27. El crítico me pone una dificultad. Si el Pentateuco data recién de Esdras, se pregunta, ¿de dónde viene el Pentateuco de los samaritanos? Parece estar muy ansioso por hacerme pasar por algo que, gracias a Dios, no soy. Porque si yo preguntara a alguien: «Sin la creencia en un Dios que juzga nuestras acciones e intenciones, ¿qué sería de la moral?», pensaría que estoy ante un discípulo de Fichte, que un día abrió su lección con estas impías palabras: «Hoy, señores, estamos en proceso de crear a Dios».
28. Si yo hubiera argumentado, cosa que no me atrevería a hacer, que Moisés sólo dejó notas, memorias, a partir de las cuales otro, después de él, dio forma al Pentateuco, añadiendo incluso las suyas propias, se pueden imaginar fácilmente qué fiesta habría sido para el que merodea a mi alrededor a fin de espiar una oportunidad favorable, y cómo me hubiera tratado. Pues bien, ha habido alguien en todo el mundo que ha expresado esta opinión en los siguientes términos:
«Advierte que Moisés escribió su Pentateuco simplemente como un diario o anal; pero Josué o algún otro ordenó los anales, los separó, agregó algunas frases y las insertó».
Este alguien era…
Cornelio Alápide (ver su Argum. in Pentat. p. 23).
29. Aquí reclamo ante el público, pero declaro que llevaré la causa ante
la autoridad especialmente competente para pronunciarse sobre el espíritu y
tendencia del ataque, que evidentemente pretende desacreditar a un autor que
ha dedicado todas las vigilias de su vida al servicio de la santa religión
católica.
30. Voy a dejar constancia aquí de mis reflexiones sobre los cambios que se acaban de mencionar. No suscribo en absoluto el sentimiento de aquellos entre los eruditos católicos que creen que las notas marginales, Bonfrerio llega a decir errores, menda (cap. III, sectio 2) se han deslizado en el texto, ya sea por inadvertencia o temeridad de los copistas. Tampoco suscribo la concesión hecha por autores católicos ortodoxos de que la alabanza a Moisés en Núm. XII, 3 es un añadido posterior. 1. Aquel de quien emanan las páginas sagradas cuidó sin duda de la pureza de su obra, para que no hubiera errores. 2. Cuanto más humilde era Moisés, más obediente era, y escribió con docilidad hasta la menor iota que Dios le dictaba. Escribió por obediencia tanto su elogio en el libro de los Números como el del final del Deuteronomio.
31. Terminaré con algunas discusiones críticas. El autor del artículo, el que se sitúa en segunda fila, a falta de dialéctica, llega, mediante una fraseología vacía, a esta conclusión singularmente concluyente:
«Los límites de un artículo sobre bibliografía no nos permiten sacar a relucir aquí con detalle todas las huellas de juventud relativa que presenta el Yaschar en casi todas partes. Habría que dedicarle una disertación ad hoc, en la que no sería difícil demostrar que toda la obra se debe a algún rabino de la Edad Media».
Le
asigna el siglo XIII. Busco atónito las pruebas en contrario, que he
desarrollado ampliamente. Han desaparecido por un truco de la bolsa: los ha
ocultado. Tal es, además, el expediente al que suele
recurrir su buena fe contra las manifestaciones que le molestan. Aquí están,
en pocas palabras, estas pruebas que merecían al menos una refutación. Que el
actual Yaschar está compuesto por dos elementos diferentes y distintos,
a saber, por fragmentos del antiguo Libro de lo Justo y por suplementos
destinados a unirlos, es evidente por la diferencia de estilo, que es
alternativamente hebreo puro, sencillo y natural como el del Antiguo
Testamento, y ese mal estilo rabínico que un erudito israelita de Berlín ha
calificado de bajo hebraísmo. Si fuera obra de un rabino de cualquier
época, ¿de dónde vendría esta diferencia de estilo?
32. Lo que revela además la presencia de fragmentos antiguos es que, en varios puntos, de los que señalo una parte, el Yaschar está en desacuerdo con nuestra Biblia actual. He dicho que el Espíritu Santo, al dictar el texto sagrado, ha cambiado él mismo, bendito sea, muchas cosas en las memorias antiguas, por razones que no nos corresponde investigar. Ahora bien, ningún rabino se habría atrevido a tomar la libertad de contradecir la Biblia. Inevitablemente habría sido apartado de la comunión de la Sinagoga, que considera la supresión de una sola letra de la Escritura, sea cual sea, como una apostasía. Esto se desprende del art. IX de su símbolo. Citaré a Buxtorf, a quien todos pueden consultar:
«No es lícito (a Moisés) agregarle o quitarle nada con respecto a las letras o ápices en la Escritura» (Sinag. Jud. cap. 111.).
Los
rellenos que unen estos fragmentos deben remontarse más allá del siglo X, por las siguientes razones: 1. En ellos se encuentran errores de
historia y cronología seculares, así como de geografía, tan groseros como los
que se encuentran en el Talmud y en los Midrashim. En los siglos
siguientes, especialmente en los siglos XII y XIII, los rabinos estudiaron con
éxito la filosofía y demás ciencias de las naciones. 2. Todos los
nombres extranjeros de hombres y países figuran en el hebreo de los suplementos
a partir del griego, lo que indica una época en la que la lengua griega era
todavía universalmente dominante (notas 254 y
270). Otra prueba de la antigüedad de nuestro Yaschar
se desprende del siguiente hecho: Simeón el predicador recogió en una obra
titulada Yalkut Simeoni, extractos de todos los libros de la antigüedad
hebrea de lo que en su tiempo era ya la antigüedad, en forma de cadena de los
Padres, sobre el conjunto del Antiguo Testamento. Ahora bien, en esta colección
transcribe textualmente largos pasajes de nuestro Yaschar. El
cronista R. David Gans afirma que no se sabe cuándo floreció este R. Simeón.
