lunes, 1 de junio de 2015

Pusillus Grex (II de III)

Pusillus Grex

 “Buscad el reino de Dios y estas cosas se os darán por añadidura.
 No temáis, pequeño rebaño, porque plugo
 a vuestro Padre daros el reino” (Lc. XII, 31-32).


Iglesia Stella Maris, Monte Carmelo

III) Los Temerosos de Dios y
los Pequeños y Grandes en el Antiguo Testamento

La situación se torna en extremo interesante cuando vemos este mismo grupo citado en varias oportunidades en el Antiguo Testamento[1].

Empecemos por uno de los más elocuentes:

1) El Salmo CXIII b dice (vv. 9-13)[2]:

"La casa de Israel confía en Yahvé;
Él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en Yahvé;
Él es su auxilio y su escudo.
Los temerosos de Yahvé confían en Yahvé.
Él es su auxilio y su escudo.
Yahvé se acuerda de nosotros y nos bendecirá;
bendecirá a la casa de Israel,
bendecirá a la casa de Aarón,
Bendecirá a los que temen a Yahvé,
tanto a pequeños como a grandes".

Sobre este Salmo, además de los temerosos de Yahvé divididos en pequeños y en grandes, notemos las siguientes coincidencias con el Apocalipsis:

A) Se pide la gloria no para los mortales sino para el Nombre de Dios (v. 1) = Ap. XI, 13 y XIV, 7.

B) La referencia a los ídolos de plata y oro (v. 4-8) nos lleva a los mismos tiempos, a los de la sexta Trompeta narrada en Apoc. IX, 20. Cfr. Sal. CXXXIV, 15-17.

C) Se habla de Dios como creador del cielo y la tierra (v. 15) = Apoc. X, 6 y XIV, 7.

Comentando estos versículos, los exégetas concuerdan en ver en este grupo a los gentiles prosélitos.

Repasemos algunos:

Calès[3]:

"Los grupos de Israel, sucesivamente enumerados, son los laicos de origen israelita, los sacerdotes aarónicos y los prosélitos (que son llamados "los temerosos de Dios" o "los que veneran a Dios")".

 Zorell[4]:

"Los que temen al Señor, puesto que ya todos los israelitas han sido conmemorados en el v. 9 s, parecería que son los prosélitos, que adoraban al único vero Dios junto con los Judíos (cf. Hech. XVI, 14; XVIII, 7 al.; III Rey. VIII, 41 ss)".

Lo mismo enseñan los Rabinos. Comentando este Salmo, Aben-Ezra lo explica de la misma manera y agrega: “De cualquier nación que sean” (citado en la Biblia de Pirot).

2) En el Salmo XXI, 24-26 leemos:

Los que teméis a Yahvé alabadle,
glorificadle, vosotros todos, linaje de Israel.
Pues no despreció ni desatendió
la miseria del miserable;
no escondió de él su rostro,
y cuando imploro su auxilio, le escuchó.
Para Tí será mi alabanza en la gran asamblea,
cumpliré mis votos
en presencia de los que te temen”.

La Biblia de Pirot comenta:

“(El Siervo de Yahvé) convoca aquí no sólo al semen Iacob, semen Israel, los hijos de los patriarcas, sino también a todos aquellos que no están unidos a ellos más que por la fe y la obediencia al único Dios verdadero, qui timetis Dominum; lo dirá más explícitamente en el v. 28”.

3) Salmo LXV, 16:

“Venid, escuchad todos
los que teméis a Dios;
os contaré cuán grandes cosas
ha hecho por mí”.

En este Salmo Israel le habla a las Naciones como se vé por los vv. 2.4 y 8.

La Biblia de Pirot dice:

“La quinta estrofa (v. 16-20), repite la bendición y el cántico de alabanza que acompañan el sacrificio de acción de gracias; cf. (según el hebreo) Sal. XXII, 23; XXXII, 8; XL, 10. Bendición y cántico, pronunciado en nombre de todo Israel, deben ser seguidos incluso por “todos los que temen a Dios”; es, probablemente, un nuevo rastro de universalismo religioso”.

4) Sal. CX, 4-5:

“Yahvé es benigno y compasivo;
Él da alimento a los que le temen.
Para siempre se acordará de su alianza”.

