jueves, 31 de enero de 2019

Ezequiel, por Ramos García (XXI de XXI)


8) A las muchas muestras de enemistad de Edom contra Israel, que el autor evoca a propósito de Ez. XXV, 12 ss., pudiera haber añadido una muy antigua y principal, que es la incursión de Khusan (l. Husham Gen. XXXVI, 34), Risgathaim (l. rosh Getthaim, cf. Gen. XXXVI, 35 LXX), rey de Aram (l. Edom), vencido por Othoniel (Juec. III, 8), según que rectamente interpretan algunos autores.

9) Que la ecuación Kaftor = Creta, parezca superada, como afirma el autor a propósito de Ez. XXV, 15 ss., nos parece muy aventurado. Los filisteos pudieron llevar el nombre Keftiu (Kaftor) a las costas del Asia Menor, como el de cretenses (Krethim) a las de Canaán, y tomar de Lidia y Caria armas y modos de vestir en su permanencia asiática, como tomaron o recibieron el nombre de filisteos por su estancia en Chipre, que sería su última etapa antes de pasar a la costa fenicia y cananea. Efectivamente, el nombre de Filistea o Palestina parece derivar de P-Alashia > P-Alaisha > P-Alaiseth > Palaest., que es el nombre de Alashia con que se conoce a Chipre en las cartas de El-Amarra, pero egiptizado con el art. P., y luego semitizado, helenizado y latinizado con cadencia de nombre femenino.

Por lo demás, las relaciones culturales y políticas de Egipto, no sólo pon el Asia Menor, sino también con Creta y otras islas del Mediterráneo, son muy antiguas, atestiguadas por la tradición y la leyenda. Hase hecho notar más de una vez la homonimia del Minos cretense y el Mena egipcio, y asimismo la coincidencia del rubicundo Radamanthis, hermano de Minos y juez de los muertos junto con Eaco que tiene su trono a la entrada de los campos Elíseos —los aaru de la tradición egipcia-, con el conocido Ra-t-Amenti (sol del ocaso) de la teología del Nilo. Y si Eaco fuese un dios lunar para los cretenses, como lo era para los iberos, habríamos llegado al fondo de esa doctrina, de tan fuerte sabor egipcíaco, consistente en hacer jueces de los muertos al sol y la luna de ultraocaso.

10) Foinikes, dice en la pág. 203, col. 1a, son probablemente “los hombres de las peñas rojas”, por su mansión anterior en las regiones del mar Rojo. Y ¿por qué no habrían de ser “los hombres palmeras” o “de las palmeras”, según la sugestiva interpretación del P. E. Heras, S. J. en la Semana bíblica de 1940 en Zaragoza? Nuestro autor sigue en eso la orientación del Maspero, y otros, que hacen venir a los fenicios del golfo Pérsico, por el sur de la Arabia, aunque felizmente no identifica a los Puni con los Punt de los egipcios, nombre éste que responde mejor al de Bantu, cuando ese pueblo habitaba hacia las fuentes del Nilo.


En hora buena que los fenicios, como los demás camitas, vengan del golfo Pérsico (P. Heras), mas ¿por qué habían de venir gesteando el océano Indico y el mar Rojo y no más bien remontando el Éufrates? El hecho de haberse asimilado los cananeos la lengua, las creencias y la cultura eufratea y sus afinidades étnicas con los hettitas (Gen. X, 15) del Ponto, y el que arrollaran en su marcha a los hurritas u horreos hacia el sur de Pales-tina, nos persuade de su entrada por el Norte y de su acceso por el Éufrates. En esta perspectiva Canaán—la depresión—sería la región baja del Éufrates antigua morada de los cananeos, en oposición a Arám (Aramenia, Armenia) la región alta del Norte hasta el Qir (¿el Cyrus?), patria de origen de los arameos, según un pasaje de Am. IX, 7. Y creemos que en esta suposición se entiende mucho mejor lo que se dice en Ez. XVI, 3 sobre el origen de la nación hebrea.

