a) La entrada en Jerusalén
“¡Hosanna al Hijo de David!”,
exclaman los niños el día de los Ramos. La multitud exaltada corta las ramas de
los árboles y cubre el camino con ellas:
“Bendito
el que viene, el Rey, en nombre del Señor. En el cielo paz, y gloria en las
alturas”.
Los Fariseos quisieron
oponerse a semejante manifestación:
“Maestro,
reprende a tus discípulos”. Mas Él respondió: “Os digo, si estas gentes se
callan, las piedras se pondrán a gritar” (Lc. XIX, 37-40).
Ahora bien, esta aclamación
de los niños había sido anunciada por el Sal. VIII, que proclama la realeza de
Adán[1]:
Te
has preparado la alabanza de la boca de los pequeños y de los lactantes,
para confundir
a tus enemigos (Sal. VIII, 3).
Zacarías también había
profetizado sobre este tiempo en que “el rey” sería aclamado, pero no
proclamado:
¡Alégrate
con alegría grande, hija de Sión!
¡Salta
de júbilo, hija de Jerusalén!
He
aquí que viene a ti tu rey;
Él es
justo y trae salvación,
(viene)
humilde, montado en un asno,
en un
borrico, hijo de asna (Zac. IX, 9).
Jesús montó este animal de
paz, así como antaño David sobre su mula, como Salomón al momento de la unción
real; el sentido es profundo. Pero más extraordinario aún es la continuación de
la profecía que nos revela bruscamente que un día Cristo destruirá los carros
de guerra, el caballo –animal de guerra– y que Él mismo aparecerá sobre un
caballo, pues vendrá a la guerra antes de abolirla (Apoc. XIX, 11).
Destruiré
los carros de guerra de Efraím,
y los
caballos de Jerusalén,
y
será destrozado el arco de guerra;
pues
Él anunciará la paz a las naciones;
su
Reino se extenderá desde un mar a otro,
y
desde el río hasta los términos de la tierra (Zac. IX, 10).
Así, la misma visión
profética se divide en dos tiempos. Del humilde rey sobre la asna nos conduce
al dominador que, en su gloriosa venida, hará
“Cesar
las guerras hasta los confines del orbe, cómo quiebra el arco y hace trizas la
lanza, y echa los escudos al fuego” (Sal. XLV, 10).
Los Evangelistas, a su vez,
nos narran los sucesos que giran alrededor de la Pasión con detalles
minuciosos. Todos reconocen cómo Jesús usó el Sal. CXVII varias veces, para
dirigir reproches a los fariseos y anunciarles bajo qué condición tendrá lugar
el hosanna de Ramos:
“Ya
no me volveréis a ver, hasta que digáis: «¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!»” (Mt. XXIII, 38-39; Sal. CXVII, 26).
Y Jesús dice incluso, citando
el mismo Salmo:
¿No
habéis leído nunca en las Escrituras:
“La
piedra que desecharon los que edificaban,
ésa
ha venido a ser cabeza de esquina;
el
Señor es quien hizo esto,
y es
un prodigio a nuestros ojos”.
Por
eso os digo: el Reino de Dios os será quitado, y dado a gente que rinda sus
frutos. Y quien cayere sobre esta piedra, se hará pedazos; y a aquel sobre
quien ella cayere, lo hará polvo.
Los
sumos sacerdotes y los fariseos, oyendo sus parábolas, comprendieron que de
ellos hablaba. Y trataban de prenderlo, pero temían a las multitudes porque
éstas lo tenían por profeta (Mt. XXI, 42-46; Sal. CXVII, 22-23).