lunes, 11 de septiembre de 2017

El Katéjon, II Tes. II, 6-7 (XIV de XV)

Knabenbauer continúa:

“Otra cosa que se critica con razón en esa sentencia se percibe en la nueva explicación del v. 7: hasta que sea quitado del medio ἕως ἐκ μέσου γένηται, hasta que surja del medio (de la iniquidad). Pero ἐκ μέσου γένηται tanto en los intérpretes griegos, como en los escritores profanos se toma en un sentido totalmente distinto, a saber: sacar, quitar del medio, y tampoco es otra la interpretación dada por los intérpretes tanto antiguos como modernos; cfr. αἴρειν ἐκ τοῦ μέσου, I Cor. V, 2; Col. II, 14; LXX, Is. LVII, 2; Ez. XIV, 8-9”.

Uno no puede menos que maravillarse sobremanera por esta tan endeble objeción ya que los textos alegados para probar la traducción que da el autor (del medio sea quitado) no prueban ni pueden probar lo que Knabenbauer quiere, por la sencilla razón que se trata de dos verbos diferentes.

La palabra usada en las citas al final está tomada del verbo αἴρω, que significa quito, mientras que en el texto que estamos analizando el verbo usado es γίνομαι, que significar me vuelvo o devengo e indica un cambio de estado.

Además, repárese que si San Pablo hubiera querido decir “sea quitado” lo más lógico hubiera sido que hubiera escrito el mismo verbo que luego habría de usar en sus epístolas a los Corintios y a los Colosenses, y si usó otro, entonces lo más lógico es pensar que se debió a que era otra la situación que tenía en mente.

Con respecto a la interpretación de los antiguos y modernos no hay que dejar de reconocer, en primer lugar, que no pasa de ser una opinión y nada más que eso, pero por si fuera poco ya el mismo San Agustín en su época decía que la traducción “del medio surja” era una opinión valedera.

Estas son sus palabras, junto con un argumento escriturístico más que interesante:


“Otros opinan que las palabras: Sabéis lo que ahora lo frena, y las otras: Esta impiedad escondida está ya en acción, no se refieren más que a los malvados e hipócritas que hay en la Iglesia, hasta llegar a un número tal que formen el gran pueblo del Anticristo. Sería la “impiedad escondida”, porque da la impresión de estar oculta. El Apóstol, por su parte, exhortaría a los creyentes a mantenerse fieles con tenacidad en la fe que profesan con estas palabras: Apenas se quite de en medio el que por el momento lo frena, es decir, hasta que salga de en medio de la Iglesia ese misterio de maldad que ahora está escondido. Les parece que forma parte de esa impiedad oculta lo que dice Juan el evangelista en su carta (I Jn., II, 18-19): Hijos, ha llegado el momento final. ¿No oísteis que iba a venir el Anticristo? Pues mirad cuántos anticristos se han presentado: de ahí deducimos que es el momento final. Aunque han salido de nuestro grupo, no eran de los nuestros; si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros. Del mismo modo dicen éstos que antes del final, de esa hora que llama Juan la última hora, han salido multitud de herejes del seno de la Iglesia, y que él los llama anticristos, así también surgirán de ella entonces todos los partidarios, no de Cristo, sino del último Anticristo: ése será el momento de su aparición”.

Nadie podrá negar que esta opinión es tan válida en nuestros días como lo fue en tiempos de San Agustín.

Sigue objetando el eminente escriturista:

“Luego se dice ὁ κατέχων ἄρτι (el que detiene ahora), por lo tanto, ya en tiempo del apóstol se muestra como existente y reteniendo o cohibiendo; por lo tanto, ὁ κατέχων no puede ser el mismo anticristo”.

Esto ya quedó respondido más arriba cuando se dijo que bien puede entenderse ese detener de una simple demora, eliminando así toda necesidad de una existencia ya en tiempos del Apóstol.

