domingo, 22 de septiembre de 2013

La restauración de Israel en los Profetas. VI de VI

C) Conclusión: destino providencial de la milagrosa pervivencia de Israel en la historia.

De todo lo expuesto se sigue que la pervivencia de Israel en la historia, con las características reseñadas, pertenece a la categoría de hechos colectivos providenciales.
Israel ha sido reservado por Dios, en medio del torbellino de la historia, para cumplir un destino providencial en la Economía de la salvación.

Debiendo ellos —escribe Bossuet— volver un día a este Mesías que ellos han despreciado, y siendo así que el Dios de Abrahán no ha agotado aún sus misericordias sobre la raza, aunque infiel, de este patriarca, ha encontrada un medio del cual no hay un solo ejemplo en el mundo, para conservar a los judíos fuera de su país y sumidos en sus propias ruinas más tiempo aún que los pueblos que los vencieron. Hoy no vemos ningún resto de los antiguos asirios, ni de los antiguos medos ni de los antiguos persas, ni de los antiguos griegos, ni aun de los antiguos romanos. Se ha perdido su  huella, y se han confundido con los demás pueblos. Los judíos, que fueron siempre la presa de aquellas naciones antiguas tan célebres en la historia, les han sobrevivido, y Dios, al conservarlos, nos pone en la espera de los que quiere hacer aún de las desgraciadas reliquias de un pueblo tan favorecido”[1].

viernes, 20 de septiembre de 2013

La restauración de Israel en los Profetas. V de VI

III. CUMPUMIENTO DE LAS PROFECÍAS
SOBRE LA GRANDEZA TEMPORAL DE ISRAEL.

Las observaciones hechas anteriormente, y la lectura de los pasajes más representativos de las profecías nos dejan en el ánimo la impresión de que se anuncia para Israel una grandeza temporal, que rebasa con mucho las realizaciones de la historia hebrea pre-cristiana.
Por otra parte, no nos satisfacen las explicaciones meramente simbólicas, que todo lo refieren a la dimensión espiritual del futuro Reino mesiánico, ni esas soluciones de compromiso que, considerando estos elementos como secundarios, no tienen inconveniente en negar la realidad de su cumplimiento.
O sea, que en las profecías se habla de una futura grandeza temporal de Israel, que nos infunde vehementes sospechas de que aún no está realizada en su plenitud.

1. Horizontalidad de la visión profética y consiguiente falta de perspectiva.

Ya sabemos que en la visión profética se presentan los hechos futuros como en bloque. El profeta ve que todo aquello se va a realizar en el futuro, pero no puede medir las distancias; y de aquí la facilidad con que salta de un hecho inmediatamente futuro a otro que lo separa del anterior un muro infranqueable de años o de siglos.
Es inútil buscar en los profetas una detallada determinación cronológica.
Así, pues, cuando nos describen la futura grandeza de Israel, mezclan invariablemente hechos contingentes, de inmediata realización, con otros acontecimientos grandiosos de la época mesiánica, cuya realización quizá esté separada de aquellos hechos inmediatos por una barrera de siglos.
Al leer una de estas profecías, no podernos echar una línea divisoria entre lo que se refiere exclusivamente a la vuelta de la cautividad babilónica y lo que se atribuye a otra época esplendorosa, incrustada en plena era mesiánica.
Empieza el profeta a describir la restauración de Israel en la época de Zorobabel, y de tal manera va ampliando el horizonte, que ya los rasgos de la grandeza futura del Israel restaurado rebasan por completo las realizaciones históricas del Retorno.
Por consiguiente, cuando decimos que en estas profecías se anuncia un porvenir temporal para Israel que aún no está realizado, no nos referimos a ningún pormenor exegético que, aisladamente considerado, podrá ser muy discutible, sino al contenido nuclear de todos los vaticinios. Exprimiendo el jugo profético de estos pasajes bíblicos, nos encontramos con una realidad tan grandiosa, que no cabe en los marcos históricos verificados hasta el presente.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La restauración de Israel en los Profetas. IV de VI

C) Las Profecías anuncian una gran Diáspora y un gran Retorno, que no son ninguno de los realizados en el A. T.

No es de este lugar repetir lo que ya se nos dice en todos los manuales referente a la índole de las profecías. El profeta cuando anuncia lo futuro, mezcla distintos acontecimientos que, quizá en el orden cronológico estén muy distanciados entre sí, pero que tienen una estrecha conexión en el orden que pudiéramos llamar tipológico. Un ejemplo más reciente lo tenemos en el mismo discurso escatológico de Jesucristo: allí se habla de dos acontecimientos[1]: la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo. Ambos están separados por una distancia multisecular pero están unidos por la tipología: la destrucción de Jerusalén es tipo de la destrucción del mundo. Por eso se sobreponen ambos planos; a veces la amplitud de la visión profética rebasa las fronteras del tipo y se echa a volar espaciosamente a campo traviesa por entre las propias zonas del suceso pleno.
Es el caso de los profetas, cuando anuncian la Diáspora del pueblo de Israel. En primer lugar, se refieren a un hecho contingente e inmediato cuya realización nos la evidencia la misma historia bíblica de la cautividad; pero a veces, es tal la magnificencia de la visión profética, que rebasa por completo los estrechos límites de un acontecimiento, como fué la deportación de los judíos a Babilonia, y su  restauración inmediata.
Bástenos la cita de los lugares más sobresalientes.
Por lo que hace a la Diáspora, son muy significativos ciertos textos del profeta Oseas (III, 4-5):

Porque los hijos de Israel permanecerán muchos días sin rey ni príncipe, sin sacrificio ni massebáh, sin efod ni terafín. Después, los israelitas, volverán a buscar a Yahvéh, su Dios, y acudirán temerosos a Yahvéh y su bondad al cabo de los días”.

lunes, 16 de septiembre de 2013

La restauración de Israel en los Profetas. III de VI

2. Principios de solución:

A) Caracteres de la grandeza temporal de Israel.

