sábado, 1 de septiembre de 2012

La Santidad como Nota de la Iglesia (I de II)


Nota del Blog: sigue a continuación la primera parte de uno de nuestros ensayos favoritos del eximio teólogo estadounidense. 

Autor: J. C. Fenton
Fuente: AER 119, pag. 452 ss (1948)

Sancta Missa

La idea que la santidad de la Iglesia tiene comparativamente poco valor probativo para demostrar que la sociedad religiosa sobre la cual preside como cabeza visible el Obispo de Roma es de hecho el Reino de Dios sobre la tierra, ha adquirido una desafortunada pero innegable popularidad entre los escritores teológicos durante los últimos años. La erudita monografía, Les notes de l`église dans l`apologétique catholique depuis la réforme, ha contribuido en gran manera a la difusión desta enseñanza. Su autor, el distinguido P. Gustave Thils, del Seminario Mayor de Malinas y de la Universidad de Lovaina, tiene la impresión que las notas de la Iglesia, como grupo, no forman la base de ningún argumento completamente válido a favor de la autenticidad de la Iglesia Católica. Además, cree que cada una de las notas, tomadas individualmente, no es para nada efectiva en la forma en que aparecen en la eclesiología escolástica.
El P. Thils examina las variadas descripciones de la santidad de la Iglesia dada por los grandes teólogos desde el tiempo del Cardenal Juan de Torquemada. Observa que los primeros escritores que caen bajo su estudio, se contentaron, en su mayoría, con una lista de muchos y diversos factores que constituyen la santidad de la Iglesia. Luego nota que los teólogos posteriores, en su ansiedad por limitar la lista estrictamente a aquellos elementos que pueden servir para la nota visible de santidad, tendieron a restringir sus discusiones a la posesión, por parte de la Iglesia, de los medios incuestionables de santidad y, finalmente, a la constatación de esa santidad, por lo menos en el caso de los santos, por medio de milagros auténticos. Según el P. Thils, la misma literatura Católica teológica, al menos en lo que respecta a los fines prácticos, ha venido a minimizar o incluso rechazar el valor probativo destos elementos como factores en una nota genuina de la Iglesia.
De todas formas parecería que las conclusiones del P. Thils están motivadas por un cierto prejuicio básicamente no-científico, más poderoso que las evidencias que reunió de los escritos de los apologistas y eclesiologistas clásicos. Al describir el modo en el cual un autor del siglo veinte trataría los escritos sobre la nota sanctitatis en las obras teológicas del siglo dieciséis, el distinguido escritor de Lovaina afirma que el autor moderno rechazaría la mayor parte del material en el cual se basaron sus predecesores.

“Suprimiría la santidad en el sentido de la consagración a Dios porque no es visible. La (santidad) que viene de la presencia del Espíritu en los Católicos (sería rechazada) porque los herejes de buena fe la comparten con los Católicos. La (santidad) que la Iglesia posee en razón de sus fundadores, Cristo y los Apóstoles, (no sería considerada) puesto que los protestantes están enumerados entre los cristianos. Finalmente, la (santidad) producida por los sacramentos, las leyes, e incluso la moralidad (no se tendrían en cuenta) puesto que estos elementos son comunes a los ortodoxos y a los Católicos.”[1]

