lunes, 20 de agosto de 2012

El Problema Judío a la Luz de la Sagrada Escritura (I Parte)

   Nota del blog: Publicamos en dos partes este interesantísimo estudio del docto sacerdote alemán sobre Israel. Excepto por pequeñísimos detalles accidentales, hacemos nuestras todas y cada una de las palabras plasmadas aquí. 
   A la espera que muchos Católicos puedan comenzar a entender que el problema judío es ni más ni menos que un misterio, (tema largamente tratado, por otra parte, por L. Bloy en su "La Salvación por los Judíos") hemos decidido presentar este estudio, disminuyendo al mínimo las notas propias pues sabemos que si quisiéramos escribir todo cuanto nos viene a la mente habría que hacer otro estudio.

Segunda parte AQUI

Autor: Mons. J. Straubinger
Fuente: Revista Bíblica, 1949, pag. 99 ss

Mons. J. Straubinger

I

En general la Historia mide al pueblo judío con la misma medida que a las otras pequeñas naciones y razas, y como para dejar constancia de su insignificancia le dedica en sus copiosos volúmenes apenas unas pocas páginas. Nada más comprensible que esto, pues comparado con los demás pueblos de la Antigüedad el de Israel se mostró tan inactivo y falto de poderío, que muchos escritores no tuvieron conocimiento de su existencia, o por lo menas no lo mencionan en sus libros. Los modernos sí lo conocen, pero debido a su modo de juzgar a todos los pueblos con el mismo criterio, les escapa la posición singular de aquel pueblo, cuya fuerza vital está por encima de todo criterio humano y cuyo destino es como ''el reloj de Dios a través de la historia''.
Es muy fácil considerar el problema judío exclusivamente desde el punto de vista económico, nacional o político, y señalar los peligros que la actividad comercial y financiera de los judíos implica para los pueblos cristianos; mas fácil aún es instigar los sentimientos nacionales contra un pueblo que goza de las ventajas del internacionalismo y vive entre todas las naciones sin asimilarse a ninguna; pero con tal método no se resuelve la cuestión judía, ni siquiera se da comienzo a su solución.
La solución está en otro plano. Los judíos del Antiguo Testamento fueron el ''pueblo elegido'', la ''porción escogida'', la ''nación santa'' (Ex. 19, 5-6), ''el hijo primogénito'' (Ex. 4, 22), portadores y transmisores de la Revelación (Rom. 3, 2), no a causa de sus méritos, sino en virtud del libre beneplácito de Dios que elige a quien quiere (Rom. 9, 11 y 18); pero una vez escogidos no están ya sometidos a las leyes ordinarias de la historia, sino que andan por los caminos extraordinarios de la divina Providencia, que los ha mantenido hasta hoy en evidente contraste con lo que pasa con otros pueblos.


II

Todos sabemos que el pueblo elegido se convirtió en el reprobado, primero a consecuencia de sus continuas apostasías, y después por su formulismo religioso que le ofuscó los ojos de tal manera que no reconoció al Mesías, a quien esperaba.
El hecho de la apostasía es tan manifiesto, que todos los profetas desde el primero hasta el último, la denuncian y el mismo Jesucristo la llora (Mat. 13, 37-39). También San Pablo, citando a Isaías (6, 9-10), atestigua la incredulidad judía en Hech. 28, 28: ''Os sea notorio que esta salud de Dios ha sido transmitida a los gentiles, los cuales prestarán oídos''. En vista de tan tremendos juicios, es una provocación si el judío Max Kahn nos dice: ''La judeidad es el pueblo que en los albores de la evolución ética de los hombres descubrió los valores imperecederos de la vida y que fué desangrándose por ellos durante más de dos mil años'' (Rev. de la Univ. Nac. de Colombia, abril 1048, pagina 9). Los judíos no ''descubrieron'' esos valores sino que Dios se los enseñó, y no fueron desangrándose por su fidelidad; al contrario, porque no cumplieron la ley vinieron sobre ellos todas las calamidades hasta el destierro y la destrucción (cfr. Lev. cap. 26; Deut. cap. 28 y la profecía de Cristo sobre la ruina de Jerusalén en Mat. cap. 24, etc.). Kahn olvida que los judíos tenían que ser la luz, es decir, misioneros de los paganos, deber sagrado que cumplieron muy insatisfactoriamente. Tampoco corresponde a la verdad la observación del mismo autor sobre los judíos como joyeros religiosos de la humanidad. ''A los judíos, afirma Kahn, les gusta ser orfebres y joyeros, porque les gusta ser eso mismo en la vida religioso-espiritual''. ¡Ojalá hubieran sido joyeros religiosos en la antigua Grecia y Roma! En los apóstoles no encontramos nada de esa afición a la orfebrería, y sin embargo influyeron inmensamente más en la vida religioso-espiritual del mundo, en tanto que, como dice San Pablo, por causa de los judíos fué blasfemado el nombre do Dios entre los gentiles (Rom. 2, 24). Cf. Ez. 36, 20.