Aquí vemos una relación directa entre el temor de Yahvé y el alimento. De hecho Straubinger, a diferencia de otros autores, no restringe este pasaje al maná del desierto y comenta:

“Sin duda dio también maná en el desierto, pero fue a todos (Ex. XVI; Num. XI) y no sólo a los que le temen (véase Mt. V, 45; Lc. VI, 35). Se trata aquí de mayores promesas y de una alianza ya confirmada para siempre (vv. 2 y 9)”.

La relación entre la falta de alimento y los últimos tiempos parece estar indicada también en la cuarta petición del mismísimo Pater Noster[5]. Citemos nada más lo que ya habíamos publicado sobre este tema AQUI:

“El P. Joüon examina aquí brevemente el discutido adjetivo griego ton epiousion (nom. epioúsios) que San Lucas omite y San Mateo aplica al Pan. La Vulgata lo traduce por supersubstancial y el Padre Joüon (como ya la Didajé), por de nuestra subsistencia, en lo cual coincide aproximadamente con la expresión usual: el pan nuestro de cada día. No se trata de discutir aquí las diferentes opiniones, habiendo quienes piensan que debe sostenerse la interpretación de San Jerónimo que dice supersubstancial, refiriéndolo al mismo Jesús, que en su discurso eucarístico de Cafarnaúm se definió como el Pan bajado del Cielo, aún antes de revelarnos que quedaría su presencia real en el Pan de la Eucaristía. Este modo de pedir lo espiritual antes que lo temporal, parecería coincidir con la enseñanza final del Maestro en el Sermón de la Montaña (Mat. VI, 33), según la cual hemos de buscar antes el Reino de Dios, puesto que tenemos la promesa de que todo lo demás, es decir el pan de nuestra subsistencia, nos será dado por añadidura[6].

Lo mismo podemos apreciar en otros dos Salmos que relacionan el temor de Dios con el alimento: el XXXII, 18-19 y XXXIII, 8-11.

5) Sal. CXLVI, 11:

“La complacencia de Yahvé
está en los que le temen,
los que confían en su bondad”.

Sobre lo cual dejamos hablar, una vez más, a Straubinger:

Los que le temen... se fían en su bondad: Como en Sal. CXXIX, 4 vemos aquí que, lejos del miedo que aparta del amor (I Juan IV, 18), se trata de esa admirativa opinión sobre la bondad de Dios (Sal. CXLV, 6 ss. y nota), en lo cual consiste la sabiduría (Sab. I, 1 ss.). En este v., que tanto contrasta con lo precedente y que no nos muestra como ideal lo gigantesco, según solemos creer, sino la infancia espiritual (cf. Sal. CXXX), se nos da una doctrina hondísima y no una vaguedad sentimental (cf. Mat. XVIII, 3 s.). En toda la divina Escritura, junto con el concepto de que Dios es Padre (Sal. CII, 13 s.), el mismo Dios nos revela constantemente la básica importancia que para Él tiene la confianza que ponemos en Él. Sin este conocimiento espiritual de Dios en vano buscaríamos alimentar nuestra fe con especulaciones acerca de una realidad que es eminentemente sobrenatural y está por encima de toda ciencia. Cf. Is. LV, 8 ss.; Sal. XXXII, 22 y nota; Marc. IX, 22; Gal. I, 1 ss., etc.”.


IV.- Atando Cabos.

Todos estos pasajes parecen llevarnos al ya citado Capítulo XI del Apocalipsis.

Será preciso, pues, analizar con algo más de detenimiento los versículos relacionados con este tema:

11. Y después de los tres días y medio, un espíritu de vida de parte de Dios entró en ellos y se pusieron sobre sus pies y un gran temor cayó sobre quienes los contemplaban.
12. Y oyeron una gran voz del cielo diciéndoles: “Subid acá”. Y subieron al cielo en la nube y los contemplaron sus enemigos.
13. Y en aquella hora se produjo un gran terremoto y la décima parte de la ciudad cayó y murieron en el terremoto siete mil nombres de hombres y los restantes quedaron despavoridos y dieron gloria al Dios del cielo.

Y lo mismo en su lugar paralelo en el cap. XIV:

6. Y vi otro ángel volando por medio del cielo, que tenía un Evangelio eterno para evangelizar a los que tienen asiento en la tierra y a toda nación y tribu y lengua y pueblo.
7. Y decía con gran voz: “Temed a Dios y dadle gloria a Él, porque ha llegado la hora de su juicio; postraos ante aquel que hizo el cielo y la tierra, mar y fuentes de aguas”.

