sábado, 17 de marzo de 2018

El Signo de Jonás (II de II)


Nota del Blog: A fin de no producir tedio en el lector con una nota al pie casi a cada paso, nos parece más oportuno hacer una sola nota y al final del trabajo.

La predicación de Jonás


Primero lo primero:

Mt. XII, 38-42: “Entonces algunos de los escribas y fariseos respondieron, diciendo: “Maestro, queremos ver de Ti una señal”. Replicóles Jesús y dijo: “Una raza mala y adúltera requiere una señal: no le será dada otra que la del profeta Jonás. Pues, así como Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán, en el día del juicio, con esta raza y la condenarán, porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; ahora bien, hay aquí más que Jonás. La reina del Mediodía se levantará, en el juicio, con la generación ésta y la condenará, porque vino de las extremidades de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; ahora bien, hay aquí más que Salomón”.

Mt. XVI, 1-4: “Acercáronse los fariseos y saduceos y, para ponerlo a prueba le pidieron que les hiciese ver alguna señal del cielo. Mas Él les respondió y dijo: “Cuando ha llegado la tarde, decís: Buen tiempo, porque el cielo está rojo”, y a la mañana: “Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío”. Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no las señales de los tiempos. Una generación mala y adúltera requiere una señal: no le será dada otra que la del profeta Jonás”. Y dejándolos, se fue”.

Mc. VIII, 11-13: “Salieron entonces los fariseos y se pusieron a discutir con Él, exigiéndole alguna señal del cielo, para ponerlo a prueba. Mas Él, gimiendo en su espíritu, dijo: “¿Por qué esta raza exige una señal? En verdad, os digo, ninguna señal será dada a esta generación”. Y dejándolos allí, se volvió a embarcar para la otra ribera”.

Lc. XI, 15-16: “Pero algunos de entre ellos dijeron: “Por Beelzebul, príncipe de los demonios, expulsa los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, requerían de Él una señal desde el cielo”.

Lc. XI, 29-32: “Como la muchedumbre se agolpaba, se puso a decir: “Perversa generación es ésta; busca una señal, mas no le será dada señal, sino la de Jonás. Porque lo mismo que Jonás fué una señal para los ninivitas, así el Hijo del hombre será una señal para la generación esta. La reina del Mediodía será despertada en el juicio frente a los hombres de la generación esta y los condenará, porque vino de las extremidades de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y hay aquí más que Salomón. Los varones ninivitas actuarán en el juicio frente a la generación esta y la condenarán, porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; y hay aquí más que Jonás”.


***

Bien. Tenemos varias cosas para decir sobre este interesante estudio.

Lo primero que debemos preguntarnos es ¿para qué es el signo que piden los judíos?

La respuesta es obvia: para reconocer al Mesías.

Es decir, los judíos piden un signo del cielo para recién entonces aceptar al Mesías; por lo tanto, y acá coincidimos con el Autor, el signo del Maestro deberá buscar producir el mismo efecto y no ser un signo de condenación.

Claro que la pregunta que tenemos que hacernos aquí es ¿y qué pasa con los demás signos (de hecho, así llama San Juan a los milagros) de Nuestro Señor? ¿No hacía, acaso, Jesús los milagros para acreditar su divinidad?

El problema es que los judíos ya habían rechazado los milagros de Nuestro Señor atribuyéndolos al diablo, y es en extremo interesante notar que San Lucas relaciona estos dos aspectos que parecerían no tener mucho que ver: el pecado contra el Espíritu Santo y el signo de Jonás.

Estaba Jesús echando un demonio, el cual era mudo. Cuando hubo salido el demonio, el mudo habló. Y las muchedumbres estaban maravilladas. Pero algunos de entre ellos dijeron: “Por Beelzebul, príncipe de los demonios, expulsa los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, requerían de Él una señal desde el cielo” (XI, 15-16).


Quién sea la generación mala ya lo dejamos dicho en otro lugar a donde nos remitimos (ver AQUI).

Coincidimos también con el Autor en que la demanda de los fariseos era (o al menos podía ser) sincera, aunque no hay que perder de vista que estaba viciada por lo que acabamos de decir, con lo cual, pareceríamos asistir aquí más bien a una de las tantas condescendencias divinas para con la criatura. Ya que la generación mala no creía en ningún milagro de Nuestro Señor en vida, Él les dio un signo para después de su muerte.

