Insistiendo en el lado moral de los hechos, extraña verdaderamente la posición de simpatía que adopta el autor en favor del Faraón contra Abraham, de Agar contra Sara, de Ismael contra Isaac, y de Esaú, y en su tanto de Labán, contra Jacob. A éste, para decirlo en frase vulgar, no parece sino que le tiene “hincha”. Sus posteriores desventuras y ansiedades serían el fruto natural de su estratagema fraudulenta (pág. 312). Mal hermano primero, no fue mejor marido después, ya que
“Si Jacob hubiese cumplido mejor con su deber, no se habría turbado tantas veces la paz de su familia” (pág. 328).
Si de teología primitiva se trata, nos parece que allá se las ha esta novísima teología, que ve en las desventuras de Jacob, no el atuendo necesario de una vida heroica y resignada, sino la secuela obligada de sus faltas.
A la expulsión de Agar (cap. XXI), el autor la llama huida, con falta de propiedad y sobra de intención. La intención es que este relato no sería más que la réplica elohísta del relato yahvista de la huida de Agar (cap. XVI). Ni es ésta la única réplica al por mayor que la crítica admite en este libro. A la verdad, Agar aquí no huye; se la expulsa. El motivo de la huida fué la insolencia de Agar para con Sara, su señora, el motivo de la expulsión es la insolencia de Ismael para con Isaac.
Contra la norma usual de la crítica, que prefiere la lección más difícil a la más fácil, él sigue por dos veces en este relato la lección más fácil de los LXX contra la más difícil del TM.
Y así dice en primer lugar que Sara vió a Ismael “jugando con Isaac” (XXI, 9), y por ese crimen pidió la expulsión del hijo con su madre. No es por tan poca cosa: el Hebreo dice que vió a Ismael “bromeándose” (metsaheq), sin más. El significado de tsahaq en la forma Pi no es dudoso; significa constantemente bromearse con bromas, cuando no pesadas, indecentes y ridículas, según se desprende de los siete lugares en que se halla. Así a los yernos de Lot les pareció como que el suegro se bromeaba intempestivamente, (Gen. XI, 14), y Abimelek vio a Isaac que se bromeaba con Rebeca maritalmente (Gen. XXVIII, 8), y al casto José la mujer de Putifar le acusa de haber entrado a bromearse con ella (Gen. XXXIX, 14-17); y los israelitas, después de comer y beber ante el becerro, se pusieron a bromear licenciosamente (Ex. XXXII, 6); y los filisteos sacan de la cárcel a Sansón, para que los divirtiese con bromas (Jue. XVI, 25), harto pesadas por supuesto. Las bromas de Ismael no eran, pues, de buena ley. Hay que acusarle verosímilmente de insolencia contra Isaac (cf. Gal. IV, 26), aunque todo esto haga poca gracia a nuestro autor, que se limita a decir con los LXX que jugaba.
Sigue también a los LXX en la lección más fácil, cuando traduce el v. 14:
“Tomó pan y un odre de agua y se los dio a Agar y lo puso el muchacho sobre la espalda, y la despidió”.
Donde el Hebreo lee:
“Y cogiendo pan y un odre de agua, se lo dio a Agar, poniéndoselo a la espalda, y con ello el niño, y la despidió” (Nácar-Colunga).
El Hebr. deja cabalmente para el final el inciso “y al muchacho”, para que no se creyese que se lo echó también a la espalda, cuando tenía ya 15 años por lo menos. Solución del autor: que eso de que el niño tuviese 15 años por lo menos, es según P (cf. Gen. XVI, 16); pero según el presente relato, que sería de E, se le representa aún muy niño (págs. 262-263).
A nosotros no nos cuadra una interpretación que implica contradicción en los documentos, como supone tantas veces el autor del Comentario.
