13. ¿No era preciso que Cristo sufriera?
Desplegando el “rollo del Libro”, Jesús nos permitió seguir, desde el comienzo de su vida pública, los cumplimientos proféticos en dos planos, conforme a lo que dirá más tarde a los discípulos, sobre el camino a Emaús:
“¿No era necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?” (Lc. XXIV, 26).
¡Sufrimientos y glorias!
Dolor y alegrías. ¿No conoció Jesús, en el plano humano, los fracasos más
dolorosos? ¿Pero no ha suscitado también los más poderosos entusiasmos? ¿No ha
sido el más abandonado y el más enaltecido? ¿No ha sido el más débil y el más
fuerte? ¿“Un gusano y no un hombre” y el glorioso resucitado? ¿El Hijo del
hombre y el Hijo de Dios?
La escena incomparable de la
Transfiguración –la síntesis anticipada más poderosa del Reino mesiánico por la
reunión de los que allí participaron, y por la proposición de Pedro, tan llena
de sentido, aunque prematura, de construir tiendas como para la fiesta de los
Tabernáculos[1]–,
nos ofrece dos aspectos del Mesías. Si la resplandeciente gloria de Cristo
aterroriza a Pedro, Santiago y Juan, Moisés y Elías saben, por el contrario,
cuál será el desarrollo del Libro, mientras hablan con Él sobre las
circunstancias
“Del éxodo suyo (su muerte) que Él iba a verificar en Jerusalén” (Lc. IX, 31).
¡Cuán raros son los cristianos que saben discernir las características de las dos Venidas de Cristo!
El judío, siendo oriental, viviendo en el país del sol, el de las grandes monarquías, puso el acento con mucha facilidad sobre las glorias del Mesías, sin tener en cuenta sus sufrimientos.
La iglesia ortodoxa, impregnada del soplo del oriente, guardó con fuerza el sentido de la esperanza escatológica; ciertamente es ella la que mejor sintetiza el misterio de Cristo.
Pero nosotros, cristianos de Occidente, hemos puesto en suspenso el gran “Sol de justicia”. Inclinados, desde la Edad Media, sobre los dolores físicos y sensibles de la Pasión, parecemos creer que no hay nada más que esperar. Apenas si la Resurrección y Ascensión de Cristo son anunciados como las figuras más ciertas de su gloria, cuando
“Vendrá de la misma manera que lo habéis visto ir al cielo” (Hech. I, 11).
Ciertamente, en la vida de Cristo los contrastes han sido violentos, y las contradicciones que aparecieron en los últimos días son muy enigmáticos. La alegría del hossana del domingo fue seguido del abandono del jueves y el grito de muerte del viernes. Sin saberlo, el pueblo y sus jefes cumplían las profecías y participaban en el misterio de Cristo:
“Todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que escribieron los profetas” (Mt. XXVI, 56).