Veamos:

Como bien dice el texto, todo esto tiene lugar tres días y medio después que el Anticristo ha tomado Jerusalén y dado muerte a los dos Testigos.

Sin embargo, cabe recordar la orden[7] de Nuestro Señor en el Discurso Parusíaco para aquellos habitantes de la Judea que vean al Anticristo profanando el Templo en Mt. XXIV:

15. Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, de la que habló el profeta Daniel, estando (de pie) en el Lugar Santo -el que lee, entiéndalo-,
16. entonces, los que estén en la Judea, huyan a las montañas;
17. quien se encuentre en la terraza, no baje a recoger las cosas de la casa;
18. quien se encuentre en el campo, no vuelva atrás para tomar su manto.

Como se ve, algunos alcanzarán a huir.

Luego, Nuestro Señor se compadece de un grupo de personas, seguramente porque no va a poder huir:

19 ¡Ay de las que estén encintas y de las que críen en aquellos días!

Y por último, parece hablar también de un grupo que va a huir tarde.

20 Rogad, pues, para que vuestra huida no acontezca en invierno ni en día de sábado.

Y luego da la razón de todo al explicar:

21 Porque habrá entonces, grande tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora ni la habrá más.

Así, pues, tenemos tres grupos acá: por un lado los que huyen a tiempo, por otro los que huyen tarde y por último los que, queriendo, no van a poder huir. Sin embargo el Apocalipsis parece hablar de otro grupo diverso, a saber, de aquel que, pudiendo, no va a querer huir pero que se convertirá al ver la resurrección y asunción de los dos Testigos y escuchar las palabras del ángel.

Este cuarto grupo parece ser el Pusillus Grex[8].

Las palabras del ángel al Pusillus Grextemed a Dios y dadle gloria a Él”, son como un eco de las de Nuestro Señor cuando dice:

No temáis, pequeño rebaño, porque plugo a vuestro Padre daros el reino” (Lc. XII, 32).

Y luego:

Y no temáis a los que matan el cuerpo y que no pueden matar el alma; mas temed a Aquel que puede perder alma y cuerpo en la gehenna” (Mt. X, 28).

Que es como si le dijera: no temáis a Satanás ni a su secuaz el Anticristo, sino sólamente a Dios.

La conversión del Pusillus Grex coincidiría también con lo que Nuestro Señor dice déllos en Mt. V, 19, a saber:

Quien violare uno de estos mandamientos, (aún) los mínimos, y enseñare así a los hombres… etc”.

Y luego repite más adelante en XVIII, 12-14:

“¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se llega a descarriar, ¿no dejará sobre las montañas las noventa y nueve[9], para ir en busca de la que se descarrió? Y si llega a encontrarla, en verdad, os digo, tiene más gozo por ella que por las otras noventa y nueve, que no se descarriaron. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños”. Cfr. Lc. XV, 1 ss.

Y también explicaría esa misteriosa palabra de Nuestro Señor cuando dice que el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que San Juan Bautista, ya que estos “pequeños”, es decir, la “pequeña grey” han de ser muertos por el Anticristo.





[1] Creemos que un estudio más detallado de los textos del AT nos llevaría a conclusiones más que interesantes.

El término “no los temáis” aparece en pasajes tales como Is. XLIV, 8; LI, 12; Jer. X, 1.5.7; Bar. VI, 22.28.64.68. Un rápido repaso por el contexto de esos capítulos nos muestra que siempre se habla de los mismos temas (ídolos, Anticristo, adoración al verdadero Dios, castigo a los gentiles, etc.) y de los mismos últimos tiempos.

a) Is. XLIV, 6-20: vanidad de los ídolos y confusión de los que los adoran. Pasaje muy descriptivo que termina con esta misteriosa frase que parece llevarnos directamente al cap. XIII del Apocalipsis: “¿No es una mentira lo que tengo en la mano derecha?”.

b) Is. LI, 12-15: este “hombre mortal”, “que no es más que heno”, “opresor” ante el cual no hay que temer, parecería ser el Anticristo.
A su vez, en el v. 14 se vuelve a hablar del alimento.

c) Jer. X, 1-25: Vanidad de la idolatría (vv. 1-5); exhortación a no temerlos, sino a Dios, diciendo: “¿Quién no te temerá a Ti, oh Rey de las naciones?” (pasaje citado en Apoc. XV, 3-4); alusión a los vestidos de jacinto y púrpura (cfr. Apoc. XVII, 4 y XVIII, 16), terminando con el castigo escatológico a los gentiles (vv. 10.25).

d) Baruc VI: Vanidad de los ídolos (vv. 1-72); reconocimiento del verdadero Dios por parte de todas las naciones (v. 50) y, una vez más, la “púrpura y escarlata” (v. 69).