III

La apostasía de Israel tuvo por consecuencia la transmisión de la salud a los gentiles, proclamada definitivamente por San Pablo (Hech. 28, 28) y muchos siglos antes anunciada por los profetas. Citamos por testigos sólamente a los más grandes, Moisés e Isaías. En Deut. 32, 21-22 leemos: ''Yo (Dios) esconderé mi rostro y ahora veré el fin cierto de ellos (es decir, de los judíos), pues son hijos desleales, una generación perversa. Me provocaron con no-dioses, me irritaron con vanos simulacros. Por eso Yo también los provocaré con un no-pueblo y los irritaré con gente insensata''. Bover-Cantera añade aquí la siguiente nota: ''Por medio de estos bárbaros, que no merecen el nombre de pueblo, Dios dará a Israel pena adecuada a su culpa de adorar a quien no merecía el nombre de Dios''. La interpretación auténtica nos la da San Pablo en Rom. 10, 19-11, 12. El ''no-pueblo'', la ''gente insensata'', somos nosotros, los cristianos, hijos de pueblos gentiles, que para Israel no eran más que una masa insensata.
En Isaías dice el Todopoderoso: ''Dejéme buscar por los que antes no me preguntaban; dejéme hallar por aquellos que no me buscaban. Dije: Heme aquí, heme aquí, a una nación que no invocaba mi nombre. Mantuve mis manos siempre extendidas hacia un Pueblo rebelde, hacia aquellos que no caminaban por el buen camino'' (Is. 65, 1-2). San Pablo explica este pasaje en el sentido de que la salud ha sido transmitida a los gentiles que antes no conocían a Dios (Rom. 10, 20-21), de modo que ''por la caída de los judíos vino la salud a los gentiles'' (Rom. 11, 11).
Pero no nos engriamos por ser sustitutos del pueblo escogido, pues también a nosotros nos eligió El ''conforme a la benevolencia de su voluntad, para celebrar la gloria de su gracia'' (Ef. 1, 5-6), no en atención a nuestros méritos. ''Si algunas de las ramas (del pueblo judío), dice San Pablo, fueron desgajadas, y tú (¡oh gentil!), siendo acebuche, has sido injertado en ellas y hecho partícipe con ellas de la raíz y de la grosura del olivo, no te engrías contra las ramas; que si tú te engríes, (sábete que) no eres tú quien sostienes la raíz, sino la raíz a ti'' (Rom. 11, 17-18). Si no seguimos esta regla de humildad, nos acarreamos el mismo castigo que los judíos.