Llegamos finalmente a la cuestión más importante: ¿en qué consiste el signo de Jonás?

Estamos de acuerdo en todo cuanto dice el Autor sobre los tres días y tres noches en poder de los enemigos y en la liberación milagrosa, y el argumento sacado de Mt. XXVII, 62-66 y XXVIII, 11-15 nos parece una de las tantas maravillas a las que nos tiene acostumbrado el P. Thibaut.

Sin embargo, el Autor no parece dar una respuesta satisfactoria al hecho de la predicación de Jonás, Lc. XI, 29-30.32:

“Como la muchedumbre se agolpaba, se puso a decir: “Perversa generación es ésta; busca una señal, mas no le será dada señal, sino la de Jonás. Porque lo mismo que Jonás fué una señal para los ninivitas, así el Hijo del hombre será una señal para la generación esta. La reina del Mediodía será despertada en el juicio frente a los hombres de la generación esta y los condenará, porque vino de las extremidades de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y hay aquí más que Salomón. Los varones ninivitas actuarán en el juicio frente a la generación esta y la condenarán, porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; y hay aquí más que Jonás”.

Es decir, todo parecería indicar que hay dos aspectos en el signo de Jonás: la resurrección (Mt.) y la prédica (Mt. y Lc.), y ambos forman el único signo que Jesús le da a la generación mala y adúltera para que se convierta.

Pero la pregunta es ¿cuál es la relación entre la prédica de Jonás y la conversión de los judíos?

Es forzoso reconocer que al leer el libro de Jonás uno tiene la sensación de que no se le está diciendo todo. Hay algo que está faltando en esa narración porque uno nota en todo momento una como desproporción tremenda entre el pedido de Dios y la actitud del Profeta, incluso después de la prédica y penitencia de los ninivitas.

¿Por qué huye el profeta? ¿Por qué esa constante tristeza?

La respuesta, simplemente magistral, nos parece que es la que da Teodoro de Mopsuestia.

Lo que este Padre dice básicamente es que Jonás huyó de la predicación precisamente porque sabía que los ninivitas iban a aceptar la predicación y hacer penitencia, todo lo cual era una tipología (y por lo tanto una profecía) de la aceptación del Evangelio por parte de los gentiles, y el consiguiente rechazo de los judíos. En otras palabras, Jonás no quería predicarles a los ninivitas porque sabía que de esa forma iba a profetizar la apostasía de su pueblo[1].

¿No es esto simplemente maravilloso?

Es cierto que la misma idea estaba en otras partes de la Escritura: cfr. por ej. Os. I, 10; II, 24 citado por San Pablo en Rom. IX, 25-26, pero la actitud del Profeta es muy diversa en este caso.

Es casi un lugar común en teología afirmar que Dios saca bien del mal, pero lo cierto es que uno no termina nunca de asombrarse. Al poco que se medita en ésto, uno cae en la cuenta que la idea inicial de Dios era profetizar exclusivamente la predicación apostólica[2] por medio de la de Jonás, pero Dios - ¡oh profundidad de su riqueza, de su sabiduría y de su ciencia! - se valió del rechazo de Jonás para darle a los judíos otro signo - ¡y qué signo! - capaz de convertirlos: su Resurrección.

Si esta interpretación es verdadera, entonces casi que uno no sabría qué admirar más en Dios: si su Misericordia, su Condescendencia, su Providencia, su Justicia o qué…

Otra cosa que podemos notar es que la tipología se conserva incluso en el orden: primero Jonás en la ballena, luego la predicación; primero Nuestro Señor en el centro de la tierra, luego la predicación apostólica.

Con esta interpretación, uno entiende mejor la amenaza de San Pablo a los judíos a través de los Hechos: en XIII, 45-46 les dice:

Pero viendo los judíos las multitudes, se llenaron de celos y blasfemando contradecían a lo que Pablo predicaba. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda franqueza: “Era necesario que la palabra de Dios fuese anunciada primeramente a vosotros; después que vosotros la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, he aquí que nos dirigimos a los gentiles. Pues así nos ha mandado el Señor: “Yo te puse por lumbrera de las naciones a fin de que seas para salvación hasta los términos de la tierra.

