lunes, 22 de octubre de 2012

Prólogo del traductor de las "Cartas a su novia" de León Bloy



León Bloy y Juana Molbech, la mujer llamada a compartir su vida, se vieron por primera vez el 19 de agosto de 1889. Volvía él del entierro de su gran amigo Villiers de l'Isle-Adam, muerto el día anterior. Tan agobiado; tan sombrío parecía aquel hombre, que Juana quedó hondamente impresionada. Al día siguiente volvieron a encontrarse, esta vez en casa de la familia Coppée, de la que ambos eran amigos. Fueron presentados y hablaron, él con interés y ella sin saber qué pensar de aquel extraño desconocido. “¿Quién es este hombre?", preguntó Juana a su amiga Annette Coppée cuando quedaron solas. “Un mendigo”, respondió ésta. “Tuve el presentimiento de una enorme injusticia —escribía Juana treinta años más tarde— y mi corazón voló de inmediato hacia ese hombre, a quien se entregaba así, indefenso, a una recién llegada".
En efecto, Juana, hija del poeta danés Christian Molbech, y danesa ella misma, había llegado poco antes a París, donde la familia Coppée le daba hospitalidad.
Fué allí donde tuvieron ocasión, días después, de hablar por primera vez a solas. “Me senté cerca de él —dice Juana en el prólogo de la edición francesa de estas cartas— y comenzó el inolvidable coloquio, casi un monólogo, durante el cual ese hombre, extraordinariamente candoroso, entregó los secretos de su vida a una pobre muchacha que no atinaba sino a escucharlo, pero cuyo corazón iba hacia él en un impulso irresistible, aunque demasiado tímido en su expresión. Antes de separarnos, me atreví a preguntarle: ¿Cómo es posible que usted, un hombre superior, sea católico?” —“Acaso por eso mismo”, me respondió. Yo callé, comprendiendo mi ignorancia.
Y termina el prólogo con estas palabras: “Me besó la mano y nos separamos. Al día siguiente recibí la primera carta de León Bloy".

J. M.