33. Pero R. Azariah, el famoso autor del libro Meor Enajim, nos
dice que tuvo en sus manos una copia manuscrita del Yalkut escrita en
1310, según la fecha que el copista había puesto. Otra prueba se
encuentra en un pasaje del Yaschar (sección Shemot § 23), que sin
duda data de una época anterior a la reconciliación de Madián y Moab, que tuvo
lugar cuando los hebreos, bajo el liderazgo de Moisés, se acercaban a su
territorio.
34. Pero yo, que no estoy acostumbrado a la ocultación y a la evasión, vuelvo a producir ingenuamente un argumento terrible que me insiste el crítico. El Yaschar dice que Jacob pronunció una bendición sobre cada uno de sus hijos. No informa sobre los términos, sino que se limita a añadir:
«Y he aquí que estas bendiciones están en el Libro de la Ley de Jehová escrito para Israel».
Ve (¡qué sagacidad!)
que el Yaschar se refiere a otro texto. Ahora bien, pregunta con aire de
triunfo: «¿Cuál de los dos es el más antiguo?». Y después de haber demostrado
invenciblemente que el más antiguo es el referido, procede a un razonamiento
del que se desprende con la evidencia de que dos y dos son cuatro, que este más
antiguo es el Génesis. ¡Como si todo el mundo no supiera lo que significa el
Libro de la Ley de Jehová! Así que no admiremos más la sutileza de la lógica
del Sr. du Mollet: está superada.
35. Mientras tanto, nuestro Yaschar está debidamente afectado y convencido de que se ha referido al Génesis. Pero el crítico olvida, o quiere olvidar, o quiere hacer olvidar al lector, que el Yaschar está mechado con suplementos. Está claro que este pasaje es uno de ellos. Se convencería de ello si supiera en qué se diferencia el rabínico del hebreo, algo que, a pesar de su invitación, no me comprometo a enseñarle. Digo como el cabo: Dadme alumnos plenamente educados, porque si no saben nada, se dirá que no les he enseñado nada. ¡Ah, me equivoco, está totalmente instruido! Expongo un pasaje del Talmud y muestro que dos famosos rabinos, Abarbanel y Levi-ben-Gerson, lo entendieron en el mismo sentido que yo. Dice finamente: «Si, sin embargo, el Talmud debe ser interpretado así». Sabréis, pues, que entiende el Talmud mejor que Abarbanel, Levi-ben-Gerson y Drach. ¡Cómo! Los muestra como el gran John. Escuchad:
«El propio Sr. Drach ha debido reconocer que, en el siglo XIII, hubo toda una escuela rabínica que intentó y consiguió su propósito de revivir los estudios hebreos y escribir el hebreo con la misma pureza de siempre».
Obsérvese que es de mí
de dónde sacó esta particularidad; y como es un maestro en materia de
invención, cambia puramente en más puro que nunca. No lo es. La
escuela ibérica (recordémosle qué escuela) nunca logró imitar el hebreo de la
Biblia, como tampoco Freinshemio pudo hacer pasar su latín por el de Q. Curce,
ni el gran Erasmo, el suyo por el de Cicerón. ¿Y qué es el latín de Q. Curce y
de Cicerón comparados con el hebreo de la Biblia? ¿Quién podría imitar el
estilo del maestro y creador del genio? Existe consenso general en atribuir los
anales del pueblo hebreo a los hombres que tenían la misión de escribirlos, los
profetas.
36. En general, el crítico no confía ni en mi hebreo ni en mi latín. En cuanto a mi griego, y hay bastante en mi libro, se ha librado de una buena, y por una buena razón. Leo en Samuel, según el hebreo:
«En lugar del nombre profeta, que se utiliza hoy en día, antiguamente se llamaba vidente».
Encuentra que esto no significa que en el pasado no se decía profeta, y apela al rabino Horacio, ¡en Artes Poética! Alego a San Jerónimo y dice:
«El pasaje tomado del Tratado de Helvidio (sic) nos pareció susceptible de interpretaciones (parece que tiene muchas in petto) que sería demasiado largo deducir en un artículo de una revista».
¿Hemos visto alguna
vez que prefiera esta forma de discusión a cualquier otra? Es lo más
conveniente. Como he relatado dos pasajes del libro contra Helvidio, no puedo
adivinar cuál le costó tanto en genio y erudición. Davus sum, non Oedipus
[Soy Davo, no Edipo, es decir, no soy adivino]. Por lo tanto,
repetiré ambas.
1. Sea que digas que Moisés fue el autor del Pentateuco, sea Esdras y su obra restauradora, no me opongo. Lo que resumo en la nota al § 10:
«San Jerónimo no quiere encargarse de decidir a quién pertenece la última redacción del Pentateuco».
2. Ciertamente,
el «hasta el día de hoy» se debe entender del tiempo en el cual la historia fue
escrita. Pensaba que esto significaba: Es cierto que el día de hoy debe
entenderse del tiempo en que se compuso la historia. En mi sencillez sólo
conozco el significado natural y obvio. Me aferro a él como el buen P. de
Ligny. Pide a los espíritus contestatarios que tergiversen el texto en
el que el discípulo amado afirma la divinidad del Verbo: ¿se puede decir con
más precisión que el Verbo era Dios que diciendo y el Verbo era Dios?
37. Para terminar, me
resumo muy fielmente. Y para ello tomo prestadas las palabras dictadas por
el Espíritu Santo.
«El camino del perverso es tortuoso, más el proceder del honesto es recto», Prov. XXI, 8.
Tengo el honor, etc.
DRACH
Caballero de la Legión de Honor y de varias Órdenes Pontificias.