sábado, 30 de octubre de 2021

Sacrorum Antistitum y el trasfondo del Juramento contra el Modernismo, por J. C. Fenton (V de V)

 V. El Juramento 

En el contexto del Sacrorum antistitum, por lo tanto, el Juramento contra el Modernismo aparece como algo destinado principalmente a los profesores y directores de seminarios eclesiásticos y universidades católicas. A otros dignatarios de la Iglesia católica se les ordena prestar este Juramento, junto con la profesión de fe tridentina. Pero es algo destinado principal e inmediatamente a los que están llamados a enseñar o a dirigir a los candidatos a las Órdenes Sagradas. 

Así, el Juramento se constituye como una Profesión de la creencia católica. El que presta este Juramento declara solemne ante Dios que acepta y recibe firmemente todas y cada una de las enseñanzas 

Que han sido definidas, afirmadas y declaradas por el magisterio inerrante de la Iglesia, principalmente aquellos puntos de doctrina que directamente se oponen a los errores de la época presente[1]. 

Los más importantes e influyentes de estos "errores de la época presente" están claramente señalados en la fórmula, y el hombre que presta el Juramento invoca a Dios como testigo de que rechaza estos falsos juicios y acepta firmemente las afirmaciones de la doctrina católica opuestas a ellos. San Pío X ordenó que los profesores y administradores de los seminarios y universidades católicas firmaran con su nombre la fórmula del Juramento después de haberlo hecho. Así, sería difícil encontrar o incluso concebir una medida más eficaz para la protección de los candidatos a las Órdenes Sagradas de la infección del Modernismo que la constituida por San Pío X en su legislación sobre el Juramento en el Sacrorum antistitum. Aquel que enseñara o de alguna manera ayudara a la difusión o protección de las enseñanzas modernistas en un seminario o universidad católica después de la publicación del Sacrorum antistitum sería no sólo un pecador contra la fe católica, sino también un perjuro. 

Por cierto, el Juramento contra el Modernismo contenido en el Sacrorum antistitum es algo que exige un cierto conocimiento en el que lo toma seria y religiosamente. No debemos olvidar que, esencialmente, un Juramento es un acto de religión, un acto en el que adoramos a Dios todopoderoso o manifestamos nuestro reconocimiento de su excelencia suprema y de nuestra propia dependencia total y absoluta de Él[2]. Por lo tanto, un Juramento no es algo que pueda tomarse a la ligera. Y el hombre que presta el Juramento contra el Modernismo pide a Dios que sea testigo de que se somete reverentemente y asiente de todo corazón 

"A las condenaciones, declaraciones y prescripciones todas que se contienen en la Carta Encíclica Pascendi y en el Decreto Lamentabili, particularmente en lo relativo a la que llaman historia de los dogmas"[3]. 

Parecería realmente irreverente que cualquier profesor de seminario o de universidad preste el Juramento sin saber exactamente lo que se condena, lo que se enseña y lo que se exige en estos dos documentos tan importantes. Es bastante obvio que algunas de las doctrinas y directivas contenidas en los Pascendi y en el Lamentabili también se ponen de manifiesto en el Juramento contra el Modernismo. Pero es igualmente claro que no todas estas enseñanzas y preceptos de los dos documentos de 1907 están expuestos en el Juramento, y que el hombre que desea hacer el Juramento como un acto religioso, para tomarlo dignamente, debe esforzarse por averiguar exactamente y en detalle lo que está prometiendo aceptar y creer. Y es evidente que el hombre que no se toma el tiempo y la molestia de averiguar lo que se enseña y se manda en la Pascendi y en el Lamentabili está siendo algo descuidado al llamar al Dios vivo para que dé testimonio de que acatará de todo corazón las doctrinas y directivas contenidas en estas dos declaraciones. 

miércoles, 27 de octubre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, El Libertador (I de III)

   Nota del Blog: La sección dedicada al Patriarca José ya fue publicada con anterioridad. Ver AQUI y AQUI. 

*** 

6. El Libertador 

Las bendiciones y las pruebas, unidas en manojos alrededor de los Patriarcas, los habían formado en el conocimiento del Eterno. A pesar de sus imperfecciones, habían conservado la promesa mesiánica en toda su pureza, y muchos de ellos habían escrito una página en el “rollo” de los sufrimientos y de las glorias del Mesías. 

