2. Y la ciudad, la santa Jerusalén nueva, vi descendiendo del cielo desde de Dios, preparada como esposa adornada para su esposo.
Concordancias:
Τὴν πόλιν τὴν ἁγίαν Ἱερουσαλὴμ καινὴν (la ciudad, la santa, Jerusalén nueva): cfr. Mt. V, 14; Gál. IV, 26; Heb. XI, 10.16; XII, 22; XIII, 14; Apoc. III, 12; XX, 9; XXI, 10.14-16.18-19.21.23;
XXII, 14.19. Ver Gál. IV,
25; Apoc. XI, 2.8.13; XIV,
20; XX, 9 (Jerusalén Terrena); Apoc. XVI, 19; XVII, 18; XVIII,
10.16.18-19.21 (Babilonia).
Καταβαίνουσαν (descendiendo): cfr. Apoc. X, 1 (San Gabriel); XII, 12 (Diablo); XIII, 13 (fuego); XVI, 21 (granizo); XVIII, 1 (San Gabriel); XX, 1 (San Miguel); XX, 9 (fuego); III, 12; XXI, 10 (Jerusalén Celeste).
Ἐκ τοῦ οὐρανοῦ ἀπὸ τοῦ Θεοῦ (del cielo desde Dios): cfr. Apoc. III, 12; XXI, 10.
Ἡτοιμασμένην (preparada): término usado muy a menudo para significar la misma realidad expresada aquí: la preparación de la Iglesia para con su Esposo. Cfr. Mt. III, 3; XX, 23; XXII, 4; XXV, 34.41; XXVI, 17.19; Mc. I, 3; X, 40; XIV, 12.15.16; Lc. I, 17.76; II, 31; III, 4; XII, 47; XXII, 8.9.12.13 Jn. XIV, 2 s.; Heb. XI, 16; Apoc. XIXI, 7. Ver Apoc. VIII, 6; IX, 7.15; XII, 6; XVI, 12.
Νύμφην (esposa): cfr. Jn. III, 29; Apoc. XXI, 9; XXII, 17. Ver Apoc. XVIII, 23.
Κεκοσμημένην (adornada): cfr. Mt. XXV, 7; Apoc. XXI, 19. Ver Mt. XII, 44; Lc. XI, 25; XXI, 5; I Tim. II, 9-10; I Ped. III, 5.
Ἀνδρὶ (esposo): Hápax en el Apocalipsis. cfr. Mt. VII, 24.
Notas Lingüísticas:
Allo: “ἐκ… ἀπὸ (del… de parte): ἐκ indica el origen, ἀπὸ, el autor (Bousset)”.
Comentario:
Straubinger: “Pirot observa que la Jerusalén de Ez. XL-XLVIII era todavía terrestre, y añade que la de Is. LIV, 11 ss está descrita con un lirismo deslumbrante, pero no establece ni explica que haya diferencia entre ambas (cf. v. 22 y nota). La Jerusalén que aquí vemos desciende toda del cielo, como dice San Agustín y es la antítesis de Babilonia, la ramera (caps. XVII-XVIII); la imagen es tomada de la Jerusalén terrenal, pero la idea es otra y no podemos confundirla con nada de lo que era la tierra, fuese o no transformada”.
Wikenhauser: “En esta nueva tierra contempla el vidente una nueva ciudad santa (Is. LII, 1), una nueva Jerusalén, que ha bajado del cielo. La figura de una Jerusalén celestial se encuentra también en otros dos pasajes del N.T.: Gál. IV, 26 y Heb. XII, 22. Pero en Gál. IV, 26 (como en Fil. III, 20) se presenta más bien con rasgos de una comunidad, cuyos miembros son los cristianos, mientras para Heb. XII, 22 es preferentemente una cuidad, edificada en el cielo.
También
la literatura judía contemporánea de Cristo conoce una Jerusalén celestial. En
algunos de tales escritos se llega hasta manifestar la esperanza de que, al
llegar la era de salvación, esta Jerusalén bajará del cielo a la tierra y
sustituirá a la ciudad terrena (por ejemplo, IV Esd. VII, 26: “Mira, llegan
días en que aparecerá la ciudad invisible”). La Jerusalén que baja del cielo
luce esplendorosa, engalanada de novia (XIX, 7), con atavíos que se describen
en XXI, 10 ss”.
Gelin: “A los ojos de los judíos, esta Jerusalén, al igual que la Torah, preexistía a su realización terrestre junto a Dios. Se creía que Adán, Abraham, Moisés (Apoc. de Baruch IV, 3) y Esdras (IV Esdras, X, 45-59) habían contemplado esta ciudad ideal, que se esperaba para el futuro y que se construía en sueño, en antítesis a los males nacionales. La Jerusalén de Ez. XL-XLVIII, imaginada después del desastre del 587, era todavía terrestre. La de Is. LIV, 11 está descrita con un lirismo deslumbrante. Los rabinos la pintaban más maravillosa todavía (Lagrange, Le messianisme, p. 199; cfr. XXI, 16 y nota)”.
Eyzaguirre: “Así como había visto subir a la ciudad anticristiana, así vio a la ciudad de los elegidos descender del cielo”.
Drach: “Remarquemos que en el Zohar, Gen, 69, se dice que en el fin de los tiempos, Dios renovará el mundo y hará descender del cielo una nueva Jerusalén, que estará desde entonces al abrigo del ataque de los enemigos”.
San Ireneo: “Imagen de esta Jerusalén es la primera Jerusalén, en la cual los justos se prepararon para la incorrupción y se dispusieron para la salvación. Moisés recibió en la montaña la figura de este santuario (Ex. XXV, 40; Heb. VIII, 5). No podemos decir que se trata de una mera alegoría, sino que todo cuanto Dios preparó para la felicidad de los justos tiene un sólido y verdadero cimiento. Pues, así como es verdadero y no alegórico el Dios que resucita al hombre, igualmente será que el hombre resucite de entre los muertos, como lo hemos expuesto con los anteriores argumentos. Y así como resucitará de verdad, así también se preparará verdaderamente para la incorrupción, se desarrollará y madurará en el tiempo del reino, a fin de capacitarse para la gloria del Padre”.
Apringio: “La Jerusalén celestial es la multitud de los santos, que se dice que va a venir con el Señor, como dice Zacarías: “Ved que el Señor Dios míos vendrá y todos los santos con Él” (Zac. XIV, 5)”.
Ramos García (Apoc.): “La Jerusalén celeste desciende entre el juicio universal y el final. La Jerusalén nueva, es la mejor parte de la Iglesia Triunfante, que desciende del cielo a la tierra para que sea el tabernáculo de Dios entre los viadores. Reino sacerdotal en el cual se da el premio a los vencedores (de los que hablan las epístolas)”.