miércoles, 7 de enero de 2015

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. II: La Salvación y el Concepto Fundamental de la Iglesia (IV Parte)

La Salvación y la Pertenencia a la Iglesia

Los documentos autoritativos de la Iglesia docente citados en la primera parte de este libro, particularmente la carta Suprema haec sacra del Santo Oficio, dejó muy en claro que, según el mensaje revelado de Dios, no es necesario ser miembro de la Iglesia al momento de la muerte para obtener la Visión Beatífica. Sabemos que bajo ciertas circunstancias un hombre puede salvarse si, al momento de su muerte, no es de hecho miembro de la Iglesia sino sólo alguien que desea estar dentro de ella. Sabemos también que este deseo o intención de entrar a la Iglesia puede ser efectiva para la obtención de la salvación eterna incluso cuando es solamente implícito.
La Suprema haec sacra explica esta verdad en términos del hecho de que la Iglesia Católica, al igual que el sacramento del bautismo, es necesaria para la obtención de la Visión Beatífica, no por una necesidad intrínseca sino solo por elección o institución divina. Ahora bien, cuando consideramos el concepto adecuado de la vera ecclesia de Nuestro Señor en términos de su necesidad para la salvación, debemos examinar esta parte de la doctrina Católica sobre ella.
Se dice que algo es necesario para la salvación con necesidad intrínseca cuando esta cosa es un elemento esencial en la vida de la gracia santificante a la cual pertenece la misma Visión Beatífica. Así, la caridad divina es intrínsecamente necesaria para la salvación. El afecto de caridad es el amor de amistad hacia Dios conocido sobrenaturalmente, en la Trinidad de Sus Personas. Así, el amor de caridad es esencialmente una parte de la vida de la Visión Beatífica tanto en el cielo como aquí en este mundo. Donde no existe tal amor, no existe la vida de la Visión Beatífica, la vida de la gracia santificante.

