lunes, 16 de marzo de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo XVII (V de V). Fin

III.- La Tesis escatológica es la síntesis en que se armonizan las dos opuestas tesis anteriores.

Los puntos de visa verdaderos que poseen ambas interpretaciones inadmisibles que acabamos de examinar se armonizan no en una medianía ecléctica y fluctuante, sino en una síntesis superior equilibrada y firme que muestra el porqué de todas sus posiciones.

Es la Tesis escatológica.

Ella funde armoniosamente, sin sacrificar nada del texto, el carácter, esencialmente judío y el aspecto abiertamente mesiánico de las 70 semanas. Los bienes mesiánicos anunciados son el fruto pleno de la Redención en la gloria cristiana de Israel y de Jerusalén; que, en frase de San Pablo, produce en el mundo un revivir de entre los muertos. Las 70 semanas son tiempos judíos y preparatorios a aquella plenitud. Deben necesariamente interrumpirse durante los tiempos de la Evacuación del Ungido y arriendo de la viña a otras gentes. Se reanudarán cuando, convirtiéndose a Cristo, las ramas naturales sean reinjertas en su Olivo propio[1]. Cesa entonces la Evacuación de Israel. Vuelve el Hijo prodigo a la casa paterna... Cesa también entonces el arriendo de la viña a otras gentes. Jerusalén vuelve a ser la Capital religiosa de la humanidad, y corre la última semana.
Semana escatológica en que se atan los cabos de los siglos: siglo presente, tiempo de los gentiles: siglo futuro, era del Emmanuel.
Semana escatológica, la del supremo combate: Guerra destructora. Culto abominable, Magna Tribulación por un lado, y por el otro, formación del Bloque anticristo, estruendosa Victoria de la 4° Bestia "pueblo invasor" de Palestina y Apoteosis de su Jefe.
Semana escatológica que se clausura definitivamente con la tierra del Emmanuel para que allí resplandezca el nuevo Orden del reino de Dios, gloria de Israel[2].


Recordemos nuevamente la grave amonestación de San Pablo.

El Apóstol de las Gentes no quiere que éstas se adueñen de Cristo desordenadamente, como gloria propia y exclusiva de ellas: «No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no presumáis de vosotros mismos. Que el endurecimiento sobrevino en parte a Israel hasta que la masa de las gentes haya entrado. Y así todo Israel será salvo, según está escrito: «vendrá de Sión el Libertador y arrojará lejos de Jacob las impiedades. Y ésta es para ellos la Alianza de parte mía cuando quitare los pecados de ellos.» Alianza Nueva judía, que no es la Alianza de que disfrutamos ahora las Gentes, sino la que inaugurará los futuros tiempos de Jerusalén después de la 70° semana.

No queramos, pues, ser sabios para nosotros solos, al interpretar a favor nuestro las esperanzas y realidades mesiánicas. Seamos también sabios para los judíos, dejándoles el puesto que les corresponde en la elección divina «según la cual son muy amados, a causa de los padres; que los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rom., XI, 24-30).

Hay un modo de judaizar contra el cual no hubiera protestado San Jerónimo. Aquel que, lejos de evacuar a Cristo y plantarse en enemigo de la Cruz, pone, al contrario, a Jesús como único fundamento del edificio y contempla en todo su esplendor los frutos preciosos de esa Cruz: «El Cordero que quita los pecados del mundo», el Ungido Salvador cuya obra por excelencia es «salvar a su pueblo Israel de los pecados de ellos» (Mat. I, 21).

Si quisieran colocarse en esa cumbre de una sabiduría superior que no excluye de los textos ni lo judío ni lo mesiánico, cuando lo judío y lo mesiánico están consubstanciados en ellos, los doctores e intérpretes se librarían más fácilmente de los lazos seductores de la «sabia» y tonta crítica racionalista; no tendrían recelo de abrazarse a los Santos Padres, «graves autoridades y las más antiguas», que sostuvieron el sentido escatológico de la 70° semana; no se esmerarían en eliminar lo más posible del  Antiguo y Nuevo Testamento toda perspectiva escatológica relativa a los sucesos de la 70° semana y caerían por fin en la cuenta de cómo toda la Revelación profética toma su sentido profundo, su vivo relieve y su perfecto equilibrio de su orientación hacia la 70° semana judía[3], con el acabamiento del siglo malo implicado en ella y los resplandores que la siguen del Reino del Emanuel en la tierra purificada.

El motivo de  fondo, no confesado por la mayoría de los intérpretes, pero que en todos se siente, siempre que se trata de las maravillas mesiánicas de las 70 semanas, motivo que los aparta del recto entendimiento de los textos, es el miedo de caer en los fantasmas del quiliasmo, sistema bueno para mentes infantiles, pero indigno de los sabios...» sistema que el jesuita P. Bover calificaba últimamente de «anticatólico», advirtiéndonos que pronto contra él la Iglesia fulminará sus anatemas. (Revista de Estudios Bíblicos, 1931, febrero)[4].

Creemos efectivamente que sobre este punto del "Advenimiento del reino de Dios", pedido cada día por todos los católicos al Padre nuestro, han de librarse, en un porvenir cercano, batallas exegético-teológicas que serán coronadas, renacido Israel en el seno de su Madre, la Iglesia, con una Definición dogmática. Sospechamos que estas batallas en su hora culminante, se identifican con el gran Combate visto en el cielo por S. Juan entre Miguel con sus Ángeles y el Dragón con los suyos...[5] Deseamos al P. Bover largos años de vida para que pueda él también tomar parte en el certamen. Y nos permitimos desearle a él y a todos cuantos entraren en esa lid aquel espíritu de infancia al que está prometida la luz de lo alto: Bendígote, o Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. (Luc. X, 21).

Palabra de la Luz que brilló en el mundo: de los pequeñuelos es el reino de Dios. En verdad os digo: el que no recibe el reino de Dios como un niño no entrará en él. (Marc. X, 14-15).

Venga, pues, la hora predicha por Daniel en que Dios nos conceda más perfecta ciencia de su profecía: "Tú, Daniel, cierra estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos lo recorrerán y se multiplicará su conocimiento. (XII, 4).




[1] Ergo, si el tiempo se detiene, y lo está ahora, al continuar el cómputo en el v. 27 es porque los judíos se convierten recién allí y no en el v. 26. Nos cuesta creer que Caballero Sánchez no vea esto, e incluya, contra toda violencia, los sucesos del v. 26 en la última semana del v. 27.

[2] Citado por Straubinger in Dn. IX, 27.

[3] Excelente. Y no sólo eso, sino que la gran mayoría de las profecías del Antiguo y Nuevo Testamento miran, no a la Primera sino a la Segunda Venida: a lo que la antecede (Septuagésima semana) y a lo que la sigue (Reino Milenario).

[4] Ergo, hasta el año 1931 nunca había sido condenado… A confesión de parte, relevo de pruebas. Lo único que les queda son los decretos del 41 y del 44… pero este último abolió al primero, y en nada contradice a Lacunza, al contrario.

[5] Demasiada imaginación…