miércoles, 24 de diciembre de 2014

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo VII (II de II)

2) Pero, para probar que aquí se trata del término de las siete primeras semanas, y, por lo tanto, de un Mesías típico, el P. Lagrange presenta otro argumento más serio, sacado, como debe serlo, del mismo texto que nos ocupa.

«El plan general de la profecía —dice— no es dudoso: siete semanas, sesenta y dos semanas, una semana: tres períodos distintos que tienen cada uno su término propio, quedando naturalmente para último término el fin de la 70° semana anterior a la grande época subsiguiente descrita en el v. 24[1]. Ahora bien, esa evidente división la constatamos perfectamente realizada según los términos mismos del texto hebreo, tales como los hemos traducido. Crampon y Knabenbauer prefieren corregirlo, siguiendo a la verdad a Teodoción y a la Vulgata, pero con detrimento del sentido; porque, si se compactan los dos primeros períodos diciendo: «hasta un Ungido-Príncipe hay siete y sesenta y dos semanas», se pierde el derecho de asignar un carácter especial a cada período; ni siquiera le queda término al primero; ni menos puede ser colocada en él la reconstrucción de la ciudad, como lo quiere Knabenbauer. Terminándose, pues, el primer período con el Ungido-Príncipe, de quien Esdras y los Paralipómenos nos han dicho que autorizó la construcción del Templo, debe, naturalmente, la construcción de la ciudad abrir el siguiente período de las 62 semanas» (ibíd. 184).

La mayor de ese argumento merece ser puesta en más alto relieve, guardadas las debidas proporciones.
Cierto es que el plan general de la profecía se nos presenta matemáticamente tripartito: 7 semanas, 62 semanas, 1 semana. Luego cada parte tiene por necesidad su término matemático con el expirar de la 7°, de la 69° y de la 70° semana.
Pero, dentro del plan y de los términos matemáticos, caben diferencias históricas. El término matemático de la 70° semana toca, aunque no lo quiera el P. Lagrange, en el orden histórico, con la inauguración de la plenitud mesiánica sobre el pueblo judío (v. 24). El término matemático de la 69° semana toca, también en el orden histórico, con aquel notabilísimo acontecimiento de la extirpación de un Ungido, del que luego trataremos (v. 26)[2]. Pues bien, dados esos antecedentes, ¿será necesario que el término matemático de la 7° semana esté, como los dos otros, señalado por algún hecho histórico notable, por, v. g., la Persona del Ungido-príncipe en el momento culminante de su actuación?
Tal es el problema con toda claridad.

La respuesta aconsejada por la analogía que debe presumirse entre los tres períodos debería ser afirmativa como la da el P. Lagrange si no hubiese en contra razones textuales. Pero, si el texto se muestra contrario a ella, aquella presumida analogía pierde toda su fuerza y hay que sostener la respuesta negativa.

Se impone, desde luego, el examen de la menor del P. Lagrange, donde se pondera el texto: «Esa evidente división la constatamos perfectamente realizada según los términos mismos del texto hebreo, tales como los hemos traducido, aunque lo corrijan Crampon y Knabenbauer..., quienes pierden el derecho de asignar un carácter especial a cada período, de fijar un término al primero y de colocar en él la reconstrucción de la ciudad.»

Recordemos cuál es la traducción adoptada por el P. Lagrange: «Desde la salida de una palabra... hasta un Ungido-Príncipe hay siete semanas; y durante sesenta y dos semanas se volverá a edificar plaza y muro; y esto en la angustia de los tiempos».
La traducción común dice: «...hay siete semanas y sesenta y dos semanas; y se volverá...».
Busquemos ahora cuál es el fundamento textual que invocan los Críticos para sostener el primer sentido. No lo encontramos, porque no existe. Pues la omisión masorética o postmasorética del signo unitivo de puntuación entre «siete» y «sesenta y dos» no afecta de ningún modo al texto hebreo, sino que depende del descuido de la interpretación privada de los puntuadores. Prescindir del juicio privado de éstos no es corregir el texto. Más bien es la Crítica la que se permite corregirlo, al pasar por alto en su traducción la cópula ve de vekibethah et restaurabitur, cópula que necesariamente la molesta... De mucha mayor importancia es el escamoteo de la cópula «et» restaurabitur por los Críticos, que la omisión (si en verdad la hay) de una puntuación deficiente.
Además, si fuera dudosa la lección masorética, ¿cómo atreverse a corregirla en contra de la autoridad unánime de las antiguas versiones griega y latina que sostienen la compactación de los dos primeros períodos hasta el Ungido-Príncipe?
En verdad, no alcanzamos a comprender cómo la Exégesis que se da de crítica se apodera libidinosamente de un detalle accidental y extraño al texto para dar al traste con el texto mismo y con las más graves autoridades en materia textual.
Y ¡si fuesen ciertas las incongruencias que resultan, según el P. Lagrange, de la compactación de los dos primeros períodos de semanas!

a) ¿Se pierde de veras el derecho de asignar un carácter especial a cada período?

