3. Después de un día de camino, Abraham sólo se quedó con Ismael, hijo de
Agar, y con su siervo Eliécer, a fin de que le sirvieran. Y a medida que
avanzaban, hablaban entre ellos de esta manera. Y dijo Ismael:
«He aquí que mi padre Abraham va a sacrificar a Isaac en holocausto, como lo ha mandado Jehová. Cuando regrese, me designará como su heredero, pues soy su primogénito».
Pero Eliécer le objetó diciendo:
«¿No es cierto que Abraham te expulsó con tu madre y te juró que no heredarías nada de sus bienes? ¿A quién le dejará sus riquezas, sino a su siervo, que es el fiel de su casa, que noche y día ha estado siempre atento a cumplir su voluntad y a satisfacer sus deseos?»[1].
4. Abraham iba de camino cuando Satanás, bajo la apariencia de un anciano de pelo blanco y aspecto venerable, se le acercó y le dijo:
«¿Estás loco o eres insensato para ir en este día a sacrificar a este único hijo, el hijo de los últimos días de tu vida? Crees que es una orden de Jehová; pues Jehová es bueno y no es cruel».
Pero Abraham no tardó en reconocer que estaba oyendo las insidiosas palabras de Satanás. Y le reprendió con duras palabras, y el anciano desapareció de su vista. Y he aquí que un joven de aspecto elegante vino detrás de Isaac, y le dijo en secreto al oído:
«No sabes, ni has sido advertido, que tu viejo padre, cuya cabeza está extraviada, te conduce a un lugar donde ha de degollarte contra toda razón. Ahora, amigo mío, no te dejes llevar, porque sus sentidos están debilitados. No sacrifiques innecesariamente tu juventud y la deslumbrante belleza de tu cuerpo. Te enseñaré a disfrutar de la vida con alegría».
Isaac dijo a Abraham:
«Padre mío, ¿has oído al joven?».
Abraham le preguntó:
«¿Qué joven?».
Porque no veía a Satanás. E Isaac, extendiendo su dedo, dijo:
«Este. Me dijo esto y aquello».