domingo, 24 de enero de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Introducción (I de V)

AL LECTOR

No abras este libro si no estás resuelto
a proseguir su lectura con orden y método,
con oración y humildad de espíritu, con
atención hasta el fin.


INTRODUCCION

El mismo Dios de la paz os santifique plenamente;
y vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo
sean conservados sin mancha para la Parusía
de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es El que os llama,
y Él también lo hará. (I Tes. V, 23-24).


I

A TODOS LOS QUE HAYAN AMADO SU VENIDA

(II Tim. IV, 8).

La mañana de San Silvestre de 1932, último día del año, leía atentamente la Epístola y el Evangelio que el Misal Romano nos propone para esta fiesta. De repente, una viva luz iluminó aquellos textos. Mis ojos se detuvieron sobre el fin de la epístola: "A todos los que hayan amado su venida", y no podían despegarse de ahí: "A todos aquellos que hayan amado su venida". ¡Su venida! ... ¡Su venida!, repetía lentamente dentro de mí, mientras mi corazón latía y el pensamiento del apóstol Pablo tomaba más y más precisión y fuerza dentro de mi espíritu... "A todos aquellos que hayan amado su venida".

¡Cómo, exclamaba yo, en el silencio de mi corazón, "... esta corona de justicia" que yo deseo tan ardientemente cada vez que leo la Epístola, será dada a aquéllos que habrán amado la venida de Jesús![1]

Pero ¿amo yo la venida de Cristo? No, ni siquiera pienso en ella. Vagamente creo que vendrá al fin del mundo, pero no estaré ahí. Pienso a menudo en mi muerte, y este pensamiento me causa gozo, pues espero de la misericordia divina la gloria del cielo; pero yo no me intereso por la Vuelta maravillosa de Jesucristo, que puede producirse mañana, en una hora: "Esperad de hora en hora su Aparición", decía Clemente de Alejandría. ¡En cuanto a amarla!... Los tiempos misteriosos de "el día del Señor" son, para mí, visiones espantosas; estrellas que caen del cielo, sol que se vela, diversos cataclismos al estruendo destructor de los jinetes del Apocalipsis y trompetas que resuenan. La venida gloriosa de Cristo Jesús con sus santos, me parece no tener más que un interés secundario; evidentemente no la "amo". Constato que el apóstol Pablo refiere la suprema recompensa, es decir, "la corona de justicia" a la guarda de la fe y al amor ardiente de la venida de Cristo, cuando venga a glorificar su Iglesia y sus Santos.

No había jamás establecido este paralelo, tampoco había notado la orden de San Pablo a Timoteo:

"Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, el cual juzgará a vivos y a muertos, tanto en su APARICIÓN como en su REINO: predica la Palabra…" (II Tim. IV, 1-2a). Pablo refiere la predicación apostólica a esta vuelta de Cristo. Aún más, ¡es a causa de ella que se debe predicar!

Esto es, pues, un hecho capital, un suceso central, la llave de bóveda de todo el edificio cristiano. Es preciso esperar la aparición de Cristo y su Reino.

¡El volverá! ¡El reinará!




[1] "He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. En adelante me está reservada la corona de la justicia, que me dará el Señor, el Juez justo, en aquel día, y no sólo a mí sino a todos los que hayan amado su venida" (II Tim. IV, 7-8).