Jacob permaneció con sus hijos en Egipto, en la tierra de Gosen, con excelentes pastos e irrigación fecunda, y esta región, al mismo tiempo, los protegía de los egipcios. Fue allí que, sintiendo cerca el fin de sus días, Jacob profetizó sobre sus hijos. 

Reuníos y oíd, hijos de Jacob, escuchad a Israel, vuestro padre” (Gén. XLIX, 2). 

Varias de estas profecías son misteriosas. Dos de ellas sobre todo retendrán nuestra atención, pues se oponen y se colocan ante las dos descendencias como una enfrente de la otra. 

Jacob compara a Dan, su hijo, con la serpiente, la formidable víbora con cuernos que muerde el talón del caballo junto al camino para que caiga hacia atrás su jinete. Entonces, como asustado por esta terrible visión sobre Dan, que es comparado con la serpiente –la Serpiente antigua, sin dudas– Jacob deja escapar un grito, un llamado: 

Espero tu salvación [o “tu Jesús”, puesto que la palabra tiene la misma consonancia en hebreo], Yahvé” (Gén. XLIX, 17-18). 

Jacob se une desde ya a Simeón, que alzará al “niño Jesús” en sus brazos y podrá decir: 

Han visto mis ojos tu salvación [tu Jesús]” (Lc. II, 30). 

La profecía sobre Dan ha sido muy señalada por los Padres de la Iglesia; los cuales, viendo a esta tribu suprimida en la lista del libro del Apocalipsis (VII, 5-8), pensaban que de ella saldría el Anticristo. 

El suspiro y el grito de Jacob llamando a Cristo y oponiéndolo a la visión de la serpiente, parecería suponerlo. 

Pero sobre Judá reposarán las más magníficas promesas. Todas se relacionan con Cristo; sacan a luz su carácter real, simbolizado por el León y el “bastón de mando”. 

domingo, 24 de octubre de 2021

Sacrorum Antistitum y el trasfondo del Juramento contra el Modernismo, por J. C. Fenton (IV de V)

   El contexto inmediato del Juramento en el Sacrorum Antistitum 

El cuerpo principal de la primera sección del Sacrorum antistitum es substancialmente una repetición de la parte legislativa o disciplinaria de la encíclica Pascendi dominici gregis. Sin embargo, en el texto del Sacrorum antistitum se añade una expresión de la preocupación del santo Pontífice por los seminarios, que termina con la enérgica orden de que en lo sucesivo se prohíba terminantemente a los seminaristas la lectura de “cualquier periódico o revista, por excelente que sea, cargando la conciencia de los superiores que no tienen un cuidado escrupuloso para evitarlo[1]. 

La segunda sección del Sacrorum antistitum, la que contiene y trata del Juramento contra el Modernismo, sigue inmediatamente después de la declaración de la prohibición de la lectura de periódicos por parte de los seminaristas. La primera parte de esta sección es de particular importancia, ya que muestra muy claramente el efecto que San Pío X quería producir con el Juramento. La sección comienza así: 

“Pero para eliminar toda sospecha de que el Modernismo pueda entrar secretamente [en los seminarios], no sólo queremos que se obedezcan absolutamente los mandatos enumerados en el n. 2, sino que también ordenamos que todos los profesores, antes de sus primeras clases al comienzo del año escolar, deben mostrar a su Obispo el texto que cada uno decidirá usar en la enseñanza, o las cuestiones o tesis que se tratarán, y que además, a lo largo del año mismo se examinará el tipo de enseñanza de cada curso, y que si se encuentra que tal enseñanza es contraria a la sana doctrina, esto dará lugar a la destitución inmediata del profesor. Por último [queremos] que además de la profesión de fe [el profesor] preste Juramento ante su Obispo, según la fórmula que sigue, y que firme con su nombre[2]. 

El Sacrorum antistitum continúa diciendo que la profesión de fe será la prescrita por el Papa Pío IV, junto con las adiciones, relativas al Concilio Vaticano I, prescritas por el Decreto del 20 de enero de 1877. Y también indica los funcionarios de la Iglesia, aparte de los profesores de los seminarios, que están obligados por ley a prestar el Juramento. 

