7. Podemos decir lo mismo de las fiestas de Navidad y Epifanía. Ellas también encierran la idea de una verdadera venida
de Cristo para la cual nos prepara el Adviento. El carácter preparatorio de
este período no se manifiesta sólo de un modo directo en el hecho de que las
promesas de Adviento aparecen cumplidas en Pascua y Epifanía, como lo veremos
más adelante; sino también en este otro hecho: muy a menudo, en la liturgia de
Adviento, el sacrificio eucarístico
mismo tiene claramente un carácter de preparación. Esto es de suma importancia,
pues de aquí se sigue que una misa no es exactamente como otra. Ciertamente, considerado
en sí mismo, cada sacrificio de la misa representa el mismo misterio de Redención,
sin embargo, las palabras sagradas, tanto las del breviario como las del Misal,
que preparan el sacrificio o le siguen, con-tribuyen realmente a dar a cada
sacrificio su carácter particular. Solamente esta concepción explica que una
Misa pueda ser celebrada como preparación a otra y serle así subordinada, en
cierto modo.
"Recibamos, Señor, tu
misericordia en medio de tu templo; para que preparemos, con los debidos
honores la solemnidad venidera de nuestra Redención" (Postcomunión del I
Domingo de Adviento).
"Imploramos Señor, tu
clemencia para que estos divinos auxilios, al purificarnos de los vicios, nos
dispongan para las fiestas venideras" (Postcomunión del III Domingo de
Adviento).
(Traducción sacada del
Misal Lefebvre).
Hay que hacer notar aquí que se trata de dos Postcomuniones, oración en
que generalmente se pide la aplicación de los frutos del sacrificio que acaba
de consumarse. La segunda de estas Postcomuniones nos presenta la Misa del
tercer Domingo de Adviento cono "divina subsidia" cuyo fin sería prepararnos
a las fiestas venideras. Fórmulas como aquellas expresan claramente la relación
entre la preparación y el cumplimiento, tal como se encuentran
en el oficio y las Misas, sea de Adviento, de Navidad o de Epifanía.
Ellas dan, por lo mismo,
una viva luz sobre la realidad de los misterios de Adviento y de Navidad. Creo
que este ensayo de establecer los elementos constitutivos del Adviento, nos
hace llegar, tomando en cuenta lo esencial, a una conclusión irrefutable cuya
objetividad he tratado de garantizar con el mayor número posible de textos.
Esta conclusión es la que sigue: la celebración de Adviento es la
preparación a la Parusía del Señor y no otra cosa. Aún en los casos,
relativamente raros, en que se trata del hecho histórico del nacimiento de
Cristo no se puede desconocer el lazo esencial que une este hecho a la Parusía,
pues aún esos mismos textos están enteramente iluminados por ese resplandor.
8. Ahora bien, ¿qué habremos ganado celebrando así el
Adviento? El primer fruto será sin
duda el aumento en nosotros de la virtud
teologal de la esperanza. La
cualidad esencial de este aumento es que no hace de nuestra esperanza un cierto
optimismo burgués, muy frecuente en la actualidad, sino que la coloca frente a
lo que constituye el objeto primero y último de toda esperanza cristiana, a
saber: la manifestación de Cristo en el mundo. Si, por el hecho mismo de que
esta manifestación se nos presenta con los colores más vivos y atrayentes, ella
enciende en nosotros un inmenso deseo. De ahí que la esperanza cristiana
implique un inevitable desprendimiento del mundo. Es como el
desprendimiento que puede experimentar un hombre cuyos deseos están dirigidos a
otra ciudad distinta de la ciudad en que está obligado a vivir.
Ese deseo lo hace perder
cada día más el arraigo a su ciudad en la que sólo vive corporalmente, puesto
que todo su ser espiritual vive ya en la otra que es el verdadero objeto de sus
deseos. La celebración del Adviento,
entendido así en toda su amplitud tiende a desarraigarnos de este mundo. He
aquí por qué el Adviento es también un tiempo de vida interior y de verdadera
penitencia.
"Saciados con este
alimento espiritual, os rogamos Señor, que por la participación de este
misterio, nos enseñéis a despreciar las cosas terrenas y a amar las celestiales"
(Postcomunión del 2 Domingo de Adviento).
Sería falso, sin embargo,
considerar este desprendimiento (fruto de un ardiente deseo por la vuelta
gloriosa de Cristo) como un verdadero menosprecio del mundo y de la carne. La
liturgia misma de Adviento nos pone en guardia contra este error cuando
describe los resplandores de la gracia que irradia del advenimiento de Cristo;
gracia tal que se apodera aún de la creación inanimada para hacerle participar
de la gloria divina. Volveremos sobre estos pensamientos al tratar de la
"conscenatio mundi" tal como es proclamada por el martirologio romano
en la víspera de Navidad.
Pero, por grande que sea
el provecho religioso y moral de la celebración litúrgica de Adviento, hay, sin
embargo, otro provecho que me parece más esencial todavía: es la victoria sobre cierto historicismo que se
ha introducido hasta en la vida religiosa. Esta victoria hace posible que los
hechos de la Redención y los relatos que nos han sido legados, no sean
solamente historia o literatura, sino que lleguen a ser para nosotros una
realidad presente. Realidad, no psicológica
o imaginaria, sino enteramente concreta y práctica. Tal es, a mi parecer, el
mayor provecho de la celebración litúrgica del Adviento. Cualquiera que
adapte con presteza su corazón a las formas y fórmulas de la liturgia, sentirá
inmediatamente cuán presentes se hacen las realidades de la salvación en el
marco de la vida de la Iglesia, por medio de la palabra y del Sacramento. He
aquí los tesoros de la liturgia de Adviento que nos conviene hacer valer por
medio de la predicación y de lectura espiritual. Una profundización y un
enriquecimiento insospechados del pensamiento y de la vida religiosa serán los
frutos de este "sentire cum Ecclesia".