[2] Citamos siempre según la numeración de la Vulgata.

Los Salmos CXVII, 2-4 y CXXXIV, 20 utilizan los mismos términos: casa de Israel, casa de Jacob y temerosos de Yahvé.

[3] Les libre des Psaumes, (1936), vol. II, pag. 380 s.

[4] Psalterium ex Hebraeo Latinum, (1939), pag. 291.

[5] Tal vez un análisis más profundo del texto nos muestre algunos resultados interesantes. Retengamos un par de pensamientos sueltos:

1) Las tres primeras peticiones sobre la Venida del Reino (de facto) de Dios se entienden más que nunca si se las sitúa en los tiempos del fin y en boca de la pequeña Iglesia perseguida, y sabiendo que ya ha comenzado la Septuagésima Semana y que “el tiempo está cerca”.

2) La sexta petición “No nos dejes entrar en tentación (πειρασμόν)” parece un eco de la promesa a la Iglesia de Filadelfia (Apoc. III, 10):

Porque has guardado la palabra de la perseverancia mía, Yo también te guardaré de la hora de la prueba (πειρασμοῦ), la que ha de venir sobre todo el mundo habitado, para probar (πειράσαι) a los que habitan sobre la tierra”. Cfr. Jn. XVII, 15.

[6] Y es por eso que en las tres primeras peticiones se pide antes el Reino de Dios.

[7] Y puesto que todo el discurso Parusíaco que traen Mt. y Mc. fue dirigido a la Iglesia, tenemos aquí otra confirmación de que el Pusillus ha de estar formado por miembros de la Iglesia y por lo tanto por gentiles.

Lo mismo dígase de los otros grupos de los que hablamos en esta sección.

[8] Pequeña nota al pie: ¿Quiénes son los que alcanzan a huir, o sea el primero de los grupos mencionados? Si nuestra hipótesis sobre los demás grupos es verdadera entonces nos parece que estas personas son (o por lo menos “forman parte de”) los 144.000 signados del capítulo XIV del Apocalipsis, vale decir, los que no van a aceptar ni la marca de la Bestia ni van a ser muertos por ella, es decir, los “escogidos” sobre los que seguirá luego hablando Nuestro Señor en el Discurso Parusíaco y por amor a los cuales se acortará el reinado de la Bestia.

Nuestra suposición se basa en que a estas personas le caben tres suertes diferentes: o son muertos por el Anticristo más tarde, o terminan aceptando la marca de la Bestia o ninguna de las dos opciones anteriores. Si es lo primero, entonces ¿para qué la huída?, si es lo segundo, se pregunta lo mismo, y con mayor razón aún: ¿para qué les exige la huída? Las palabras de Nuestro Señor parecerían casi una broma de mal gusto. Por lo tanto, no nos quedaría más que una opción y es la tercera, la cual parece coincidir con los signados del cap. XIV.

Como ya lo dijimos AQUI, este grupo sería uno de los tres que ve San Juan en el capítulo XX.

Por su parte, el segundo grupo, es decir, el que queriendo huir no va a poder hacerlo, parecería coincidir con “los grandes” sobre los que hablaremos, contrario sensu, a continuación.

Del tercer grupo ¿será que algunos de ellos aceptarán al Anticristo?

[9] Ver la nota anterior.

¿Cómo no ver en estas noventa y nueve ovejas que el Pastor deja (a salvo) “en las montañas” a los que huyeron “a las montañas” tras ver la Abominación de la Desolación en el Lugar Santo (Mt. XXIV, 16; Mc. XIII, 14)?

Cada día estamos más convencidos que muchos pasajes del Nuevo Testamento tienen un sentido literal crudo aplicable a los últimos tiempos. El ejemplo que acabamos de dar no es ni el único ni el más elocuente.