En realidad, pues, en el contexto inmediato del Sacrorum antistitum, la orden de que los profesores de los seminarios presten el Juramento contra el Modernismo destaca como una de las cuatro órdenes dirigidas a impedir la entrada del Modernismo en los seminarios eclesiásticos. Estas cuatro directivas son: 

1. El cumplimiento estricto de la legislación establecida en el n. 2 de la primera sección del Sacrorum antistitum; 

2. La presentación por parte de los profesores de los seminarios a sus Obispos al comienzo del año escolar de los libros de texto que van a utilizar y de las tesis que van a proponer; 

3. la investigación (obviamente por parte de la autoridad eclesiástica competente y adecuada), de la enseñanza ofrecida en los diversos cursos que se imparten a los seminaristas, y finalmente; 

4. La realización de la profesión de fe tridentino-vaticana y el Juramento contra el Modernismo. El profesor debe firmar con su nombre el Juramento que ha prestado. 

jueves, 21 de octubre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Heraldos de Dios (III de III)

    Isaac 

Abraham había recibido magníficas promesas del Señor sobre su descendencia, pero Sara era estéril. Un hijo de su esclava Agar había nacido, pero Abraham supo que la “descendencia de la Mujer” debía conservarse y desarrollarse por medio de Sara. Permaneció entonces en una gran obscuridad, a pesar del vigor de su fe imputada a justicia (Gén. XV, 6). 

La esterilidad de las esposas de los tres grandes Patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, es muy característica. Sara, Rebeca y Raquel son al principio privadas de hijo, y solamente después de una intervención particular de Dios pueden exclamar, como Ana, madre de Samuel: 

Incluso la estéril da a luz siete veces” (I Rey. II, 5). 

Pensamos que esta ruda prueba a la fe, bajo la cual el Señor doblegó a estas mujeres, estaba relacionada con el nacimiento virginal de Cristo. ¿No era preciso que hubiera alguna similitud entre ellas y María, la esposa de José, y una similitud entre la trilogía patriarcal y el mismo José, padre nutricio del Salvador? 

Estos nacimientos, casi fuera de las leyes naturales, prefiguraban, pues, el de Jesús. 

Pero la prueba aparece repentinamente incluso para aquellos cuyo nacimiento ha estado lleno de bendiciones. Sus vidas se ven amenazadas de repente. Dios parece querer llevar consigo a los hijos que ha dado. Parece dejar el campo libre a la Serpiente para hacer la guerra a los hijos de la promesa. Ésta es la razón por la que Isaac deberá ser ofrecido, Jacob huirá de la casa paterna a fin de escapar del furor de Esaú, y José será vendido por sus hermanos y tenido por muerto durante años[1]. 

Finalmente nace Isaac. Su padre tiene cien años; su madre se sabe anciana, sin deseos, sin placeres carnales. 

“Y también mi señor (Abraham) es viejo”, dijo (Gén. XVIII, 11-15). 

Se había reído de la promesa de Dios, tan contraria a su impotencia física. Sin embargo, Dios la perdonó y cuando el niño nació, lo llamó Isaac, palabra hebrea que significa “risa”. 

El niño ha crecido y Dios le pide a Abraham que haga lo que ha visto hacer “del otro lado del río”, por las divinidades de Caldea. 

Toma a tu hijo único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moria, y ofrécele allí en holocausto” (Gén. XXII, 2). 

Misterioso pedido que reviste una sublime grandeza. 

lunes, 18 de octubre de 2021

Sacrorum Antistitum y el trasfondo del Juramento contra el Modernismo, por J. C. Fenton (III de V)

 La conclusión del Sacrorum Antistitum 

La conclusión de este documento, la última de las tres grandes declaraciones antimodernistas emitidas por la Santa Sede durante el reinado de San Pío X, es aún más esclarecedora que la introducción. En ella vemos cómo San Pío X enunció, más claramente que en ningún otro documento, la posición más fundamental de los modernistas. A continuación, el texto de esta conclusión: 

Hemos creído conveniente prescribir y recordar todo ésto, mandando que se observe religiosamente; Nos vemos movidos a ello por la gravedad del mal que aumenta día a día, y al que hay que salir al paso con toda energía. Ya no tenemos que vernos, como en un primer momento, con adversarios disfrazados de ovejas, sino con enemigos abiertos y descarados, dentro mismo de casa, que, puestos de acuerdo con los principales adversarios de la Iglesia, tienen el propósito de destruir la fe. Se trata de hombres cuya arrogancia frente a la sabiduría del cielo se renueva todos los días, y se adjudican el derecho de rectificarla, como si se estuviese corrompiendo; quieren renovarla, como si la vejez la hubiese consumido; darle nuevo impulso y adaptarla a los gustos del mundo, al progreso, a los caprichos, como si se opusiese no a la ligereza de unos pocos sino al bien de la sociedad. 

