lunes, 15 de octubre de 2018

El contenido de la predicación de Elías (II de IV)


Es importante destacar que la predicación del Evangelio recibe en el N.T. diversos nombres:

A veces es llamada palabra del reino (Mt. XIII, 19) o simplemente palabra (Mt. XIII, 20-23; Mc. II, 22; IV, 14-20.33; VIII, 38; XVI, 20; Lc. I, 4; IV, 32; VII, 47; VIII, 12-13.15; IX, 26; XXIV, 19; Jn. IV, 41; V, 24.38; VIII, 31.37.43.51-52.55; XII, 48; XIV, 23-24; XV, 3.20; XVII, 6.14.17.20; Hech. II, 22.40-41; IV, 4.29; VIII, 4.14.25; X, 36; XI, 19; XIII, 26; XIV, 25; XVI, 6; XVII, 11; XVIII, 5; XX, 2.7; I Cor. I, 5; XV, 2; II Cor. I, 18; Gal. VI, 6; Col. IV, 3; I Tes. I, 5-6; I Tim. IV, 6; V, 17; VI, 3; II Tim. I, 13; IV, 2.15; Tit. I, 3; Heb. IV, 2; VI, 1; Sant. I, 21-23; I Jn. I, 10; II, 5.7); palabra de Dios (Lc. V, 1; VIII, 11.21; XI, 28; Hech. IV, 31; VI, 2.7; XI, 1; XII, 24; XIII, 5.7.44.46.48-49; XVII, 13; XVIII, 11; I Cor. XIV, 36; II Cor. II, 17; IV, 2; Fil. I, 14; Col. I, 25; I Tes. II, 13; II Tim. II, 9; Tit. II, 5; Heb. XIII, 7; I Ped. I, 23; II, 8; III, 1; I Jn. II, 14); las personas encargadas, son llamadas ministros de la palabra (Lc. I, 2; Hech. VI, 4); palabra de su gracia (Hech. XIV, 3; XX, 32); palabra del Evangelio (Hech. XV, 7); palabra del Señor (Hech. XV, 35-36; XVI, 32; XIX, 10.20; I Tes. I, 8; IV, 15; II Tes. III, 1); palabra de la Cruz (I Cor. I, 18); palabras del Espíritu Santo (I Cor. II, 13); palabra de la verdad (Ef. I, 13; II Tim. II, 15; Sant. I, 18); palabra de vida (Fil. II, 16; Ver I Jn. I, 1); palabra de la verdad del Evangelio (Col. I, 5); palabra de Cristo (Fil. III, 16); palabra fiel (Tit. I, 9; III, 8); palabra de justicia (Heb. V, 13); palabra profética (II Ped. I, 19); camino (Hech. XXII, 4; XXIV, 22); caminos del Señor (Hech. XIII, 10; XVIII, 25); camino de salvación (Hech. XVI, 17); caminos en Cristo (I Cor. IV, 17).

Hemos dejado adrede las referencias del Apocalipsis para más adelante.

Un simple repaso por algunas de todas estas citas servirá para ejemplificar nuestra afirmación:

Mt. XIII, 18-23: “Vosotros, pues, escuchad (el significado de) la parábola del que siembra: De todo el que oye la palabra del reino y no entiende, viene el Maligno y arrebata lo que sembrado en su corazón; éste es el junto al camino sembrado. Pero el sobre los pedregales sembrado, éste es el que la palabra oye e inmediatamente con alegría la recibe; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que temporal es; pero al llegar tribulación o persecución por la palabra, inmediatamente se escandaliza. Y el sobre las espinas sembrado, éste es el que la palabra oye y el cuidado del siglo y el engaño de la riqueza sofoca la palabra e infructuosa se hace. Y el sobre la hermosa tierra sembrado, éste es el que la palabra oye y entiende; el que fructifica y da: quien a ciento; quien a sesenta; quien a treinta"[1].

