sábado, 6 de febrero de 2021

La Disputa de Tortosa (XXXVIII de XXXVIII)

   5) Discusión sobre los errores del Talmud[1].

 

Ya no se trataba de informar sobre la fe cristiana, sino de atacar las posiciones judías. Las sesiones, pocas y espaciadas (la ses. 63 fué el 15 de junio de 1414 y la última o 69, el 13 de noviembre del mismo año) se celebraron en la villa de San Mateo y, a lo que parece, sin la publicidad de las anteriores: la misma escabrosidad de muchos puntos tratados aconsejaba esta circunspección y la materia corresponde a la segunda parte del tratado de Jerónimo, titulada “De Judaicis erroribus ex Talmud”. 

Jerónimo sabía que la doctrina talmúdica era el mayor obstáculo para su conversión, ya que, teniéndola por doctrina revelada, rechazaban, como opuesta a ella, la mesianidad de Cristo. Urgía, pues, demostrar que no era tal doctrina revelada, sino invención humana, y esto se hizo demostrando que contenía errores e inmoralidades inadmisibles en una doctrina revelada. 

Jerónimo seleccionó sólo algunos textos, catalogándolos en los siguientes apartados: 

a) Errores contra la excelencia y perfección divina. 

b) Errores acerca de las operaciones divinas. 

c) Errores acerca de la ley natural. 

d) Difamación a los santos del Antiguo Testamento. 

e) Blasfemias contra Jesucristo. 

f) Odio a muerte contra los cristianos. 

La autenticidad de los textos alegados les fué debidamente probada. 

La respuesta judía, dada en la ses. 64 se redujo a decir que no sabían cómo explicar esas autoridades, pero que, siendo santos y sabios los doctores que las escribieron, jamás hubieran puesto nada inmoral, por consiguiente, debían tener una interpretación buena que ellos ignoraban y que, por su ignorancia e insuficiencia, nada debía perder el Talmud. 

A nadie se le ocurrió decir que las autoridades alegadas por Jerónimo eran mera expresión de opiniones particulares sin fuerza obligatoria. Esto hubiera sido conceder lo que pretendía la parte cristiana: que la doctrina del Talmud era invención humana, no doctrina revelada. 

En la ses. 66 pasó Jerónimo a impugnar la respuesta judía. Esta se había apoyado en el saber y santidad de los doctores que pusieron tales autoridades en el Talmud, pero les probó su ignorancia con nuevos ejemplos sacados del mismo Talmud y luego, haciendo un recorrido por los siete pecados capitales, demostró, por el mismo Talmud, que no había pecado que los doctores talmudistas no hubiesen cometido. 

De la autenticidad de los textos que alegó no puede dudarse pues ni uno solo negaron los rabinos. 

La prueba era aplastante, y por eso, en la ses. 67, rabí Astruch presentó una cédula en que se resignaba a negar fe a las autoridades alegadas. Esto equivalía a negar que el Talmud fuese Escritura revelada. Por eso Astruch hizo su concesión con una serie de cortapisas. Todos los demás rabinos, excepto Ferrer y Albo, se adhirieron a la cédula de Astruch, los cuales debían emprender por propia cuenta la defensa del Talmud, pero vieron la empresa tan difícil, que en la sesión siguiente ya habían decidido adherirse a la respuesta de Astruch. 

Por eso, en la ses. 68 fué presentada, en nombre de todos, la cédula dada por aquél en la ses. 67. 

Habiendo renunciado los Rabinos a la defensa del Talmud, la discusión se dio por terminada y, con ella, la misma Disputa, ya que se habían cumplido los fines que el Papa se había propuesto en ella, es decir, informar a los judíos sobre estos dos extremos: el Mesías ya ha venido y el Talmud no es escritura revelada. 

 

VII. Conclusión. 

La mesianidad de Cristo y la verdad de la Fe cristiana se deducen fácilmente de lo tratado en la Controversia, pero no se trataron en ella y esto intencionadamente. La Disputa no buscaba directamente convertir a los judíos, sino remover los principales obstáculos que impedían esa conversión. Removidos éstos, la conversión se confiaba, no a la Disputa, sino a las instrucciones que simultáneamente se daban y, sobretodo, a la obra de la gracia. 

Los resultados fueron espléndidos. Según las Actas y por testimonio de la misma Bula que las cierra, se convirtieron más de tres mil. Pero este número creemos se refiere únicamente a las conversiones de un modo u otro registradas en Tortosa o cuya noticia detallada llegó allí. Por eso pensamos que el número total de conversiones debió de ser bastante mayor. 

Para deshacer este prejuicio judío no había otro remedio que hacer bien patentes los errores e inmoralidades que contenía y hay que agradecer a Jerónimo el que se decidiera a hacerlo. Con ello hizo caer el ídolo que los judíos adoraban; y por eso fué precisamente en el verano de 1414, durante la discusión del Talmud, cuando se produjeron las conversiones en masa. El bastión de su fe era el Talmud; al derribarse éste, cedió también aquélla. 

Si esta cuestión era en aquel tiempo de importancia suma, creemos que aún hoy no ha perdido del todo su actualidad. Si su importancia es menor, no por eso deja de ser grande. No es el Antiguo Testamento lo que impide al judío la aceptación del Nuevo; esto es de evidencia para todo católico, ya que el Nuevo es complemento y cumplimiento del Antiguo. Por consiguiente, hay que reconocer que lo que impide a los judíos creyentes la aceptación de la Fe cristiana son las doctrinas e interpretaciones talmúdicas en que están imbuidos, y por las que se rigen. El desprestigio del Talmud los dispondrá hoy como entonces a la conversión y las autoridades que en él se prestan a una interpretación cristiana les harán percibir cómo todos los esfuerzos de los autores del Talmud no lograron ahogar del todo la verdadera interpretación de las Profecías que habían recibido de la Tradición antigua y de la cual procuraron desviarse en su odio a Cristo. Así, el judío actual podrá más fácilmente hallar el verdadero sentido de las Profecías y, por ende, abrazar la fe cristiana. 

Respecto a los Rabinos que tomaron parte activa en la Discusión, no parece se convirtiera ninguno, pues las Actas lo hubieran advertido y no lo hacen. 

Así terminó, pues, la que seguramente es la Disputa más famosa entre católicos y judíos en la Edad Media; el triunfo de Jerónimo y la confusión de los Rabinos es patente para cualquiera que tenga un mínimo de imparcialidad. 

Jerusalem, Jerusalem, convertere ad Dominum Deum tuum!


 [1] I.335-343.