Nunca serán demasiadas la vigilancia y firmeza con que se opongan a estas acometidas contra la doctrina evangélica y contra la tradición eclesiástica, quienes tienen la responsabilidad de custodiar fielmente su sagrado depósito”[1]. 

En esta conclusión del Sacrorum antistitum, San Pío X reconoce expresamente el hecho de que los modernistas y sus simpatizantes, los anti anti-modernistas, trabajaban en realidad en conformidad con los enemigos más acérrimos de la Iglesia católica, para la destrucción de la fe católica. Es interesante y muy importante observar exactamente lo que dijo San Pío X. Definitivamente, no afirmó que estos hombres estuvieran trabajando directamente para destruir la Iglesia como sociedad. Es bastante obvio que, dada la íntima conexión entre la Iglesia y la fe, una conexión tan estrecha y perfecta que la propia Iglesia puede definirse como la congregatio fidelium, el repudio de la fe católica llevaría inevitablemente a la disolución de la Iglesia. Sin embargo, para los modernistas y para quienes cooperaron en su obra, el objeto inmediato de ataque fue siempre la propia fe. Estos individuos estaban perfectamente dispuestos a que la Iglesia católica siguiera existiendo como sociedad religiosa, mientras no insistiera en la aceptación de ese mensaje que, durante todo el curso de los siglos anteriores de su existencia, había propuesto como un mensaje sobrenaturalmente revelado por el Señor y Creador del cielo y de la tierra. Estaban dispuestos, e incluso ansiosos, a mantener su pertenencia a la Iglesia católica, mientras no se vieran obligados a aceptar, basado en la autoridad de la fe divina, dogmas tan pasados de moda como, por ejemplo, la verdad de que no hay realmente salvación fuera de la Iglesia. 

Lo que estos hombres perseguían en realidad era la transformación de la Iglesia católica en un organismo religioso esencialmente no doctrinal. Consideraban que su época estaría dispuesta a aceptar a la Iglesia como una especie de institución humanitaria, vagamente religiosa, de buen gusto patriota y eminentemente cultural. Y definitivamente pretendían adaptar la Iglesia a las necesidades y los gustos de su época. 

viernes, 15 de octubre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Heraldos de Dios (II de III)

    Melquisedec 

Abraham levantó sus tiendas entre las encinas de Mamré, y Lot, su sobrino, junto a Sodoma, cuando se separaron. Antes de ser expulsado del fértil valle del Jordán, por medio de una catástrofe que puso fin a las ciudades culpables del valle, Lot había sido atacado violentamente por una famosa redada, la de Amrafel y sus aliados, venidos de las llanuras mesopotámicas. Abraham fue advertido de la deportación de su sobrino, e inmediatamente agrupó a sus trescientos dieciocho siervos y persiguió a los reyes hasta Dan. Aprovechando la lentitud de su marcha –sobrecargados como estaban por su botín en hombres y bienes– Abraham dividió su pequeña tropa y los cercó. Los venció, recogió las riquezas y liberó a Lot y a los deportados. 

A su vuelta, el nuevo rey de Sodoma vino a su encuentro; luego el rey de Salem, Melquisedec, otorgó presentes al vencedor: pan y vino. 

Melquisedec era sacerdote del Dios Altísimo; bendijo a Abraham y le dijo: 

“¡Bendito sea Abraham por el Dios altísimo, Señor del cielo y de la tierra! ¡Y bendito sea el Dios altísimo, que puso tus enemigos en tus manos!”. Y le dio Abraham el diezmo de todo (Gén. XIV, 19-20). 

Melquisedec no será más nombrado en el Antiguo Testamento excepto por David. Es el personaje más misterioso de las Escrituras. 

