martes, 28 de septiembre de 2021

Similitudes entre la Sinagoga y la Iglesia, por P. Drach (II de II)

 Nota 1[1] 

La práctica de rezar de esta manera ha existido desde tiempos inmemoriales en la sinagoga. Las tradiciones más antiguas y las oraciones actuales de la sinagoga, proporcionan una amplia prueba de ello. Las hemos relatado y desarrollado ampliamente en nuestra Disertación sobre la invocación de los santos en la sinagoga. Nos limitamos aquí a citar algunos pasajes de la Paráfrasis Caldea de Jonathan-ben-Huziel, que es anterior a Jesucristo. 

El cap. IX del Levítico da cuenta de la instalación de Aarón y sus hijos como sacerdotes. Se ve claramente que los sacrificios sólo pretendían recordar el de Isaac, es decir, representar la víctima divina del Calvario de la que Isaac era el tipo[2]. 

v. 2: Moisés dijo a Aarón: Tomarás un carnero para el holocausto, para que se te aplique el mérito de Isaac, a quien su padre ató como carnero en el monte del culto. 

v. 3: Di a los hijos de Israel: Presentad un cordero, para que se os aplique el mérito de Isaac, a quien su padre ató como cordero. 

Miq. VII, 20: Acuérdate (oh Dios) en nuestro favor, de cómo Isaac fue atado en el altar para serte ofrecido en sacrificio. 

Cant. I, 13: Entonces Moisés volvió y oró ante el Señor (por los hijos de Israel); y el Señor se acordó en su favor de Isaac, a quien su padre había atado en el altar erigido en el monte Moria. 

La sinagoga tiene un prodigioso número de oraciones cuyo objeto es pedir la aplicación de los méritos de Isaac. Los judíos no entienden que Isaac no es otra cosa en estas oraciones que el mediador por el que sólo se llega a Dios: 

“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre, sino por Mí” (Jn. XIV, 6). 

De esta manera, los bromistas entre ellos dicen que, si la desgracia hubiera querido que Isaac recibiera el menor rasguño en el monte Moria, necesitarían carros para llevar los libros de oraciones a la sinagoga. A los cristianos, mejor educados, no les resulta en absoluto tedioso repetir continuamente per Dominum nostrum Jesum Christum. Un hijo de la Iglesia no se cansa de repetir el dulce nombre de Jesús, ante el que se dobla toda rodilla, desde lo más alto del cielo hasta las profundidades de la tierra (Fil. II, 10). 

(…)

sábado, 25 de septiembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, La Separación (I de II)

    4. La Separación 

Satanás tuvo conocimiento del fracaso sangrante que sufrió. Millares de cadáveres son el trofeo de su victoria. Es cierto, pero ¿qué son estos hombres pervertidos comparados con Noé, que guardó, por su fidelidad, el efecto de la promesa divina, que recibió una nueva alianza para la humanidad, la certeza de que la tierra nunca más será sumergida por el diluvio, y oyó la renovación del llamado a multiplicar y henchir la tierra? 

Sin embargo, entre los hijos de Noé, el Enemigo espera retomar algunas ventajas y encontrar un tronco para una descendencia para él, pues la suya se hundió en las aguas. No hay más descendencia entre los hombres[1]. Entonces va a rondar, observar, acechar astutamente. 

Noé plantó una viña; ignora los efectos, y he aquí que se emborracha. Cam lo encuentra desnudo en medio de la tienda: ha llegado el momento para que la Serpiente haga lo suyo. Sugiere a Cam la burla, y mientras sus hermanos, en un gesto púdico de una pureza que contrasta con las costumbres antiguas, cubren a su padre caminando hacia atrás, Cam se ríe mucho.

Noé, al despertarse, se enteró de lo sucedido y maldijo a Cam en su hijo Canaán: 

“¡Maldito sea Canaán; esclavo de esclavos será para sus hermanos!”, pero al mismo tiempo pide una bendición especial para Sem: “Bendito sea Yahvé, el Dios de Sem”. 

Noé pide a Dios extender las posesiones de Jafet, que habitará en las tiendas de Sem, pero Canaán será su esclavo (Gén. IX, 24-27). 

Una vez más las dos descendencias están enfrentadas: de los Semitas saldrá el hijo bendito de la mujer, y los Camitas encarnarán más particularmente el espíritu de la Serpiente antigua. 

Dios había declarado a Noé que sus descendientes debían poblar la tierra, pero en lugar de conservar la vida itinerante, la de los pastores de rebaños, buscaron, bajo inspiración satánica, siempre opuestos a la voluntad divina, agruparse, construir una ciudad (para aferrarse al suelo) con una “torre”, a fin de perpetuar el culto idolátrico. Finalmente, quieren “hacerse un nombre” para ser fuertes y no ser dispersados sobre la tierra por la primera invasión de otros pueblos. 