La genuina fe sobrenatural, la virtud por la cual aceptamos las verdades que Dios ha revelado como completamente ciertas precisamente basados en Su autoridad, es una parte esencial de la vida de la gracia santificante durante su status preparatorio en este mundo. Es obvio que no puede haber vida sobrenatural con referencia a Dios, conocido en la Trinidad de Sus Personas, si no hay un conocimiento de Él de esta manera. En la patria del cielo, los que pertenecen a la Iglesia triunfante entienden al Dios Trino en la misma Visión Beatífica. Pero la Visión Beatífica es precisamente la recompensa de, lo que se merece en, la vida de la gracia en este mundo. La posesión de la Visión Beatífica es incompatible con el status de uno en la Iglesia militante.
La Visión Beatífica es el conocimiento directo, intuitivo y claro de la Santísima Trinidad. Y además de la misma Visión Beatífica, el único conocimiento o aprehensión cierta de la Santísima Trinidad y del orden sobrenatural que se centra en Ella se encuentra en la aceptación del mensaje sobrenaturalmente revelado sobre las realidades de este orden. La aceptación cierta de ese cuerpo de verdad revelada, hecha posible por el don de la gracia de Dios, es el asentimiento de fe divina. Así, la fe es absolutamente necesaria para vivir la vida sobrenatural de la gracia en su status preparatorio en este mundo. Y, puesto que solamente aquellos que han salido de esta vida viviendo la vida de la gracia santificante pueden alcanzar la Visión Beatífica, la fe es absolutamente necesaria para obtener la salvación eterna.
Como resultado, no puede haber ningún substituto para la posesión actual de la fe, esperanza y caridad como requisitos para la obtención de la vida del cielo. El hombre no puede salvarse si solo tuviera el deseo o intención de la fe y de la caridad en el momento de salir de esta vida. Un deseo o intención de creer con el acto de fe o de amar a Dios con afecto de caridad en modo alguno podría reemplazar a la misma fe y caridad. Para que el hombre pueda salvarse está obligado a poseer la genuina fe sobrenatural y el vero y sobrenatural amor de caridad al momento de la muerte.
Ahora bien, la fe, esperanza y caridad son factores o elementos que entran en la composición de la misma Iglesia Católica. Juntas constituyen lo que los antiguos teólogos llamaban el lazo de unión interno o espiritual dentro de la Iglesia, que une los hombres a Dios y unos a otros dentro de esta sociedad. Además, son intrínseca o absolutamente necesarios como componentes del reino sobrenatural de Dios sobre la tierra. No puede existir la ecclesia, el pueblo del Testamento, la sociedad de los hombres y mujeres que se someten a la ley divina que los dirige al fin sobrenatural de la visión Beatífica, si no es por la aceptación de ese mensaje sobrenatural en fe y obediencia a él en caridad.
En la composición de la Iglesia militante del Nuevo Testamento hay, sin embargo, dos diferentes lazos de unión, dos grupos de fuerzas que unen a los hombres a Dios y a los demás en Jesucristo. Además del lazo interno o espiritual, existe otro, designado por algunos de los teólogos clásicos como el lazo de unión externo o corporal dentro de la Iglesia. Este lazo externo consiste en la profesión bautismal de la fe, el acceso a o comunión a los sacramentos y la sujeción a los legítimos pastores de la Iglesia.
Este segundo o externo lazo de unión dentro de la verdadera Iglesia es algo necesario en la vida sobrenatural solamente por la libre elección de Dios. Ninguno de sus elementos, tomados en sí mismos, son necesariamente partes de la vida de la gracia santificante. Podría haber existido una ecclesia, un reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, en el cual no hubieran entrado estos elementos. Y, de hecho, durante las diversas etapas del Antiguo Testamento, la ecclesia de Dios en esta tierra no contenía los factores que componen el lazo exterior de unidad eclesiástica en la Iglesia militante del Nuevo Testamento.
Estos factores pertenecen en realidad a la composición de la vera ecclesia en su status final en este mundo solamente porque Dios, en Su infinita sabiduría y misericordia, decretó libremente que así sea. Dios Estableció Su reino sobrenatural del Nuevo Testamento como una sociedad visible y organizada. La constituyó con este grupo de elementos que forman el lazo externo o visible de unidad dentro de ella. Formó Su Iglesia del Nuevo Testamento de tal forma que la membrecía en ella depende completamente de la posesión de ese lazo externo de unidad eclesiástica.
Puesto que los factores que entran en la membrecía en la Iglesia militante del Nuevo Testamento pertenecen a la composición de la vera ecclesia solo por razón de la libre elección de Dios, y no porque entren en la vida actual de la gracia santificante, Dios quiso, en su bondad y misericordia permitir a los hombres tener los beneficios de esta membrecía cuando es realmente imposible para ellos alcanzarla y cuando sinceramente desean entrar y permanecer dentro de Su ecclesia. Si hay una voluntad sincera y sobrenatural de entrar y permanecer dentro de la vera Iglesia de Jesucristo, aquel que tiene ese deseo va a comprender que ese bien que busca es algo que solamente Dios puede dar. La expresión de este deseo a Dios en la forma de una petición es el acto de oración.
Ahora bien, la oración, el acto de religión que consiste en la petición a Dios de cosas convenientes, es infaliblemente eficaz, según la promesa de Nuestro Señor[1]. Es infaliblemente efectiva para alcanzar los beneficios individuales buscados en ella cuando se han cumplido ciertas condiciones. La oración debe ser hecha por uno mismo, y debe buscar la salvación eterna o algo necesario para obtenerla para que alcance su efecto sin falta. También debe ser piadosa, es decir, iluminada por la vera fe divina y motivada por el acto teológico de la esperanza y por algún amor sobrenatural de benevolencia para con Dios. Finalmente, debe ser perseverante, es decir, debe ser la expresión de un genuino deseo o voluntad de la persona que ofrece la oración[2].