IV

Lo extraordinario en el pueblo hebreo no es su reprobación sino la solemne promesa de la futura anulación de la misma. Es esta una de las más estupendas verdades, que San Pablo nos revela con toda su autoridad apostólica en II Cor. 3, 16, donde habla de la vuelta de los judíos al Señor, y especialmente en el cap. 11 de la Carta a los Romanos, donde dice que los judíos serán injertados de nuevo en el propio olivo (Rom. 11, 24) y agrega: ''No quiero que ignoréis, hermanos, este misterio —para que no seáis sabios a vuestros ojos—, el endurecimiento ha venido sobre una parte de Israel hasta que la plenitud de los gentiles haya entrado en la Iglesia y de esta manera todo Israel será salvo'' (Rom. 11, 25 ss.).
El Apóstol de los gentiles anuncia en este capítulo un '''misterio'' (v. 25), la conversión de Israel, y para aumentar nuestro asombro, nos hace vislumbrar que tal acontecimiento será de gran provecho para el mundo, pues ''si el repudio de ellos es reconciliación del mundo, ¿qué será su readmisión sino la vida de entre muertos?'' (v. 15); y ''si la caída de ellos ha venido a ser la riqueza del mundo, y su disminución la riqueza de los gentiles, cuántos más su plenitud'', (V. 12).
Palpamos aquí el misterio de la infinita misericordia de Dios que un día perdonará a su pueblo, "porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables'' (v. 29) y los judíos, respecto a su elección, siguen siendo ''muy amados a causa de los padres'', los patriarcas.
De desobedientes e incrédulos se harán fieles y obedientes a la fe. Entonces será quitado de sus ojos el velo que produjo su ceguera (II Cor. 3, 13 ss.), y el endurecimiento de su corazón, será ablandado por los golpes de la divina misericordia. Sobre este punto no hay divergencias entre los exégetas, tampoco sobre la fecha en que la cristiandad tendrá el gozo de presenciar tan fausto acontecimiento. Se cumplirá cuando ''la plenitud de los gentiles haya entrado'' (Rom. 11, 25), es decir, terminado el tiempo destinado a la conversión de los gentiles (cfr. Lc. 21, 24).