Es una realidad innegable, reconocida hoy por todos los exegetas, que al pueblo de Israel, como tal, se le promete para el futuro una grandeza de orden temporal. Esta promesa forma como un estribillo de todas las profecías, y, según la interpretación cristiana contemporánea, está tan íntimamente ligada con la promesa de los bienes espirituales, que llega a constituir su envase o envoltorio.
Esta grandeza temporal del pueblo escogido se puede dividir en dos grados: el primero, de menor cuantía, se refiere a un futuro inmediato, a cierta mejora contingente; limitada a ciertas épocas de la historia hebrea; sobre esto no hay divergencia entre los comentaristas, ni se ofrece ningún problema interesante. En las profecías hay anuncios sobre un futuro inmediato de restauración, no sólo para los mismos israelitas, sino para otros pueblos del Oriente.
El segundo grado lo constituyen propiamente esas promesas repetidas de una grandeza temporal absoluta, inmensa, duradera, de magnas y lejanas perspectivas. En todas las profecías referentes al futuro de Israel se dibuja siempre en el lejano horizonte la aurora de un día grandioso para el pueblo escogido, cuyas características se describen con los colores más vivos e inverosímiles. Nos abstenemos de citar textos, por constituir ello la misma entraña de la mayoría de las profecías de liberación mesiánica, que lo son casi todas.
Una lectura atenta de las profecías nos convence de que uno de sus elementos esenciales, si no el esencial, es la que pudiéramos llamar su mesianidad. La restauración y grandeza temporal de Israel, enunciada en las profecías está siempre vinculada a la idea de que el eje de toda esa grandeza, es el Mesías.
El pueblo de Israel es presentado siempre, invariablemente, como el pueblo del Mesías. Esta es toda su razón de ser.
Para proceder con orden, hemos de investigar cuál es el sentido histórico de las promesas de grandeza temporal hechas por Dios, en las distintas épocas-límites, al pueblo escogido.

domingo, 15 de septiembre de 2013

León Bloy, sobre el Martirio.

SAN EDMUNDO

Patrono de la Schola Cantorum

I

La Iglesia romana honra el 20 de noviembre a San Edmundo, rey Inglaterra y mártir. En efecto, el 20 de noviembre de 870 los daneses idólatras lo decapitaron, luego de una serie de suplicios horrorosos. Esto es historia antigua.
En esa época el imperio de Carlomagno, ya herido de muerte por esos mismos bárbaros de Noruega y Jutlandia que saqueaban Inglaterra, comenzó con Carlos el Calvo y Luis el Germánico la inmensa voltereta que debía durar cien años, hasta Hugo Capeto, "rey de hecho y por los hechos", según la expresión del célebre papa Gerbert.
En el otro extremo de Europa, el asesino Basilio acababa de instaurar, sobre el más viejo trono cristiano, esa deslumbrante y formidable dinastía de Macedonia, que hizo temblar a Oriente y Occidente por espacio de medio siglo.
En Roma había uno de esos innumerables Juanes que con tanta frecuencia alteraron la Santa Paz de la Pasión, en la tribulación inexpresable y romano-bizantina de lo que había sido la Cabeza del mundo.
El resto de la tierra era como un bosque salvaje, donde sólo se internaban, lentamente, los mártires.
La historia de la Heptarquía sajona es indescifrable. ¿Cómo reconocerse en medio de esos reyes bárbaros de Kent, de Northumbrie, de Estanglie, de Mercie, de Essex, de Sussex y de Wessex, cada uno de los cuales reinaba en un territorio apenas más grande que uno de los departamentos de Francia, entre un torbellino de batallas continuas, derrocados todos los días por competidores más o menos atroces, que al día siguiente eran expulsados, amenazados constantemente, además, por los Gaëls, los Pictos y los escoceses, hasta el día en que los conquistadores escandinavos, más feroces todavía, lo ahogaron todo en sangre?
El Cristianismo, sin embargo, desde fines del siglo VI había podido arraigarse en ese caos. Un mísero cristianismo injertado en un árbol silvestre como ocurrió siempre entre los bárbaros, mezcla de tradiciones idólatras y de costumbres demoníacas, tal como se viera durante tres siglos en la Francia merovingia, o como se vio más tarde en Alemania del Norte y en Rusia, penumbra y oscuridad pobladas de fantasmas, bruma de sangre y de pecado, que apenas desgarraba el esplendor de algunos apóstoles.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. XI

BIENAVENTURADO EL RICO...
(Ecli. XXXI, 8)

