miércoles, 22 de agosto de 2012

El Problema Judío a la Luz de la Sagrada Escritura (II y última Parte)

Autor: Mons. J. Straubinger
Fuente: Revista Bíblica, 1949, pag. 99 ss
Primera Parte AQUI
Respeto a la Palabra de Dios.
Un judío ha sido fotografiado cuando,
con cabeza cubierta por el tallith,
muestra su respeto a los rollos de la 
Ley que se hallan guardados allí.
VI

Como se ve, las profecías del Antiguo Testamento respecto del porvenir de Israel son muy complicadas. Parecen referirse no solamente a su conversión, sino también a su restauración como nación. Claro está que, como dice San Pablo, las promesas de Dios en favor de su pueblo son irrevocables (Rom. 11, 29), es decir, se cumplirán indefectiblemente. Pero, ¿tenían ellas realmente carácter incondicional o sólo condicional? Si eran incondicionales, no faltará su cumplimiento; si en cambio eran condicionales, su cumplimiento debe estar vinculado a la conversión de Israel. Realizándose ésta, han de realizarse también las promesas. Ahora bien, San Pablo nos dice que la futura conversión de los judíos es cosa segura; no hay, pues, ningún obstáculo que se oponga al cumplimiento de las demás promesas y vaticinios acerca de Israel.[i]
Más luz arrojan sobre nuestro problema las profecías que citamos a continuación. Leernos en Jeremías (30, 3): ''He aquí que vienen días, dice Yahvé, en que haré volver a los desterrados de mi pueblo de Israel y Judá, y lo haré tornar a la  tierra que di a sus padres, y la poseerán”. El lector piensa tal vez en la vuelta de los judíos del cautiverio, mas el hecho es que del cautiverio volvieron solamente las dos tribus de Judá y Benjamín, mientras que el profeta se refiere también a las diez tribus de Israel, que nunca volvieron. Debe, pues, tratarse de un acontecimiento futuro relacionado con la salvación de los judíos. Así lo expresan entre los modernos el P. Páramo S.J. y el P. Réboli S.J. en sus ediciones de la Biblia de Torres Amat. Cf. Jer. 23, 3 y 8; Is. 11,11ss.
Ezequiel completa la profecía de Jeremías, anunciando a su pueblo no sólo la vuelta, sino también la posesión perpetua de Palestina. Dice Dios por boca del profeta: ''He aquí que Yo tomaré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde emigraron, y los congregaré de todo alrededor, y los introduciré en su territorio… Los salvaré de todos los lugares donde pecaron, y los purificaré, y serán mi pueblo, y Yo seré su Dios... Y habitarán sobre la tierra que Yo dí a mi siervo Jacob, donde moraron sus padres; y habitarán sobre ella ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos por siempre'' (Ez. 37, 21-25).
Lo mismo promete Dios por Amós: ''Los plantaré en su tierra, y ya no serán arrancados de su territorio, dice Yahvé, tu Dios'' (Am. 9, 15) y por Miqueas: ''En aquel tiempo, dice Yahvé, reuniré a la (nación) que cojea y congregaré a la extraviada, a la que Yo había dañado. Y convertiré los restos de la que cojea y formaré de la alejada un pueblo fuerte, y reinará Yahvé sobre ellos en el monte Sión desde ahora y para siempre'' (Miq. 4, &7).
Zacarías añade a este cuadro consolador algunos rasgos nuevos: ''Vendrán a Jerusalén muchos pueblos y naciones poderosas para buscar al Señor de los Ejércitos y orar en su presencia… y sucederá que diez hombres de cada lengua y de cada nación tomarán a un judío, asiéndole de la falda (del manto) diciéndole: Iremos contigo, porque hemos conocido que con vosotros está Dios'' (Zac. 8, 22-23).
