miércoles, 17 de octubre de 2012

La Mujer Eterna, Cap. III, Sexta Parte

Nota del Blog: con esta presentación terminamos este bello libro.



Otra vez nos sale al encuentro una obra literaria extraordinaria: “La Anunciación a María”, de Paul Claudel, presenta con profundidad casi atemorizadora el verdadero significado de la mujer en la Iglesia.
Toda la obra de Claudel se distingue de la literatura contemporánea, incluso de casi toda la de los últimos siglos, en que no está determinada por ideas religiosas cristianas generales, sino por el Dogma. En esta determinación consiste su característica elevación, pero por cierto, también su infinito aislamiento. “La Anunciación a María”, en el símbolo de la resurrección del hijo muerto de Mara por la leprosa Violaine, representa el nacimiento de la vida que surge de la suprema profundidad de lo religioso. Violaine, “el vaso quebrado”, es recompensada con este nacimiento después de haber ofrecido a Dios el fiat de toda su vida, tomando sobre sí la terrible enfermedad, objeto de general repulsión. En la obra de Claudel el hombre es el que realmente actúa en la Iglesia. “Yo te doy gracias, Dios mío —dice el arquitecto Pierre de Craon— por haberme creado padre de iglesias”. Pues, “el hombre es sacerdote, pero a la mujer le fué dado el sacrificio”. Aquí el misterio de la maternidad religiosa roza el misterio sacerdotal de la transubstanciación. El milagro de Violaine queda primeramente oculto, pero lo transforma todo; los oscuros ojos del niño resucitado se vuelven claros como eran los ojos de Violaine antes de su enfermedad; pero Mara, la altiva egoísta, cuyo niño tenía los ojos oscuros, encuentra perdón y consuelo por ser la hermana de Violaine. Las almas se han transformado; el milagro de Violaine tiene lugar en la noche de Navidad.
El contacto con la Iglesia implica siempre y en todas partes participación en la universalidad. Al pie de la cruz, donde María fué convertida en Madre de todos los cristianos, no se halla sólo toda mujer que ha ofrecido su hijo a Dios, sino también aquella mujer que ha ofrecido a Dios el deseo o la esperanza de un hijo propio, o que ha consentido en ofrecérselo. La madre del Cristo naciente en las almas es la madre que junta las manos al hijo de su carne para la primera oración; pero es también la religiosa que ayuda amorosamente a sus hijas espirituales a elevarse en la vida religiosa. Es Mónica, la gran Santa de las madres, la que dio por segunda vez la vida a su hijo por medio de la oración, la que transformó a Agustín en San Agustín. Pero es también la Santa virgen Catalina de Siena que fué la dolcissima mamma de su hijo espiritual, y es también la mujer solitaria en el lecho de un hospital que sólo puede mecer en su alma al Cristo naciente.
El contacto con la Iglesia —como decíamos— implica siempre universalidad. Aquí, en la esfera religiosa, la mater realmente se convierte en la forma de vida de la mujer. El carácter absoluto que la Iglesia da a la mater significa que esta forma universal —precisa-mente por ser universal— incluye a la virgo. En la cima de la misión religiosa de la mujer, el final retorna al principio; sobre la mujer intemporal aparece la imagen de la Mujer Eterna; la idea religiosa de madre que tiene la Iglesia está ligada indisolublemente a la que es mater siendo virgo, y virgo siendo mater.
Aquí se pone de manifiesto otra vez la importancia del dogma para la vida de cada mujer. Decir forma universal significa decir misión universal. La oración del Rosario representa para la mujer que reza la orientación de su propia vida hacia la vida de María. El Rosario como gran oración de madre a la Madre, introduce cada uno de los misterios maternales de María con la salutación a la Virgen; pero a cada salutación a la Virgen sigue la consideración de un misterio maternal. El Rosario oscila del misterio mater al de virgo y también retorna al de mater. La inefable impresión de la Pietà de Miguel Ángel se basa en la penetración religiosa de ambos misterios, siguiendo la dirección del Rosario doloroso. En la conmovedora juventud de María, que en su supremo dolor retorna el Hijo muerto a Dios, aparece otra vez la delicada Virgen del fiat mihi. La recíproca penetración de ambos misterios en el sentido del Rosario gozoso, la penetración religiosa del misterio virginal en el maternal, está representada en el cuadro de Tiépolo en el que Santa Rosa de Lima recibe de la Madonna al Niño Jesús.
Ahora se hace posible una visión conjunta de la imagen cristiana de la mujer.
