jueves, 5 de noviembre de 2015

Origen de la creencia vulgar en las pretendidas profecías sobre la no restauración política de Israel. Salvador Iglesias (VII de IX)

B) Los comentarios de los Santos Padres.

Los Padres contemporáneos e inmediatamente posteriores aluden con frecuencia al intento fracasado de Juliano. Así San Gregorio Nacianceno, San Ambrosio[1] y sobre todo con notable insistencia San Juan Crisóstomo. Es curiosa la intención que a Juliano atribuye San Gregorio Nacianceno:

«... ipsis nimirum (judaeis) in patriam redire ac templum instaurare, patriorumque rituum vigorem renovare, ex ipsorum scilicet libris et arcanis fatale esse affirmans, ac benevolentiae specie commentum hoc occultans»[2].

San Juan Crisóstomo es, a nuestro entender, el que más parte ha tenido en el desarrollo de la creencia que, partiendo del fracaso histórico de Juliano, considerado como expresión de una decisión divina perpetua e ineludible, ha querido ver en las profecías de Cristo sobre la ruina de Israel una voluntad absoluta de impedir perpetuamente toda posible restauración. De un hecho que se cree providencial e impide la restauración del Templo en el siglo IV, se pasa a ver en una profecía de Cristo, que sólo hablaba de su destrucción, la voluntad absoluta divina de no consentirlo jamás.

Triple espejismo:

- Se cree ver en el fracaso de Juliano una decisión divina perpetua e irrevocable de no consentir jamás restauración alguna.

- Se cree hallar en este hecho la confirmación de unas palabras de Cristo que en realidad nada decían sobre la duración de la ruina.

- Y se termina por atribuir a Cristo la profecía de aquella decisión divina perpetua y universal.

Las razones que nos mueven a considerar a San Juan Crisóstomo como el principal alucinado por ese triple espejismo son las siguientes:


En sus comentarios expresos a las presuntas profecías de Cristo nunca dice que se contenga en ellas la imposibilidad de toda futura restauración, como tampoco lo dicen categóricamente en sus correspondientes comentarios los Padres anteriores; lo cual demuestra que no arrancaba de ahí su convencimiento.
Por el contrario, como hemos visto más arriba, comentando a Dan. IX, 26, insiste en el principio que luego repiten muchos Padres posteriores de que, mientras los profetas señalan siempre fin a las cautividades del A. T., Daniel no lo señaló a esta última. En su Oratio V Adversus Judaeos vuelve sobre lo mismo. Intenta probar por los profetas que el Templo nunca será restituido. La argumentación del Santo Doctor es débil. Viene a decir: A mí me basta haber probado que fué destruido y en tanto tiempo no se ha vuelto a levantar; prueben ellos que esté predicho que se haya de restaurar un día. Le podrían contestar: Tú sólo pruebas la profecía y el hecho de la ruina, pero no que así deba permanecer hasta el fin de los tiempos. Su prueba positiva es poco más o menos ésta: De las tres cautividades judías anteriores (Egipto, Babilonia, Antíoco Epífanes) se predijo por los profetas el hecho, el modo, el comienzo y la duración: De esta última Daniel en su profecía de las Semanas no señala fin; sino que da entender que no lo tendrá[3].

«Quid igitur—dice— vobis reliquum est quod loquamini, cum reliquas captivitates praedicentes prophetae certum et praedefinitum tempus exprimant: huic nullum tempus praedefiniant, quin potius contrarium, videlicet captivitatetn usque ad consummationem duraturam?»[4].

Lo mismo repite en la Oratio VI[5].

