jueves, 17 de diciembre de 2015

Y la Mujer huyó al desierto… (Apoc. XII, 6) (IV de X)

Sin salirnos para nada del tema, creemos que se impone una pregunta: ¿A qué va la Mujer a Babilonia?

Para responder a esta pregunta tengamos en cuenta que si la Mujer está en Babilonia ya antes del sexto Sello, e incluso pareciera que llega después del cuarto, no quedan más que dos opciones: o llega entre el cuarto y el quinto, o entre el quinto y el sexto.

La primera opción es a todas luces preferible.

Ahora bien, el quinto Sello, del cual habla Nuestro Señor en el Discurso Parusíaco, corresponde a la predicación del Evangelio del Reino en todo el mundo (ver AQUI) y no hay razones para excluir a Babilonia de la misma. Al contrario.

Por lo demás, el mismo Apocalipsis habla exactamente de este mismo suceso, pues ese parto metafórico de la Mujer no puede ser sino la profesión pública de Jesucristo.

Esta es, en sustancia, la opinión de Lacunza cuando dice[1]:

“Este parece que es según todas las contraseñas aquel prodigio grande e inaudito del que habla Isaías (LXVI, 7), de modo que la mujer de que hablamos[2] parió ciertamente a su Mesías muchos siglos ha; ¿más cómo? Antes de estar de parto ella ha dado a luz; lo dio a luz antes de parturirlo: lo parió sin dolor, antes de parirlo con dolor: es decir lo parió sin sentimiento, sin conocimiento, sin espíritu, sin fe, etc. Por eso aquel parto no le pudo ser de utilidad alguna, antes fue por esto mismo, lapis offensionis et petra scandali. “¿Por qué? Porque no (la buscó) por la fe, sino como por obras, y así tropezaron en la piedra de tropiezo como está escrito” (Rom IX, 32). Mas cuando Dios use con esta mujer de aquellas grandes misericordias que le tiene prometidas; cuando la llame “como mujer abandonada, como esposa rechazada desde la adolescencia”, cuando la recoja “con gran misericordia”, cuando la ilumine, cuando le abra los ojos y los oídos, cuando le envíe lengua erudita o maestros o ministros de la palabra, especialmente a Elías “que en efecto ha de venir y restaurarlo todo” (Mt. XVII, 11); entonces entrándole por los ojos la luz y por los oídos la fe de su Mesías, lo concebirá al punto en espíritu, es a saber, con conocimiento, con fe, con estimación, con un entrañable y ardentísimo amor y también con aquellas angustias y dolores por dentro y por fuera, que en aquel tiempo y circunstancias serán inevitables. Este parto espiritual de Sión, esta fe y confesión de fe, este reconocer y confesar públicamente y a todo riesgo que aquel mismo Jesús, a quien reprobó en otro tiempo, a quien pidió para la cruz, a quien siempre había detestado y aborrecido, etc. es su verdadero Mesías “la morada de la justicia, la esperanza de sus padres” (Jer. L, 7); esto parece que es lo que únicamente espera Dios para juntar aquel gran consejo y formar aquel majestuoso tribunal de que tanto se habla en los capítulos IV y V del mismo Apocalipsis, que son una manifiesta y vivísima alusión del capítulo VII de Daniel, como luego veremos…”.

Parece, pues, que la Mujer sale de Jerusalén hacia Babilonia para predicar, pero ¿a quién?

Según el Discurso Parusíaco se predicará ante “gobernadores y reyes” (Mt. X, 18; Mc. XIII, 9) pero como Nuestro Señor dice “seréis llevados”  y por otra parte Miqueas afirma que la Mujer saldrá de Jerusalén a Babilonia, tal vez habría que buscar otra razón[3].

Ahora bien, la existencia de judíos en la Babilonia de los últimos tiempos parecería ser un hecho claro e innegable. Demos simplemente dos razones:

a) Nada más natural que pensar en la influencia que los judíos no-conversos van a tener en la urbe capital del mundo y centro del poder económico mundial.

b) A ellos parecería hablarle Nuestro Señor cuando les ordena que huyan de Babilonia antes que sea destruída:

Apoc. XVIII, 4: “Y oí otra voz del cielo que decía: “Salid, pueblo mío, de ella para que no participes de sus pecados y de sus plagas no recibas”.