I

"Bienaventurado el rico que es hallado sin culpa, y que no anda tras el oro, ni pone su esperanza en el dinero ni en los tesoros" (Ecli. XXXI, 8). Es éste el único caso en que la Sagrada Escritura elogia al rico. Y lo explica en seguida: “porque fué probado por medio del oro y hallado perfecto por lo que reportará gloria eterna; podía pecar y no pecó, hacer mal y no lo hizo" (Ecli. XXXI, 10). Un caso raro, pero no imposible. Una excepción entre los ricos; pues casi todos sucumben a los halagos del oro.
La Epístola del Común de Confesores que cita este texto dice: Bienaventurado el hombre, en lugar de: bienaventurado el rico. Sin embargo, solamente en su forma original se comprende el verdadero sentido del "podía pecar y no pecó", y las alabanzas del Eclesiástico.
De la misma manera es elogiado en la Escritura el patrón, el patrón justo y misericordioso de las parábolas del Evangelio, y una vez un patrón humilde, que se ciñe y sirve a sus siervos (Luc. XII, 37). Ese patrón es figura de Cristo, que de esta manera nos revela uno de los abismales secretos de su humildad redentora. Se refiere que en una casa de insanos se quería saber quién fuese el más demente de todos, y le dieron la palma a uno que declaró estar esperando al rey para que le limpiase los zapatos. Pero mucho más lejos llega, según vemos, la humildad divina en la parábola que acabamos de citar. Y cuidado con querer rechazarla, porque ello sería falsa humildad, como la de Pedro en el lavatorio de los pies (Juan XIII, 8 ss). Jesús tiene derecho a que le creamos esta verdad inaudita que anuncia en la parábola, porque ya nos dijo que El es nuestro sirviente (Luc. XXII, 27), y que no vino para ser servido, sino para servir (Mat. XX, 28).
En el contexto de estos pasajes, Jesús revela ampliamente la superioridad del que sirve sobre el que es servido. ¡Qué luz para el problema social moderno! ¡Jesús obrero, pero no ya sólo como trabajador del músculo, ni como miembro de un gremio, sino como servidor de todos! Y por eso nos dice que entre nosotros el primero servirá a los demás (Mat. XX, 26 s; Luc. XXII, 26). En esto estriba sin duda el gran misterio escondido en la Escritura que dice: "el mayor servirá al menor" (Gén. XXV, 23; Rom. IX, 12).

viernes, 13 de septiembre de 2013

La restauración de Israel en los Profetas. II de VI

FuenteEstudios Bíblicos XI (1952), pag. 157 ss.

AutorP. González Ruiz, José M.

II. AMPLITUD Y ALCANCE DE LA GRANDEZA FUTURA
DEL PUEBLO DE ISRAEL.

Todas las profecías referentes a la suerte futura de Israel coinciden en anunciar una situación privilegiada para el pueblo escogido, que

a) se refiere al menos a primera vista, a la colectividad etnográfica de la descendencia de Abrahán,

b) tiene siempre una intención final religioso-mesiánica, aun cuando las profecías estén envasadas en promesas de prosperidad material, y

c) incluye constantemente la destinación de la tierra de Canaán, como el lugar de citas de todas las promesas divinas.

Este hecho nadie lo niega. Basta, para convencerse, una lectura somera de todas las profecías. La divergencia surge cuando se trata de la interpretación.
Como acabamos de decir, partimos de la base de la inspiración. Y por tanto, sólo tenemos en cuenta las soluciones cristianas y judías.

1. Diversas soluciones.

Las diversas soluciones que se han propuesto del difícil enigma de la interpretación de las profecías referentes a la futura grandeza de Israel, se pueden reducir cómodamente a dos grupos: judío el uno y cristiano el otro.

A) La solución judía: Israel tendrá una hegemonía política mundial.

La corriente dominante entre les hebreos ha sido siempre y continúa siéndolo en nuestros días, el suponer que las viejas profecías prometen a Israel un vasto imperio político que aún está por realizar. Como resumen autorizado de la interpretación judía, hacemos a continuación un extracto de la interpretación del Dr. Klausner, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén[1].

jueves, 12 de septiembre de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. X

LA SABIDURIA CONSIDERADA COMO SERENIDAD

I

La sabiduría que imploró Salomón se sintetiza en el "saber que ella trabaja con nosotros a fin de que sepamos lo que a Dios agrada" (Sab. IX, 10). Al iniciar nuestro empeño por buscarla, nos consuela el saber de antemano que la conseguiremos, porque "el que la necesita no tiene más que pedirla a Aquel que da copiosamente, sin zaherir a nadie” (Sant.  I, 5). Porque "todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá” (Luc. XI, 10).
Más aún, la sabiduría "se anticipa a aquellos que la codician, poniéndoseles ella misma delante”. Por tanto, quien la buscare "no tendrá que fatigarse, pues la hallará sentada en su misma puerta” (Sab. VI, 14-15). Y esto es porque el Divino Padre, que es bueno, "dará el buen espíritu a quien se lo pida", así como nosotros, "que somos malos, sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos, y no les damos una piedra cuando nos piden un pan” (Luc. XI, 11-13).
Por donde se ve que el desear la sabiduría es ya la seguridad de alcanzarla, y esto lo expone la Biblia en forma de sorites, en un pasaje maravilloso que  es quizá la única argumentación silogística en el Antiguo Testamento (más marcadamente que en Rom. V, 2-5 y I Ped. I, 5-7) y que denuncia la procedencia alejandrina del autor del Libro de la Sabiduría.
Dice éste, en efecto: "El principio de la sabiduría es el muy sincero deseo de instrucción; la premura de instrucción, es amor; el amor es ya guardar sus leyes; la atención prestada a esas leyes, es signo de incorrupción; la incorrupción (inmortalidad) da un lugar junto a Dios. Luego, el deseo de la sabiduría conduce al Reino eterno” (Sab. VI, 17-20).

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La restauración de Israel en los Profetas. I de VI

Fuente: Estudios Bíblicos XI (1952), pag. 157 ss.

Autor: P. González Ruiz, José M.

I. LA ELECCIÓN DE ISRAEL EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.

Las profecías sobre la Restauración de Israel no constituyen sino un caso concreto de la idea general que pervade toda la Biblia del carácter sagrado de Israel, como pueblo escogido por Dios para grandes designios.
Es, pues, esencial, al hacer un estudio sobre el alcance de las profecías antiguotestamentarias referentes a la Restauración de Israel, determinar previamente el sentido y las dimensiones de este hecho sagrado de la elección divina del pueblo hebreo.