Además el P. Thils es de la idea que “el adagio extra Ecclesiam nulla salus, interpretado estrictamente en el siglo dieciséis, poco a poco tomó un significado más tolerante de extra Ecclesiam nulla sanctitas”, en los escritos de los teólogos posteriores.[2] También está convencido que, después de los escritos de Perrone de hace un siglo, el significado del axioma fue revisado de forma tal de negar la existencia de “una santidad eminente, permanente y extendida” fuera de los límites de la vera Iglesia de Jesucristo.[3]
En otras palabras, las dificultades del P. Thils con respecto a la nota de santidad surgen, en alguna medida, de un fracaso en apreciar la verdad esencial encerrada en los escritos de los eclesiologistas clásicos, que no es otra que el hecho que la sociedad Católica visible es en realidad el reino de Dios sobre la tierra, la sociedad real, completamente necesaria para la salvación, con una necesidad tanto de medios como de precepto. Esta es la conclusión a la que conduce directamente el argumento de las notas de la Iglesia. Aquel que pierda de vista el hecho de que esta conclusión es literalmente vera, ciertamente no va a poder evaluar las diferentes demostraciones teológicas que conducen sólo a ella. Aquel que se persuada a sí mismo que la tolerancia o algún otro factor que no sea la verdad, pueda tener alguna función en la interpretación del dogma Católico, difícilmente podrá esperarse que aprecie las pruebas teológicas que muestran que esta afirmación o dogma está contenido realmente en el depósito de la revelación Cristiana.
Una de las más brillantes defensas modernas de la Iglesia Católica, la obra del P. Martin Jugie, Où se trouve le christianisme intégral, se ve afectada y, en alguna medida, disminuida en valor debido a que el autor ha adoptado la posición previamente sostenida por el P. Thils con respecto a las notas de la Iglesia, y particularmente con referencia a la nota de santidad. El P. Jugie concuerda en que la santidad real o de medios, la santidad personal o de sus miembros, y la santidad carismática o de milagros, observables en la vida de la Iglesia Católica tal como existen en nuestro tiempo, no sirven para manifestar esta sociedad como la organización religiosa fundada y mantenida por Nuestro Señor Jesucristo. De todas formas, hace la muy significante e importante observación de que una “santidad dinámica, o celo en utilizar los medios de santificación confiados a la Iglesia, que resultan en una falta de frutos de toda clase de buenas obras”[4], debe ser agregado a los otros aspectos de la santidad de la Iglesia a fin de que esta nota de la Iglesia funcione con propiedad. Desafortunadamente el P. Jugie no le da ningún valor práctico probativo al argumento de la nota de santidad, incluso después de haber mostrado la existencia de un aspecto de esa santidad a menudo descuidado en los escritos contemporáneos.[5]
En realidad es completamente anti-científico para un teólogo negar la efectividad de la santidad de la Iglesia en su función como nota del reino de Dios sobre la tierra. En efecto, desde el punto de vista escriturístico, las reivindicaciones de santidad en este aspecto, son superiores a aquellas otras propiedades de la sociedad de Nuestro Señor que comúnmente son usadas como notas. En el Nuevo Testamento mismo hay amplia evidencia que la congregación de los discípulos de Cristo fue establecida como una organización manifiestamente católica y apostólica. Sin embargo no encontramos directa e inmediatamente en el Nuevo Testamento ninguna afirmación que anuncie que la ciudad de Dios en este mundo se reconoce como tal en función de la catolicidad y de la apostolicidad. En el Nuevo Testamento existe la enseñanza explícita y directa de que la unidad de la Iglesia es un vero signo, pero se presenta directamente como un motivo de credibilidad más que como una nota genuina.
Nuestro Señor pidió a Su Padre que Sus discípulos sean uno “para que el mundo crea (πιστεύῃ) que eres Tú el que me enviaste”[6], y también “y para que el mundo sepa (γινώσκῃ) que eres Tú quien me enviste y los amaste a ellos como me amaste a Mí”[7]. Es cierto, por supuesto, que la revelación cristiana misma reconoce patentemente la unidad, catolicidad y apostolicidad como veras marcas de la Iglesia de Jesucristo en la tierra. Los monumentos de la tradición cristiana ofrecen amplia e incuestionable evidencia al respecto. Con todo, el Nuevo Testamento en sí mismo no da ningún testimonio directo y explícito en este punto particular.
Con respecto a la santidad de la Iglesia, la situación es, sin embargo, completamente diferente. Nuestro Señor amonestó explícitamente a Sus discípulos que “en esto reconocerán todos que sois discípulos míos, si tenéis amor unos por otros”.[8] Este mutuo afecto dentro de la vera Iglesia de Jesucristo es el mandato que Nuestro Señor hizo obligatorio en la sociedad tomada como un todo. “Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros para que, así como Yo os he amado, vosotros también os améis unos a otros”[9] Así, pues, el afecto de caridad sobrenatural dentro de la sociedad de los discípulos, el afecto del cual el amor de Cristo para con sus discípulos es al mismo tiempo la causa y el ejemplar, está puesto en la enseñanza divina como un signo por el cual los discípulos de Nuestro Señor deben ser reconocidos como tal por todo el mundo.
