VI. - LIBERALISMO
Siguiendo a León XIII, el
cardenal Billot concebía el liberalismo como una herejía, como un bloque de
herejías (Encíclica sobre la Constitución
Cristiana de los Estados). En su opinión, el liberalismo puro y doctrinal,
al igual que el liberalismo en sus formas mitigadas y en sus compromisos,
deriva de la obra de la Revolución, cuya marca lleva. Lo ve como una
contradicción al principio de autoridad y de jerarquía social, halagándose de
encontrar la solución de todos los conflictos en los principios opuestos de
libertad e igualdad, en una concepción del derecho y de la sociedad que se permite
prescindir de Dios. La autoridad reside esencialmente en el pueblo, única
fuente de soberanía. La ley es la expresión de la voluntad general, de la
mayoría de los ciudadanos; es el derecho.
Existe una clara
contradicción, una oposición irreductible, entre el Estado que aplica los
principios de la nueva ley, y la Iglesia, que exige la independencia del poder
espiritual.
Los conciliadores tratan de disipar este antagonismo a toda costa. Mezclan a Jesucristo con Belial, cosen la tela vieja con la nueva en contra de las prescripciones del Evangelio (Mc. XI, 21). Los católicos liberales creen haber encontrado para la religión, en sus relaciones con la Revolución, el verdadero y definitivo modus vivendi, pidiendo a la Iglesia que transija con los errores modernos y que asuma los costes de la conciliación. Distinguen entre tesis e hipótesis, afirmando teóricamente la doctrina, pero aceptando, en el campo de la acción, la libertad en el derecho común. No formulan voluntariamente los principios y los substituyen por sentimientos y verdades disminuidas. Su actitud no es tanto una doctrina como una tendencia.
"En medio de estos errores, debemos, dice el Cardenal, restaurar los derechos de Dios, el reino de la verdad, la verdad por sí misma, la verdad libre de todo compromiso con el error, la verdad integral" (Elogio del Cardenal Pie, pág. 21).
No era un hombre al que el desprecio de los falsos sabios, las sonrisas de los llamados diplomáticos o los encogimientos de hombros de los políticos sin alma pudieran detener en su exposición de la doctrina. Para dar una idea de su enseñanza sobre el liberalismo, nada mejor que presentar aquí un breve resumen de las enérgicas y luminosas páginas que le dedicó en el Tratado sobre la Iglesia (De Ecclesia, vol. II, pp. 19-63). Primero critica el principio fundamental del liberalismo, considerado en sí mismo y en sus aplicaciones; luego expone sus diferentes formas.
RESUMEN DE LA DOCTRINA DEL CARDENAL BILLOT SOBRE EL ERROR DEL LIBERALISMO Y SUS DIFERENTES FORMAS SEGÚN LA EXPOSICIÓN DEL TRATADO DE LA IGLESIA
El liberalismo, en materia de
fe y religión, es una doctrina que pretende emancipar al hombre, más o menos,
de Dios, de su ley y de su revelación, y también emancipar a la sociedad civil
de toda dependencia de la sociedad religiosa, de la Iglesia, guardiana,
intérprete y maestra de la ley revelada por Dios.
La emancipación de Dios, fin
último del hombre y de la sociedad, es lo que busca por encima de todo. Y, para
ello, establece como primer principio que la libertad es el bien fundamental
del hombre, un bien sagrado e inviolable que no puede ser vulnerado por
coacción alguna; en consecuencia, esta libertad irrestricta debe ser la piedra
inamovible sobre la que se organizarán todos los elementos de las relaciones
entre los hombres, la norma inmutable por la que se juzgarán todas las cosas
desde el punto de vista de la ley; por consiguiente, en una sociedad que se
basa en el principio de la libertad individual inviolable, todo será equitativo
justo y bueno; todo lo demás será inicuo y perverso.
Este era el pensamiento de
los autores de la revolución de 1789, revolución cuyos frutos amargos aún
saborea el mundo entero. Este es todo el propósito de la "Declaración de
los Derechos del Hombre", desde
la primera línea hasta el final. Este era, para los ideólogos, el punto de
partida necesario para la reedificación completa de la sociedad en el orden
político, económico y, sobre todo, moral y religioso.
El tratado comienza con una
crítica al principio general del liberalismo, considerado en sí mismo y en sus
múltiples aplicaciones. A continuación, analiza el liberalismo religioso y sus
diversas formas (pp. 19 y 20).
En un magnífico preámbulo, en
el que se eleva al nivel de San Agustín en la Ciudad de Dios y de Bossuet en el Discurso de la Historia Universal, y que se concentra
en la explicación y aplicación de la profecía de Daniel a Nabucodonosor, el P.
Billot anuncia que, al tratar el liberalismo, seguirá a los poderosos espíritus
del siglo XIX que lucharon contra la perversidad de los principios de la Revolución,
los J. de Maistre, de Bonald, Ketteler, Veuillot, Le Play, el cardenal Pie,
Liberatore, etc. Los cita en el curso de su presentación. Cita junto con ellos
a Charles Maurras, cuya refutación del liberalismo en el orden filosófico,
político y económico apreciaba.
Los límites que nos hemos impuesto sólo nos permiten presentar aquí el esqueleto del razonamiento de este estudio, dejando de lado todo el esplendor del desarrollo que sólo una traducción completa podría dejar entrever.
Artículo 1 - Declaración y crítica del principio fundamental del liberalismo (pp. 21-43)
El principio fundamental del
liberalismo es la libertad de toda coacción, no sólo de la que se ejerce por la
violencia, y que se refiere sólo a los actos externos, sino también de la
coacción que surge del miedo a las leyes y a las penas, de las dependencias y
de las necesidades sociales, en una palabra, de los lazos de todo tipo que
impiden al hombre actuar según su inclinación natural. Para los liberales, esta
libertad individual es el bien por excelencia, el bien fundamental e
inviolable, al que todo debe ceder, salvo quizá lo que exige el orden puramente
material de la ciudad; la libertad es el bien al que todo lo demás está
subordinado; es el fundamento necesario de toda construcción social que esté de
acuerdo con la equidad y el bien.