Esto explica también lo que dice San Juan al abrir
su profecía, cuando dice que testificó “la Palabra de Dios” y “el
Testimonio de Jesucristo” (I, 2.9), es decir de los dos grandes grupos
de Mártires del Apocalipsis, el primero es aquel del que estamos hablando ahora
y del segundo hablaremos en el próximo grupo.
En I, 3 dice:
“Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de
la profecía y guardan las cosas escritas en ella; en efecto, el tiempo (está) cerca”[1].
AQUI
básicamente habíamos dicho que “el que lee” (en el Templo) es Elías y “los que
oyen y guardan las cosas escritas” son estos mismos encargados de predicar el
Evangelio a todo el mundo.
Como se vé, todo gira siempre alrededor de las
mismas ideas.
Y lo que acabamos de decir se confirma también por
la misteriosa frase de Nuestro Señor a la Iglesia de Filadelfia cuando le dice:
“He aquí que he puesto delante de ti una
puerta abierta, que nadie puede cerrarla”.
La
cual es símbolo de la predicación y del Apostolado como nos lo dice San
Pablo en varias oportunidades:
Hech.
XIV, 27: “Llegados reunieron la
Iglesia y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos y cómo
había abierto a los gentiles la puerta de la fe”.
I
Cor. XVI, 8-9: “Me quedaré en Éfeso
hasta Pentecostés, porque se me ha abierto una puerta grande y eficaz, y
los adversarios son muchos”.
II
Cor. II, 12-13: “Llegado a Tróade para predicar el Evangelio de Cristo,
y habiéndoseme abierto una puerta en el Señor, no hallé reposo para mi
espíritu, por no haber encontrado a Tito, mi hermano…”
Col.
IV, 2-4: “Perseverad en la oración, velando en ella y en la acción de
gracias, orando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra
una puerta para la palabra, a fin de anunciar el misterio de Cristo…”
Es decir, los perseguidores de este grupo (los
habitantes de la tierra, para ser más exactos) no podrán evitar la
predicación en todo el mundo (o para ser más exactos, contribuirán a ella por
medio de las persecuciones) del anuncio del próximo Reinado de
Jesucristo, predicación que servirá, por otra parte, para que nadie pueda
excusarse de seguir al Anticristo cuando aparezca[2].
De este grupo habló Jesús en la parábola del juez
inicuo, Lc. XVIII, 1-7:
“Les propuso una parábola sobre la necesidad
de que orasen siempre sin desalentarse: “Había en una ciudad un juez que no
temía a Dios y no hacía ningún caso de los hombres. Había también allí, en esta
misma ciudad, una viuda, que iba a buscarlo y le decía: “Hazme justicia
librándome de mi adversario”. Y por algún tiempo no quiso, mas después dijo
para sí: “Aunque no temo a Dios ni respeto a hombre, sin embargo, porque esta
viuda me importuna, le haré justicia, no sea que al fin venga y me arañe la
cara”. Y el Señor agregó: “¿Y Dios no habrá de vengar a sus elegidos, que claman
a Él día y noche, y se mostrará tardío con respecto a ellos? Yo os digo que
ejercerá la venganza de ellos prontamente”.
Los elegidos que claman a Él día y noche parecerían
incluir no sólo los Mártires del quinto Sello[3], sino también los del Anticristo,
ya que el famoso final del v. 8, que no puede ser separado de todo lo
que antecede, es del todo Parusíaco:
“Pero el Hijo del hombre cuando vuelva,
¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?”.
[1] Sobre los
“bienaventurados” en el Apocalipsis, nos remitimos a lo ya dicho en otra
oportunidad AQUI
[2] Como nota al pie es
interesante destacar que esta interpretación corroboraría lo dicho sobre el
primer grupo, ya que Al
Vencedor de la Iglesia de Laodicea se le promete sentarse en el
trono de Jesús, y en el capítulo XX vemos que San Juan contempla
los tronos y a los mártires del quinto Sello, que corresponden a la Iglesia de Filadelfia.
[3] Ita Straubinger.