22. Continuando con su disputa alemana, mi
adversario, y se verá que este pasaje de su artículo, así como los otros que
cito, llevan en su frente su propia condena, añade lo siguiente:
«La negación de este hecho sorprendente (la autenticidad del Pentateuco,
nada menos), no ha ganado nada al ser apoyada en el pasado por la erudición de
los R. Simon, Lecène, Astruc; y no vemos que encuentre poderosos refuerzos en
la autoridad de Rosen-Muller (sic), Spanheim, Gesenio. La verdad es que
la insospechada ortodoxia del Sr. Drach nos haría desear otros adeptos».
Este señor habla a
sabiendas, y podría usar una expresión más dura. Compárese su imputación con lo
que debe haber leído en mi prólogo, § 18:
«Entre los eruditos modernos, muchos, y los más juiciosos, admiten que
hubo Memorias antiguas anteriores a la redacción de los libros de los que se compone
la Biblia hebrea: Masio (Prefacio a Josué y comentario al cap. X del
mismo libro), Richard Simon (Hist. crit. du V. T., Prefacio y Lib.
I, cap. 2), Pereyra (queremos decir, el jesuita, pues no aceptamos, ni damos
como autoridad a Isaac Pereyra, el famoso pre-adamita), Gesenio (De
Pentateucho Samaritano, pp. 6-8), Spanhemius, o Spanheim (Hist. Eccl. V.
T., ep. 6, n. 5, 52), Rosenmueller, en sus Prefacios sobre el Pentateuco
y sobre el Libro de Josué, nombra a un gran número de otros eruditos que
estaban persuadidos de la verdad de las actas preexistentes».
Ya
veis la prueba patente de su táctica denunciada anteriormente. Tiene la gracia
de trasladar a la cuestión de la autenticidad del Pentateuco lo que digo sobre
las memorias antiguas. Mientras tanto, el pobre
Drach está en mala compañía. Es realmente una pena que al crítico no se le haya
ocurrido incluir en este meeting a Spinosa, Hobbes, Fréret y otras personas de
la misma calaña. Es cierto que no invoqué su autoridad, pero tampoco mencioné
a Lecène y Astruc. Quería demostrar que conocía estos dos nombres. ¡Qué
erudición! Podría señalarle la página de una obra muy popular en la que los
encontró uno al lado del otro. Sin embargo, quiero decirle que el cielo le ha
concedido su deseo.
23. Además de los que lamenta que tengo por adherentes, tengo otros que
son de reconocida catolicidad. En primer lugar, los que he citado (§§
18, 24-27), y que tuvo el cuidado de dejar afuera, a saber: Teodoreto,
aquel obispo que desplegó un gran celo contra las herejías, Procopio, D.
Calmet, Masio, Huet, el P. Bartolocci, los jesuitas Pereyra, Sanctio, Bonfrerio[1]. Añadid a Josefo, que
ciertamente no dudaba de la autenticidad del Pentateuco ni de los demás libros
del Antiguo Testamento. Y he aquí otros adherentes no sospechosos que sacaré de
mi etc. (§§ 24-27): Bossuet, cuyas propias palabras cité más arriba; el P.
La Haye («Es muy probable que, en aquellos tiempos antiguos, hubiera en la
antigua Sinagoga diarios y anales… de los cuales se tomó mucho de lo que ahora
tenemos en las Sagradas Letras, en forma más corta y clara…», ver el
pasaje entero, Proleg. p. 53); el teólogo Liebermann («Los
hebreos, al igual que las demás naciones, ponían por escrito con mucha
diligencia los acontecimientos anuales y diarios», vol. I. p. 263); el P.
Glaire, citado anteriormente; el P. Fleury (le parece difícil
que los hechos primitivos y su fecha precisa, la edad de todos los patriarcas
desde Adán, etc., se hayan conservado en la memoria de los hombres sin anales
escritos, y añade: «Pero aunque Moisés pudo haber conocido por medios
naturales la mayoría de los hechos que escribió, no dejamos de creer que fue
guiado por el Espíritu Santo para escribir estos hechos» (Moeurs des Isr.
n. II); el P. Le François, en el siglo pasado uno de los más eruditos y
laboriosos apologistas de la religión católica, se expresa en los mismos
términos que Bossuet (Pr. de la Rel. chr. vol. I. p. 2. § 3, art. 1.);
por último, el Barón Henriot desarrolla esta proposición: «Que Moisés
haya podido recibir alguna ayuda de una tradición, incluso escrita,
puede ser admitido sin negar la inspiración», vol. II, col. 1023).