1. Sentido religioso-mesiánico de la elección de lsrael.

La historia de Israel empieza propiamente con Abrahán. Yahvéh, el Dios de la Revelación, establece un pacto con Abrahán, en virtud del cual la descendencia de éste constituirá un pueblo peculiar, cuyo sentido visceral será su cualidad religiosa:

“Te acrecentaré muy mucho, y te haré pueblos, y saldrán de ti reyes; Yo establezco contigo, y con tu descendencia después de ti por sus generaciones, mi pacto eterno de ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti, y de darte a ti la tierra de tus peregrinaciones, toda la tierra de Canaán, en eterna posesión”. (Gn. XVII, 6-8).

La descendencia de Abrahán formará un pueblo peculiar, objeto especial de la Providencia divina, pero bajo el aspecto formal del motivo religioso: se trata de un pacto de Dios con Abrahán “de ser su Dios”. El pueblo descendiente del Patriarca babilonio es lanzado por Dios al torbellino de la historia bajo un signo religioso.
Esta alianza de Yahvéh con Abrahán se va repitiendo, ensanchando y explicitando en sus descendientes (Gn. XXVI, 2-5; XXVII, 27-29; XLIX, 9-10).
En las faldas del Sinaí, Yahvéh define claramente los contornos del pueblo consagrado:

Si oís mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. (Ex. XIX, 5-6)[1].

Este concepto “sacerdotal” del pueble israelita se repetirá, como un ritornello, a través de toda la Biblia, llegando a encontrar un eco ancho y prolongado en un recodo del Nuevo Testamento (Deut. VII, 6; XIV, 2; XXVI, 18; XXXII, 8-12; Lev. XI, 44-45; XX, 26; Ps. CXXXV, 4-5; Is. LXIII, 12; I Petr. II, 9-10; Apoc. I, 6).
Es inútil seguir multiplicando las citas, pues éstas se refieren a la mayor parte del Antiguo Testamento. Baste recordar la constitución jurídica del pueblo israelita, que formaba una auténtica teocracia, la intervención de los profetas en la vida pública, precisamente en su calidad de emisarios divinos, etc.
En una palabra, la dimensión nacional del pueblo hebreo coincide exactamente con un motivo religioso: no era un pueblo profano, era un pueblo consagrado, un pueblo-sacerdote.

martes, 10 de septiembre de 2013

El Discurso Parusíaco VII: Respuesta de Jesucristo, II.

Continuemos con la(s) profecía(s) de Nuestro Señor.
Primero veamos, como de costumbre, los textos:

Mateo XXIV

6 Oiréis hablar de guerras y rumores de guerras. ¡Mirad que no os turbéis! Esto, en efecto, debe suceder, pero no es todavía el fin.
7 Porque se levantará nación contra nación, reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambres y pestes y terremotos.
8 Todo esto es (sólo) el comienzo de los dolores (de parto)”.

Marco XIII

7 Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os turbéis. Esto debe suceder, pero no es todavía el fin.
8 Porque se levantará nación contra nación, reino contra reino. Habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambres. Esto es (sólo) el comienzo de los dolores (de parto).”

Lucas XXI

9 Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterroricéis; esto debe suceder primero, pero no es enseguida el fin."
10 Entonces les dijo: "nación se levantará contra nación, reino contra reino.
11 Habrá grandes terremotos y en diversos lugares hambres y pestes; habrá también prodigios aterradores y grandes señales del cielo.

Continúan las diferencias entre los evangelistas.
La primera es que donde Mc indica que ha de haber “rumores de guerra” Lc habla de “revoluciones”; tal vez los términos sean sinónimos o por lo menos puedan tomarse como tal; la segunda es también menor y se refiere a los “grandes” terremotos en Lc; la tercera es que Mt y Mc hablan de turbación mientras Lc trae un verbo más fuerte: “aterroricéis”; en cuarto lugar Mt y Mc dicen que las guerras deben suceder, mientras que Lc agrega “esto debe suceder primero” y es interesante notar que el verbo usado en Lc (a diferencia de Mt y Mc, como ya lo dijimos) es “suceder”, que es como si dijera: “me preguntáis cuándo debe suceder la destrucción del Templo, pues bien: esto debe suceder antes”; dejando de lado estas pequeñas diferencias, creemos que la quinta es decisiva: Mt y Mc traen la metáfora de los dolores mientras que Lc habla de “prodigios aterradores y grandes señales en el cielo”. La exégesis de Lc ya la hemos dado AQUI, con lo cual es preciso ocuparnos de los dolores.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. IX

EL CASO DE PEDRO


I

Para un hombre, el ser basura de Dios, el ser su esclavo, el ser su estropajo, es ya sobrado honor y sobrada felicidad. Pero si a Dios se le ocurre otra cosa, si la generosidad de su Corazón sobrepasa a cuanto podemos imaginar de El, y si Jesús quiere sorprendernos llamándonos amigos (Juan XV, 15), y si el Padre quiere hacemos sus hijos (I Juan III, 1) y hermanos de su Hijo (Rom. VIII, 29), ¡cuidado con que una falsa humildad nos haga rechazar el Don de Dios e insistir en nuestra opinión de que hemos de seguir siendo esclavos! (Rom. VIII, 15).
El tener en principio esta opinión es ciertamente bueno, porque ella es exacta desde nuestro punto de vista. ¿Qué otra cosa, sino basura y nada, podremos sentirnos nosotros, frente a nuestro Creador, infinito en la sabiduría, en el poder y en la santidad? Es este un punto de partida indispensable para que el hombre se niegue a sí mismo, es decir, deje de confiar en la virtud propia como si ésta fuese suficiente para salvarnos. Es este el punto de partida, pero no es todo, según lo veremos más adelante.
San Pedro —o mejor Pedro, antes de ser el santo-, reaccionó muchas veces según esa opinión primaria y puramente humana de la humildad. De ahí que Cristo lo tomase como campo de experimentación, para darnos, a costa de su apóstol, rectificaciones fundamentales. Decimos a costa de él, por las muchas veces que tuvo que avergonzarse de sus errores aunque de ellos había de sacar su gran provecho.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Addenda IV: El tiempo está cerca – Vengo pronto – Las cosas que deben suceder pronto