En el Salmo CIX, tan innegablemente mesiánico, David muestra el doble carácter de Melquisedec, sacerdote y rey al mismo tiempo, y lo asocia a la vida sacerdotal y real del Mesías. ¿A quién se podrían aplicar estas palabras del Eterno: “Siéntate a mi diestra… Tú eres Sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec”, sino al Ungido? Jesús, por lo demás, usa este Salmo para argumentar su carácter de Hijo de David, según la carne, y de Hijo de Dios, según el Espíritu (Mt. XXII, 41-46). 

Pero es la epístola a los Hebreos la que nos explica verdaderamente el sentido escondido y simbólico de Melquisedec en el glorioso linaje de las figuras de Cristo. 

“Y su nombre se interpreta, primero, rey de justicia, y luego también, rey de Salem, que es rey de paz[1]. El cual, sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de días ni fin de vida, fue asemejado al Hijo de Dios y permanece sacerdote eternamente” (Heb. VII, 2-3). 

¡“Asemejado al Hijo de Dios”! Un testimonio de esta importancia nos permite apoyar nuestra argumentación y relacionar, sin duda alguna, a Melquisedec con Cristo, sacerdote y rey. Sacerdote sin pertenecer a la familia sacerdotal de Aarón, Rey de justicia y “Príncipe de paz” (Is. IX, 5). 

martes, 12 de octubre de 2021

Sacrorum Antistitum y el trasfondo del Juramento contra el Modernismo, por J. C. Fenton (II de V)

  2. En la época en que se escribió el Sacrorum antistitum, la integridad de la fe católica estaba siendo seriamente amenazada. Dentro de la propia Iglesia católica se estaba haciendo un esfuerzo preciso y formidable para persuadir a los miembros de la verdadera Iglesia que rechazaran como anticuadas y desfasadas ciertas enseñanzas, que en realidad eran presentadas por el magisterio de la Iglesia como pertenecientes al depósito de la revelación pública divina. Este esfuerzo fue realizado por los Modernistas, la mayoría de los cuales eran miembros de la Iglesia Católica. Las enseñanzas que estos hombres habían intentado imponer a la Iglesia habían sido condenadas específica y autorizadamente por la Santa Sede tres años antes de que se publicara el Sacrorum antistitum. 

Por lo tanto, es inmensamente importante darse cuenta de que las enseñanzas contra las que se dirigía el Sacrorum antistitum estaban siendo presentadas por un grupo de hombres obstinados cuyas herejías habían sido señaladas, denunciadas y condenadas tres años antes de que se escribiera este Motu proprio. Esto, por cierto, está muy en desacuerdo con las afirmaciones anti-históricas de algunos simpatizantes contemporáneos del Modernismo y de los modernistas. Esta clase de escritores habían tratado de engañar a sus compañeros católicos haciéndoles creer que, al aparecer el Lamentabili sane exitu y la Pascendi dominici gregis, la mayoría de los hombres que habían estado enseñando y defendiendo las doctrinas condenadas en estos dos documentos se sometieron rápida y humildemente a la autoridad docente de la Santa Sede. El texto del Sacrorum antistitum, así como el texto del Ad beatissimi, la encíclica inaugural del Papa Benedicto XV, muestran que no se produjo tal reacción[1]. El grupo bien definido que había estado proponiendo y favoreciendo las proposiciones condenadas en el Lamentabili y en el Pascendi continuó trabajando insolentemente para que se aceptaran sus errores dentro de la Iglesia incluso después de que San Pío X los hubiera denunciado y condenado. 

3. En el Sacrorum antistitum San Pío X habla muy claramente de la existencia de una alianza secreta o foedus clandestinum entre los modernistas de su tiempo. Por una u otra razón, esta verdad, observada y expuesta por San Pío X, y claramente evidente para cualquier persona que se tome la molestia de estudiar la historia del movimiento modernista, ha sido siempre singularmente desagradable para los simpatizantes del Modernismo y de los modernistas. Parece que ha sido precisamente para causar confusión en este punto particular que los hombres que han sido parciales con los modernistas han llegado a tales extremos para engañar a la gente imaginando que la oposición a Loisy, Von Hugel, y otros semejantes dentro de la Iglesia Católica era fundamentalmente obra de una alianza secreta de católicos siniestros y reaccionarios. Ciertamente, la propaganda ridícula y mendaz dirigida contra la Sodalitium Pianum y contra Monseñor Umberto Benigni, incluso en el curso de los últimos años, puede explicarse mejor como un intento de encubrir el hecho de que había un foedus clandestinum conectado con el movimiento modernista e inherente a él. 

