Creo que el mejor resumen de la vida y gesta de Josué como imagen de Cristo está descrita en el libro del Eclesiástico, donde pasa revista a los principales personajes del Antiguo Testamento.
De Josué dice lo siguiente:
Eccli. XLVI, 1-8:
“Esforzado en la guerra fue Jesús, hijo de Nave, sucesor de Moisés en el don de la profecía; el cual fue grande, como lo denota su nombre,
grandísimo en salvar a los escogidos de
Dios, en sojuzgar a los enemigos que
se levantaban contra él, y en conseguir
para Israel la herencia. ¡Cuánta gloria alcanzó, teniendo levantado su brazo, y vibrando la
espada contra las ciudades! ¿Quién antes de él combatió así? Porque el mismo
Señor le puso en sus manos los enemigos. ¿No se detuvo al ardor de su celo el
sol, por lo que un día llegó a ser como dos? Invocó al Altísimo Todopoderoso
cuando batía por todos los lados a los enemigos, y el grande, el santo Dios,
oyendo su oración, envió piedras de
granizo muy duras y pesadas. Se arrojó impetuosamente sobre las huestes
enemigas, y en la bajada arrolló a los contrarios, para que conociesen las
naciones su poder, porque no es fácil pelear contra Dios. Fue siempre en pos
del Omnipotente”.
Josué es sucesor de Moisés en cuanto profeta y, además, fue grande por su nombre, porque llevaba en sí el nombre del Salvador.
Pero las 3 grandes características de Josué como
imagen de Jesús creo que están claramente marcadas cuando dice:
a) Salvar a los escogidos de Dios, lo cual nos hace pensar en el Discurso Parusíaco:
Mt. XXIV, 22-24.30-31: “Y si no hubiesen sido acortados los días aquellos, no sería salva toda carne; más a causa de los elegidos serán acortados los días aquellos. "Entonces si alguien os dice: "Ved, aquí (está) el Cristo” o “aquí”, no creáis. Se levantarán, en efecto, falsos cristos y falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios, hasta el punto de engañar, si fuera posible, aún a los elegidos” (…) Y entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y entonces harán luto todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con virtud y gloria mucha. Y enviará sus ángeles con trompeta grande y congregarán a sus elegidos de los cuatro vientos, de extremos del cielo a extremos de ellos”.
Y el Apocalipsis, al
hablar de la batalla del Harmagedón
dice que Cristo viene junto con los escogidos (XVII, 14).
b) Sojuzgar a los enemigos que se levantaban contra él: como vimos que hizo Josué y que hará Jesús cuando, por medio de diversos juicios, vaya destruyendo a sus enemigos: Babilonia, el falso Profeta y el Anticristo, las Naciones y, por último, Satanás (Apoc. XVII-XX), es decir, el demonio y el mundo, 2 de los 3 enemigos del alma.
c) Conseguir para Israel la herencia: como vimos en Josué y veremos en Jesús cuando divida la tierra Santa según la profecía de Ezequiel.
Imposible no recordar las palabras de San Justino:
“Josué
ha dividido la tierra y ha detenido el sol; en la segunda Venida Cristo vendrá
a dividir la herencia que no tendrá fin y brillará en Jerusalén como luz eterna”.
***
Conclusiones:
1) No se puede negar que todo esto es interesante.
2) Y este tema no es sólo interesante sino también actual, si es que estamos, como todo parece indicarlo, en los últimos tiempos. Y al ser actual, es cercano y ¿quién no quiere conocer el futuro próximo?
Pero tal vez alguien diga:
- Todo muy lindo, pero
aun así necesito algo más para dedicarme a estos temas.
Bueno, he aquí tres razones por las cuales estudiar las profecías bíblicas, y las tres están tomadas de la Biblia.
1) La primera es una cita del Eclesiástico. Dice así:
Eccli. XXXIX, 1: “El sabio indagará la sabiduría de todos los antiguos, y hará estudio de los profetas”.
A lo cual Straubinger comenta:
“He aquí el concepto que Dios tiene del verdadero sabio, bien diferente del que tiene el mundo. Es aquel que medita las Sagradas Escrituras y dedica su tiempo al estudio de los Profetas. La Sagrada Escritura es un océano sin fondo.”
Es decir, Dios ha
prometido uno de los siete dones del Espíritu Santo al que estudie las
profecías, y de hecho es el don más elevado, propio de los santos y místicos.
De hecho, la sabiduría, como su nombre lo indica, es aquel por medio del cual saboreamos, gustamos al mismo Dios y no
ya alguno de sus atributos.
Y lo interesante acá
es que el don que sigue en importancia, el de inteligencia, es aquel que tiene
por objeto hacernos entender y descubrir el significado de las Escrituras. O
sea, es como que, para el resto de las Escrituras, Dios promete su asistencia
por medio del don de inteligencia, pero al que estudia las profecías, le tiene
reservado el don más elevado, el don propio de los santos.
2) La segunda razón está tomada del profeta Daniel. En el capítulo XII, después de hablarle sobre algunos sucesos de la 70º Semana que les hablé antes, se le dice:
Dan.
XII, 3: “Tú, Daniel, encierra
estas palabras, y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos buscarán y se acrecentará el conocimiento”.
O sea, Dios tiene prometido para los últimos
tiempos muchas gracias y luces para entender las profecías, gracias que no
le fueron dadas ni a los Padres ni a los grandes exégetas de la historia de la
Iglesia.
Dios nos trata como a
niños, y conociendo nuestra flojera nos promete este tipo de cosas a ver si así
nos decidimos a estudiar su divina Palabra.
3) El tercer texto está tomado del NT, del último capítulo de San Lucas. Es la historia de los discípulos de Emaús que termina con estas palabras:
Lc. XXIV, 32: “¿No es verdad que nuestro corazón
estaba ardiendo dentro de nosotros, mientras nos hablaba en el camino, mientras
nos abría las Escrituras?”.
O sea que, lejos de
tratarse de un conocimiento especulativo como podría ser el del punto anterior,
el estudio de las profecías tiene por virtud inflamar nuestros corazones en el
amor de Dios.
El don más elevado,
propio de los santos; un conocimiento que nadie tuvo antes; inflamar nuestro
corazón en su amor. Como ven, cuando Dios da, da. No anda con vueltas. Por eso cuando pedimos, tenemos que pedir, porque Dios quiere darnos mucho y
no nos va a dar mucho si no le
pedimos mucho.
Por eso, como dice un gran autor espiritual (y un excelente exégeta), el P. Thibaut:
“A Dios le disgusta dar con parsimonia, y uno se arriesga mucho a no
recibir absolutamente nada si se obstina en pedir muy poco”.