Cuando releíamos los autores para poder hacer los artículos sobre Algunas Notas a Apocalipsis I, 1-3 nos encontramos con que Caballero Sánchez coincidía bastante con nuestra interpretación sobre aquellos difíciles pasajes que hablaban de la inminencia de la Parusía. Lo que escribimos puede verse AQUI

Comentando las palabras “lo que debe suceder pronto” del v.1, Caballero Sánchez afirma:

Estos secretos versan sobre "las cosas que tienen que acontecer en breve… pues, el tiempo está cerca".
La primera de estas expresiones tiene un sabor bíblico consagrado que implica, por un lado, lo infalible de la realización histórica de la Parusía, y, por otro, lo inminente de ella.
Esta idea de la proximidad de los acontecimientos, y no la de su rápida sucesión uno tras otro, es la que viene subrayada por la segunda expresión: "el tiempo está cerca".
El libro insiste, del principio al fin, en poner de relieve esta proximidad o inminencia.
Este problema de la "proximidad de la Parusía" es uno de los grandes caballos de batalla de la exégesis. Fundándose en estos textos, tan claros aquí como en los Evangelios, y especialmente en el discurso escatológico del Señor, los herejes "escatologistas" se gozan en demostrar cómo toda la revelación cristiana descansa en la pura ilusión de una inmediata Parusía.
Los “creyentes”, al contrario, reaccionando vivamente contra consecuencias tan demoledoras, se esfuerzan por opacar el sentido escatológico de numerosos textos, y donde no pueden hacerlo, procuran al menos quitarles la idea de inmediación que contienen.
Ni lo uno, ni lo otro. La lealtad exige que se reciban esos textos escatológicos con la sencillez de la paloma, en su sentido obvio y natural; pero, la sabiduría pide que se los escrute con la prudencia de la serpiente, no según la medida de la carne, sino según el modo del Espíritu.
Ahora bien; recordemos la naturaleza del "tiempo del fin" o "días escatológicos" y su enlace con el Salvador Jesús. Se trata de un tiempo, no abstracto sino concreto, "recortado en la historia de Jerusalén y del pueblo mesiánico”. Es la fórmula de Daniel, el profeta cronólogo. Tenemos que entender ese tiempo compenetrado con Israel mesiánico; no corre desde que Israel se desgajó de la oliva, perdiendo la unción sagrada; quedó estancado con el pueblo negador de su Cristo que es su Camino y su Vida. Está a la vista e inminente siempre para cuando Israel se convierta, volviendo a recibir la unción mesiánica. El Jefe-Ungido que expiró en la cruz y el otro Ungido evacuado tienen que volver a encontrarse para que la septuagésima semana empiece a realizarse. Podemos decir, por tanto que el "tiempo del fin" es inminente, pero que todavía no estamos en él. Siempre estuvo inminente porque en el corazón de los Apóstoles y de la Santa Iglesia existe el ansia perpetua del regreso del Pródigo a la casa paterna…

sábado, 7 de septiembre de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. VIII

DE GRECIA A CRISTO

Nadie es malo, mientras no se demuestre".
Derecho Romano (Orden natural).

Nadie es bueno, sino sólo Dios”.
Jesús (Orden sobrenatural).

Gnothi sauton” (conócete a ti mismo); Aforismo griego y pagano, de muchos admirado. No es esto lo que enseña la Escritura de la divina Revelación. Poco me importa, dice S. Pablo, ser juzgado por vosotros o por cualquier juicio humano. Ni yo mismo me juzgo. . . El Señor es quien me juzga (I Cor. IV, 3-4). “De tu rostro (oh Señor) salga mi sentencia”, dice David (Salmo XVI, 2), anhelando poder entregar por entero la suerte de su causa a Aquel que es la fidelidad, la luz y la sabiduría, la omnipotencia y sobre todo la bondad y la misericordia que perdona.
Para nosotros hay más aún que para David: la Redención, que justifica por los méritos de Cristo. Aún hallándome yo deudor insolvente, el divino Padre me perdona y para eso sé que mi seguridad es absoluta; pues Jesús “es la víctima de propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (I Juan II, 2).
"Conózcate yo, Señor, y conózcame yo a mí mismo”, dice San Agustín; pero este conocimiento propio, presentado así en parangón con el conocimiento de Dios, no tiene nada de esa "ciencia del bien y del mal", cuya ambición fué lo que corrompió a Adán. Esta oración, pues, del gran Doctor de la gracia, equivale a decir: sepa yo, Señor, vivir este gran dogma de que Tú lo eres todo y yo soy la nada.
Es que Jesús no dice, como el oráculo griego: "conócete a ti mismo", sino: "niégate a ti mismo". La explicación es muy clara. El pagano ignoraba el dogma de la caída original. Entonces decía lógicamente: analízate a ver qué hay en ti de bueno y qué hay de malo. Jesús nos enseña simplemente a descalificarnos a priori, por lo cual ese juicio previo del autoanálisis resulta harto inútil, dada la amplitud inmensa que tuvo y que conserva nuestra caída original. Ella nos corrompió y depravó nuestros instintos de tal manera, que San Pablo nos pudo decir con el Salmista: "Todo hombre es mentiroso" (Rom. III, 4; Salmo CXV, 2). Por lo cual el Profeta Jeremías nos previene: "Perverso es el corazón de todos, e impenetrable: ¿Quién podrá conocerlo?" (Jer. XVII, 9). Ese mismo profeta dice también: “Maldito el hombre que confía en el hombre" (Ibid. 5), y de Jesús sabemos que no se fiaba de los hombres, "porque los conocía a todos" (Juan II, 24).

viernes, 6 de septiembre de 2013

La Acción de Dios — Cómo Comprenderla

La prueba de Abraham, por G. Dore.
Canónigo Beaudenom, Práctica progresiva de la confesión y de la dirección, Edit. Difusión, 1943, pag. 311 ss.