4. La introducción al Sacrorum antistitum tiene en cuenta el hecho de que la mayoría de los partidarios verdaderamente peligrosos del movimiento modernista, los hombres contra los que el Sacrorum antistitum y sus mandatos estaban especialmente dirigidos, eran sacerdotes activos dentro de la propia Iglesia Católica. San Pío X se dio cuenta de que tales sacerdotes estaban pervirtiendo su propio ministerio. Eran culpables de utilizar su poder sacerdotal y su posición sacerdotal para contrarrestar, en lugar de promover, la obra de Jesucristo Nuestro Señor. 

jueves, 7 de octubre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Heraldos de Dios (I de III)

5. Heraldos de Dios

 MELQUISEDEC - ISAAC - JOSÉ 

Cuán preciosas fueron para nuestros hombres de la Edad Media las enseñanzas que extraían de la “Biblia de piedra”, las esculturas de las catedrales. 

Los cristianos de entonces tenían el alma completamente llena de Cristo. Lo buscaban por todas partes, lo veían en todos lados, tanto en los vitrales pintados como en la piedra esculpida, en el orden arquitectónico como en su exuberante decoración, en las ilustraciones de los manuscritos como en los tapices de alta costura. 

Todos los patriarcas, todos los héroes, todos los profetas, pasan a ser las letras de un alfabeto misterioso con las cuales Dios escribe en la historia el nombre de Jesucristo[1]. 

La disposición de una fachada medieval es un ensamble sorprendente. Alfabeto con sílabas que deletreamos con emoción y que nos clama las magnificencias de Cristo. 

La catedral de Chartres, la más extraordinaria de las biblias petrificadas, presenta entre sus estatuas la de los primeros heraldos de Cristo: Melquisedec, Isaac y José. 

Escogemos, de la época patriarcal, en tiempos de la gran separación del pueblo de Dios, a estas figuras como las más características. Cada una ha escrito, con su vida, una página del Libro; cada una de ellas es como un rollo vivo; cada una de ellas fue una presencia, antes de tiempo, del Verbo de Dios; cada una de ellas cargó sobre sí, durante su existencia terrestre, los estigmas místicos que el mismo Cristo portará, doloroso, en su Primera Venida, y glorioso en la Segunda. 

Primero en la línea de figuras de Cristo, el Melquisedec de Chartres presenta, con dignidad, un cáliz, una patena –el pan y el vino– y un incensario. 

En la catedral de Reims, en el interior del pórtico central, vestido como un sacerdote en el altar, Melquisedec ofrece una hostia a un caballero en cota de malla que no es otro que Abraham. 

Adorable ingenuidad la de esos hombres de antaño que habían viajado poco, que ignoraban el verdadero color local del Oriente antiguo. 

lunes, 4 de octubre de 2021

Sacrorum Antistitum y el trasfondo del Juramento contra el Modernismo, por J. C. Fenton (I de V)

Sacrorum Antistitum y el trasfondo del Juramento contra el Modernismo, por J. C. Fenton 

Nota del Blog: El siguiente texto de Mons. Joseph Fenton está traducido de The American Ecclesiastical Review 143, pág. 239-260, octubre de 1960. Texto original AQUI. 

 

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El 1 de septiembre de este año se cumplió el quincuagésimo aniversario del último, y en cierto modo el más importante, de los tres principales pronunciamientos antimodernistas emitidos por la Santa Sede durante el brillante reinado de San Pío X. Este documento fue el Motu proprio Sacrorum antistitum. Los otros dos documentos fundamentales antimodernistas son, por supuesto, el decreto del Santo Oficio Lamentabili sane exitu, fechado el 3 de julio de 1907, y la encíclica Pascendi dominici gregis, publicada el 8 de septiembre de ese mismo año.

