La Naturaleza
del Anticlericalismo
En sí mismo, el
anticlericalismo no es nada más que una antipatía u oposición de parte de los
Católicos a la jerarquía o sacerdocio en general y a sus líderes espirituales
en particular, por cualquier razón que se adopte semejante actitud. Es
esencialmente una falta de los Católicos, aunque las personas culpables de ello
no tienen que ser necesariamente laicos y ciertamente no necesitan ser
ciudadanos de un país predominantemente Católico. Los ataques de los que están
fuera de la Iglesia, por más que se dirijan principalmente contra los líderes
espirituales de la Iglesia, no se designa propiamente como una actividad
anticlerical.
De
hecho, la mayoría de los asaltos y persecuciones que los enemigos de la Iglesia
dirigen contra ella, se centra en última instancia en la jerarquía. Aquellos
que tienen como fin intentar destruir el reino de Dios sobre la tierra saben
perfectamente bien que su trabajo sería no solamente posible sino fácil si
pudieran lograr deshacerse de aquellos a quienes Dios puso como gobernantes y
maestros de la Iglesia o al menos minimizar su influencia. Tenemos un ejemplo
inequívoco del manejo de esta táctica en la conducta de los diversos dictadores
comunistas en Europa oriental en este momento. Esos dictadores tienen como
política matar o exiliar a los obispos y a los destacados líderes espirituales
en los territorios que han tomado por la fuerza, y no han escatimado esfuerzos
para hacer que el pueblo Católico se aleje de los que hablan en nombre de
Cristo. El anticlericalismo representa, en los rangos Católicos, una
tendencia hacia la misma división en la Iglesia de Dios que la que buscan los
enemigos de la Iglesia. Es un movimiento dentro de la membrecía de la
Iglesia objetivamente hostil a la Iglesia, sea que el individuo anticlerical se
dé cuenta o no de la importancia de esta hostilidad. Como tal, difiere
esencialmente de la oposición o persecución del clero Católico por parte de los
que no son miembros.
La antipatía u oposición por
parte de un Católico para con sus líderes espirituales, lo que constituye la
esencia del anticlericalismo, es una violación directa de esa caridad o “amor
de hermandad” que el discípulo de Cristo está obligado y posee el privilegio de
tener para con sus hermanos en la casa de Dios. Donde la caridad demanda una alegre y
entusiasta participación en el trabajo corporativo de la Iglesia bajo la
dirección de los hombres comisionados por Nuestro Señor para dirigir a los
fieles, el anticlericalismo ofrece, cuanto mucho, solamente una respuesta
reticente y desconfiada de ese liderazgo. Al quejarse de la posición y el
liderazgo de la jerarquía y del clero en general, el anticlerical fomenta discordia
y desunión en el Cuerpo Místico de Cristo y dificulta la actividad de la
Iglesia Militante que trabaja por la gloria de Dios en contra de la oposición
siempre presente de la Ciudad del hombre.
Una manifestación clara del
anticlericalismo se encuentra cada vez que, y por la razón que sea, los
Católicos hablan y escriben de tal forma que derogan la autoridad e influencia
de aquellos responsables ante Dios para guiar a su Iglesia en este mundo. Bajo
este título debemos clasificar las quejas y críticas al clero como grupo y a
los líderes espirituales individuales, dirigidos por Católicos a sus
co-miembros con el fin de disuadirlos del apoyo leal e incondicional debido a
la autoridad eclesiástica. Semejante actitud o
movimiento de parte de los Católicos, contrario a las exigencias de una sincera
caridad para con los líderes de la Iglesia Militante, debe ser tomado como una
verdadera expresión del anticlericalismo.