Prácticamente la acción de Dios sobre nosotros se confunde con su voluntad; conocer la una es, pues, conocer la otra.
Que el soberano Maestro tenga una voluntad sobre todas las cosas; que esta voluntad necesariamente buena y sabia, sea la regla segura del bien, fácilmente se concibe; pero lo que es menos comprensible, es que podamos conocerla. En efecto, Dios no da sus órdenes de viva voz; está mudo e invisible para nosotros. San Pablo nos representa al hombre buscándole a tientas en las tinieblas; del mismo modo buscamos con ansiedad su voluntad. Sin embargo, la conoceremos de manera suficiente si estamos atentos. Esta condición forma parte de nuestros deberes, de nuestras virtudes y de nuestros méritos.

1) Dios nos manifiesta su voluntad por los mandamientos, que imponen deberes ciertos. El deber nos revela algo de su plan; una parte que nos confía de su obra. ¡Insensato aquél que buscase en su alrededor algún partido mejor! Engañado por las apariencias, abandonaría la elección del maestro por la suya propia. Generalmente no se aprecia bastante el deber: se le estima menos que una obra facultativa como si Dios no hubiese precisamente mandado lo que más vale. De la fidelidad de un soldado en el puesto en el cual se cree inutilizado, depende quizás el éxito de una batalla. El error proviene de que comprendemos mejor nuestra propia elección. Justamente el mérito de la obediencia consiste en preferir a esta elección personal y conocida, la de Dios, cuyo fundado bien no alcanzamos a comprender.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Babilonia y sus Cautivos, por M. Lacunza (VI de VI)

Nota del Blog: tener presente la NOTA que publicamos en la primera parte.

Párrafo VIII

Resumen o conclusión

En suma, aquella antigua Babilonia situada en el Éufrates, ya no existe en el mundo, días ha que murió, ni hay esperanza alguna que resucite jamás[1]: “nec exstruetur usque ad generationem et generationem… non habitabit ibi vir, et non incolet eam filius hominis” (Jer. L, 39). Con todo eso, las profecías que hay contra Babilonia no se han verificado hasta ahora plenamente. Digo plenamente, porque aunque Babilonia se destruyó (que es una de las cosas que anuncian claramente los Profetas) mas no se destruyó de aquel modo, y con aquellas circunstancias particulares que se leen expresas en sus profecías[2].
Muchos autores (no solamente de los intérpretes de la Escritura, mas también de los historiadores, entre ellos el sabio y pío M. Rollin, en su Historia Antigua), hablan de la destrucción de Babilonia, y citan las profecías con una especie de confianza y seguridad, como si dicha destrucción y dichas profecías estuviesen perfectamente de acuerdo. Mas si les preguntamos por curiosidad, de qué monumentos, de qué archivos o de qué fuentes han sacado unas noticias tan singulares, nos hallamos con la extraña y gran novedad, de que realmente no han tenido otras fuentes, ni otros archivos, ni otros monumentos sino las mismas profecías, las cuales han suplido por todo. Bien, y si hay monumentos en contra, ciertos y seguros, no digo solamente en la historia profana (que esto importa poco), sino mucho más en la historia sagrada; en este caso, ¿no sería cosa justísima no hacernos desentendidos de dichos monumentos? Pues amigo, así es.
Por lo que toca a la historia sagrada, os he hecho ya notar en varias partes de este fenómeno algunos monumentos y noticias ciertas, del todo incompatibles con las profecías. Pudiera haber notado otras muchas más con poco trabajo material; mas ¿para qué? ¿No bastan y aún sobran las que quedan notadas? Por lo que toca a la historia profana, me parece que bastará deciros o acordaros, que Alejandro Magno murió en Babilona doscientos años después que Babilonia debía estar enteramente destruida, si los Profetas hubiesen hablado de ella directa o inmediatamente.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. VII

BIBLIA Y PSICOANALISIS

El grande, el sumo psicoanálisis está en la Biblia, pues ella y sólo ella nos enseña a desnudar enteramente el corazón, y sólo con sus luces de espíritu aprendemos a ser del todo sinceros con nosotros mismos.
Frente a la sabiduría de la Biblia no hay complejos, porque en ella habla Dios que conoce “lo íntimo del corazón" (Salmo XLV, 22). Ella descubre nuestros complejos y los resuelve de un modo definitivo. Ella escudriña el corazón para indicar a cada cual su camino (Jer. XVII, 10). Ella sabe nuestros íntimos pensamientos (Jer. XX, 12); pone a prueba los corazones (I Par. XXIX, 17; Jer. XII, 3); los pesa (Prov. XXI, 2) y luego los inclina a la solución que les conviene (ibid. 1): los ilumina como luz que resplandece entre tinieblas (II Cor. IV, 6); los alimenta (Salmo XXVI, 14) y termina su obra renovándola por completo (Salmo L, 12) y dándoles firmeza definitiva (I Tes. III, 13).
Una sola cosa exige este gran maestro, lo mismo que exige todo psicoanalista: sinceridad. Esto le basta. Y hay más aún: así como, según el refrán, el que se excusa se acusa, así también -lo que es mejor—, frente a la Biblia el que se acusa se excusa.
Si alguna vez no encontramos soluciones y consuelo en la Escritura, es porque buscamos estar satisfechos de nosotros mismos y "quedar bien" con nuestro amor propio. En este caso nunca quedamos satisfechos, pues siempre vemos asomar nuestras miserias y errores. En cuanto confesamos eso, en cuanto nos resignamos a saber que no somos buenos, nos vuelve a la alegría, como se ve en el Salmo XXXI, 4 ss.
La Biblia nos dice entonces: ¿Qué importa si no fuiste bueno hasta hoy? ¿No ves que yo tengo la parábola de los obreros de la última hora (Mat. XX, 8) que lo pasan aún mejor que los primeros? ¿No recuerdas el caso de Magdalena (Luc. VII, 43-47), donde yo muestro que el que más ama es aquel a quien más hubo que perdonarle? Si hay quien limpia tus ropas y las deja como la nieve (Salmo L, 9) ¿qué importa que su suciedad fuese mucha o poca?

martes, 3 de septiembre de 2013

Babilonia y sus Cautivos, por M. Lacunza (V de VI)

Nota del Blog: tener presente la NOTA que publicamos en la primera parte.