La mujer cristiana no es la mujer sencillamente, sino que es la mujer que se halla dentro de las leyes establecidas por Dios para su vida de la que cada una tiene una plena realización independiente, pero que también implica un vínculo con la imagen genuina común. En toda vida de mujer se trata primeramente del despliegue de esta imagen, para que pueda realizarse parcialmente como virgo o mater. Pero en definitiva se trata de la recomposición de la Imagen Eterna. La virgen debe acoger la idea de la maternidad espiritual como la madre debe retornar a la virginidad espiritual. La salvación de la vida de una mujer, así como el vencimiento de la tragedia de la virgen y de la madre dependen del éxito de esta penetración recíproca. Pero esto no quiere decir otra cosa sino que la salvación para toda mujer está indisolublemente ligada tanto a la imagen de María como a la misión de María. La composición consciente de la Imagen Eterna sólo es posible a la mujer en la actitud de la ancilla Domini, en la permanente disposición a la voluntad de Dios. La involuntaria confirmación de este sentido y de esta exigencia absoluta de la Imagen Eterna alcanza hasta el mundo profano; aun incluso fuera de la ley cristiana, si la mujer encuentra su equilibrio en la vida, el vencimiento de su tragedia virginal o maternal sólo podrá tener lugar cuando se ha aproximado inconscientemente a la composición de la Imagen Eterna.
Pero María no significa sólo la salvación de la mujer, sino la salvación por medio de la mujer. Si en la vida de cada mujer se trata de componer la Imagen Eterna, en el mundo se trata de su instauración. La enfermedad de Violaine en la obra de Claudel se relaciona con el pecado original —“Oh, Violaine, mujer por quien vino la tentación”, dice Pierre de Craon—, pero también está relacionada con el pecado de la época. Por toda la obra fluye el ambiente apocalíptico de nuestros propios días, pero reflejado en los finales de la Edad Media, cuyo desorden caótico era similar, sino igual, al nuestro. La resurrección del niño muerto lo transforma todo en las almas, y partiendo de las almas transforma el mundo. La noche de Navidad, en la que se realiza el milagro de Violaine, es también la noche de la renovación del orden terrestre. El rey que va a poner un final al estado caótico del país es llevado a la coronación por Santa Juana, la hermana espiritual de Violaine; el nacimiento que surge de la profundidad de la vida religiosa es el renacimiento de la vida por eso nuestros antepasados no sólo colocaron la imagen de María en sus iglesias, sino también en sus casas, sus ayuntamientos y sus mercados.
De Violaine, como de Santa Juana, puede decirse lo que Pierre de Craon dice de la mártir Justitia: “Justitia fué sólo una humilde jovencita hasta que Dios la llamó a hacer confesión”. Las dos salen de la oscuridad y vuelven a ella. Violaine abre la puerta a Pierre de Craon y éste sigue su camino por el mundo de las grandes empresas, pero ella misma desaparece bajo el velo de la leprosa como Juana bajo el de la hoguera. La catedral, a cuyas bóvedas imponentes “sirven de fundamento los delicados restos mortales de Justitia”, es construída por el “padre de iglesias”, pero la obra de Juana la terminan los hombres de su pueblo; también Juana sólo les ha abierto la puerta. La salvación que la mujer trae siempre es rebasada; su cumplimiento e implantación en el mundo es misión del hombre.
Otra vez aparece la última de las tres grandes formas de la vida femenina para introducirnos en la Imagen Eterna que refleja. María como virgo-mater es también sponsa del Espíritu. De nuevo convergen las grandes líneas de la vida de la mujer. Violaine, siendo virgo representa la imagen de la mater y al mismo tiempo se encuentra en el doble aspecto de la sponsa cristiana. Es el hijo del hombre amado que le fué destinado para esposo el que ella vuelve a la vida, pero lo hace como sponsa Christi. La cultura, para ser renovada, espera que el rostro de la mujer, la “otra mitad” de la realidad, se haga visible frente al hombre creador; igualmente la salvación del mundo depende que se haga visible la línea de María frente al hombre. La Anunciación a María es en el fondo la anunciación a toda criatura. La sponsa que a los ojos del hombre representa a la virgo y a la mater, también representa ante él a la virgo-mater, representa la idea mariana en la vida y la obra del hombre y la representa porque es la mitad de la realidad.
Para concluir, la misión de la mujer va más allá de la mujer hasta el misterio del mundo. La Anunciación a María es la anunciación a toda criatura, pero a la criatura representada por María. La restauración de la Imagen Eterna, que es misión mariana de la mujer, se cumple en el papel representativo de María como representante de la criatura. María responde de sus hijas y sus hijas responden de Ella. El rasgo apocalíptico de nuestros días se desvía hacia el ambiente de Adviento en la obra de Claudel. Será Adviento hasta la venida del Señor el día del Juicio Final. Pero antes de la plenitud de Cristo tendremos siempre la Anunciación a María. A la manifestación precede la oscuridad, a la Redención precede la humildad de la disposición, al resplandor de las alturas precede el Sí de la criatura.