Todo indicaría que quien habla aquí es Jesús ya que Dios Padre es nombrado en tercera persona en el versículo siguiente.

Por otra parte, que ésto no se refiere a la Iglesia se concluye sin problemas con sólo tener en cuenta que lo que trae San Juan no es más que una cita de los profetas antiguos:

Is. XLVIII, 20: “¡Salid de Babilonia, huíd de los caldeos! Anunciadlo con voz de júbilo…”.

Cfr. LII, 11.

Jer. L, 8: “Huíd de en medio de Babel, y salid del país de los caldeos, sed como los carneros que van delante del rebaño…”.

Jer. LI, 5-6: “Porque Israel y Judá no son viudas (desamparadas) de su Dios, Yahvé de los ejércitos: aunque su país está lleno de culpa contra el Santo de Israel. Huíd de en medio de Babilonia, salve cada uno su vida, no sea que perezcáis por la iniquidad de ella; porque tiempo es de la venganza de Yahvé; Él va a darle su merecido”.

Jer. LI, 45: “Salid de ella, oh pueblo mío, y salve cada cual su vida del furor de la ira de Yahvé”.

Zac. II, 7: “¡Sálvate, oh Sión, tú que habitas en Babilonia!”[4].

Si se puede creer sin mayores dificultades que va a haber judíos en la Babilonia futura, ¿por qué no concluir que la Mujer les predica a ellos?

Algunos pasajes del Antiguo Testamento parecen sugerir esta opción[5].

A) Sal. XXI, 23: “Anunciaré tu Nombre a mis hermanos y proclamaré tu alabanza en medio de la asamblea[6]”.

B) Sal. LIV, 13-14: “Si me insultara un enemigo, lo soportaría; si el que me odia se hubiese levantado contra mí, me escondería de él simplemente. Pero eres tú, mi compañero, mi amigo y mi confidente, con quien vivía yo en dulce intimidad, y subíamos en alegre consorcio a la casa de Dios”.

Este Salmo ya lo habíamos visto más arriba y no hay para qué insistir en las referencias a Babilonia, la huída, las alas, el desierto y el reposo.

C) Sal. LXVIII, 9: “He venido a ser un extraño para mis hermanos; los hijos de mi madre no me conocen”.

Se podría decir casi lo mismo que dijimos en la última nota: las palabras de este Salmo parecen aludir no sólamente a la Pasión sino también a la segunda Venida; por ejemplo el v. 26: “Desolada quede su casa, y no haya quien habite en sus tiendas” (cfr. Jer. L, 45; Mt. VII, 24-27; Apoc. XVIII, 2 y concordantes, etc.) parece señalar con el dedo a Babilonia.

Además, los últimos versículos hablan directamente de Sión y de su restauración.

D) Is. LIII, 1: “¿Quién ha creído nuestro anuncio, y a quién ha sido revelado el brazo de Yahvé?

Para cuyo entendimiento será bueno recordar lo que enseña Lacunza, Fenómeno V, aspecto III, párrafo V:

“… sólo quisiera hacer advertir o hacer reparar una cosa, que me parece clarísima en Isaías, sin la cual no alcanzo cómo pueda entenderse esta profecía de un modo seguido y natural. Lo que deseo hacer reparar es que desde el cap. XLIX (cuando menos hasta el LXVI que es el último) se nota clara y distintamente que todo es una conversación o una especie de diálogo, en que se ven hablar tres personas, esto es: Dios, el Mesías y Sión. Y todo cuanto hablan parece que es sobre un mismo asunto, o interés, sin salir de él, ni divertir la atención a otra cosa.
La primera persona que habla es Dios; y es bien fácil observar que siempre que habla (que es pocas veces y pocas palabras) o habla con el Mesías o habla con Sión. La segunda es el Mesías mismo; Él es el que abre la conversación y hace en toda ella como el papel principal… la tercera persona que habla es la misma Sión, con quien se habla, en la cual se ve una grande y prodigiosa variedad de afectos, todos buenos, todos santos, todos conducentes para la salud o que ya la suponen…”.