Párrafo VI

Se confirma y aclara más este modo de discurrir.

Para entender bien todas las profecías que hay contra Babilonia, y el fin y término verdadero a donde todas se enderezan, paréceme a mí que basta tomar las llaves en la mano, y abrir las puertas. La misma Escritura nos ofrece estas llaves, con las cuales todo se facilita; sin ellas todo queda obscuro, difícil e inaccesible.


Primera llave

El apóstol San Pedro escribiendo desde Roma a todas las iglesias de Asia, concluye su primera epístola con estas palabras: Salutat vos ecclesia quæ est in Babylone collecta. ¿Qué quiere decir esto? San Pedro ciertamente no escribía desde el Éufrates, sino desde el Tíber, no desde la Caldea, sino desde Roma. En tiempo de San Pedro, la antigua Babilonia ya no existía, ya estaba casi tan olvidada como lo está ahora, ¿pues de qué Babilonia habla? De Roma misma. Mas, ¿por qué razón le da este nombre a la capital del imperio Romano? Fuera de esto, los Cristianos a quienes escribía, debían sin duda saber y estar bien enterados que Babilonia y Roma no eran dos cosas diversas, sino una misma. Sin esta noticia, la dicha salutación, como de personas incógnitas o inciertas, hubiera sido inútil, y por eso indigna del supremo Pastor. Si sabían esto los cristianos, ¿de dónde lo sabían?
A esta dificultad responden comúnmente los intérpretes, que el apóstol San Pedro puso Babilonia en lugar de Roma, sólo por precaución, esto es, para no ocasionar sin necesidad, alguna persecución, o contra sí, o contra los Cristianos, si esta epístola llegaba por algún accidente a manos de los étnicos, y a noticia del emperador. Mas, ¿qué tenían que temer en este caso, ni San Pedro, ni los cristianos? ¿Qué hubieran hallado en ella que reprender, ni por qué perseguir al Cristianismo? Antes hubieran hallado mucho que alabar en aquella parte que ellos podían entender, que es la moral, por ejemplo: Subiecti estote omni humanae creaturae propter Dominum sive regi quasi praecellenti sive ducibus, etc. quia sic est voluntas Dei… omnes honorate, fraternitatem diligite, Deum timete, regem honorificate. Servi subditi estote in omni timore Dominis; non tantum bonis, et modestis, sed etiam discolis (II, 13 ss). Adolescentes subditi estote senioribus, (V, 5), etc”. No sé yo que algún príncipe o república pueda reprender, o no alabar esta doctrina del sumo Pastor de los cristianos.
Acaso se dirá, que San Pedro no temía por la moral de su epístola, sino porque en ella habla de Jesucristo, y de la religión Cristiana. ¿Y es creíble, digo yo, que San Pedro temiese por esta parte? En la misma epístola exhorta a los cristianos a no temer la persecución que les venga en cuanto cristianos, sino la que puede venirles en cuanto reos y delincuentes: Nemo autem vestrum patiatur ut homicida, aut fur, etc Si autem ut christianus, non erubescat: glorificet autem Deum in isto nomine” (IV, 15 s.). Fuera de que cuando San Pedro escribió esta epístola, no había edicto alguno del emperador contra los Cristianos, ni prohibición del Cristianismo, pues los mismos autores afirman, que esta epístola la escribió San Pedro el año trece después de la muerte del Señor[1], que según parece corresponde a los principios del emperador Claudio, esto es, más de veinte años antes de la primera persecución de la Iglesia, que fue la de Nerón. ¿A qué venía, pues en este tiempo el temor y la persecución de San Pedro? Y dado caso que quisiese usar de alguna precaución, ¿no era más natural que dijese a los cristianos, a quienes escribía: salutat vos haec ecclesia, sin nombrar a Roma, ni a Babilonia, ni alguna otra ciudad determinada? ¿No sabrían los Cristianos en qué parte del mundo se hallaba en aquel tiempo el príncipe de los Apóstoles y el vicario de Jesucristo?

lunes, 2 de septiembre de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. VI