Considérase en él a los antiguos patriarcas, a partir de Abraham, poco menos que como unos Perfectos beduinos, astutos, interesados, mentirosos y cobardes (págs. 183, 188 s., 256, 300, 311, 372, etc.), y al Señor se le haría en el texto un Dios condescendiente en demasía, como expresión de una teología primitiva (págs. 188 s., 355 s., al.). Dase por averiguado el hecho de la ignorancia de los antiguos patriarcas acerca de la omnipresencia de Dios y de varios otros atributos divinos (págs. 79, 316 s., 338, al.), y se muestra cierto desdén por las bendiciones de Noé, y en general por las bendiciones patriarcales, cual si fuesen residuos de concepciones mágicas (pág. 145).
Establécele oposición entre la antigua teología de Israel, que admitía el que Dios podía tentar al hombre, y la más reciente, que vería inconvenientes en ello (pág. 273, nota 271). La verdad es que hay maneras de hablar y maneras de tentar, y por tanto nos resulta improcedente el poner a Sant. I, 13 (“Dios no tienta a nadie”) contra Gen. XXII, 1 (“tentó Dios a Abrahán”).
El autor ve una confirmación flamante de la existencia de esa teología primitiva en Israel en la expresión “Terror de Isaac” (Gen. XXXI, 42), dicho de Dios y que representaría un estadio inferior en la concepción de la Divinidad.
“El Terror de Isaac es una expresión arcaica, que remonta al estadio más antiguo de la religión de Israel (pág. 338), fundada en la ignorancia de la naturaleza divina (ib., nota 82), y que se debió de prolongar por mucho tiempo”.
Y en confirmación se trae I Rey. XV, 29, donde el Señor se muestra inexorable. Mas ¿por qué atribuir a la mentalidad de los antiguos Hebreos, y especialmente de Samuel, lo mismo que no se desdeñarían de suscribir Jeremías (XI, 11 ss.; XIV, 11; XV, 1 ss.), Ezequiel (XIV, 14; XVI, 20; XXIV, 14) y el propio San Pablo (Rom. II, 5; II Tes. I, 5-10; Hebr. VI, 4-8; X, 26-31, etc.)?
Tenemos empacho de evolucionismo no sólo en el terreno biológico sino también en el moral, social y religioso, donde hay, por el contrario, bajo tantos aspectos, muchísimas señales de regresión y degeneración desconcertantes. Ya quisieran muchas almas, más modernas que cristianas, tener para con Dios los sentimientos de piedad y confianza que tenía para con Él Abraham, el amigo de Dios. Su admirable oración por los Sodomitas (Gen. XVIII, 23-32) es el más rotundo mentís a la idea primitiva de terror inexorable, con que dice que la Divinidad se presentaba a los antiguos.
Ahora bien, sabemos que Abraham educó religiosamente a sus hijos en esos sentimientos de piedad, respeto y veneración hacia el Señor (Gen. XVIII, 19) o, dicho con otras palabras, en el santo temor de Dios, en que puede ciertamente haber sus diferencias de más y de menos. De ahí el Terror (pahad) de Isaac, tomado en sentido objetivo. Y ese y no otro es el Terror (pahad) que falta a los ateos, a tenor de los Salmos XIII, 5 y LIII, 6 (cf. Mt. XIX, 28 y par.). Dios como objeto de temor, veneración y respeto. ¿Qué vestigio de primitivismo hay en eso?
Entendemos que aun sin
especial revelación divina, cuanto más con ella, se puede adquirir y conservar
en determinadas circunstancias una idea más o menos trascendente de la
Divinidad, sin estudiar Filosofía, como se puede razonar perfectamente sin haber
estudiado Lógica, y escribir historia muy sincera sin ninguno de nuestros refinados
procedimientos de trabajo, y hacer crítica muy juiciosa y valedera sin ser
crítico de profesión. Lo que no se puede es comprender ni explicar la
excepcional vida de Israel, ya desde sus orígenes, pareando sus primores celestiales
con las aberraciones mitológicas e idolátricas, y el prematuro, prodigioso,
sobrehumano y desconcertante desarrollo de su Teología con el tan problemático
evolucionismo ascendente —mejor diría descendente- de otros pueblos, en punto a
religión y moral.