Por otra parte, su continuo recurso a los hechos y concretamente al fracaso de Juliano nos induce a pensar que la base más fuerte de sus convicciones es un argumento a posteriori. En la misma Oratio V había dicho:

«Cur, quaeso, huic praedictioni fidem non adhibes? praesertim cum ex ipso tempore testimonium illius silentium imponat impudentiae tuae? Quod si post excitium urbis non transissent nisi decem anni aut viginti aut triginita aut quinquaginta: minime tamen decebat vel tunc impudenter obsistere, etiamsi fuisset aliqua reluctandi occasio; jam vero si non quinquaginta tantum et centum immo bis ac ter centum annorum multaque amplius praeterit post civitatem captam nec interim ullum vestigium aut umbra apparuit ejus quam expectatis mutationis; cur frustra nullaque de causa in impudentia perseveras?»[6].

Y más abajo:

«Porro quod hactenus dicta vana non sint, age a rebus etiam ipsis exhibeamus testimonium. Nam si Judaei numquem tentassent aedificare Templum, dicere poterant: si voluissemus aggredi templi instaurationem, omnino potuissemus et perfecissemus. Nunc autem, res ipsa demonstrat, eos non semel aut bis, sed ter aggressos et repulsos esse, non aliter quam fit in certaminibus Olympiacis, ut nulli dubium esse possit, quin Ecclesiae sit corona victoriae».

Enumera a continuación los tres conatos:

1. En tiempos de Adriano:

«Conati sunt pristinam rempublicam instaurare: haudquaquam inteligentes se contra Dei calculum bellum movere, jubentis in perpetuum eam civitatem devastari…».

2. Bajo Constantino:

«Sub Constantino eadem aggressi sunt. At ille, viso ipsorum conatu, amputatis illorum auriculis, ac rebellionis signo impresso corpori illorum, per omnia loca circumferebat illos ceu fugitiva mancipia aut verberones, corporibus mutilatis conspicuos illos faciens omnibus, ac eos qui per omnes regiones erant sparsi erudiens, ne in posterum eadem conarentur. Sed haec, inquient, prisca et absoleta. Imo hoc potius notum est etiam iis qui inter vos sunt seniores».

3. El intento bajo Juliano.

«Quod vero jam dicturus sum, etiam admodum juvenibus est clarum ac perspicuum. Non enim gestum est sub Adriano aut Constantino, sed sub Imperatore qui fuit aetate nostra ante annos viginti».

Refiere lo que pasó y de la intención de Juliano dice:

«... simul et illud fore sperabat insanus ille ac vecors, ut Christi sententiam frustaretur quae non patitur templum illud instaurari»...

Y concluye:

«Etiamne adhuc dubitas, Judaee, cum perspicias et ex Christi praedictione et ex prophetarum vaticiniis et ex ipsorum rerum demonstratione testimonium contra te ferri?»[7].

Y en su Tratado Contra judaicos et gentiles quod Christus sit Deus (cuya genuinidad debe ponerse fuera de duda por la exacta coincidencia con el pensamiento de Crisóstomo en este punto) vuelve sobre lo mismo:

«Cogita ergo quantae et hoc (Mt. XXIV, 2) sit virtutis. Etenim qui gentes et reges superabant, qui absque sanguine plerumque vincebant, tropaeaque innumera nova et admirabilia erigebant, hi templum suum usque ad hoc tempus aedificare non potuerunt»[8].

Y más abajo:

«Nunc autem plus quam quadringentessimus annus est, et nulla cogitatio, nulla expectatio vel spes est illud ultra instaurandum fore»[9].

Pero, sobre todo, confirma nuestra manera de ver la falta de vigor dialéctico con que el Crisóstomo da el tercer paso -en el proceso que arriba dejamos indicado— para atribuir a Cristo la profecía de la imposibilidad de toda restauración.
En su Tratado Contra judaeos et gentiles… prueba la divinidad de Cristo por la persistencia de la Iglesia a pesar de las persecuciones, y por la ruina actual del Templo a pesar de los intentos de restauración:

«Videsne quomodo quae ille aedificavit nemo destruxit, et quae ille destruxit nemo aedificavit? Aedificavit Ecclesiam et nemo illa destruere possit; destruxit templum et memo ipsum restaurare valet, idque tam diuturno tempore; quamvis illam destruere tentaverint, non potuere tamen; quamvis hoc denuo excitare conati sint, id frustra moliti sunt.
Id vero permissum fuit ne qui diceret, si id tentatum fuisset, fieri potuisse: ecce tentaverunt et non potuerunt. Nam aetate nostra Imperator qui omens impietate superabat et facultatem tunc dedit et cooperatus est. Opus incepere, ac ne vel minimum ultra progredi potuere; sed ignis e fundamentis exsiliens omnes fugavit. Quod antea voluerint, hoc indicium est, quod hactenus fundamenta nudata apparent, ut videas ipsos quidem fodere coepisse, sed aedificare non potuisse, obsistente Christi sententia»[10].

¿Cuál es esa Christi sententia? Por el contexto, tanto próximo como remoto, está claro que para San Juan Crisóstomo se trata de las palabras en que Cristo predice la ruina de Jerusalén (Lc. XIX, 44) o la destrucción del Templo (Mt. XXIV, 2; Mc. XIII, 2; Lc. XXI, 6). Ahora bien, en esas palabras, como hemos visto más arriba, se contiene el anuncio de la destrucción pero nada se dice de su duración. Y nadie, al comentarlas ex professo, ni el mismo San Juan Crisóstomo, se ha atrevido a afirmar que allí se profetice la imposibilidad de toda ulterior restauración.

¿Qué pudo mover a San Juan Crisóstomo a ver en esas palabras lo que en ellas no se contiene? ¿Qué imponderable pesó en su mente para atribuirles mucho más de lo que quisieron decir? En nuestro humilde sentir, que creemos autorizado por las citas aducidas, ese peso fué la historia de tres siglos de intentos fracasados por parte de los judíos, la piadosa reflexión del pueblo fiel, que vió en cada uno de ellos una nueva confirmación a lo largo del tiempo de la profecía de Cristo hecha sin referencia de duración temporal, y un afán de apologética fácil y popular que en el último texto aducido de San Juan Crisóstomo aparece bien claro.

Las mismas razones pesaron, sin duda, en los pocos autores anteriores al Crisóstomo que manifiestan su mismo convencimiento como, por ejemplo, Hipólito.
La mayor firmeza de convicción en San Juan Crisóstomo se ha de atribuir con toda seguridad al fracaso del intento de Juliano.






[1] Epist. 40 ad Theodosium, núm. 12 (ML. 16, 1105).

[2] MG. 35, 667.

[3] Nota del Blog: esta parece ser también la opinión de Lacunza. Sin embargo, creemos que la respuesta no es muy difícil.

Repasemos la estructura cuatripartita de las LXX Semanas, siguiendo el texto de la Vulgata, que es el que parece argumentar a favor de la no restauración ni de Israel ni del Templo:

Ab exitu sermonis, ut iterum ædificetur Jerusalem, usque ad christum ducem:

1) Siete Semanas: hebdomades septem… et rursum ædificabitur platea, et muri in angustia temporum

2) Sesenta y dos Semanas: et hebdomades sexaginta duæ erunt.

3) Intervalo: Et post hebdomades sexaginta duas occidetur christus: et non erit ejus populus qui eum negaturus est. Et civitatem et sanctuarium dissipabit populus cum duce venturo: et finis ejus vastitas, et post finem belli statuta desolatio.

4) Una Semana: Confirmabit autem pactum multis hebdomada una: et in dimidio hebdomadis deficiet hostia et sacrificium: et erit in templo abominatio desolationis: et usque ad consummationem et finem perseverabit desolatio.

Que traducido literalmente dice:

“Confirmará el pacto con muchos por una semana; y en medio de la semana cesará la hostia y el sacrificio; y estará en el templo la abominación de la desolación: y hasta la consumación y el fin perseverará la desolación”.