Y luego en XVIII, 5-6 vemos lo mismo:

Pablo se dio todo entero a la palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo. Y como éstos se oponían y blasfemaban, sacudió sus vestidos y les dijo: “Caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza: limpio yo, desde ahora me dirijo a los gentiles”.

A lo que Straubinger comenta respectivamente:

Esto, como XVIII, 6, son preludios del acontecimiento transcendental de XXVIII, 28, que traería el paso de la Iglesia a los gentiles (cf. Lc. XXI, 24; Rom. XI, 25; Ap. XI, 2) y el cumplimiento de los terribles anuncios de Jesús contra Jerusalén (Mt. XXIV). Cf. Mt. X, 6; Lc. XXIV, 47”.

“Es decir, no es culpa mía si os abandono a vuestro terrible destino, pues que rechazáis al Salvador. Como hemos visto otras veces, no se decidía a un abandono definitivo, y el amor de Pablo por Israel a quien llama su pueblo (Rom. IX, 3; XI, 14), no obstante tener la preciada ciudadanía romana, no tardará en llevarlo de nuevo a “disputar sobre el reino de Dios” en la sinagoga de Éfeso (v. 19 y XIX, 8), hasta que llega el episodio final de Roma (XXVIII, 28)”.

Recién al final de los Hechos (XXVIII, 23-29) vemos el rechazo definitivo de Israel:

“Le señalaron, pues, un día y vinieron a él en gran número a su alojamiento. Les explicó el reino de Dios, dando su testimonio, y procuraba persuadirlos acerca de Jesús, con arreglo a la Ley de Moisés y de los Profetas, desde la mañana hasta la tarde. Unos creían las cosas que decía; otros no creían. No hubo acuerdo entre ellos y se alejaron mientras Pablo les decía una palabra: “Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a vuestros padres, diciendo: «Ve a este pueblo y di: Oiréis con vuestros oídos y no entenderéis; miraréis con vuestros ojos, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo; con sus oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos, para que no vean con sus ojos, ni oigan con sus oídos, ni con el corazón entiendan, y se conviertan y Yo les sane». Os sea notorio que esta salud de Dios ha sido transmitida a los gentiles, los cuales prestarán oídos[3]”. Habiendo él dicho esto, se fueron los judíos, teniendo grande discusión entre sí”.

Lo cual, el gran exégeta alemán comenta con su característica sabiduría:

San Pablo se alza aquí por última vez, a lo que parece, en un extremo esfuerzo, por conseguir que Israel y principalmente Judá, acepte a Cristo tal como Él se había presentado en el Evangelio, es decir, como el Profeta anunciado por Moisés (cf. Hech. III, 22 y nota; Jn. I, 21 y 45; Lc. XXIV, 27 y 44) que no viene a cambiar la Ley sino a cumplirla (Mt. V, 17 ss.); que “no es enviado sino a las ovejas perdidas de Israel” (Mt. XV, 24), y a Israel envía también primero sus discípulos (Mt. X, 6). Por eso se dirige Pablo en este último discurso de los Hechos a los judíos principales de Roma, aclarándoles que en nada se ha apartado de la tradición judía (v. 17) antes bien que está preso por defender la esperanza de Israel (v. 20), y les predica según su costumbre, a Cristo y el Reino de Dios con arreglo a la Ley de Moisés y a los Profetas, como lo hace en la Carta a los Hebreos (cf. Heb. VIII, 8 ss.) y como “siempre que predicaba a los judíos” (Fillion). Pero ellos se apartaron de él todos (v. 25 y 29), sin quedarse siquiera los que antes le creyeron (v. 24). Es el rechazo definitivo, pues Pablo, preso por dos años más (v. 30), no puede ya seguir buscándolos en otras ciudades (véase Hech. XIII, 46; XVIII, 6 y notas; cf. Mt. X, 23 y nota). Termina así este tiempo de los Hechos, concedido a Israel como una prórroga del Evangelio (cf. la parábola de higuera estéril: Lc. XIII, 8 s.) para que reconociese y disfrutase al Mesías resucitado, a quien antes desconoció y que les mantuvo las promesas hechas a Abrahán (cf. III, 25 s.). San Pablo escribe entonces desde Roma, con Timoteo, a los gentiles de Éfeso y de Colosas la revelación del “Misterio” del Cuerpo Místico, escondido desde el principio (Ef. I, 1 ss. y notas)”.

