IV
Concluyendo
este pequeño estudio, podemos resumir su resultado en cinco puntos:
1) La restauración de Israel en el país de sus
padres es objeto de muchas profecías del Antiguo Testamento, y aún en el
Nuevo oímos su resonancia.
2) Es imposible referirlas a la Iglesia
como si ella fuese aludida en todas ellas. Tampoco es exegéticamente
lícito diluirlas en alegorías vacías de realidad.
3) En parte, sí, cumpliéronse estas profecías en el
regreso de Judá y Benjamín del cautiverio, pero no volvieron en aquella
ocasión los israelitas de las demás tribus. Es de notar que algunas
profecías anuncian expresamente la repatriación de todas las tribus, no
solamente las del reino de Judá.
4) Hay profecías que combinan la restauración de
Israel con su conversión a Cristo.
5) Según los profetas, el día de la restauración y
conversión de Israel es un día de gloria y triunfo.
Hasta
ahora no conocemos ningún acontecimiento en que coincidan la restauración
política por una parte y la conversión por la otra. Debemos, pues, esperar
hasta que se cumpla el vaticinio de Zacarías:
“Derramaré sobre la casa de David y sobre los
moradores de Jerusalén el espíritu de gracia y de plegarias y pondrán sus ojos
en Mí a quien traspasaron” (Zac. XII, 10).
Sin
embargo, podemos ver su comienzo en los sucesos de los últimos años.
Después de la primera guerra mundial el rey de Inglaterra, cual segundo
Ciro, prometió a los Judíos, en recompensa de la ayuda prestada a
Inglaterra, la creación de un hogar internacional en Palestina (Declaración
Balfour). Después de la segunda guerra mundial Estados Unidos y la ONU les
prestaron su enorme influencia en la ocupación de la mayor parte de Palestina,
incluso el Négueb (Edom), de modo que el nuevo estado de Israel se extiende de
mar a mar, del Mediterráneo hasta el golfo de Akaba (Océano Índico). En el
mismo intervalo, es decir, en el transcurso de 35 años, la población judía de
Palestina ascendió de 35.000 a 1.200.000, debido a la inmigración que
actualmente suma 10.000 almas por mes. De esta manera Eretz Israel (País de Israel), como ahora los Judíos llaman a su
tierra, ha tomado un aspecto completamente nuevo, nunca visto ni sospechado: enormes
progresos técnicos, colonización de tierras incultas y desérticas, instalación
de fábricas de toda clase, fundación de institutos culturales, incluso la Universidad
Hebrea en Jerusalén. Todo lo cual nos autoriza a suponer, que por lo
menos la restauración nacional de los Judíos ha empezado.
En
cuanto a su conversión, es verdad que no se han registrado conversiones en masa
en ninguna parte, y mucho menos en Palestina misma. Pero notamos con
satisfacción que el odio a Cristo ha disminuido hasta tal punto que muchos
escritores hebreos reconocen a Jesús como un gran Judío.
Al ocupar el país de sus
padres obedecen los Judíos, sin darse cuenta, a un plan divino revelado hace
miles de años por boca de los profetas. Es
Dios quien los reúne en aquel pequeño territorio, puente entre África,
Asia y Europa, para obrar en ellos el misterio predicho por San Pablo.
Nada sabemos sobre el modo de su realización, pero estamos seguros de que será
llevado a cabo a su tiempo, tal vez cuando menos lo pensemos.