Hech. II, 37-41: “Al oír esto ellos se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: “Varones, hermanos, ¿qué es lo que hemos de hacer?”. Respondióles Pedro: “Arrepentíos, dijo, y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Pues para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, cuantos llamare el Señor Dios nuestro”. Con otras muchas palabras dio testimonio, y los exhortaba diciendo: “Salvaos de esta generación perversa”. Aquellos, pues, que aceptaron su palabra[2], fueron bautizados y se agregaron en aquel día cerca de tres mil almas”.

Hech. VI, 1-7: “En aquellos días al crecer el número de los discípulos, se produjo una queja de los griegos contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en el suministro cotidiano. Por lo cual los doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: “No es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas. Elegid, pues, oh hermanos, de entre vosotros a siete varones de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, a los cuales entreguemos este cargo. Nosotros, empero, perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra”. Agradó esta proposición a toda la asamblea, y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. A éstos los presentaron a los apóstoles, los cuales, habiendo hecho oración, les impusieron las manos. Mientras tanto la palabra de Dios iba creciendo, y aumentaba sobremanera el número de los discípulos en Jerusalén. También muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”.


Hech. VIII, 4.14: “Los dispersos andaban de un lugar a otro predicando la palabra… Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios les enviaron a Pedro y a Juan…”.

Hech. XIII, 44-49: “El sábado siguiente casi toda la ciudad se reunió para oír la palabra de Dios. Pero viendo los judíos las multitudes, se llenaron de celos y blasfemando contradecían a lo que Pablo predicaba. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda franqueza: “Era necesario que la palabra de Dios fuese anunciada primeramente a vosotros; después que vosotros la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, he aquí que nos dirigimos a los gentiles. Pues así nos ha mandado el Señor: “Yo te puse por lumbrera de las naciones a fin de que seas para salvación hasta los términos de la tierra”. Al oír esto se alegraban los gentiles y glorificaban la palabra del Señor. Y creyeron todos cuantos estaban ordenados para vida eterna. Y la palabra del Señor se esparcía por toda aquella región.”

Col. I, 4-6: “Hemos oído de vuestra fe en Cristo Jesús y de la caridad que tenéis hacia todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos y de la cual habéis oído antes por la palabra de la verdad del Evangelio, que ha llegado hasta vosotros, y que también en todo el mundo está fructificando y creciendo como lo está entre vosotros desde el día en que oísteis y (así) conocisteis en verdad la gracia de Dios…”.

Col. IV, 3: “… orando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra una puerta para la palabra, a fin de anunciar el misterio de Cristo, por el cual me hallo preso…”.

I Cor. XV, 1-2: “Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué y que aceptasteis, y en el cual perseveráis, y por el cual os salváis, con la palabra que os lo anuncié, a menos que hayáis creído en vano”.

I Tes. I, 5-8: “Pues nuestro Evangelio llegó a vosotros no solamente en palabras, sino también en poder, y en el Espíritu Santo, y con toda plenitud, y así bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor vuestro. Vosotros os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de grande tribulación con gozo del Espíritu Santo; de modo que llegasteis a ser un ejemplo para todos los fieles de Macedonia y de Acaya. Así es que desde vosotros ha repercutido la Palabra del Señor, no sólo por Macedonia y Acaya, sino que en todo lugar la fe vuestra, que es para con Dios, se ha divulgado de tal manera…”.

Sant. I, 18-23: “De su propia voluntad Él nos engendró por la palabra de la verdad, para que seamos como primicias de sus creaturas. Vivir la palabra. Ya lo sabéis, queridos hermanos. Mas todo hombre ha de estar pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque ira de hombre no obra justicia de Dios. Por lo cual, deshaciéndoos de toda mancha y resto de malicia, recibid en suavidad la palabra ingerida (en vosotros) que tiene el poder de salvar vuestras almas. Pero haceos ejecutores de la palabra, y no oidores solamente, engañándoos a vosotros mismos. Pues si uno oye la palabra y no la practica, ese tal es semejante a un hombre que mira en un espejo los rasgos de su rostro”.

Estos ejemplos son más que suficiente para nuestro propósito, pero antes de pasar al Apocalipsis, nos parece oportuno ir más atrás e indagar el contenido de la prédica de Jesús y del Bautista.