¿Cómo explicar tan estupendas profecías? ¿Hay que decir simplemente que todo se cumplió en los primeros cristianos que en parte eran judíos y maestros de los gentiles? Santiago no lo explica así, sino que ve en ellas un acontecimiento futuro, cuando cita a Amós en el Concilio de los Apóstoles: ''Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David que está caído; reedificaré sus ruinas y lo levantaré de nuevo, para que busque al Señor el resto de los hombres y todas las naciones, sobre las cuales ha sido invocado mi nombre, dice el Señor que hace estas cosas'' (Hech. 15, 16-17). El exégeta francés Boudou observa sobre este pasaje: ''Según la profecía de Amós, Dios realzará el tabernáculo de David; reconstruirá el reino davídico en su integridad y le devolverá su antiguo esplendor. Entonces Judá e Israel conquistarán y poseerán el resto de Edom, tipo de los enemigos de Dios, y todo el resto de las naciones extranjeras, sobre quienes el nombre de Dios ha sido pronunciado''.
Plena seguridad exegética nos proporciona el discurso escatológico del Evangelio de San Lucas, donde Jesucristo revela que los judíos ''serán deportados a todas las naciones y Jerusalén será pisoteada hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido'' (Lc. 21, 24). Este último término es a la vez el tiempo de la conversión de Israel, según nos dice San Pablo en Rom. 11, 25, de modo que la conversión de los judíos está conectada con el fin de su dispersión, o sea, con su restauración como pueblo.
Con esto quedan definitivamente descartadas las soluciones de aquellos que creen que los vaticinios referentes al porvenir de Israel se han cumplido ya, sea en la mezquina restauración después del cautiverio de Babilonia, sea en forma alegórica en la Iglesia (véase párrafo V).
¿Será restaurada también Jerusalén y el Templo? Es esta una pregunta ociosa. Los profetas predicen tanto la restauración de Israel como la de Jerusalén. Oigamos sólamente al profeta Isaías: ''La luna se pondrá roja y se oscurecerá el sol cuando Yahvé, Dios de los ejércitos reinare en el monte Sión y en Jerusalén y fuere glorificado en presencia de sus ancianos'' (Is. 24, 23). ''Será Jerusalén mi alegría, y su pueblo mi gozo, y en adelante no se oirán más en ella llantos ni clamores… y los días de mi pueblo serán como los días del árbol y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos largo tiempo (Is. 65, 19-22). ''Congratulaos con Jerusalén y regocijaos con ella todos los que la amáis; rebosad con ella de gozo cuantos por ella estáis llorando, a fin de que chupéis la leche de sus consolaciones y quedéis saciados, y saquéis delicias de la plenitud le su gloria" (Is. 66. 10-11). Cambiando el estilo nos dicen lo mismo los demás profetas. Ezequiel nos trazó el plano de un nuevo Templo que no se ha realizado hasta ahora (Ez. cap. 40-46). En caso de realizarse se convertirá en centro principal de la Cristiandad, previa la conversión del pueblo judío a Cristo. Recién después de la restauración de Israel en el país de sus padres y su incorporación al Cuerpo Místico de Cristo[ii] tendrán su pleno cumplimiento las magníficas profecías sobre la gloria de Jerusalén. Léase al respecto el misterioso Salmo 86, donde se dicen de ella cosas tan gloriosas que necesariamente ha de considerarse como ''la metrópoli espiritual de todos los pueblos” (Prado, Nuevo Salterio, p. 502). Cf. Is. 2, 20; 54, 1-3; 60, 3-9; Ez. 37, 28; Am. 9, 11 s.; Miq. 4,1 ss; S. 47,2 s; 67, 29 ss; 86, 4 ss;101, 5 ss; Tob. 13, 11. En todos estos y muchos otros pasajes contemplamos a Sión bañada en la luz lejana de las esperanzas mesiánicas e inundada de gentes de todas las naciones y razas, rebosantes de júbilo y trayendo regalos. ''La misma gloria divina, dice Calés, está interesada en la restauración de Israel. Naciones y reyes temerán y honrarán a Yahvé cuando comprueben que El ha reedificado a Sión y ha desplegado su magnificencia; que ha escuchado la plegaria de aquellos a quienes los enemigos habían despojado y que parecían perdidos sin esperanza''.
Los que toman en sentido escatológico la última de las setenta semanas de Daniel (cap. 9), tienen en la Jerusalén cristiana y su templo también un escenario para las fechorías del Anticristo y la victoria final de Cristo (II Tes. 2, 4 y 8; Is. 11, 4).[iii]

