EL CARDENAL BILLOT, LUZ DE LA TEOLOGÍA,
Por el R. P. Henri Le Floch, S. SP.,
Ex Superior del Seminario Francés de Roma
"El Eminentísimo
Cardenal
Billot, honor de la
Iglesia y de Francia”,
Carta del cardenal Merry del Val al arzobispo Sevin de
Lyon
PRÓLOGO
¿Quién puede negar que el cardenal Billot fue una gran luz -luminare
majus- de la teología? Sus obras,
monumentos inmortales de la ciencia sagrada, lo proclaman altamente, y ¿quién
revelará por otra parte la inmensa obra realizada por él al servicio directo de
la Santa Sede, en las Congregaciones romanas y en la primera de todas, la
Suprema Congregación del Santo Oficio? Esta vida de trabajo y ciencia, de virtud y piedad, es digna de admiración
y ciertamente merece ser citada como ejemplo. Cuando murió, algunas
publicaciones católicas no rindieron homenaje al eminente difunto, y hubo, por
su parte, una orden de silencio ofensiva para esta ilustre y santa memoria. Los
órganos oficiales consideraron suficiente la concisión y frialdad de la misma:
El R. P. Billot murió el 18 de diciembre, en Galloro, provincia de Roma. "¿Qué
padre Billot?", nos podríamos preguntar. ¿Cómo podemos justificar esta
ingrata abstención? Gloria de la Iglesia, el cardenal Billot es también una
gloria francesa y Francia debe honrarle[1]. Su hermoso elogio del cardenal Pie se abre con
estas palabras de Eclesiástico: "Laudemus viros
gloriosos et parentes nostros in generatione sua. Alabemos a los hombres gloriosos, los padres de nuestra raza. A sí
mismo es correcto aplicar este texto sagrado. ¿No es acaso una voz que no debe
apagarse, una luz cuyo brillo debe mostrarse en este tiempo de disminución de
la verdad, de obscurecimiento de los principios, de oportunismo rebelde a las
luchas necesarias y dispuesto a todas las concesiones?
Para quienes le han conocido y visto trabajar, para quienes han amado su
ciencia y admirado sus virtudes, sentimos que, ante este laconismo universal,
existe una obligación de conciencia de recoger, al menos en un rápido esbozo,
los rasgos de esta gran figura y de identificar las ideas principales de su
enseñanza y su método, dejando el campo abierto a estudios más completos. De
esta convicción nacen estas páginas, en las que se evoca sucesivamente al
hombre, al teólogo, al profesor, al defensor de la verdad contra los errores
del liberalismo, del modernismo y del sillonismo, a sus adversarios y
detractores, al cardenal, a su devoción por la Santa Sede y por el
mantenimiento de la fe en su patria.
Como puede verse, esta obra no pretende ser una biografía completa del
santo cardenal. Del propio título se desprende que se limita al ámbito
teológico y deja de lado todo lo que no se refiere a la actividad doctrinal del
ilustre teólogo.
París, 18 de diciembre de
1932.
[1] Más allá de las
fronteras, más que en Francia, la gente se ha preocupado por esta gloria. En
Roma, R. Havard de la Montagne, y en Bélgica, Mons. Louis Picard, han
depositado sobre la tumba del venerado difunto, con un talento bien conocido y
una gran delicadeza de sentimientos, "un homenaje de admiración y
reconocimiento", saludando en él "al defensor de la verdad, una de
las inteligencias más elevadas de nuestro tiempo, de tal vigor intelectual, de
tal poder de penetración metafísica que debería ocupar un lugar glorioso entre
los más ilustres discípulos de Santo Tomás de Aquino…"; celebrando
"el resplandor de sus virtudes, su piedad, su ascesis, la frescura de su
bondad, al sacerdote de Jesucristo en su plenitud, piadoso, inmaterial,
cándido, su vida incomparable", etc. (Cf. Roma, enero-febrero 1932 - Revue
catholique des idées et des faits, enero 1932).