sábado, 29 de agosto de 2020

Un reciente comentario al libro del Génesis, por Ramos García (VII de XI)

    El autor sagrado habría padecido un olvidoon est en présence d'un oubli (pág. 38)—, al decir que el Señor puso a Adam en el Paraíso, para que lo guardase y a Caín una señal para que nadie le tocara. En el cuadro etnográfico de los pueblos (Gen. X), habría verdaderas contradicciones (pág. 149), y el relato yahvístico de la construcción de Babel y dispersión de las gentes (Gen. XI) se armonizaría mal con lo dicho en otras partes en este mismo documento (Gen. IV, 17; X, 6-11). (pag. 160). Habría contradicción a secas en la designación de la patria de Abraham (págs. 178-179), que según P es Ur de los Caldeos en la Baja Caldea y según J sería el país de Aram en la Siria del Norte. Cierto que en Gen. XI, 28; XV, 7, de fuente yahvista, se lee “Ur de los Caldeos”, ni más ni menos que en P, pero ese inciso sería una glosa posterior según la crítica (¡!). 

De la secura del segundo relato de la creación (Gen. II, 4 ss.), que no sería absoluta sino relativa, puesta ahí sólo por vía de contraste con la lluvia subsiguiente, de cuyo barro se formó el cuerpo del hombre, hemos dicho lo bastante en otra parte[1]. 

Las incoherencias y anacronismos que el autor encuentra en el episodio de Cain y Abel, nos parece que están por mucho en el Comentario. Extraña de todo punto la extrañeza que muestra el autor ante la invitación: “Salgamos al campo” (pág. 77). Hummelauer (in l.) solventó ya estas y otras dificultades del relato, traduciendo, como es debido, aquel hayá boné (Gen. IV, 17) por “había edificado” (el poblado de Henok) antes de asesinar a su hermano y de emprender la vida errante. Tantas otras cavilaciones importunas en torno a este episodio singular se desvanecen, como por ensalmo, con sólo suponer que aconteció hacia el fin de la vida de Adam, cuando comenzó a interesar quién le había de suceder en el oficio de ofrecer sacrificios a la Divinidad. Para entonces ya la familia humana debía de estar muy extendida, tanto por lo menos como para poner en cuidado al asesino. 

Anacrónico sería también según el autor la mención de los Kenitas o Kainitas en Gen. XV, 19, por la sencilla razón de que en otros libros se los menciona después. Mis lectores juzgarán del peso de esta razón[2]. 

Las divergencias entre J y P en el relato del Diluvio llegan en la mente del autor hasta la contradicción. Así nos dice que según P el Diluvio no tuvo lugar sino al final de la primavera, o principios del estío, mientras según J tuvo lugar en pleno invierno, como lo indica el vocablo gésem característico de lluvia invernal, y cita en apoyo a Am. IV, 7 y Cant. II, 11 (págs. 126 y 127). 

Flaco fundamento ciertamente para conclusión tan absoluta, cuándo la palabra gésem se usa unas 30 veces en la Escritura y casi siempre sin determinación ninguna de tiempo. Es la lluvia en general o la lluvia a su tiempo, como se dice varias veces. La supuesta contradicción, como se ve, es insubsistente, y si el documento P asigna el Diluvio al final de la primavera o comienzo del estío, el documento J no lo contradice.

  

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 Nuevas contradicciones en el cuadro etnológico de los pueblos (pag. 149). La ignorancia del autor sagrado en punto a geografía y cronografía no podía alcanzar mucho más alto en etnografía general (cf. pag. 155). Así a Sebá y Hawilá los hace a la vez hijos de Cam y de Sem (Gen. X, 7.26 ss.). No hay, sin embargo, para tanto como para decir que medie contradicción. Sabido es que estos nombres etnográficos tienen tanto por lo menos de toponímicos, como de patronímicos. Y siendo esto así, nada impide que a un mismo pueblo se le puedan atribuir varios genes, como el francés no es sólo germano, sino galo y aun latino. 

Para explicar esta y otras supuestas inexactitudes, se invoca tantas veces la mentalidad infantil de los antiguos, y en cambio se trata a veces al autor sagrado, cual si hubiese de ser un estilista consumado, viendo no sé qué indicios de pluralidad de relatos poco armónicos (pag. 161) allí donde no habría más que embarazo en el manejo de la pluma. 

Contra la indicación expresa del sagrado texto se atribuye a Kanaán un origen semita (pag. 154) por mera razón filológica, con lo cual no se hace más que embrollar la cuestión sobre el origen de ese pueblo. La lengua por sí sola no es criterio suficiente para discernir las razas. La previa conmoración secular de Kanaán en el Éufrates medio, en un ambiente más semita cada vez, explica también el fenómeno de la braquicefalia, preponderante, no sólo entre los kananeos, sino también entre los hittitas, sus hermanos, y aun entre los asirios. Está por medio la raza armenoide de los pueblos hurritas y sumerios, que todo lo permean desde el Cáucaso al Nilo y desde el Indo al Mediterráneo, imprimiendo su estampa braquicéfala en los pueblos advenedizos de tipo dolicocéfalo, incluso en los israelitas[3]. 

Contradicción asimismo en la designación de la patria de Abraham entre P y J, como ya notamos arriba. Que si en Gen. XI, 28; XV, 7, J conviene con P, esto se debería a una glosa posterior. A nosotros no nos convence ese método. Ni el-moladití de Gen. XXIV, 4, con referencia a Mesopotamia del Norte, significaría necesariamente “al país de mi nacimiento”, como traduce intencionadamente el autor, sino más generalmente “a mi parentela” o “familia”.


 

[1] La formación del hombre (Gen. II, 4-7), en “Cultura Bíblica”, año 1950, pag. 172-174. 

[2] Véase sobre este asunto nuestro artículo titulado Las Genealogías genesíacas y la cronología, publicado en “Estudios Bíblicos”, año 1949, páginas 327-353. 

Nota del Blog: Ver AQUI la primera parte de este artículo que publicamos completo en su momento. 

[3] El nombre de Kanaán (“la región baja”), en contraposición a Aram (“la región alta”), sería la indicación más intuitiva de la antigua situación de estos dos pueblos.