V

Mucho más difícil es la explicación de los vaticinios referentes a Israel como pueblo. El primero de los profetas que en nombre de Dios se pronunció sobre el futuro destino de Israel, fué Moisés. En los capítulos 26 del Levítico y el 28 del Deuteronomio promete el gran profeta al pueblo fiel las más maravillosas bendiciones: ''Yahvé te abrirá su rico tesoro, el cielo, concediendo a su tiempo la lluvia necesaria a tu tierra y bendiciendo toda obra de tus manos; de suerte que prestarás a muchas naciones, y tú mismo no tomarás prestado. Yahvé te constituirá cabeza y no cola, y estarás siempre encima y nunca debajo, si obedeces al mandato de Yahvé, tu Dios, que hoy te intimo para que cuides de practicarlo, y no te apartarás ni a la derecha ni a la izquierda de ninguno de los mandatos que hoy te ordeno'' (Deut. 28, 12-14) . Cf. Deut. 30, 3.
No faltan quienes buscan en estas palabras una predicción del dominio mundial de la raza hebrea y las ven cumplidas en la posición actual de los judíos como banqueros del mundo, lo que les da enorme influencia y prácticamente la superioridad sobre otras naciones, pues con el dinero se puede estar ''siempre encima y nunca debajo'' y hasta ganar las guerras. Sin embargo no hay fundamento exegético para tal interpretación Su realización depende, según Moisés, del fiel cumplimiento de la Ley antigua, de la cual, como todos sabemos, los judíos de hoy cumplen solamente una parte, si es que la cumplen, pues les falta el centro del culto mosaico, el Templo y las sacrificios.
Moisés no olvida la otra eventualidad, a saber, la apostasía de Israel, y le predice como castigo la dispersión entre otros pueblos: ''Yahvé te desparramará por todas las naciones, de un extremo al otro de la tierra, y allí servirás a dioses extraños que no conoces tú; ni tus padres, a leño y a piedra. En aquellas naciones no lograrás descanso ni tendrá punto de reposo la planta de tu pie. Yahvé te dará allí un corazón trémulo, desfallecimiento añorante de ojos y congoja de espíritu. Tu vida te parecerá a lo lejos como pendiente de un hilo, y noche y día temerás, sin estar seguro de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién me diera fuese la tarde!, y á la tarde exclamarás: ¡Quién me diera fuese la mañana!'' (Deut., 28, 64 ss.).
El profeta Isaías se refiere más de una vez al porvenir de Israel, por ejemplo en 10, 21 ss., donde dice: ''Un resto volverá, un resto de Jacob, al Dios fuerte, pues aunque fuera tu pueblo Israel como la arena del mar, (sólo) un resto volverá''. La interpretación de esta profecía está asegurada por San Pablo, que la cita en Rom. 9, 27, en conexión con la conversión de Israel. En Is 59, 20-21 habla el profeta de un futuro Redentor y sigue: ''He aquí mi alianza con ellos, dice Yahvé: Mi espíritu que está sobre ti, y las palabras que Yo he puesto en tu boca, no se apartarán de ella…'' Felizmente poseemos la interpretación auténtica de este lugar en Rom. 11, 26, donde el Apóstol de los gentiles lo relaciona con la futura salvación de Israel. Encontramos aquí la idea de un nuevo pacto, distinto de los pactos anteriores hechos con Abrahán y Moisés. Será un pacto espiritual, idéntico con la Nueva Alianza, a la cual los judíos convertidos se asociarán y con ello recobrarán sus prerrogativas antiguas[i] (Rom. 11, 29). También por boca de Jeremías (cap. 31) y Ezequiel (cap. 37) promete Dios hacer una nueva alianza con su pueblo. Dice el profeta Jeremías: ''He aquí que vienen días, afirma Yahvé, en que pactaré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva... Este será el pacto que Yo concertaré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Yahvé: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no necesitarán instruirse los unos a los otros, ni el hermano a su hermano, diciendo: ''Conoced a Yahvé''; pues todos ellos me conocerán, desde el más pequeño hasta el mayor, dice Yahvé; porque perdonaré su culpa y no recordaré más sus pecados'' (Jer 31, 31 34).
Nótese ante todo que este vaticinio se dirige a ambos reinos judíos, el de Israel y el de Judá, no obstante la ruina total de aquél y la situación desesperada de éste, y que su fin es consolar a todas las tribus de Israel, no solamente a las dos que formaban el reino de Judá. Los que entienden por Israel a la Iglesia, han de reconocer que no se ha cumplido aún, o sólo muy imperfectamente, pues se necesitan todavía instrucción, catequesis y predicación y estamos muy lejos de aquel estado feliz en que no habrá más necesidad de enseñanza religiosa.
Tomarlo en sentido hiperbólico es igualmente peligroso, pues es Dios quien habla en el pasaje citado, y El no exagera como lo hacen los hombres. Además aplicar exclusivamente a Ia Iglesia todos los vaticinios que hablan de un glorioso porvenir de Israel significaría acusar a la Iglesia de las iniquidades a que ellos aluden, como por ejemplo en el vaticinio citado, que no solamente habla de la nueva alianza con Israel sino también de su ''culpa''  y de sus “pecados” (Jer. 31, 34).
Más peligroso aún es el método de reservar para los judíos todas las profecías desagradables, y para nosotros todas las agradables, aunque el profeta las dirige expresamente a las tribus de Jacob, a Israel, Jerusalén, Sión, etc. En el último número de ''Estudios Bíblicos” enero-marzo de 1949, pág. 99, el P. Ramos García C.M.F., criticó este sistema con las siguientes palabras: “Si en lugar de conceder a cada uno lo que es suyo como piden de consuno la justicia y la Hermenéutica, se emplea el arcaduz de la espiritual alegoría para escanciar de buenas a primeras el contenido de los magníficos vaticinios en la Iglesia de la primera etapa, mientras Israel no está con ella, es obvio que al Israel converso no le han de quedar más que las esculladuras de las divinas promesas, no obstante mirar a él primera y principalmente. Y de pasar la cosa así como esa interpretación pretende, habría razón para aplicar a las grandiosas promesas, tan repetidas, ponderadas y precisas, hechas por Dios a ese pueblo, el dicho del profeta Venusino: ''Parturient montes, nascetur ridiculus mus'', lo que haría de la mayor parte de ellas algo así como una broma pesada.''


[i] Nota del blog: está claro que este trabajo del gran exégeta alemán no pretende ser exhaustivo ni mucho menos, con lo cual quedan todavía muchas preguntas por responder, como por ejemplo: ¿cuándo tiene lugar este nuevo pacto, con la Parusía o antes (coincidentemente con la venida de Elías)? En prueba desta última postura ¿se puede apelar a Dn. IX, 27 cuando dice: “Yo confirmaré el pacto con muchos durante una semana, etc”?, etc.