VII

Se oye frecuentemente la pregunta: ¿Qué dicen los profetas acerca de la vuelta de los judíos a Palestina? Nada impide ver en este hecho el cumplimiento de los vaticinios citados, aunque su pleno cumplimiento está en conexión con la conversión de Israel. Cf. las notas que pusimos en la nueva versión del Salterio (Edit. Desclée), especialmente las notas a S. 105, 47; 106, 3; 124, 3; 125, 1 y 2; 147, 1.
Es verdad que según el derecho internacional ningún pueblo puede reclamar la posesión del país donde sus antepasados habitaron hace dos o tres mil años. ¿Qué sería del mapa de Europa si quisiéramos restablecer el orden demográfico de los tiempos de Jesucristo? ¿Y qué dirían, p. ej., los norteamericanos si los pieles rojas les reclamasen los territorios que hoy ocupan los blancos y negros? Los judíos son el único pueblo que no está sometido a la regla general, porque Palestina les corresponde por ley divina, mejor dicho, por misericordia divina, lo cual testifica el mismo Dios en Deut. 9, 4-6.
Es interesante que el Sionismo, que no se inspira en ideas religiosas, sino nacionalistas y racistas, parece ser el instrumento mediante el cual Dios empieza a dar cuerpo a los planes que tiene reservados para Israel. Y no menos interesante es el hecho de que los pueblos cristianos por medio de las dos guerras mundiales han contribuido a llevar a cabo los proyectos del Sionismo. En reconocimiento de los servicios que los judíos prestaron a Inglaterra en la primera guerra mundial, lord Balfour dirigió a Rothschild el siguiente mensaje: ''El gobierno de S. Majestad ve con agrado el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y empleará sus mejores esfuerzos para el logro de este objeto…'' Y después de la segunda guerra mundial les pagó Norteamérica su deuda, ayudándolos con su enorme influencia en la ocupación de la mayor parte de Palestina, incluso el Négueb (Edom) de modo que el nuevo Reino de los judíos se extiende de mar a mar, del Mar Mediterráneo hasta el golfo de Akaba, como en los tiempos de Salomón. Triunfaron sobre siete reinos árabes y su próximo objetivo es ocupar también el resto del país, incluso su capital, Jerusalén. Antes de la primera guerra mundial había en Palestina 35.000 judíos, hoy su número es veinte veces mayor y en breve pasará de un millón.
En todo esto vemos el dedo de Dios. Pero no es todavía el fin. Los judíos que bajo la bandera del Sionismo inmigraron al país de Abrahán, Isaac y Jacob, no piensan en adherirse a la Iglesia. Su conversión a Cristo es un misterio y es muy posible que no se realice así como soñamos nosotros. Será una de las grandes obras que sólo Dios puede hacer, y si lo hace con la pedagogía que hasta ahora ha aplicado, los judíos, y especialmente su nuevo reino palestinense, han de pasar por una catástrofe decisiva que les abrirá los ojos.
Entonces se verificará lo que dice San Pablo: ''Si la caída de ellos ha sido la riqueza del mundo, y su disminución la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plenitud?'' (Rom. 11, 12). El Apóstol quiere decir que los judíos, una vez partícipes del Reino de Jesucristo, serán la riqueza espiritual del mundo, quizás sus nuevos misioneros, en aquellos tiempos de apostasía que San Pablo predice en II Tes. 2, 3 y el mismo Cristo en Lc 18, 8. No nos atrevemos a ahondar en este tema, que contemplado en toda su profundidad es tan difícil corno la explicación de! Apocalipsis. Con todo queremos hacer notar, con Bover-Cantera (Sagrada Biblia, pág. 996), que es ''tradición fundada'', que ''la restauración de Israel tendrá por coronamiento la conversión de los pueblos gentiles a la Verdadera religión''.
Temas muy poco tratados son también: la santidad prometida a Israel, la restauración del trono de David, la Reunión de Israel y Judá.
A estos hechos se refiere tal vez la misteriosa pregunta de los Apóstoles el día de la Ascensión: ''Señor, ¿es éste el tiempo en que restableces el Reino para Israel?'' (Hech, 1, 6). Para muchos esta pregunta es tan incomprensible, que la toman como prueba de la poca inteligencia de los Apóstoles y de su falta de espíritu. Sin embargo, dice la Escritura que Jesús fué visto por ellos después de la Resurrección por espacio de cuarenta días y habló con ellos del Reino de Dios (Hech. 1, 3). ¿Eran los Apóstoles realmente faltos de espíritu? ¿No lo son más bien sus críticos, que quieren negar a los judíos la futura gloria después de su sumisión a Cristo?[iv] Cf. Jer. 31, 33-34; Zac. 8, 22-23; 12, 10; 14, 8-11; Hech. 3, 21; Apoc. 10, 7.
El presente trabajo no pretende resolver el problema judío; su único fin es mostrar que, según las Escrituras, los judíos son un pueblo extraordinario, al que Dios mantiene para cumplir sus promesas. Si hoy reclaman el país de sus antepasados y lo ocupan poco a poco, obedecen, sin darse cuenta, a la voz de Dios, que los congrega de nuevo en aquel pequeño territorio, para obrar en ellos el misterio predicho por San Pablo y los profetas del Antiguo Testamento. Nada sabemos sobre el modo de su realización, pero estamos seguros de que será la obra más estupenda entre la primera y la segunda venida de Cristo, y probablemente el acto preliminar de esta última.


J. Straubinger.




[i] Nota del Blog: no podemos dejar de notar que se trata del mismo argumento desarrollado, in extenso, por Lacunza.
[ii] Nota del Blog: siguiendo con las dudas… ¿quiere decir esto que para Straubinger habrá Iglesia durante el Milenio? ¿Qué decir del rapto del cual se habla en varios lugares en el Nuevo Testamento y que el mismo autor interpreta referido a la Iglesia y junto con la Parusía (y no antes)?
[iii] Nota del Blog: Creemos que esta interpretación de la profecía de las 70 semanas de Daniel es la verdadera. La septuagésima semana es todavía futura para nosotros y es tal vez el período histórico más detallado en toda la SSEE.
[iv] Nota del Blog: lo mismo dígase, mutatis mutandis, de las preguntas que se encuentran en Mt 24, 3 y Mc XIII, 4 por un lado y Lc XXI, 7 por el otro. Ya tendremos tiempo de volver sobre esto.