Cuando el hombre desea o reza para entrar en la vera Iglesia de Jesucristo, incluso cuando este objeto es aprehendido solamente en modo implícito, se cumplen necesariamente las primeras dos condiciones. La oración es ofrecida por la propia persona, y busca un bien que es realmente necesario para la obtención de la salvación eterna. A fin de que esta oración para entrar a la Iglesia sea eficaz para la salvación, la oración y la intención detrás de ella debe ser iluminada por la fe y motivada o animada por la caridad. Y debe ser también perseverante.
Si una persona que reza de esta manera llegara a morir antes de ser realmente miembro de la Iglesia, entonces por la fuerza misma de su oración, morirá como alguien que está “dentro” de la Iglesia por la voluntad o deseo. Y si la persona que ruega de esta forma muere amando a Dios y a su prójimo con amor de caridad, esa persona deja este mundo “dentro” de la vera Iglesia de Cristo sobre la tierra y permanecerá en la Iglesia triunfante por toda la eternidad.
No debe imaginarse que las oraciones de ese individuo han sido escuchadas solamente por una ficticia conexión con la vera ecclesia. El individuo que acepta la revelación sobrenatural de Dios con asentimiento cierto de fe y que ama a Dios con la afección de caridad en realidad y necesariamente está ordenando su conducta de acuerdo con la actividad colectiva de la misma Iglesia. Nunca debemos perder de vista la enseñanza sobre la natura de la vera Iglesia establecida al comienzo de la Humanum genus de León XIII para que podamos entender esta sección de la doctrina Católica. Según ese documento, el reino de Dios, que es la vera Iglesia de Jesucristo, “combate sin descanso por la verdad y la virtud” de forma tal que “los que quieren adherirse a ésta de corazón como conviene para su salvación, necesitan entregarse al servicio de Dios y de su unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad”.
Ahora bien, la afirmación fundamental de esa parte de la doctrina Católica presentada en este pasaje de León XIII, es que esta obra del reino sobrenatural de Dios en este mundo es continua y amargamente opuesta por el reino de Satán. El no-miembro de la Iglesia que tiene fe y caridad y que sinceramente desea entrar en la Iglesia ha organizado su vida para luchar del lado de la ecclesia por los objetivos que ésta busca.
Hay que recordar que el reino sobrenatural de Dios aquí en la tierra no tiene aliados corporativos en su guerra contra “el príncipe de este mundo”. No hay y nunca puede haber otra unidad social que pelee junto con la verdadera Iglesia por la obtención de esos fines por los que pelea la Iglesia. Si un hombre pelea realmente por la verdad y la virtud, si trabaja realmente para servir y glorificar al Dios Trino, entonces está luchando del lado de, y en un sentido muy real, “dentro” de la vera Iglesia.
Y si el hombre tiene realmente la caridad divina está en realidad luchando esta batalla por la Iglesia. La virtud de la caridad es la máxima fuerza motivadora en la vida y comportamiento del hombre que la posee. Es algo intensa y esencialmente activo. Si el hombre ama realmente a Dios con afecto de caridad, su actividad se dirige necesariamente hacia el objetivo de agradar a Dios. Si, por el contrario, el hombre no trabaja por agradar a Dios, para glorificarlo y servirle, entonces realmente no ama a Dios con amor de caridad.
La situación de aquel que no es miembro de la Iglesia, pero que está “dentro” de ella por intención, deseo u oración, se puede entender mejor comparándola con la condición de un Católico en estado de pecado mortal. A pesar de ser miembro de la sociedad que “combate sin descanso por la verdad y la virtud”, la voluntad de este individuo está alejada de Dios y lucha por objetivos opuestos a los que busca la Iglesia. Es uno de aquellos que “se niegan a obedecer a la ley divina y eterna y emprenden multitud de obras prescindiendo de Dios o combatiendo contra Dios”. En otras palabras, a pesar de su pertenencia al reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, en realidad está trabajando y luchando por las cosas que busca el reino de Satán.
La última orientación de la actividad del hombre viene de la suprema intención de su voluntad. Para el hombre que está en gracia de Dios, esta suprema intención es el amor de caridad. Es el deseo de agradar a Dios en todas las cosas. El que está en estado de pecado mortal tiene algún otro supremo objetivo. Busca algún otro objetivo en desprecio de Dios. Aunque algunos de sus actos sean buenos en sí mismos, en última instancia su vida está dirigida a la obtención de ese fin, que es el del reino de Satán.
Si un miembro de la Iglesia Católica muriera en estado de pecado mortal, se condenará por siempre en el infierno, la patria del reino de Satán. En otras palabras, será asignado por siempre a la unidad social en la cual y por la cual luchaba al momento de la salida de esta vida. Exactamente de la misma manera, el no-miembro de la Iglesia que muere creyendo el mensaje de Dios con asentimiento de fe, que ama a Dios con afecto de caridad  y sinceramente busca y reza entrar en la ecclesia de Dios, vivirá por siempre en la unidad social dentro de la cual quiso y pidió vivir y por la cual estaba luchando al momento de su muerte.



[1] Cfr. Mc. XI, 24; Jn. XVI, 23.

[2] Fenton, The Theology of Prayer (Milwaukee: The Bruce Publishing Co., 1939), pp. 206-215.