viernes, 14 de julio de 2023

Orgulloso de ser romano, por John Daly (IV de XI)

 5. Los católicos conciliares y la Fidelidad a Roma 

Todos sabemos que, en nuestros días, pocos de los que se dicen católicos respetan estos deberes. Consideremos en primer lugar el caso de aquellos que han sido arrastrados por la revolución del Vaticano II, para quienes el concilio, la nueva liturgia y los pastores que los imponen gozan de un reconocimiento sin reservas. ¿Respetan los deberes eclesiales católicos de fe, comunión, obediencia y romanidad?

Creencia: Incluso entre los fieles que se identifican como católicos, un gran número niega verdades elementales del Credo Romano como la existencia del Infierno, la Resurrección corporal de Cristo, la transubstanciación, la demostración de la existencia de Dios o la indisolubilidad del matrimonio sacramental, mientras que las enseñanzas morales como la pecaminosidad intrínseca de la anticoncepción son ignoradas tanto en la teoría como en la práctica. 

Comunión: El concepto de comunión eclesiástica como vínculo que une a los católicos y excluye a todos los demás bautizados (cismáticos, herejes, apóstatas, etc.) como no-miembros de la Iglesia ha dado paso a gran escala a una noción en la que la hermandad religiosa es co-extensiva con la hermandad de la raza humana ("solidaridad") y la comunión es un asunto de múltiples capas, como una cebolla. No es de extrañar, pues la propia Iglesia conciliar ha corrompido gravemente el principio de comunión eclesial. Desde que Pablo VI invitó al laico herético conocido como Arzobispo de Canterbury a "bendecir" a las multitudes en marzo de 1966[1], hasta que Juan Pablo II se hizo "bendecir" por una pandilla de rabinos en el Vaticano[2] y hasta que Francisco Bergoglio se alegró de la intercomunión de facto con los anglicanos practicada en Argentina y fomentó la intercomunión desde su elección[3], está claro que esta organización no es, para sus dirigentes, un cuerpo divinamente animado que actúa en unión espiritual para la gloria de Dios, sino una empresa global que evita concienzudamente las tendencias monopólicas y está siempre dispuesta a negociar acuerdos con rivales fuertes y a subcontratar partes de sus actividades a otras corporaciones. 

Obediencia: La actitud hacia quienes son reconocidos como Papa u obispos es similar a la que se adopta hacia los políticos o superiores de una empresa. El reconocimiento es meramente nominal: el respeto ha desaparecido[4] y la contestación se ha convertido en algo normal. Ni siquiera se espera que los hijos obedezcan a sus padres. Lo que queda, en las ruinas postconciliares, de nuestras leyes de ayuno y abstinencia, de las fiestas de precepto, del ayuno para la comunión y otras leyes son tratadas como consejos de perfección más que como deberes graves. 

Romanidad: En cuanto al amor y devoción hacia la Iglesia de Roma, no se encuentra nada que se le parezca, salvo la falsificación sentimental que convence a algunos devotos del pseudo-catolicismo postconciliar de que es un acto de fidelidad a la sede de Pedro adornar sus repisas con estatuas de yeso de su actual ocupante putativo.

 

6. "¿Más romano que tú?" 

Pero quienes pueden reconocerse en la descripción anterior difícilmente pueden pretender ser católicos leales y fieles. Lo que despierta consternación es ver la pérdida de todo espíritu de romanidad y, por lo tanto, la violación de los deberes anteriores por parte de muchos de los que se consideran católicos fieles a la tradición.

La enormidad que clama al cielo es que los máximos responsables de estas violaciones no sólo se empeñan en justificarlas como lícitas, tradicionales y católicas, sino que en muchos casos incluso hacen alarde de una pretendida romanidad y acusan a quienes más concienzudamente respetan estos deberes de ser insuficientemente fieles a Roma. Si la hipocresía en general se encapsula en la expresión "más santo que tú", podemos expresar esta especie particular de hipocresía en la jactancia de ser "más romano que tú", simbolizando la actitud de los católicos tradicionales que reclaman fidelidad a Roma mientras fallan en cada ejercicio mensurable de este deber.

Aquí en Francia, el culpable más visible es probablemente el joven historiador francés Jacques-Régis du Cray, director de la tendenciosa película Marcel Lefebvre - un Obispo en la tormenta. Sería ocioso repetir ejemplos tomados de su sitio web ACÁ y sus contribuciones a Fideliter, el Forum Catholique y muchas otras fuentes, a menudo bajo pseudónimos como Ennemond o Côme de Prévigny. Aunque el Sr. du Cray no tiene estatus oficial como representante de la Sociedad San Pío X en el mundo francófono, en la práctica actúa como si lo tuviera, y nunca ha sido desautorizado por Menzingen, ya que, en primer lugar, nunca fue reconocido. Como miembro del secreto pero influyente grupo de reflexión GREC[5], que reúne a creadores de opinión tradicionalistas y modernistas, es un enérgico defensor del "proceso de paz" entre la SSPX y los actuales ocupantes del Vaticano.

Otro del mismo riñón es el P. Michel Simoulin, durante mucho tiempo superior de la SSPX en Italia[6]. Se trata de hombres para quienes el concepto de romanidad es un argumento abrumador para negociar términos de reconocimiento por parte de aquellos de quienes su fundador y superior había dicho: 

"Estando la cátedra de Pedro y los puestos de autoridad en Roma ocupados por anticristos, la destrucción del Reino de Nuestro Señor continúa rápidamente incluso dentro de su Cuerpo Místico aquí abajo, especialmente por la corrupción de la santa Misa. Esto es lo que ha hecho caer sobre nosotros la persecución de la Roma anticristo"[7]. 

También es a sus ojos un argumento abrumador contra el sedevacantismo. Sostienen que el sedevacantista se ha separado de Roma y, por lo tanto, ha perdido toda pretensión de ser romano en la fe, comunión o espíritu. Surge inevitablemente la pregunta: ¿viola el sedevacantismo el deber de romanidad?



 [1] En esta ocasión, Pablo VI donó su anillo episcopal personal al "arzobispo" Ramsey, a pesar de saber que la Iglesia Católica considera inválidas las órdenes anglicanas

[2] 18 de enero de 2005. 

[3] 15 de noviembre de 2015 y 1 de julio de 2016. 

[4] ¡Cómo no iba a ser así! 

[5] “Groupe de Réflexion Entre Catholiques”. 

[6] Cf. Le Seignadou, marzo de 2015, y otros artículos que se remontan a varios años atrás. 

[7] Mons. Lefebvre, carta del 29 de agosto de 1987 a los cuatro futuros obispos.