III. Contenido
Pero de nada sirve al
creyente tener en sus manos las Sagradas Escrituras si carece de las
herramientas básicas para poder entender e interpretar este libro tan magnífico
como profundo.
Antes
que nada, es importante conocer a grandes rasgos cuál es el contenido de esa
“carta” que Dios nos ha mandado; y, en primer lugar, no hay dudas que en los 73
libros que consta la Biblia hay muchas
cosas, pero creo que todo se puede resumir a una sola:
Podríamos
decir que lo que Dios nos ha revelado es, básicamente, una historia.
En efecto, desde el primer versículo del Génesis, donde se narra la creación
del cielo y la tierra, hasta los últimos versículos del Apocalipsis, donde se
describen los cielos nuevos y tierra nueva, lo que tenemos es, en substancia,
una historia.
Pero
esta historia no es cualquier historia. Es, antes que nada, una historia sagrada, obviamente, como no podía ser
de otra manera, pero además es, podríamos decirlo, una historia de salvación porque, como todos sabemos, Adán y Eva
fueron creados de forma tal de ser capaces de conocer y amar a Dios como Él
mismo se conoce y se ama; Dios quiso compartir con ellos su vida, su
naturaleza, hacerlos formar parte de la familia divina. En definitiva: los creó
en estado de gracia, la cual los teólogos definen, siguiendo a San Pedro, como
una participación de la naturaleza
divina en la criatura intelectual. Pero ese estado de amistad con
Dios por el cual eran hijos adoptivos suyos, Adán y Eva lo habían recibido con
la obligación de transmitirlo a sus descendientes. Era un don dado en ellos a
toda la raza humana, un don que Adán había recibido como cabeza de la
humanidad; pero como todos sabemos, fueron infieles a su misión, desobedecieron
a Dios y pecaron. Y es por eso que somos concebidos en pecado original.
Alejados de Dios. Enemigos de Dios.
Y
si Dios hubiera dejado las cosas así, entonces la única historia que nos podría
haber revelado hubiera sido una historia de condenación pues el hombre hubiera
sido incapaz por sí mismo de pagar la deuda contraída ante Dios y de evitar el
pecado, y entonces hubiera perecido eternamente en el infierno; pero en su
infinita misericordia, lo que Dios hizo fue prometernos un Redentor que iba a
pagar y satisfacer el pecado no sólo de ellos sino el de todos sus
descendientes.
Y
desde entonces lo que tenemos en la Biblia es, pues, una historia de
Salvación y, por lo tanto, nada más obvio y natural que el centro de esa
historia, o si me permite la expresión, el “actor principal” de esa historia,
sea y no pueda ser otro más que el Salvador.
Y
si el centro de esa historia es el Salvador, entonces nada más natural que Dios
hable de Él a través de toda la Biblia.
Y esta es la primera conclusión que tenemos que sacar:
Si la Biblia es una historia de salvación, entonces de
una u otra manera toda la Biblia va a hablar del Salvador o estar dirigida
a él.
La duda que inmediatamente viene al espíritu es de qué forma se valió Dios para hablar del Salvador a través de toda
la Biblia, porque si bien está claro que el Nuevo Testamento no hace más que
describir a Jesucristo y a su obra, lo cierto es que una lectura superficial
del Antiguo Testamento nos puede convencer fácilmente de lo contrario.
A
esta duda voy a tratar de responder a continuación al explicar lo que se ha
dado en llamar los sentidos bíblicos.