d) Los Ejércitos de Cristo
Las movilizaciones sucesivas en los aires, al encuentro del Señor, de los muertos resucitados, de los mártires llamados a la vida, de los vivos transformados, unidos a los ejércitos celestiales, formarán una congregación gloriosa muy superior, sin comparación posible en cuanto al número y calidad, a la que habrán podido formar el Dragón, la Bestia y el Falso Profeta.
Cuando Judas entregó a Jesús, y Pedro, siempre impetuoso, quiso defenderlo, el Maestro le dijo:
“Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que empuñan la espada, perecerán a espada. ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y me dará al punto más de doce legiones de ángeles? ¿Más, cómo entonces se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?” (Mt. XXVI, 52-54).
En su Primera Venida, según las Escrituras, Jesús rechazó que los hombres tomaran su defensa, pues su Padre era lo suficientemente poderoso para enviar ejércitos celestiales en su socorro. Pero ahora, siempre según las Escrituras, Cristo va a aparecer en su gloria para combatir a los enemigos tanto del Padre como suyos. El tiempo de la paciencia se ha cerrado y el de la cólera comienza.
“Y vi
el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que montaba es el que se
llama Fiel y Veraz, que juzga y pelea con justicia.
Sus
ojos son llama de fuego, y en su cabeza lleva muchas diademas, y tiene un
nombre escrito que nadie conoce sino Él mismo. Viste un manto empapado de
sangre,
Y su
Nombre es: el Verbo de Dios.
Le
siguen los ejércitos del cielo en caballos blancos, y vestidos de finísimo lino
blanco y puro.
De su
boca sale una espada aguda, para que hiera con ella a las naciones. Es Él quien
las regirá con cetro de hierro; es Él quien pisa el lagar del vino de la
furiosa ira de Dios el Todopoderoso.
En su manto y sobre su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores” (Apoc. XIX, 11-16).
¿No son estos misteriosos ejércitos, vestidos al igual que la Esposa, la Iglesia que es “movilizada” al encuentro de Cristo y el Adversario?
Este “ejército” está compuesto de llamados, escogidos y fieles; son ellos, agrupados en diversos raptos y congregaciones, los que van a combatir junto con su Señor.
En la coalición del Harmagedón, conducido por el Anticristo y los espíritus de demonios, se oponen a Cristo, el Cordero, y a todo su ejército.
El jinete del primer Sello y el Rey de reyes se van a enfrentar. La Bestia sanguinaria y el Cordero, devenido León de Judá, se van a medir.
“Estos guerrearan –los reyes de la tierra, marcados con el signo de la Bestia– contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes; y (vencerán) también los suyos, los llamados y escogidos y fieles” (Apoc. XVII, 14).
¡Qué enfrentamiento! Aquí desemboca el antiguo duelo de la descendencia que nace de la mujer y de la descendencia de la Serpiente[1].
Aquí está el supremo y último
encuentro antes del establecimiento del Reno.
El profeta Zacarías había visto este día: “Día único, dice, que no será ni día ni noche” (Zac. XIV, 6).
“He
aquí que viene el día de Jehová...
Reuniré
a todas las naciones para que peleen contra Jerusalén.
La
ciudad será tomada, serán saqueadas las casas y violadas las mujeres,
Y la
mitad de la ciudad será llevada al cautiverio;
Pero
un resto del pueblo podrá permanecer en la ciudad.
Entonces
saldrá Jehová y combatirá a aquellas naciones,
Como
peleó en el día de la batalla.
Pondrá en aquel día sus pies sobre el monte de los
Olivos,
Que
está frente a Jerusalén, al lado de levante...
Y vendrá Jehová, mi Dios, y con Él todos los
santos...
Y Jehová será Rey sobre la tierra entera...
Y
ésta será la plaga con que Jehová herirá a todos los pueblos
Que
hicieron guerra a Jerusalén.
Estando
ellos en pie se consumirá su carne,
Sus
ojos se corromperán en sus cuencas,
Y su
lengua se les pudrirá en la boca.
En
aquel día habrá gran confusión entre ellos;
Agarrará
cada cual la mano del otro,
Y
alzará la mano contra su prójimo” (Zac. XIV, 1-13).
[1] Ver
los capítulos “Las dos Descendencias” y “La Persecución”.