Ahora
bien, al tratar este tema, es importante notar que la generosa y leal
cooperación exigida por la caridad cristiana en la vida de la Iglesia Católica
bajo la dirección de la jerarquía no implica necesariamente la creencia en el
sacerdote o laico en concreto que todos los detalles de la política de los
líderes de la Iglesia militante son en teoría los más sabios que se pueden
adoptar. A pesar del hecho de que un prominente defensor de “un saludable
anticlericalismo Católico”, el inglés Edward Ingram Watkin, ve como alternativa
a su amado sistema “un clericalismo que teme el escándalo como el peor de los
males y pretende que cualquier acción que tome la jerarquía o incluso por un
prelado en particular es la mejor y más sabia”[1], lo cierto es que la caridad en
la casa de Dios no exige tal cosa. Los Católicos no tienen que creer que, en
abstracto, el principio particular adoptado por los líderes eclesiásticos en
una localidad o con respecto a un problema individual es absolutamente la mejor
posible. Vemos la aplicación de esta verdad en el hecho de que, una y otra
vez durante el transcurso de la historia de la Iglesia, un hombre que ha
trabajado sincera y lealmente bajo un líder espiritual por el éxito de un
programa determinado, cambió él mismo algunos detalles de la política
eclesiástica cuando fue llamado a ese liderazgo. Para no irnos tan lejos con un
ejemplo, tenemos el caso del obispo Vaughan, que cooperó leal y genuinamente
con el liderazgo del Cardenal Manning en temas tales como el rechazo a la
aprobación de la presencia de estudiantes Católicos en Oxford y que, como
Cardenal Vaughan, sucesor del Cardenal Manning, adoptó una política
completamente nueva sobre este tema[2].
Pero incluso aunque un
Católico, sea laico o sacerdote, pueda ser capaz de concebir un modo más
efectivo o brillante para proceder que el adoptado por la jerarquía de su
propio tiempo y país, está obligado en consciencia a dar su leal e
incondicional cooperación a la obra de la Iglesia, según es dirigida. La
Iglesia de Cristo en este mundo es la Iglesia militante. El lugar del Católico,
sacerdote o laico es, por esta razón, bastante similar a la del soldado y
oficial en un ejército en guerra. Sin dudas puede suceder que el soldado u
oficial esté convencido (tal vez con una razón no muy convincente), que la
batalla en la que está luchando podría haberse planeado mejor por aquellos que
están a cargo del ejército en conjunto. Sin embargo, la lealtad de ese soldado
depende directamente, aquí y ahora, de su completa disposición en hacer bien el
trabajo específico que se le ha asignado. De
la misma manera, bien puede suceder que el mediocampista de un equipo de fútbol
americano se imagine que la jugada particular ideada por su mariscal de campo
en ese punto determinado en el partido es, en abstracto, menos aconsejable que
alguna otra maniobra. Aun así, su importancia para el equipo depende de su
cooperación en el juego al que ha sido llamado. Si intentara tomar la parte que
le hubiera sido asignada en otro juego, o si simplemente descuidara hacer su
parte en la jugada concreta que se le ha asignado, solamente puede lograr hacer
daño a su propia causa.
Precisamente
de la misma manera, la dirección dada a la Iglesia por la jerarquía por
medio del sacerdocio Católico constituye el único conjunto de órdenes por los
que la viva y visible Iglesia de Jesucristo vive y actúa en el mundo como una
unidad, aquí y ahora. Aquel que da solamente una obediencia reticente y
minimalista a esas órdenes, o aquel que intenta dirigir su actividad de acuerdo
a una política que cree ser en abstracto más efectiva que la adoptada por la
jerarquía, lo único que logra es impedir la actividad corporativa de la Iglesia
militante en este mundo. O, para decir las cosas de otra manera, lo único
que logra es ayudar a la causa de aquel líder que está perpetuamente en
conflicto con Nuestro Señor y su Iglesia, el líder a quien Cristo designó como
“el príncipe de este mundo”.
[1] The Catholic Centre (Londres: Sheed and Ward, 1943), p. 148. El Sr. Watkin parece
haber olvidado que el escándalo es en realidad un pecado contra la caridad y
uno de los mayores males.
[2] Nota del Blog: Damos en apéndice una
importante carta de León XIII al Cardenal de París en la cual desarrolla este
tema en cuanto a los principios y a sus necesarias distinciones.