El autor sagrado habría padecido un olvido —on est en présence d'un oubli (pág. 38)—, al decir que el Señor puso a Adam en el Paraíso, para que lo guardase y a Caín una señal para que nadie le tocara. En el cuadro etnográfico de los pueblos (Gen. X), habría verdaderas contradicciones (pág. 149), y el relato yahvístico de la construcción de Babel y dispersión de las gentes (Gen. XI) se armonizaría mal con lo dicho en otras partes en este mismo documento (Gen. IV, 17; X, 6-11). (pag. 160). Habría contradicción a secas en la designación de la patria de Abraham (págs. 178-179), que según P es Ur de los Caldeos en la Baja Caldea y según J sería el país de Aram en la Siria del Norte. Cierto que en Gen. XI, 28; XV, 7, de fuente yahvista, se lee “Ur de los Caldeos”, ni más ni menos que en P, pero ese inciso sería una glosa posterior según la crítica (¡!).
De la secura del segundo relato de la creación (Gen. II, 4 ss.), que no sería absoluta sino relativa, puesta ahí sólo por vía de contraste con la lluvia subsiguiente, de cuyo barro se formó el cuerpo del hombre, hemos dicho lo bastante en otra parte[1].
Las incoherencias y anacronismos que el autor encuentra en el episodio de Cain y Abel, nos parece que están por mucho en el Comentario. Extraña de todo punto la extrañeza que muestra el autor ante la invitación: “Salgamos al campo” (pág. 77). Hummelauer (in l.) solventó ya estas y otras dificultades del relato, traduciendo, como es debido, aquel hayá boné (Gen. IV, 17) por “había edificado” (el poblado de Henok) antes de asesinar a su hermano y de emprender la vida errante. Tantas otras cavilaciones importunas en torno a este episodio singular se desvanecen, como por ensalmo, con sólo suponer que aconteció hacia el fin de la vida de Adam, cuando comenzó a interesar quién le había de suceder en el oficio de ofrecer sacrificios a la Divinidad. Para entonces ya la familia humana debía de estar muy extendida, tanto por lo menos como para poner en cuidado al asesino.
Anacrónico sería también según el autor la mención de los Kenitas o Kainitas en Gen. XV, 19, por la sencilla razón de que en otros libros se los menciona después. Mis lectores juzgarán del peso de esta razón[2].