LA BIBLIA, MAESTRA DE LA VIDA

I

En la parábola de los dos hermanos (Mat. XXI, 28 ss) vemos que el primero promete y no cumple; y el otro, que se niega, se arrepiente luego y cumple. Jesús muestra aquí que lo que vale no es el acto primero, la reacción del momento; pues ésta puede ser un impulso irreflexivo de nuestro temperamento. Lo que vale es lo que hace uno después, cuando está solo, frente a su conciencia. Y ¡oh misterio! el que dijo que no obedecería, obedeció, y el que dijo que sí, desobedeció, como Pedro cuando prometió dar la vida por Jesús, y a las pocas horas negó conocerlo.
Todos tenemos en nuestro interior dos hombres distintos y contradictorios: carne y espíritu. Lo importante no es el extravío del momento, del que luego nos compungimos en nuestro aposento (Sal. IV, 5). Lo grave es tomar en aquellos momentos de extravío, resoluciones definitivas que coarten nuestra libertad ulterior, forzándonos a permanecer en el error. Lo grave es "el estado de pecado", que nos aleja de Dios de un modo permanente. De ahí que en estos momentos de meditación serena y lúcida, no turbada por "la fascinación de la bagatela” (Sab. IV, 12) es cuando hemos de resolver lo que afecta a nuestra conducta futura, y, si es necesario, "quemar las naves", como hizo Hernán Cortés, para que no fuesen ellas una ocasión de volver atrás.
En esto se conoce la recta intención del corazón, y sobre ello estriba el ejercicio de meditación que San Ignacio de Loyola llama de los "tres binarios". Es lo que en la Biblia se llama "preparar el corazón para poder obedecer al Señor" (véase I Rey, VII, 3; Esdr. VII, 10).
Por eso la primera palabra que Jesús decía siempre a todos, sin distinguir entre buenos y malos, era para prepararles el corazón, diciendo: "La paz sea con vosotros"; "no se turbe vuestro corazón". Porque sabía que ésta es la condición previa para todo lo demás, ya que la gran arma del Maligno es llevarnos o a la soberbia, o a la desesperación, a fin de apartarnos para siempre de nuestro Padre.
El primero que cayó en la trampa de la desesperación fué Caín, quien "se apartó del Señor", aunque El le dijo que nadie le haría daño. Nosotros debemos saber mucho más que Caín: que nuestro Padre divino "es bueno con los desagradecidos y malos" (Luc. VI, 53). Medítese la parábola del Hijo Pródigo (Luc. cap. XV) y se verá con asombro cómo el Padre perdona generosamente al pecador, le da un traje nuevo y le ofrece un banquete. Y aún hace que el más perdonado sea el que más le ame (Luc. VII, 47). Recordemos ante todo que es la muerte redentora de Cristo y los méritos de El, y no los nuestros, lo que borra nuestras culpas. "La Sangre de Jesús nos limpia de todo pecado" (I Juan I, 7; Efes. I, 7, etc.). Sólo necesitamos apartar nuestro pensamiento de la desesperación, sabiendo que es Dios quien nos da este suavísimo consejo: "No agites tu espíritu en tiempo de la oscuridad" (Ecli. II, 2).

domingo, 1 de septiembre de 2013

Babilonia y sus Cautivos, por M. Lacunza (IV de VI)

Nota del Blog: Tener presente la NOTA que publicamos en la primera parte.

Párrafo V

Amenazas contra Babilonia.


Lo que hasta aquí hemos dicho de los cautivos de Babilonia, podremos decir a proporción de Babilonia misma. Las profecías que hay contra ella son tan terribles, tan admirables, tan enfáticas, y según parece, tan ejecutivas, que por eso mismo es claro e innegable, que no se han cumplido hasta el presente. Así como es claro e innegable que no se han cumplido hasta el presente las que hay en favor de los cautivos. Yo me imagino (y me sujeto en esto de buena fe al examen y juicio de los sabios) que Babilonia, contra quien hablan directa e inmediatamente los Profetas, es una Babilonia más general que particular. Quiero decir: así como los cautivos, en cuyo favor se habla tanto y de tantas maneras, no pueden limitarse de modo alguno a aquellos solos que llevó a Babilonia Nabucodonosor, y que volvieron a la Judea con licencia de Ciro, como acabamos de probar, así la Babilonia contra quien se habla, tampoco puede limitarse a aquella sola e individua Babilonia, que fue en otros tiempos la capital del primer imperio del mundo[1]. Parece que los Profetas de Dios no hicieron otra cosa, que tocar lo uno y lo otro de paso, como un correo, que llegando a una ciudad intermedia, deja en ella algunas órdenes del príncipe, que le pertenecen inmediatamente; mas no para ni se detiene en ella, sino que al punto pasa adelante hasta el fin y término de su misión. De este modo parece que lo hicieron los Profetas de Dios. No pudiendo parar como en término último, ni en aquellos cautivos de Babilonia, ni tampoco en aquella Babilonia, como que no eran el objeto primario y directo de su misión, aunque tocaron lo uno y lo otro; mas no se detuvieron mucho; pasaron por ambas cosas como por objetos intermedios, hasta dejar enteramente destruida a Babilonia (con toda la extensión de esta palabra) y sus hermanos en plena y perfecta libertad.
El carácter propio del profeta Isaías es andarse casi siempre por las cosas últimas, como que eran éstas su principal ministerio, y su particular vocación: “Spiritu magno vidit ultima, et consolatus est lugentes in Sion, dice la misma Escritura (Eccli. XLVIII, 27). Así, se ve este Profeta ocupado casi siempre, desde el principio hasta el fin, en las cosas últimas, sin olvidarse de ellas, aun cuando parece que debían distraerlo tantos otros asuntos de que trata. Con estas cosas últimas consuela frecuentemente a Sión y a sus miserables hijos en las tribulaciones que él mismo les anuncia. De manera que aunque toca muchos puntos pertenecientes al estado en que se hallaba en su tiempo el pueblo de Dios, ya reprendiendo, ya amenazando, ya exhortando, ya instruyendo, etc., y siempre con una viveza y elegancia admirable; aunque habla no pocas veces de la primera venida del Mesías, de su vida, de sus virtudes, de su doctrina, de sus tormentos, de su pasión y de su muerte; aunque habla del estado infelicísimo en que quedará Israel después de la muerte del Mesías, y en consecuencia de haberlo reprobado; aunque habla clara y expresamente de la vocación de las gentes en lugar de Israel, etc.; mas en todos estos y en otros muchos puntos que toca es fácil observar que casi siempre se pasa insensiblemente, y da un vuelo suave hacia donde lo llamaba su propia vocación, o el espíritu que lo gobernaba, que era lo último.