De asignarles un carácter simétricamente análogo, definiéndolos a cada uno por hechos que los siguen armónicamente, pase. De asignarles un carácter propio que prescinde de tal presunta simetría, no.
El primer período es definido por su punto inicial y su contenido: "Desde la palabra pala restaurar y reconstruir la ciudad… cosa que se realizará en la angustia de los tiempos». El segundo período es definido por su punto terminal, al cual llega compactado con el primero: «hasta  un Ungido-Príncipe..., punto que está en conexión con el fenómeno del Ungido extirpado del que se habla en el versículo siguiente. El tercer periodo es definido abundantemente a la vez por su contenido, semana escatológica, y por su término, que se abre sobre la plenitud mesiánica de Israel.

b) ¿No habría término para el primer período dentro del cual menos aún podría colocarse la reconstrucción de Jerusalén?

No tiene el primer periodo un acabamiento histórico semejante al de los dos siguientes, es cierto. Forma bloque con el segundo[3], sin solución de continuidad y sin adquirir cualidades posteriores distintivas de esencia. Pero sí tiene su término propio histórico, según su carácter especial de período restaurador incorporado en la obra de Nehemías. Lo veremos después de un momento.
No podría colocarse en este primer período la reconstrucción de la ciudad «in angustiis temporum», si antes no se hubiese dicho que este tiempo principia con la palabra divina restauradora de Jerusalén, es cierto; pero, como acaba do decirse precisamente eso, no sólo puede, sino que debe colocarse desde el principio del primer período la obra re-constructora «de la ciudad, plaza y muro en la angustia de los tiempos».
Lo incongruente y hasta ridículo es imaginar que «durante sesenta y dos semanas la ciudad será reconstruida… Porque, ¿acaso ha de durar tanto esa obra? ¿Acaso todas esas semanas podrían ser calificadas como angustia de los tiempos?  ¿Acaso la palabra proferida por Dios para la restauración de la ciudad, debía quedar ociosa durante las siete primeras semanas? Una palabra que sale de Dios para la reconstrucción de Jerusalén es un hecho histórico que entraña, como en germen de virtud incontrastable la resurrección de la ciudad santa. Es inconcebible que una palabra salida de Dios con Jeremías o con Ciro quede durante un centenar de años no sólo ociosa sino vencida por los enemigos de Israel.
Es, pues, necesario concluir que la única traducción racional y ajustada al texto de nuestro versículo 25 es la que compacta los dos primeros períodos de semanas en orden al Ungido-Príncipe.

Y así se comprende claramente la característica del primer período, era de restauración judaica, en relación con el segundo, simple continuación del Judaísmo restablecido.
Pues no es ciertamente por cabalística «gematría» de números, ni por caprichoso gusto del simbolismo septenario, por lo que estos períodos están divididos en 7 y 62 semanas. Sino porque las siete primeras semanas corresponden históricamente a la reedificación de Jerusalén, plaza  y muro «in angustiis temporum», entrelazada esencialmente con la reorganización cívico-religiosa llevada a cabo por Nehemías en varias importantísimas intervenciones a lo largo de su vida.

El más autorizado comentario de la angustia con que fuera reedificado el muro de Jerusalén lo escribió el mismo Nehemías en sus Memorias.
Habiendo relatado los desprecios y escarnios que los jefes palestinenses lanzaban contra los débiles judíos, al verlos emprender en una obra superior a sus fuerzas, Nehemías prosigue:

«Edificamos el muro y toda la muralla fué reparada en derredor hasta media altura, pues el pueblo tuvo ánimo para el trabajo. Mas sucedió que Sanballat y Tobías y los Arabes y los Ammonitas y los de Asdod, habiendo sabido que los muros de Jerusalén estaban en reparación y que los portillos comenzaban a cerrarse, se encolerizaron mucho y conspiraron todos a una para venir a combatir a Jerusalén y a hacerle daño. Oramos entonces a nuestro Dios y contra ellos pusimos guardia de día y de noche. Y Judá, desanimado, decía: «las fuerzas de los acarreadores se han debilitado y el escombro es mucho. No podremos edificar el muro.» Y nuestros enemigos decían: «No conocerán nuestra celada ni nos verán hasta que entremos en medio de ellos. Los mataremos y haremos cesar la obra». Sucedió, sin embargo, que viniendo los Judíos que habitaban entre ellos, nos dieran aviso diez veces de todos los lugares de donde ellos venían contra nosotros. Entonces, detrás del muro donde más pequeño era y en las partes sobresalientes, puse al pueblo por familias, con sus espadas, con sus lanzas y arcos. Luego pasé revista y me levanté y dije a los principales y a los magistrados[4] y al resto del pueblo: «No temáis delante de ellos. Acordaos del Señor grande y terrible, y pelead por vuestros hermanos, por vuestros hijos y por vuestras hijas, por vuestras mujeres y por vuestras casas.» Y cuando supieron nuestros enemigos que estábamos sobre aviso, habiendo Dios disipado su proyecto, volvimos todos al muro, cada uno a su obra. Pero desde aquel día, la mitad de los mancebos trabajaba en la obra y la otra mitad se ponía en pie de guerra con lanzas y escudos y arcos y corazas; y los príncipes estaban sobre toda la casa de Judá. Los que edificaban en el muro y los que llevaban cargas y los que cargaban, con una mano trabajaban en la obra y con la otra tenían la espada. Porque los que edificaban, cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos y así edificaban. Y el que tocaba la trompeta estaba junto a mí. Y dije a los principales y a los magistrados y al resto del pueblo: «La obra es grande y larga y nosotros estamos dispersos sobre el muro, lejos los unos de los otros. En el lugar donde oyereis la voz de la trompeta, reuníos allí a nosotros. Nuestro Dios peleará por nosotros.» Nosotros, pues, trabajamos en la obra y la mitad de los hombres tenían lanzas desde la subida del alba hasta salir las estrellas. También, dije entonces al pueblo: «Cada uno con su paje se quede dentro de Jerusalén y hágannos de noche centinela y de día a la obra.» Y ni yo, ni mis hermanos, ni mis mozos, ni la gente de guardia que me seguía, desnudamos nuestro vestido; nadie se lo quitaba más que para lavarse» (II Esd., IV, 6-23).

