la hora de entender el Discurso.
I. Introducción
Evangelio primitivamente significó albricias; luego pasó a significar la misma buena nueva. En sentido cristiano significó la Buena Nueva por antonomasia, “el mensaje de la salvación” humana (Ef. I, 13).
Una Sinopsis
presenta en columnas paralelas el texto sagrado para que, en un único y fácil
golpe de vista, se puedan ver las semejanzas y diferencias de las narraciones evangélicas.
Los tres primeros
Evangelios se llaman Sinópticos porque, a causa de su gran parecido en
la elección y desarrollo de la materia, se prestan grandemente para esta
disposición en columnas paralelas.
Los Evangelios
Sinópticos están moldeados de la misma manera (aunque cada uno tiene sus
características propias, como veremos más adelante).
Básicamente, el
esquema de los Sinópticos es el siguiente:
1) Período
preparatorio del ministerio de San Juan Bautista (Judea).
2) Viaje a Galilea,
después de la prisión del Bautista.
3) Ministerio
galileo, todo seguido.
4) Viaje hacia
Jerusalén.
5) Última semana en
Jerusalén.
A todo esto, hay que sumarle la Pasión, Resurrección y Ascensión.
Es decir, el ministerio público empieza en Judea y después los Sinópticos llevan a Jesús a Galilea y allí lo mantienen hasta que se aproxima la Pascua de la Pasión. La única entrada en Jerusalén es la del Domingo de Ramos.
La lectura de los
Sinópticos pudiera hacer creer que Jesús, después del bautismo, ha dejado Judea
para no volver a ella hasta la Pasión, que su predicación se ha reducido a los
límites de la Galilea y que ha durado solamente un año. El Evangelio de San
Juan completa esta carencia y nos habla de cuatro Pascuas y de sus
correspondientes subidas a Jerusalén.
Este esquema de predicación lo resume San Pedro en el discurso que dio en Cesarea ante Cornelio y su familia (Hech. X):
34. Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: “En
verdad conozco que Dios no hace acepción de personas,
35. sino que en todo pueblo le es acepto el que
le teme y obra justicia.
36. Dios envió su palabra a los hijos de
Israel, anunciándoles la paz por Jesucristo, el cual es el Señor de todos.
37. Vosotros no ignoráis las cosas que han
acontecido en toda la Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo
predicado por Juan:
38. cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y
poder a Jesús de Nazaret (bautismo), el cual iba de lugar en lugar, haciendo
el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba
con Él.
39. Nosotros somos testigos de todas las cosas
que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén (ese Jesús), a quien
también dieron muerte colgándolo de un madero;
40. pero Dios le resucitó al tercer día y le
dio que se mostrase manifiesto,
41. no a todo el pueblo, sino a nosotros los
testigos predestinados por Dios, los que hemos comido y bebido con Él después
de su resurrección de entre los muertos.
42. Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Éste es Aquel que ha sido destinado por Dios a ser juez de los vivos y de los muertos”.
Tenemos acá los mismos
elementos dados más arriba: predicación de San Juan Bautista, Bautismo,
ministerio de Galilea (curación y milagros), última semana, pasión, muerte,
resurrección y ascensión.
Sobre
este modelo, y esto es muy importante, San Pedro va a organizar su prédica y,
sobre la prédica de San Pedro, se moldean los Evangelios Sinópticos.
Dice el P. Bover, y estas palabras resumen esta introducción.
“La
Predicación apostólica hubo de ser, ante todo, apologética: habían de probar
que Jesús de Nazaret era el Mesías e Hijo de Dios. Los que creían en Jesucristo,
naturalmente concebían vivos deseos de conocer sus hechos y sus dichos, sus
milagros y sus discursos. Espontáneamente se harían eco de aquellas
palabras del Maestro: “Dichosos vuestros ojos, que vieron, y vuestros oídos,
que oyeron” (Mt. XIII, 16). Tal fue el objeto de la catequesis
evangélica: suplir la visión y audición personal. Para la realización de
este ideal, el hombre apropiado era Pedro. Aunque desprovisto de cultura
refinada, era hombre inteligente y despierto, que había observado atentamente
cuanto Jesús había dicho y hecho, y lo conservaba grabado en su memoria. Dos cosas hubo de hacer Pedro: seleccionar
la materia y ordenarla.
En cuanto a la selección, Pedro, hombre
perspicaz, pronto vio que lo que Jesús había enseñado y obrado por su propia
iniciativa conforme a un plan premeditado, se contenía principalmente en su predicación galilaica; lo demás, hasta el último viaje a Jerusalén, había
sido más bien ocasional…
El orden fue el que debía ser. La predicación de Galilea había sido una serie de viajes y excursiones.
Esta serie de viajes, ya de suyo fácil de retener, la conservaba Pedro en su
tenaz memoria. Con sólo seguir este orden itinerario se tenía el orden deseado,
que era indirectamente orden cronológico…”.
Los Evangelios escritos
Fueron cuatro los
admitidos por la Iglesia: según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. La diferente personalidad de los autores
y su relación respecto del Evangelio oral determina el carácter de los cuatro
Evangelios escritos.
Para San Mateo, que era apóstol y conocía personalmente cuanto Jesús había
dicho y hecho, el Evangelio oral fue simplemente una norma directiva,
conforme a la cual ordenó su Evangelio.
Para San Marcos, simple auxiliar de Pedro, la labor redaccional se redujo a poner
por escrito el Evangelio oral de Pedro.
Para San Lucas es su fuente de información, la principal, sin duda, a
base de la cual ordena las múltiples y variadas informaciones que va recogiendo.
Para San Juan es algo puramente extrínseco; algo que no quiere tocar,
si ya no es, raras veces, para completarlo, precisarlo o explicarlo".