El autor parece ignorar el sistema del P. Heras, Rector del Colegio de San Francisco Javier de Bombay, quien tan sugestivamente nos expuso en Zaragoza como explicación al cap. XI del Génesis la expansión de los camitas Tiramilar, hoy Drávidas, de la India occidental, hacia las costas del golfo Pérsico y del Mediterráneo.

Este sistema podrá tener sus puntos flacos, pero tiene también otros muy fuertes, que se debieran tomar en cuenta; y uno de ellos es ese reflejo sorprendente de los nombres de las tribus drávidas en las regiones de Occidente, cuales serían los pani (Puni, phoenices) “palmeras”, los kalakilas (kilikes o cilices) “hojas unidas”, los minani (minaei de la Arabia) con la subtribu de los paravas (Pharvaim) “pájaros”, los koll (galli, gallas “gallos”), los eruvu o erumbus (erembi, trogloditas de África) “hormigas”, esto es, mineros (cf. Herodoto III, 102; Estrab. XV, 37; Plin., Hist. Nat. XI, 31), los nagas (cf. ophiones de Etolia) “serpientes”, sin olvidar los mitos ofídicos acerca de los orígenes de Grecia y el nombre de termilani (tiramilar) que Herodoto da a sus antiguos moradores.

Al mismo tema que termilai o tiramilar se refiere el nombre de Thiras, con que en la Biblia se designa a los habitantes de Ponto (Gen. X, 2); ni es otra cosa Ponto que la traducción de Thiras, ni éste más que la palabra protoindia thirá (el mar), con la desinencia indoeuropea. Aquí de las “gentes de mar” de los egipcios (XIX din.). El mismo origen tendría el nombre de draganes (tira-ganes), con que Avieno designa a uno de los más antiguos pueblos de España (Ora marit., v. 297). Y, para terminar, Druidas sería una homonimia de Drávidas, pronunciación posterior de Tira-rallar (hombres de mar).

Hasta prueba en contrario, quedamos, pues, en que las puni, poeni o phoenices son homónimos de la pani u “hombres palmeras” de la India; y si aquellos vocablos suenan también como expresivos de color, el tinte no les viene de las rocas del mar Rojo, sino de la púrpura regia, que con tanta maestría preparaban los fenicios.

11) Según el autor en Ez. XXVI, 6, Kittim o Kittiyim serían los chipriotas, dichos así de Kítiov ciudad de Chipre, y lo mismo afirma de Elisha al verso siguiente. Pero es de todo punto inverosímil que en dos versos consecutivos haya querido Ezequiel designar una misma región con dos nombres diferentes. Si Elisha o Alaysha es Chipre, la Alashia de las cartas de El-Amarna, hay que renunciar a la identificación Kittim- Kítiov, tanto más que Kittim es colonia griega, (Gen. X, 4) y Kítiov pasa por colonia fenicia.

Según Gen. X, 4 los descendientes de Yawán son los Elisha y Tarshish, Kittim y Rodanim (sic Gr.). Ezequiel toma aquí el primero de cada par, Elisha y Kittim, dejando para después (vv. 12.15) los otros dos Tarshish y Rodán (sic. Gr.), todo lo cual arguye distinción. Ni hay un solo texto en la Escritura que persuada la identificación de Kittim con Chipre. Is. XXIII, 1.12 habla de la tierra —no de la isla— de los Kittim, Jer. II, 10 y Ez. XXVII, 6, de las islas o costas de los Kittim. Num. XXIV, 24 y Dan. XI, 30, de las naves que vendrán de los Kittim. Y finalmente según I Mac. I, 1, Alejandro Magno mueve guerra contra Darío egressus de terra Cethim, que es la tierra de los Kittim de Isaías, y que nada tiene que ver con Kítiov ni con Chipre.