Por último, el mismo capítulo XII del Apocalipsis parece suponer esta prédica de la Mujer cuando dice en su vers. 11:

Y ellos lo vencieron a causa de la sangre del Cordero y a causa de la palabra de su testimonio y no amaron sus almas hasta la muerte.

El término “la Palabra de su testimonio” parece ser un eco del nombre que reciben los mártires del quinto Sello (ver sobre este grupo lo que ya dijimos AQUI), es decir, los encargados de predicar el Evangelio del Reino en todo el mundo, cuando son llamados “los que guardan la Palabra de Dios y los que no han negado su Nombre”.

En conclusión: existen algunos pasajes que parecen aludir a una predicación por parte de Israel ya convertido, la cual no puede coincidir con aquella de la que hablan los Profetas durante el Milenio donde se predica a todas las Naciones, por la sencilla razón (entre otras) que se indica el poco fruto que cosechará. Parecería, además, lo más natural que los destinatarios de la misma sean también judíos, sobre todo si se tiene en cuenta que la predicación coincide con el anuncio de la Buena Nueva a todo el mundo.

Somos conscientes que las razones no son concluyentes ni mucho menos pero aún así parecen mostrar una cierta congruencia.

Ya es hora de pasar a la segunda y más importante parte de este artículo.






[1] La Venida, Fenómeno VIII, párrafo VI, art. III, pág. 125 sig.

[2] Lacunza está hablando de la Mujer del capítulo XII del Apocalipsis.

[3] Y esta opinión tendría a su favor el hecho que en el Evangelio Nuestro Señor mismo parece hablar de cristianos en Babilonia durante la quinta y sexta Trompeta (Lc. X, 19), los cuales bien podrían haber sido parte de los encargados de predicar a los “gobernadores y reyes”.

[4] Recordar lo que dijimos más arriba sobre este texto.

[5] Es obvio que ambas razones (prédica a los reyes y a sus hermanos judíos) no son contrarias en modo alguno y bien pueden ir juntas.

[6] Se nos dirá que el que habla aquí es Jesús, en vista de lo que antecede y de las varias veces que este Salmo es citado en los Evangelios.

No ponemos en duda la observación, pero simplemente notemos, para no extendernos demasiado, que con el v. 23 comienza la última parte del Salmo que narra los efectos de la Pasión. Ahora bien, ¿quién es el sujeto de anunciaré?

Para poder responder a esta pregunta tengamos en cuenta que los efectos de la Pasión de los que aquí se habla son forzosamente posteriores a la Ascensión, con lo cual pasamos a afirmar:

El sujeto del verbo puede ser o Jesús o la Iglesia o Israel.

Aun suponiendo que sea Nuestro Señor y teniendo en cuenta lo que acabamos de decir sobre la Ascensión, no se le podría aplicar esta frase inmediatamente. Es decir, si es Jesús quien predica, lo hace por medio de alguien más, y ese alguien más o es Israel o la Iglesia.

Pero es casi imposible que se hable de la Iglesia (sea en el período Apostólico sea, con mayor razón, en los últimos tiempos), pues de ella no se hace mención en el Antiguo Testamento por tratarse de un misterio que le fue dado revelar recién a San Pablo (Ef. III, 9; Col. I, 26).

Por otra parte en los vv. 28-29 se habla de los gentiles, término que sólo es posible en boca de Israel.

Además, por si fuera poco, el v. 24 le habla a Israel en vocativo, mientras que a los gentiles lo hace en tercera persona.

Este Israel que predica es obviamente un Israel todavía futuro, como lo dan a entender lisa y llanamente los versículos que siguen donde se habla de la comida de los pobres que quedarán saciados (v. 27), donde todas las naciones adorarán a Dios (v. 28), de quien es el reino (v. 29. Cfr. Apoc. XII, 10 etc.), etc.

Por último, Israel cumplirá los votos (v. 26. Difícil aplicar este versículo a Nuestro Señor) y su descendencia predicará a la generación venidera (término quasi técnico opuesto a “esta generación”. Ver AQUI), a un pueblo que ha de nacer (vv. 31-32).

He aquí profetizada la misión apostólica de Israel durante el Milenio.