CAPITULO
NOVENO
LA
69 SEMANA DANIÉLICA TERMINA CON LA MUERTE DE JESUCRISTO A 23 DE MARZO DEL AÑO
31
«Desde la salida de
una palabra... hasta un Ungido-Príncipe, hay siete semanas y sesenta y dos
semanas...»
Fijado en Nisán de 453,
año XX de Artajerjes, el punto inicial de los tiempos profetizados por Daniel,
la trayectoria de las 69 Semanas nos lleva necesariamente a Nisán del año 31 de
nuestra era, al día en que Jesús de Nazareth, en la cumbre de su vida, es
proclamado solemnemente «Ungido-Príncipe», Cristo y Rey de los Judíos.
Esa es, efectivamente, la única
fecha que debe ser aceptada de todas cuantas se han propuesto sobre la
cronología de la Pasión.
Tres caminos nos conducen
como por la mano al 23 de marzo del año 31 como fecha de la Muerte de
Jesucristo.
El primero, el de la armonía
evangélica, sigue las etapas de la vida pública del Salvador, desde el
célebre año XV de Tiberio hasta la última Pascua, Pascua de la Crucifixión.
Tenemos por cosa segura:
a) Que
el año XV de Tiberio suena en boca de San Lucas, que habla para el mundo greco-romano,
como en las historias antiguas do Josefo, Tácito, Suetonio, Dión, Tertuliano,
etc., y corresponde, por lo mismo, sin tergiversación alguna, al que corre de fines
de agosto 28 a fines de agosto 29 de nuestra Era.
b) Que
en ese mismo año XV de Tiberio, después del rápido, pero resonante ministerio
de Juan el Precursor, Jesús se manifiesta al pueblo judío, y que, por lo tanto,
debe ser fijada la Epifanía del Bautismo del Señor a 6 de enero del año 29.
c) Que la duración de la
vida pública de Jesús está contenida en el intervalo de las tres Pascuas
señaladas por San Juan al cual debe añadirse el tiempo que transcurrió desde el
Bautismo hasta la primera Pascua.
Es, por consiguiente,
forzoso detenerse en la Pascua del año 31 como fecha de la Pasión.
La discusión de esos tres
puntos capitales para la cronología de los Evangelios es objeto de un estudio
especial que publicó la Revista «Estudios Bíblicos», de Madrid, y cuyas
conclusiones parece que deben imponerse a todo espíritu objetivo, deseoso de
sujetarse a la verdad por encima de los convencionalismos de moda.
El segundo camino que nos
lleva al 23 de marzo del año 31 como fecha
de la Pasión es astronómico y busca por los vericuetos del calendario
judío la fecha en que coincida un viernes con el 14 de Nisán.
Ahora bien, la cuestión
del calendario parecía insoluble y causaba divergencias de todo color entre los
exégetas. Pero ya no hay por qué reñir sobre este problema, perfectamente
dilucidado por Mr. Chaume desde 1918. (Cfr. Revue Biblique, 1918).
El estudio de Mr. Chaume,
modelo de paciente investigación, da como resultado las normas que presidieron
a la formación del calendario judío durante el primer siglo antes de Jesucristo
hasta los años de la invasión romana y de la diáspora completa del pueblo de
Dios. Fruto precioso, de ese trabajo es la determinación exacta de las neomenias
celebradas por los judíos en aquella época con anticipación de uno o dos días
sobre el novilunio astronómico.
Según ese cómputo, que
parece perfectamente establecido, tan sólo dos fechas existen en que un viernes
coincide con el 14 de Nisán: el 14 de Nisán del año 31 y el 14 de Nisán del año
35.
Mr. Chaume adopta la
segunda. Pero ella ofrece tantos inconvenientes desde el punto de vista
histórico y exegético tocante a la edad de Cristo y a la duración de su ministerio,
que podemos, sin recelo abandonársela al ilustre cronólogo y abrazarnos con la
primera.
La neomenia de Nisán del
año 31 cayó el 10 de Marzo, aunque el novilunio astronómico empezara sólo el 12.
Por lo tanto, el 14 de aquel Nisán, día de la inmolación de la Pascua judía,
correspondió al viernes 23 de Marzo (25 de marzo astronómico).
El tercer camino que nos
lleva a Marzo del año 31 como fecha de la Pasión de Jesús es el de la Historia.
Se orienta a través del laberinto de los testimonios, hechos y tradiciones
posteriores.
Salta, por ejemplo, a la
vista que casi toda la antigüedad, a excepción de algunos egipcios originales,
abogó por el mes de marzo corno el de la Pasión, aunque muchos autores, por
motivos particulares, se equivocaran respecto del día y del año. Y la afirmación,
tan generalizada del mes de marzo, aunque de ello no se dieran cuenta los
escritores antiguos, implica la del año 31.
Asimismo los datos cronológicos
suministrados por San Pablo en la Epístola a los Gálatas (II, 18; II, 1),
entrañan como fecha de la Muerte del Señor el año 31. Pues, si es cosa rayana
en certidumbre que el viaje que de San Pablo a Jerusalén, a los diecisiete años
y pico de convertido, coincidió con la Asamblea de los Apóstoles reseñada en el
capítulo XV de los Hechos, no será menos cierto que su conversión sucedió en el
año 32, pues todos colocan aquella Asamblea en el 49. Es, efectivamente, la
fecha la más natural, porque el martirio de San Esteban y los furores de los
sanhedritas perseguidores siguieron de cerca a las numerosas y admirables conversiones
obradas por los Apóstoles en Jerusalén, a raíz de la venida del Espíritu Santo.
Del año 31 al 32, entre Mayo y Enero inclusive, encajan perfectamente todos
esos sucesos.
Pasando por alto muchas
otras razones y remitiéndonos al trabajo antes indicado sobre la Cronología de
la Vida Pública y Pasión del Señor, podemos afirmar en conclusión: El 14 de
Nisán. 23 de Marzo del año 31 de nuestra Era, al agonizar la 69° semana
daniélica, agoniza también el Hijo del Hombre ensalzado en la Cruz y proclamado
Cristo-Rey de Israel. Quedó realizada la palabra divina con exactitud
matemática, 483 años, ni más ni menos. Para este cálculo hay que tener en
cuenta la inexistencia del año 0 en el paso de la era precristiana a la era
cristiana. De Nisán 453 a.C. a Nisán 31 p.C., cuéntanse 483 años cabales, 69
semanas daniélicas[1].
[1] El problema con todo esto es que está contabilizando los años como si
fueran solares.