Mt. III, 1-12: “En aquel tiempo apareció Juan el Bautista, predicando en el desierto de Judea, y decía: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos esta cerca”. Este es de quien habló el profeta Isaías cuando dijo: “Voz de uno que dama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”. Juan tenía un vestido de pelos de camello, y un cinto de piel alrededor de su cintura; su comida eran langostas y miel silvestre. Entonces salía hacia él Jerusalén y toda la Judea y toda la región del Jordán, y se hacían bautizar por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Mas viendo a muchos fariseos y saduceos venir a su bautismo, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que viene? Producid, pues, frutos propios del arrepentimiento. Y no creáis que podéis decir dentro de vosotros: “Tenemos por padre a Abrahán”; porque yo os digo: “Puede Dios de estas piedras hacer que nazcan hijos a Abrahán”. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo, por mi parte, os bautizo con agua para el arrepentimiento; mas Aquel que viene después de mí es más poderoso que yo, y yo no soy digno de llevar sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. La pala de aventar está en su mano y va a limpiar su era: reunirá el trigo en el granero, y la paja la quemará en fuego que no se apaga”.

Mt. IV, 17: “Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: “Arrepentíos porque el reino de los cielos ha llegado”.

Mc. I, 14-15: “Después que Juan hubo sido encarcelado, fué Jesús a Galilea, predicando la buena nueva de Dios, y diciendo: “El tiempo se ha cumplido, y ha llegado el reino de Dios. Arrepentíos y creed en el Evangelio”.

Lc. III, 2-14: “… la palabra de Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la región del Jordán, predicando el bautismo de arrepentimiento para la remisión de los pecados, como está escrito en el libro de los vaticinios del profeta Isaías: “Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo valle ha de rellenarse, y toda montaña y colina ha de rebajarse; los caminos tortuosos han de hacerse rectos, y los escabrosos, llanos; y toda carne verá la salvación de Dios”. Decía, pues, a las multitudes que salían a hacerse bautizar por él: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la cólera que os viene encima? Producid frutos propios del arrepentimiento. Y no andéis diciendo dentro de vosotros: “Tenemos por padre a Abrahán”. Porque os digo que de estas piedras puede Dios hacer que nazcan hijos a Abrahán. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; todo árbol que no produce buen fruto va a ser tronchado y arrojado al fuego”. Preguntábanle las gentes “¡Y bien! ¿qué debemos hacer?”. Les respondió y dijo: “Quien tiene dos túnicas, dé una a quien no tiene; y quien víveres, haga lo mismo”. Vinieron también los publicanos a hacerse bautizar, y le dijeron: “Maestro ¿qué debemos hacer? Les dijo: “No hagáis pagar nada por encima de vuestro arancel”. A su vez unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?” Les dijo: “No hagáis extorsión nadie, no denunciéis falsamente a nadie, y contentaos con vuestra paga”.

Bien. Curiosamente vemos aquí algo parecido a la predicación de los Apóstoles: el Bautista predica a judíos y gentiles, pero con diferentes palabras: a los judíos los amenaza con el juicio de Dios si no se convierten y aceptan al Mesías, mientras que a los gentiles les predica mandamientos de derecho natural.

Jesús, por su parte, centrará su predicación en los judíos, pero sabemos que el Reino de Dios fue rechazado con violencia (Mt. XI, 12), y lo mismo sucedió con el período de gracia dado con los Apóstoles (ver nota de Straubinger a Hech. XXVIII, 23).

La prédica de Elías se presenta, pues, como el último y supremo esfuerzo de Dios por implantar su Reino.



[1] Ver los lugares paralelos en Mc. IV y Lc. VIII. Creemos que una lectura atenta nos mostrará tal vez una estrecha conexión entre esta parábola (y las demás en la misma sección) y lo que leemos en el Discurso Parusíaco y el Apocalipsis.

[2] τὸν λόγον αὐτοῦ, en singular, y no en plural como traduce Straubinger.