Hasta entonces había una única lengua; las mismas palabras servían para el intercambio de pensamientos entre los hombres. Pero, evidentemente, esas naciones, siempre dispuestas a revelarse contra Dios, debían ser separadas radicalmente por el lenguaje. La confusión de lenguas fue el primer medio que Dios empleó para preparar la separación de su pueblo y protegerlo de la descendencia de la Serpiente[2]. 

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Similitudes entre la Sinagoga y la Iglesia, por P. Drach (I de II)

 Similitudes entre la Sinagoga y la Iglesia, por P. Drach 

Nota del Blog: El siguiente texto está traducido de “De l`Harmonie entre l'Église et la Synagogue”, (1844) tomo 1, pag. 13-20. 

 

*** 

El israelita converso encuentra en la Iglesia, con inexpresable encanto, las ceremonias y costumbres de la sinagoga, liberadas de las prácticas supersticiosas introducidas por el fariseísmo. Los pasajes de las Escrituras divinas que oye recitar en todos los servicios le recuerdan constantemente la memoria de sus antepasados hasta la más remota antigüedad. Estas palabras del sublime cántico de la Virgen Santísima, gloria de la casa de David, resuenan hasta el fondo de su corazón: 

“Acogió a Israel su siervo, recordando la misericordia, conforme lo dijera a nuestros padres a favor de Abraham y su posteridad para siempre” (Lc. I, 54-55). 

La Iglesia, al igual que la sinagoga, recita oraciones por la mañana y por la tarde, junto con el símbolo de la fe. Ambos observan la costumbre de pronunciar una bendición antes de la comida y dar las gracias después de la misma. En la última cena, Jesucristo Nuestro Señor pronunció la bendición habitual sobre el pan, lo partió y lo distribuyó a los comensales, pero esto fue después de la consagración del pan de vida, el pan bajado del cielo, infinitamente superior al maná que no evitaba la muerte, mientras que éste comunica la vida eterna (Jn. VI, 49-50). Luego, bendijo el cáliz de vino e hizo que todos sus discípulos alrededor de la mesa de Pascua probaran la preciosa bebida de la sangre de la nueva alianza (Mt. XXVI, 28). Lo mismo hizo en el repetido milagro de la multiplicación de los panes (Mt. XIV, 19). Sabéis que estas prácticas relativas a la bendición y distribución del pan y el vino se siguen observando en la sinagoga. La Iglesia y la sinagoga también solemnizan la fiesta de la Pascua, en memoria de la liberación corporal y figurada del uno, la espiritual y real del otro. Cincuenta días después de esta fiesta se instituye Pentecostés en ambos, para recordar la promulgación de la ley de Dios en ese día a los judíos en el Monte Sinaí y la efusión del Espíritu Santo, autor de esa ley, sobre los discípulos de Nuestro Señor Jesucristo, reunidos en oración en el cenáculo de Jerusalén. El sacerdote católico, al igual que el sacerdote judío, lleva vestimentas especiales en el oficio, según el grado de su consagración. Ambos deben lavarse las manos antes de comenzar el sacrificio (Deut. XXX, 18-20); es una obligación estricta para ambos tanto estudiar la ley de Dios (Deut. XVII, 8.11; Jer. XVIII, 18; Mal. II, 7) como enseñarla al pueblo; ambos tienen derecho a dar la bendición al pueblo en los oficios del culto (Num. VI, 22-24). 

domingo, 19 de septiembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, La Persecución (II de II)

    Algunos siglos han pasado. La gran cortina de hierro se levanta sobre una descripción del estado moral del mundo que hace temblar. El trabajo de zapa del espíritu del mal ha estado activo. Lo podemos ver por la perversión de los hombres, por los crímenes contra-natura, por los vicios misteriosos, acompañados, sin duda, de procedimientos de magia negra, encantamientos, evocación de espíritus, encarnaciones psíquicas, todo un conjunto de procedimientos demoníacos. 

“Viendo, pues, Yahvé que era grande la maldad del hombre sobre la tierra, que todos los pensamientos de su corazón se dirigían únicamente al mal, todos los días, se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra, y se dolió en su corazón. Y dijo Yahvé: «Exterminaré de sobre la faz de la tierra al hombre que he creado, desde el hombre hasta las bestias, hasta los reptiles, y hasta las aves del cielo, porque me arrepiento de haberlo hecho»” (Gén. VI, 5-7). 

Dios quiere, pues, aniquilar su creación. Piensa, al igual que después de la caída angélica, entregar el bello orden del mundo a la destrucción total y permitir que el desorden se instaure con autoridad. Hubiéramos leído por segunda vez en los anales bíblicos “la tierra se volvió confusión y caos: tohu y bohu”, si el Eterno, ante la caída de la humanidad, la hubiera abandonado a su destino. 

Pero he aquí que, entre la descendencia de Set, Lamec tuvo consciencia de la perversión de los que lo rodeaban. Cuando dio un hijo al mundo dijo: 

“Éste nos consolará de nuestras fatigas y del trabajo de nuestras manos, causado por la tierra que maldijo Yahvé” (Gén. VI, 29). 