Las palabras en negrita son las que han dado lugar a la opinión de que ni el Templo ni Israel serán restaurados nunca (los que no aceptan el Milenio) o hasta que comience el Milenio (Lacunza).

¿Pero realmente el texto dice o da a entender semejante cosa?

Las 70 Semanas se dividen claramente en cuatro partes: 7 – 62 – Intervalo – 1.

El v. 27, que es el que está en discusión, se divide en dos partes iguales, separadas por la Abominación de la desolación en el lugar Santo, por lo tanto, para cuando comience la segunda mitad de la Septuagésima Semana, ya va a haber Templo. Primer argumento a favor de la existencia del Templo de Salomón antes de la venida del Anticristo.

Pero hay más.

Nuestro Señor nos guía admirablemente en la exégesis de esta dificilísima profecía cuando habla de “la abominación de la desolación” como de un ser personal (ver lo que dijimos AQUI). Ahora bien, si “la abominación de la desolación” es el Anticristo, entonces ¿por qué no pensar que la “desolación” que ha de durar “hasta la consumación y el fin” se refiere a lo mismo?

Además, cuando el texto dice “hasta la consumación y el fin” no se fuerza en absoluto el texto si se lo interpreta de la última Semana, que en definitiva es de lo que está hablando. En otras palabras, es como si el texto dijera “el Anticristo estará en el Templo hasta la consumación y el fin de la última semana”.

De hecho el original hebreo corrobora nuestra interpretación cuando dice:

“Y confirmará el pacto con muchos por una semana y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación y estará sobre el ala la abominación de las desolaciones (o “estará sobre el ala [= pináculo, a saber, del Templo] la abominación de la desolación) y hasta la eversión, la decretada, que se decretará sobre la desolación)”.

Ese “ala” es el pináculo del Templo al cual fue llevado Jesús por el Demonio según vemos en Mt. IV, 5 y Lc. IV, 9.

Tal vez, dicho sea de paso, todo esto nos ayude a entender la bellísima parábola del Buen Pastor en Jn. X

[4] MG. 48, 899. Es notable que ponga toda la fuerza en el argumento negativo y sólo de pasada afirme que Daniel predijo la perpetuidad de la ruina. ¿Se da cuenta el Santo Doctor de que si la abominación era -como sostiene él- la estatua de Adriano, no se podía decir que había de durar hasta el fin?

[5] MG. 48, 905.

[6] MG. 48, 888.

[7] MG. 48, 899 ss.

[8] MG. 48, 834s.

[9] MG. 48, 835.

[10] MG. 48, 835.

MG. 48, 835. En todos estos testimonios se trata simplemente de la imposibilidad de restaurar el Templo; pero para San Juan Crisóstomo y para toda la antigüedad cristiana el Templo, la Ciudad y el Estado político de Israel son una misma cosa. Véase lo que dice el Crisóstomo comentando las palabras de Cristo a la Samaritana en Juan IV, 21: «Ex his igitur rursum poterat demonstrari, post haec neque sacrificia, neque sacerdotium, neque regem apud judaeos futurum esse. Nam per urbis eversionem haec omnia potissimum simul probata sunt» (MG. 48, 904). En la Oratio IV había dicho: «Adde quod mirum est et incredibile: totus orbis terrarum conceditur Judaeis ubi fas non est sacrificare; solam Jerosolymam illis adire non licet, in qua sola licet immolare. Annon igitur vehementer etiam stolidis clarum perspicuumque est quam ob causam ea civitas fuerit subversa? Nam sicut architectus, erectis parietibus, jactis fundamentis, concamerata testudine, ipsaque concameratione in unum lapidem in medio positum connexa, si eum tollat, totam aedificii compagem solverit: similiter Deus cum eam civitatem fecerit quasi nodum totius religionis judaicae, ac mox eam subverterit, nonne et universum ejus statum dissolvit?» (MG. 48, 880s).