III
Aun
en el Nuevo Testamento encontramos profecías alusivas a la restauración de Israel
(no sólo a su conversión, como en Rom. XI). Recordamos la misteriosa palabra
del sermón escatológico de Cristo:
“Caerán (los habitantes de Jerusalén) a filo de espada
y serán deportados a todas las naciones, y Jerusalén será hollada por los
gentiles, hasta que el tiempo de los gentiles se haya cumplido” (Lc. XXI,
24).
Si tomamos hollar en el sentido de dominar, se
anunciará aquí su liberación del dominio de los gentiles, que en el lenguaje bíblico significa a los no-judíos. La
Catena Aurea agrega en paréntesis: y es
de esperar que volverán a su patrio suelo, claro está cuando Israel alcance
la salud prometida, o sea, cuando se convierta, lo cual coincide con Rom. XI,
25, donde el Apóstol fija la conversión de los judíos para el tiempo en que la plenitud de los gentiles haya entrado
(en la Iglesia).
También
en los Hechos de los Apóstoles podemos descubrir una idea de un nuevo reino de
Israel. Los Apóstoles, que mejor que nosotros conocían los pensamientos de
Jesús, esperaban con ansias que Él mismo inaugurara ese reino, y la última
pregunta que le dirigieron antes de su Ascensión al cielo fué precisamente
ésta: Señor, ¿es éste el tiempo en que
restableces el reino para Israel?
Dejemos de acusar a
los Apóstoles de un falso mesianismo como si no hubiesen comprendido la
doctrina del reino de Dios que Cristo vino a fundar sobre la tierra. No
hay duda de que la conocían, pero pensaban también en las profecías sobre la
restauración de Israel y no sabían combinar las dos cosas. El Espíritu Santo no
tardará en revelarles el misterio de la Iglesia. Cf. Ef. III, 9; Col. I, 26.
En Hech.
III, 21, habla San Pedro de la restauración de todas las cosas de las
que Dios ha hablado desde antiguo por boca de sus santos profetas. Ahora bien,
Dios habló también de la restauración de Israel. ¿No se cumplirá acaso en la restauración de todas las cosas?
Sea
de ello como fuere, en todo caso tenemos en Hech. XV, 16, un precioso
testimonio de cómo los Apóstoles pensaban sobre el tema de la restauración. En
dicho pasaje, que forma parte del discurso de Santiago, en el Concilio de
Jerusalén, el Apóstol, fundándose en Am. IX, 11 ss., alude a la restauración
del tabernáculo de David (Hech.
XV, 16), que en el fondo no es otra cosa que la restauración de Israel. El
exégeta francés Boudou comenta esta palabra de Santiago de la siguiente manera:
“Según la profecía de Amós, Dios realzará el
tabernáculo de David, reconstruirá el reino davídico en su integridad y le
devolverá su antiguo esplendor”.
Más
aún, que la restauración de Israel es la imagen de la futura gloria de Jerusalén, la que inspira las
visiones de los profetas. Remitimos al lector a Is. II, 2-4; XXIV, 23; LIV,
1-3; LX, 3-9; LXV, 19-22; LXVI, 10-11; Ez. XXXVII,
28; Miq. IV, 1 ss; Zac. VIII, 22; XII, 10; XIV, 8-11; Sal. XLVII, 2 s.; LXVII,
29 ss.; LXXXVI, 4 ss; CI, 5 ss.; Tob. XIII, 11. En todos estos y muchos otros pasajes contemplamos a Jerusalén bañada en
la luz lejana de las esperanzas mesiánicas e inundada de gentes de todas las
naciones y razas, rebosantes de júbilo y trayendo regalos.
“La misma gloria divina, dice Cales, está
interesada en la restauración de Israel. Naciones y reyes temerán y honrarán a Yahvé
cuando comprueben que Él ha reedificado a Sión y ha desplegado su
magnificencia; que ha escuchado la plegaria de aquellos a quienes los enemigos
habían despojado y que parecían, perdidos sin esperanzas”.