A tales angustias y sobresaltos añadiéronse intrigas y conjuraciones de falsos profetas para matar a Nehemías (II Esd., VI). Con todo, el muro fué terminado en 52 días. «Era la ciudad espaciosa y grande, pero poco pueblo dentro de ella y no había casas reedificadas» (II Esd., VII, 4). Para señalar a los pobladores de Jerusalén sus respectivos solares, hizo Nehemías nuevo empadronamiento del pueblo, lista que fué añadida a los catálogos zorobabélicos  (II Esd., VII; XI-XII), y completada más tarde con algunos nombres. Pasada la gran fiesta de la Dedicación del muro y nombrados los pobladores de Jerusalén, todavía duraron necesariamente largos años los trabajos de la reconstrucción de las casas y plazas, y Nehemías debió entregarse de lleno a la tarea no menos ardua de la reorganización  de la vida pública.
Nehemías consagró su vida a la restauración de Jerusalén y de la nacionalidad judía. No sólo levantó las ruinas materiales de la Ciudad y sus fortificaciones, sino que le infundió nuevo espíritu con la ayuda de Esdras purificando la atmósfera viciada de paganismo en que había degenerado el pueblo y el sacerdocio, cortando abusos, renovando las antiguas observancias y propinando, a todos el licor fortificante de la palabra de Dios contenida en los libros santos recoleccionados.
Nehemías alcanzó a una vejez gloriosa y prolongada, refiere Josefo, dividiendo sus cuidados entre Susa y Jerusalén. Si para firmar el pacto religioso de Esdras, en Tischri de 466, el joven Tirsatha Nehemías tenía una veintena de años, para la magna obra de la resurrección de Jerusalén y para su primer gobierno de doce años, estuvo en toda la pujanza de sus fuerzas (453-441), y todavía pudo intervenir repetidas veces para consolidar y perfeccionar su obra. A su muerte, pasados los ochenta años, dejó, con el expirar de la 7° semana (404)[5], bien establecida la nueva forma de Judaísmo postexiliano, con el sanhedrín a la cabeza, forma que perdurará durante las 62 semanas siguientes, bajo las vicisitudes de la política general persa, greco-asiria y romana. Gracias a Nehemías, el Judaísmo, nutrido de su espíritu por espacio de siete semanas, vivirá pujante durante las 62 semanas posteriores, resistiendo a las influencias perniciosas del ambiente pagano y a los terribles golpes de aquel remedo del Anticristo, Antíoco Epífanes, que lo persiguió de muerte.

He aquí la característica del primer período daniélico y la razón de ser de su distinción de con el  siguiente, así como de su compactación con él, para desembocar en un personaje de trascendental importancia en la historia de Israel, el Ungido-Jefe que corona con su vida la Semana 69.




[1] Creemos que la división no es tri sino cuatripartita como ya lo dejamos dicho AQUI y que la traducción de este versículo es:

Desde la salida de la orden para restaurar Jerusalén ------- hasta el Ungido rey
7 Semanas                                                           -------  y 62 Semanas
y en tiempos de angustias será ella reedificada, etc.

Y así encontramos la razón de ser de las primeras 7 Semanas.

[2] No. La Semana 69° termina con el Ungido-Príncipe. El texto es más que claro. La extirpación del Ungido tiene lugar después de la 69° Semana.

[3] En toda esta disertación no nos parece muy claro el autor (o acaso no lo entendemos bien). Según nuestra opinión las siete primeras Semanas tienen un término y propósito determinado: la reconstrucción de la Ciudad. A estas primeras 7 Semanas hay que agregarle las otras 62 que culminan con la Venida del Cristo-Rey y si forman grupo entre sí, se debe a que no hay intervalo entre ellas, nada más.
Si es esto lo que dice el autor, pues entonces estamos de acuerdo.

[4] En el original "Nobles y Príncipes". Lo mismo en los demás pasajes.

[5] 397 o 398 según nuestros cálculos. La misma fecha del edicto de Esd. VII si es que la misma se atribuye a Artajerjes II.