No perdamos de vista, y esto es muy importante notarlo, que la predicación apostólica – y el consiguiente rechazo de Israel- es un proceso y no un acto único.

Todo esto explica también, y ya para terminar, un hecho que pasa fácilmente desapercibido y es que los dones que se vio llena la Iglesia en sus primeros años fueron dados por el Espíritu Santo en orden a la conversión de Israel y por eso, como lo nota Straubinger agudamente, los mismos desaparecieron una vez terminado el tiempo apostólico.

San Pablo le aconseja a Timoteo que no beba mucho vino “a causa de tus frecuentes enfermedades” (I Tim. V, 23), y esto que parece nada más que una de las tantas delicadezas del corazón del gran Apóstol, encierra además para nosotros una preciosa enseñanza, pues como nota Straubinger:

Delicado rasgo de caridad apostólica, que contrasta con IV, 1-3. ¿Por qué no lo curó Pablo, por quien tantos milagros había hecho Dios? Llama la atención de los comentadores el que, terminado el tiempo de los Hechos de los Apóstoles, ninguno de ellos haga en adelante mención de prodigios ni de carismas visibles que en aquel tiempo eran cosa normal en los que recibían el Espíritu Santo. Cf. Hech. II, 8; V, 12; VIII, 17 y nota, etc.”.

Mientras tanto, sólo resta esperar que se cumpla la petición de Israel por boca de Jonás (II, 3-9), oración que es un eco de la que leemos en el capítulo XII del Apocalipsis y en los Salmos casi a cada paso:

“Clamé a Yahvé en mi angustia, y Él me oyó;
desde el vientre del scheol pedí auxilio,
y Tú has atendido a mi voz.
Me arrojaste a lo más profundo,
al seno de los mares;
me circundaron aguas torrenciales,
todas tus olas y ondas pasaron sobre mí.
Entonces dije:
“Desterrado he sido de delante de tus ojos,
pero volveré a contemplar tu santo Templo”.
Las aguas me han encerrado hasta el alma,
me rodea el abismo
y los juncos han enredado mi cabeza.
He descendido hasta las raíces de las montañas;
los cerrojos de la tierra
me encerraron para siempre;
pero Tú sacaste mi vida desde la fosa,
Yahvé, Dios mío.
Cuando mi alma desfallecía dentro de mí,
me acordé de Yahvé;
y llegó mi plegaria a tu presencia
en el templo santo tuyo.
Los que van tras las mentirosas vanidades
abandonan su misericordia.
Mas yo te ofreceré sacrificios
con cánticos de alabanza;
cumpliré los votos que he hecho,
pues de Yahvé viene la salvación”.






[1] “Así también le sucedió al bienaventurado profeta Jonás a quien Dios mandó que fuera a predicar a los gentiles, de quien los judíos incrédulos no habían recibido sus oráculos (…) El cual (Cristo) después de pasar de la muerte a la vida inmortal, mostró la salvación común de la penitencia a todos los gentiles, mientras los judíos perseveraban en la incredulidad (…) En efecto, los judíos presentes, al igual que los antiguos, perseveraron en la incredulidad, mientras los gentiles reciben la predicación salvadora. Evidentemente, por estas razones se conmovió la persona de Jonás, pues de otra forma el profeta no se hubiera mantenido tan incrédulo para con Dios al no hacer nada de lo que se le ordenaba, sobre todo cuando se lo mandaba para que velara por la salvación de tantos hombres…”, etc. Introducción al comentario a Jonás. Ver PG, 66, 318-327 y también el estudio de L. Pirot, L'Œuvre Exégétique de Theodore de Mopsueste, Romae, 1913, p. 195-196.

[2] No se diga que la prédica de Jonás era el tipo de la prédica de Jesús durante su vida terrena como podría tal vez colegirse de las palabras de Nuestro Señor (Lc. XI, 32)

Los varones ninivitas actuarán en el juicio frente a la generación esta y la condenarán, porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; y hay aquí más que Jonás

por la sencilla razón que los Ninivitas son la imagen de los gentiles y Jesús fue enviado a predicar solamente a Israel como lo dice explícitamente en Mt. XV, 24. Ver Suma Teológica, III pars, q. 42, art. 1.

[3] Y casi que uno podría agregar a estas palabras del Apóstol:

“… para que se cumpla lo profetizado por el profeta Jonás…”.