martes, 30 de abril de 2024

El Sacrificio De Abraham en el libro de lo Justo (II de III)

  3. Después de un día de camino, Abraham sólo se quedó con Ismael, hijo de Agar, y con su siervo Eliécer, a fin de que le sirvieran. Y a medida que avanzaban, hablaban entre ellos de esta manera. Y dijo Ismael: 

«He aquí que mi padre Abraham va a sacrificar a Isaac en holocausto, como lo ha mandado Jehová. Cuando regrese, me designará como su heredero, pues soy su primogénito». 

Pero Eliécer le objetó diciendo: 

«¿No es cierto que Abraham te expulsó con tu madre y te juró que no heredarías nada de sus bienes? ¿A quién le dejará sus riquezas, sino a su siervo, que es el fiel de su casa, que noche y día ha estado siempre atento a cumplir su voluntad y a satisfacer sus deseos?»[1]. 

4. Abraham iba de camino cuando Satanás, bajo la apariencia de un anciano de pelo blanco y aspecto venerable, se le acercó y le dijo: 

«¿Estás loco o eres insensato para ir en este día a sacrificar a este único hijo, el hijo de los últimos días de tu vida? Crees que es una orden de Jehová; pues Jehová es bueno y no es cruel». 

Pero Abraham no tardó en reconocer que estaba oyendo las insidiosas palabras de Satanás. Y le reprendió con duras palabras, y el anciano desapareció de su vista. Y he aquí que un joven de aspecto elegante vino detrás de Isaac, y le dijo en secreto al oído: 

«No sabes, ni has sido advertido, que tu viejo padre, cuya cabeza está extraviada, te conduce a un lugar donde ha de degollarte contra toda razón. Ahora, amigo mío, no te dejes llevar, porque sus sentidos están debilitados. No sacrifiques innecesariamente tu juventud y la deslumbrante belleza de tu cuerpo. Te enseñaré a disfrutar de la vida con alegría». 

Isaac dijo a Abraham: 

«Padre mío, ¿has oído al joven?». 

Abraham le preguntó: 

«¿Qué joven?». 

Porque no veía a Satanás. E Isaac, extendiendo su dedo, dijo: 

«Este. Me dijo esto y aquello». 

Y Abraham maldijo a Satanás en nombre de Jehová, y el joven desapareció ante los ojos de Isaac[2]. Y siguieron andando, y he aquí que encontraron en su camino un arroyo profundo y ancho, que hacía rodar sus aguas con estruendo. Y entraron en él para pasar al lado opuesto. Y el agua les envolvió las piernas. Y cuando llegaron a la mitad del arroyo, el agua subió y subió rápidamente y les llegó a la barbilla, y pensaron que se ahogaban. Entonces Abraham, recordando, dijo: 

«Conozco esta tierra desde ayer y antes de ayer[3]; ningún río o torrente ha fluido jamás en este lugar. Es el impío Satanás quien se ha convertido en agua para detener nuestros pasos». 

Y le reprendió y le gritó: 

«¡Que Jehová te reprenda, Satanás! Dejadnos en paz, porque viajamos para hacer la voluntad de nuestro Dios». 

Entonces un ligero vapor se elevó en el aire, y el lugar donde sus pies se apoyaban era, como en otros tiempos, tierra seca cubierta de polvo[4].

5. Ahora bien, al tercer día, Abraham alzó los ojos y reconoció el monte que Dios le había señalado. Una espesa nube cubría su parte superior, y la gloria de Dios aparecía en medio de ella. Abraham le dijo a Isaac: 

«¿Ves algo en esta montaña como yo?». 

Isaac respondió: 

«Veo la gloria brillante de Jehová en una espesa nube». 

Entonces Abraham supo que su hijo había sido aceptado ante Jehová para serle ofrecido como holocausto. Entonces dijo a Eliécer e Ismael: 

«¿Veis en este monte lo que nosotros vemos allí?». 

Dijeron: 

«No vemos nada allí; es como las demás montañas de toda la tierra». 

Abraham comprendió que no era agradable a Jehová que estos hombres se acercaran a ella. Y les dijo: 

«Quedaos aquí con el asno, y yo iré con Isaac hasta allá, donde adoraremos a Jehová, y luego volveremos a ustedes».



 [1] Hay razones para avergonzarse de nuestra especie cuando vemos, como aquí, el corazón humano en su desnudez. Una vez más, estamos haciendo notas críticas, no morales; sólo queremos concluir que este pasaje pertenece a los fragmentos antiguos, a uno de esos profetas que, con una sola pincelada, exponen toda la miseria del corazón humano. Cf. Gén. VI, 5. 

[2] «¿Por quién los echan (a Beelzebul) vuestros hijos?», Mt. XII, 27. 

[3] Durante mucho tiempo. 

[4] El día de Año Nuevo, a mediados de septiembre, los judíos siguen recitando los tres últimos versículos del profeta Miqueas (y arrojará a lo más profundo del mar todos nuestros pecados) junto a un arroyo de agua, en recuerdo, dice el ritual, de que el demonio se convirtió en un torrente para obstaculizar a Abraham cuando iba al monte Moriah a ofrecer a su hijo como holocausto a Jehová. Ver Minhaghim, artículo Rosch-Hasschana, y el Hadrath-Qodesch del Makhzor.

Desde ese día hasta la fiesta de Kippur, es para la sinagoga un tiempo de penitencia y propiciación durante el cual se invoca constantemente el mérito del sacrificio voluntario de Isaac, la figura más perfecta del sacrificio, el único meritorio, del Cordero divino inmolado en el Calvario, que se cree que es el monte Moriah.

Nota del Blog: Fácilmente viene a la memoria aquel versículo del cap. XII del Apoc. (y concordantes): 

“Entonces la serpiente arrojó de su boca en pos de la mujer agua como un río, para que ella fuese arrastrada por la corriente” (v. 15).