 El Sacrorum antistitum es muy conocido porque contiene el texto del famoso Juramento Antimodernista y las reglas que prescriben cuándo y quién debe prestar este Juramento. Por la enorme importancia intrínseca del Juramento en sí mismo y por su función en la vida doctrinal de la Iglesia católica, el documento papal que contiene este Juramento merece definitivamente un estudio serio por parte de la actual generación de teólogos. El Sacrorum antistitum pone de manifiesto los objetivos básicos que el santo Papa Pío X esperaba alcanzar con el Juramento. Estos objetivos, que son también los fines que San Pío X se esforzó por alcanzar mediante la redacción del Motu proprio, se expresan muy claramente en la introducción y en la conclusión de este documento. 

Dado que el texto completo del Sacrorum antistitum no es muy accesible actualmente, será útil ver una traducción de sus partes más importantes, incluyendo la introducción y la conclusión. A continuación, se presenta una traducción de la introducción de este Motu proprio. 

La introducción 

Nos parece que a ningún Obispo se le oculta que esa clase de hombres, los modernistas, cuya personalidad fue descrita en la encíclica Pascendi dominici gregis, no han dejado de maquinar para perturbar la paz de la Iglesia. Tampoco han cesado de atraerse adeptos, formando un grupo clandestino; sirviéndose de ello inyectan en las venas de la sociedad cristiana el virus de su doctrina, a base de editar libros y publicar artículos anónimos o con nombres supuestos. Al releer Nuestra carta citada y considerarla atentamente, se ve con claridad que esta deliberada astucia es obra de esos hombres que en ella describíamos, enemigos tanto más temibles cuanto que están más cercanos; abusan de su ministerio para ofrecer su alimento envenenado y sorprender a los incautos, dando una falsa doctrina en la que se encierra el compendio de todos los errores. 

Ante esta peste que se extiende por esa parcela del campo del Señor, donde deberían esperarse los frutos que más alegría tendrían que darnos, corresponde a todos los Obispos trabajar en la defensa de la fe y vigilar con suma diligencia para que la integridad del divino depósito no sufra detrimento; y a Nos corresponde en el mayor grado cumplir con el mandato de nuestro Salvador Jesucristo, que le dijo a Pedro -cuyo principado ostentamos, aunque indignos de ello-: Confirma a tus hermanos. Por este motivo, es decir, para infundir nuevas fuerzas a las almas buenas, en esta batalla que estamos manteniendo, Nos ha parecido oportuno recordar literalmente las palabras y las prescripciones de Nuestro referido documento”[1]. 

viernes, 1 de octubre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, La Separación (II de II)

   Como la vida patriarcal debía tener su desarrollo durante el Reino mesiánico, Jesús, en su Primera Venida, confirmó, por medio de su actitud, la práctica de esta existencia. 

Recordemos que Israel debía ser un pueblo de pastores, un pueblo separado, ni guerrero ni mezclado con las naciones; por lo tanto, un pueblo de “sacerdotes”, de intercesores, de intermediarios entre Dios y las naciones y, por último, predicadores de la buena nueva. 

Estos aspectos de la misión de Israel fueron vividos de manera impresionante por Jesús mismo; ¿no fue Él en primer lugar ambulante, luego separado y predicador del Evangelio? 

Jesús nació durante un viaje, a imagen de los desplazamientos de los Patriarcas, en medio de pastores, de rebaños, en una gruta, participando desde los primeros instantes de su vida en esa existencia que el pueblo de Dios rechazó después de su entrada en Canaán. 

Jesús fue deportado a Egipto por el furor de Herodes, haciendo traer a la memoria el largo exilio de los hebreos. Vuelve a Nazaret y comienza a llevar una vida escondida –su vida de “separado”– hasta la edad de 30 años. 

Finalmente, hizo un retiro de cuarenta días en la montaña, siempre para conformarse al espíritu de “separación” que Dios pedía a Israel, antes de hacer de él una nación de sacerdotes. 

Es solamente después de haber cumplido sobre todos esos puntos los anuncios del “rollo del Libro” que comienza el ministerio de la predicación. Incluso durante este período, en el cual Jesús está muy cerca de la multitud, mezclado con los judíos y los Samaritanos, se retira a la soledad para rezar solo y declara que conserva el gran espíritu de la vida pastoril simple y pura: 

“Las raposas tienen guaridas, y las aves del cielo, nidos; más el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc. IX, 58).