domingo, 5 de junio de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Segunda Parte, Israel disperso (I de II)

 2. Israel disperso 

¿Acaso existe en toda la Biblia alguna profecía cuya realización haya sido más clara y literal que las que proclamaban la dispersión de Israel? Creemos que no. 

Esta expatriación de los judíos fue anunciada primero por Moisés. Distingue dos tiempos: el de la cautividad asiria o babilonia y la dispersión a través de todos los pueblos de la tierra, después del sitio y la toma de Jerusalén por las legiones romanas de Tito. 

Este doloroso futuro fue visto con quince siglos de antelación, al mismo tiempo que Dios revelaba a su profeta la infidelidad de su pueblo, causa de todos sus sufrimientos. 

“Jehová te transportará a ti y al rey (Sedecías) que pongas sobre ti[1], a un pueblo desconocido de ti y de tus padres (Asiria-Babilonia); y allá servirás a otros dioses, a leño y piedra. Y vendrás a ser un objeto de espanto, de proverbio y de befa entre todos los pueblos adonde Jehová te llevará… 

Por cuanto no serviste a Jehová, tu Dios, con alegría y buen corazón a pesar de que abundaba todo, servirás a tus enemigos que Jehová enviará contra ti, en hambre, en sed, en desnudez y todo género de miserias[2]. Él pondrá sobre tu cuello un yugo de hierro, hasta aniquilarte” (Deut. XXVIII, 36-37.47-48). 

Israel, que no quiso reconocer al Eterno como a su único Dios, como a su Rey, como a su Proveedor, olvidando que lo había alimentado en el desierto, caerá bajo el yugo de hierro del rey de Babilonia, se inclinará ante las divinidades paganas, conocerá toda clase de miserias. 

Pero aún más explícita es la profecía de Moisés anunciando el sitio atroz de Jerusalén y la toma de la ciudad por Tito, en el año 70 d.C., sobre lo cual Flavio Josefo, testigo ocular, constató el minucioso cumplimiento. 

Jehová hará venir contra ti, desde lejos, desde los cabos de la tierra, con la rapidez del águila (alusión a las águilas romanas), una nación cuya lengua no entiendes, gente de aspecto feroz, que no tendrá respeto al anciano ni compasión del niño. Devorará el fruto de tu ganado y el fruto de tu tierra, hasta que seas destruido; pues no te dejará trigo, ni vino, ni aceite, ni las crías de tus vacas y ovejas, hasta exterminarte. 

Te sitiará en todas las ciudades de tu país entero, hasta que caigan tus altas y fuertes murallas en que confiabas; te sitiará en todas tus ciudades, en todo el país… 

En la angustia y estrechez a que te reducirán tus enemigos, comerás el fruto de tu seno, la carne de tus hijos y de tus hijas que Jehová, tu Dios, te habrá concedido. 

El hombre más delicado y más regalado de entre vosotros mirará con malos ojos a su hermano, a la mujer de su corazón, y al resto de sus hijos que le queden, pues no quiere dar a ninguno de ellos de la carne de sus hijos que él comerá, por no quedarle nada en la angustia y estrechez a que te reducirán tus enemigos en todas tus ciudades. 

La mujer más delicada y más regalada de entre vosotros, que por ternura y delicadeza nunca probó poner la planta de su pie en el suelo, mirará con malos ojos al marido de su corazón, a su hijo y a su hija, a las secundinas salidas de su seno y a los hijos que habrá dado a luz, pues, por falta de todo, los comerá ocultamente[3], en la angustia y en la estrechez a que te reducirán tus enemigos en tus ciudades” (Deut. XXVIII, 49-57). 

El anuncio del sitio a Jerusalén fue además confirmado por Jesús mismo. Un día en que se acercaba a la ciudad, lloró sobre ella diciendo: 

“Vendrán días sobre ti, y tus enemigos te circunvalarán con un vallado, y te cercarán en derredor y te estrecharán de todas partes; derribarán por tierra a ti, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo en que has sido visitada” (Lc. XIX, 43-44). 

El desprecio de la presencia de Cristo, el Mesías y Señor de Israel, debía producir el castigo a Jerusalén, que será “pisoteada por gentiles hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido” (Lc. XXI, 24).


 [1] El “rey que pongas sobre ti”: Moisés predecía la realeza contraria a la voluntad divina

[2] Es impresionante comparar la suerte de Israel con aquella, aún más terrible, que conocerán los que vivan durante la gran Tribulación: “Todo género de miserias”. 

[3] Sabemos, por el testimonio de Flavio Josefo, que durante el sitio las mujeres devoraban a sus hijos recién nacidos. También el II Rey. VI, 26-30, hace un recitado trágico del sitio a Samaria, en donde las mujeres comían a sus hijos; y lo mismo se cumplió igualmente en el momento del sitio a Jerusalén por Nabucodonosor, en el 587 (Jer. XIX, 9).