Ahora bien, es bastante obvio que la posesión de la caridad nunca fue ni el signo ni la condición para ser miembro en la compañía de los discípulos. La idea detrás de las parábolas del reino es que la familia de Dios en este mundo, la sociedad de los discípulos de Cristo sobre la tierra, va a tener dentro délla un cierto número de pecadores, personas privadas de la caridad, hasta el fin de los tiempos. De aquí que, según la revelación divina, un hombre puede ser y permanecer miembro de la Iglesia militante sin tener el afecto de caridad para con sus hermanos cristianos, afecto mandado por Nuestro Señor para que lo posea y ejercite. Tal persona es un miembro indigno de la ecclesia Christi. Se corta a sí mismo de la vida sobrenatural de la caridad, el elemento perfectivo en el lazo espiritual de unión de la Iglesia. Sin embargo hasta el tiempo de la purificación final en el juicio final, tales personas pueden y deben ser contadas entre los veros miembros de la Iglesia.
El afecto de la caridad mutua se manifiesta, pues, en el Evangelio de San Juan como un signo que marca, no el miembro individual de la comunidad cristiana, sino la comunidad misma. Todos los hombres deberían darse cuenta que estos hombres son los veros discípulos de Jesucristo a causa de la evidente existencia, dentro de la actividad de la sociedad tomada como un todo, de una fuerte caridad mutua. En otras palabras, la conducta del grupo como cuerpo, claramente manifestada ante el mundo, debe ser tal que los hombres con sano juicio puedan reconocer esta sociedad como la vera compañía de los discípulos de Nuestro Señor.
Ahora bien, la santidad, por su propia definición, constituye una relación permanente hacia Dios y una aversión estable a todo lo que se opone a Él. No debemos olvidar que, tal como fue dispuesta u ordenada la raza humana por Dios mismo, no hay relación firme y permanente para con Dios y oposición al pecado excepto que aquella relacionada con la virtud de la caridad sobrenatural. Además, la caridad es distintivamente una virtud. De aquí que sea una y la misma virtud la que da lugar al amor sobrenatural de amistad para con Dios y un genuino afecto sobrenatural para con todos los hombres, y en primer lugar para aquellos que son más eficazmente nuestros “prójimos”, nuestros hermanos y hermanas dentro de la familia de Dios que es la vera Iglesia de Jesucristo. Así, al enseñar que sus discípulos serían reconocibles como tal en razón de su mutua caridad, Nuestro Señor extrajo la verdad básica de que la santidad serviría como una nota de Su sociedad aquí en la tierra.
De todas formas, es muy importante notar que en la afirmación de Nuestro Señor y en la enseñanza de la eclesiología clásica, es la caridad colectiva, la santidad comunitaria de la Iglesia la que se toma como una indicación de la identidad desta sociedad. Desafortunadamente, tal vez en el intento de responder más directamente a las objeciones heréticas, este aspecto central y esencial de la santidad del reino de Dios ha sido descuidado entre los teólogos recientes. En los tiempos actuales, el trato que los teólogos le dieron a la santidad o caridad de la Iglesia, ha tendido a centrarse en el status espiritual de los miembros individuales de la Iglesia. La Iglesia se describe como manifiestamente santa debido a la existencia dentro de su seno de innumerables personas que llevan una vida santa, y por la presencia continua pero menos numerosa de un grupo excepcional por su santidad extraordinaria o heroica. Estos teólogos han intentado mostrar que la Iglesia posee en sí misma principios de santidad auténticos y reconocibles, que evidencian que la perfección espiritual de sus miembros, fluye de causas que se encuentran dentro de la sociedad misma, y para favorecer o completar sus argumentos, señalan el hecho que la existencia de la caridad heroica, por lo menos en el caso de los Santos canonizados, está atestiguado por la existencia de veros e innegables milagros.
Todo esto es, por supuesto, perfectamente cierto. Sin embargo, la santidad del individuo, o incluso de muchos déllos, no es el elemento central de la nota de santidad de la Iglesia, y no debería ser tratada desta forma. La realidad, la caridad o santidad que se supone debe funcionar en primer lugar como una indicación de la identidad de la compañía de los discípulos de Nuestro Señor, es la sociedad en sí misma y no simplemente un grupo de sus miembros. La Iglesia existe y actúa como una santa sociedad, y su santidad como cuerpo es fácilmente observable. Es precisamente esta santidad del cuerpo la que debe mostrar directa y primariamente el carácter desta sociedad como la vera sociedad de Cristo en la tierra.




[1] Les notes de l`église dans l`apologétique catholique depuis la réforme, (Paris, Desclée, De Brower, 1937), p. 126.
[2] Ib. p. 138.
[3] Ib. p. 149.
[4] Où se trouve le christianisme intégral? Essai de démonstration catholique (Paris: Lethielleux, 1947), p. 261.
[5] Ib. p. 261 ss.
[6] Jn. XVII, 21.
[7] Jn. XVII, 23.
[8] Jn. XIII, 35.
[9] Jn. XIII, 34.