Mas si los Kittim no son los chipriotas, ¿no habrá algún medio de determinar más quiénes son? El par de los Kittim y Rodanim evidentemente corresponde al de los Khetas y Rutennu de los egipcios (cf. G. Maspero, Histoire ancienne... París, 1875, pág. 206 y 214), que serían sendas colonias de Yawan en Anatolia y Siria. En esta expansión yavánica los Rutennu de Siria —no los Rodios- representarían la vanguardia y los Khetas del Asia Menor con los Ghetas, o Getas, de la Tracia y Macedonia, donde los encontró Darío, serían la retaguardia. Según esto, los Ghetas de Europa y los Khetas de Asia pertenecerían a la misma familia étnica; y ésta desbordó de Europa en Asia y no viceversa. En efecto, el khanesió o idioma do Ganesh (Kueltepé), que era la lengua oficial de los Khetas o Cataones del Asia Menor—los Hatti de los Asirios, Hetteos o Hittitas de la Biblia—, es un idioma jafético (indoeuropeo) de tipo kentum, que es decir occidental. Por consiguiente, el país de los Kittim no es Chipre, sino el Asia Menor con las costas europeas adyacentes de donde procedían. Y así se entienden y explican fácilmente todos los textos bíblicos, que a ellos se refieren.

Sólo resta una dificultad y es que en este plan identificamos a los Kittim (Ketteos) con los Hittim (Hetteos o Hittitas), mientras el autor sagrado los distingue en el cuadro etnológico del cap. X del Gen., ya que mientras hace a los Kittim de origen jafético (Gen. X, 4) hace a los Hittim de origen camítico (Gen. X, 6.15). Creo verdaderamente que Kittim y Hittim es un mismo nombre con dos formas, la egipcia y la semítica, y que el autor sagrado, aprovechando esa diferencia, nos indica con la primera a los hittitas propiamente dichos, de origen indoeuropeo, y con la segunda a los prehittitas, de origen camítico, los cuales recibieron esa denominación de los Hittitas (Khetas o Hettas), que se les sobrepusieron. Tanto el nombre de Hittitas como el de Kittitas es, pues, de los segundos (denominación patronímica), pero en la Biblia se empleó el de Hittitas para denominar a posteriori a los primeros (denominación toponímica). Es el caso del nombre de Francia, dicho patronímicamente del país de los francos, y toponímicamente, a posteriori, de sus antecesores los galos. Inversamente, del nombre de España se dice a priori toponímicamente españoles, cuantos pueblos han ido parando en este suelo. Para adivinar tan útiles distinciones ayuda mucho el conjugar en caso la filología con la historia. Sin la historia, la filología no ofrece mucha confianza. 

12) En Ez. XXXVIII, 17 se introduce al Señor apostrofando a Gog: ¿No eres tú aquel de quien hablé en tiempos antiguos por boca de mis siervos los profetas de Israel, etc. y se citan, como comprobación, Is. XXXIV, 1 ss.; Jl. III, 9-17; Miq. IV, 11 ss., que no tienen nada que ver con la catástrofe de Gog, pues ésta es posterior a la restauración definitiva de Israel, mientras allí se dan los jalones que próximamente la preparan. Como no es el profeta, sino Dios el que directamente apostrofa a Gog, como a persona presente, creemos que esos antiguos profetas son cuantos de él hablaron o hubieran de hablar antes de aparecer él en escena, incluido el propio Ezequiel y no excluido S. Juan (Apoc. XX, 7). Y en vez de los alegados pudiéranse alegar con mejor título el Sal. X (cf. Ecco. XXXIX, 33 ss.) Is. XXIX, 1-8, y tal vez algún otro.

Pero aquí entra ya en juego la exégesis sobre la cual llevamos dicho lo bastante en el curso del artículo.

Ni estas observaciones, ni las que allí se hacen, van dirigidas a restar importancia a la ilustración del autor, verdaderamente extraordinaria, sino a señalar en su meritísima obra ciertas conclusiones débiles, y aun erróneas a nuestro modo de ver, que desearíamos las corrigiera el lector en servicio de la verdad bíblica.


JOSÉ RAMOS GARCÍA, C. M. F.