Y luego agrega:

“Además, es extraño que si el apóstol, después de llamar al anticristo hombre de pecado, hijo de perdición en el v. 3 y en el v. 4 ὁ ἀντικείμενος (el que se opone), etc. ahora designe al mismo con un nombre bastante oscuro”.

Lamentablemente, parte el autor de un falso supuesto, a saber, que o katéjon sea un nombre del Anticristo cuando nada en el texto lo insinúa, e incluso parece contradecirlo enfáticamente, pues es sabido que todo el problema de los Tesalonicenses era una cuestión cronológica, temporal: creían que la Parusía ya había tenido lugar, y San Pablo, por toda respuesta, les dice simplemente que hay algo anterior a la Venida de Cristo, algo que todavía no ha sucedido y que es la venida del Anticristo. O katéjon es, pues, lo que demora la venida de Cristo, es decir, aquello que debe suceder antes de la Parusía, a saber, la venida del Anticristo.

Y ya casi terminando las objeciones:

“Además el v. 8 se une mal con esta nueva interpretación del v. 7; tienes pues: porque el misterio de iniquidad ya está obrando, sólo hasta que ὁ κατέχων ἄρτι (el que detiene ahora), esto es, el anticristo, del medio surja, v. 8 y entonces se revelará el inicuo, es decir, el anticristo ¡Cuántos nombres para designar a uno y al mismo hombre!”.

Si bien creemos que ya quedó contestada esta objeción en la respuesta anterior, sin embargo, será bueno responder, aunque más no sea al pasar, la exclamación final. Knabenbauer parece preocupado por la cantidad de nombres con que se designa a un mismo individuo en tan pocos versículos, pero la verdad que esto no debería sorprenderle pues además del hecho que el Anticristo presenta en las Escrituras unos cuarenta (!) nombres diferentes y dejando de lado el hecho que en los vv. 3-4 es llamado de cuatro maneras diversas, vayamos a un ejemplo concreto del Antiguo Testamento:

El cap. XIV de Isaías llama al Anticristo: Rey de Babilonia (v. 4), Opresor (v. 4), Dominador (v. 5), Destructor (v. 12) y el Asirio (v. 25).

Sin dudas otros ejemplos más podrán encontrarse sin mayores dificultades, pero lo cierto es que San Pablo no ha hecho nada nuevo aquí.

Y ya para terminar, Knabenbauer cierra diciendo:

“¿Y para qué el énfasis superfluo: hasta que del medio surja y entonces se revelará? ¡Si surge, ciertamente no es para ocultarse! ¡La cosa es bastante clara!”.

Si el único problema de la exégesis de Padovani es nada más que un énfasis, y sobre todo tratándose de una carta donde San Pablo se muestra algo impaciente por tener que repetir, una vez más, lo mismo que les había dicho una y otra vez a los Tesalonicenses, entonces no cabe duda que es mucho más preferible a cualesquiera de las tantas opiniones que se leen comúnmente entre los exégetas.

¡Pero no! Ni siquiera podemos concederle al gran escriturista alemán este último consuelo.

En primer lugar, porque la revelación del Anticristo es un hecho central, capital; corresponde a la toma de posesión del Santuario de Jerusalén (Dan. IX, 27 y Mt. XXIV, 15) y a la consiguiente muerte de los dos Testigos. Este gran acontecimiento mundial estará revestido con toda virtud y señales y prodigios de mentira y en todo engaño de injusticia.
El Anticristo va a salir del medio de la iniquidad a fin de revelarse al mundo y sentarse en el Santuario de Dios, probándose a sí mismo que es Dios.


Y en segundo lugar, y esto nos parece definitivo, se puede responder argumentando que no se trata más que de la misma figura del discurso que vimos más arriba: el paralelismo sintético, es decir cuando el segundo miembro retoma la afirmación contenida en el primero pero pasándolo para mostrar su fruto o cumplimiento.