Llamó a su primogénito Noakh (Noé), que significa “consolación” o “reposo”. 

Ahora bien, también Noé fue fiel. Él era “justo y perfecto entre los hombres de su tiempo, pues anduvo con Dios” (Gén. 6, 9). Entonces halló gracia ante el Eterno. 

La hora es solemne. Dios y la humanidad pervertida están frente a frente para el juicio y la destrucción, pero también Dios y Noé están frente a frente, para la misericordia y la salvación de un resto débil. 

Un solo hombre, gracias a su integridad, va a lograr conservar la vida del mundo. ¡Qué impresionante y magnífica figura de Cristo, el único Santo, el único Justo, en medio de la totalidad de los pecadores, el único que puede constituirse en Salvador de los hombres perdidos por su desobediencia! Dios contempla a Noé, así como más tarde contemplará a su Cristo sobre la Cruz; por amor a Sí, salva a la descendencia de la mujer y conserva la vida a algunos hombres que tendrán descendencia. Guarda intacta la llama de su amor y sellará la alianza del Creador y su creatura bajo el arco iris. 

jueves, 16 de septiembre de 2021

La oración y el esfuerzo, por el P. Thibaut S. J. (III de III)

 3) La oración asegura el esfuerzo 

El que ora tiene asegurado el éxito final. No lo verá siempre en esta vida pasajera, pero gozará de él eternamente. Pues ¿a quién buscamos si no a Dios? Por el contrario, el esfuerzo humano nunca está garantizado contra las sorpresas imprevistas. El futuro no pertenece a nadie. Napoleón, Hitler, ilustran esta verdad, no desesperanzadora, sino consoladora. El futuro es de Dios, es decir, solo la oración tiene derecho allí. 

El éxito temporal resulta a menudo de una feliz coincidencia. ¡Cuántos inventores en potencia no llegaron a nada, no porque les faltara la prudencia o la energía sino únicamente porque no se dio la oportunidad que hubiera hecho brotar la chispa del genio! No hay ningún método para hacer descubrimientos. El arte de triunfar es una quimera. Los que prevén y proveen, los que, como se dice, no dejan nada al azar, no fracasan tan a menudo como los que se abandonan a la fortuna, pero también, cuando los alcanza el fracaso, los golpea más dolorosamente. 

Por más sabio y fuerte que uno sea, hay lugar para buscar en la oración una garantía contra la mala suerte. Cuando el estudiante ha trabajado mucho y se siente muy capaz de pasar el examen, es sobre todo entonces cuando debe pedir a Dios el éxito que merece. Pero ni el perezoso ni el incapaz tienen derecho de sustraer, a fuerza de oraciones, un veredicto favorable, que sería en realidad perjudicial a la sociedad y finalmente a ellos mismos. Si el caso se presenta, el éxito inmerecido no es imputable a la oración, sino al azar o a la complicidad de los que toman el examen. 

La oración no asegura el esfuerzo más que para el bien o incluso para lo mejor. Es la lección que hay que sacar sobre tantos fracasos aparentes. Para Dios son verdaderos éxitos, pero solamente la fe, la fe heroica, permite juzgar como Dios. La fe prueba al amor: tal es, gracias a ella, el rigor de la prueba, que nadie conseguirá entrar en el cielo por fraude o fingiendo amar a Dios. 

 

4) La oración prolonga el esfuerzo 

Los deseos del hombre llevan felizmente más alto que sus fuerzas. La oración continúa o prolonga el esfuerzo llevado al límite, así como la vara permite al brazo extendido alcanzar el fruto deseado. Es decir que, incluso en ese caso, la oración no dispensa del esfuerzo posible. 

lunes, 13 de septiembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, La Persecución (I de II)

   3) La Persecución 

La descendencia de la Serpiente, de los cuales Caín y sus descendientes van a ser los hijos dóciles, generadores de desórdenes, de idolatría, de costumbres depravadas, ha sido designado claramente por el mismo Cristo. 

En su tiempo, la descendencia había desembocado en los fariseos hipócritas, en los escribas intelectuales que no tenían sino la apariencia de la piedad, de la verdad, del amor. Sepulcros blanqueados, serpientes, razas de víboras, que producen las obras del Diablo, como Caín. Hijos dóciles a los encantamientos de la Serpiente antigua (Mt. XXIII, 27-33). 

“Vosotros sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él fue homicida (como Caín) desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay nada de verdad en él. Cuando profiere la mentira, habla de lo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira” (Jn. VIII, 44). 

Al igual que la serpiente se insinúa astutamente, busca su presa, la cautiva y de pronto se arroja sobre ella, el Diablo, con la misma táctica, quiere cazar a la descendencia de la mujer a través de la historia. Habría que describir aquí, pues, una muy larga persecución, pero estudiaremos en primer lugar las primeras fases. 

Después de su victoria sobre Caín –la muerte es una victoria para el Diablo, que tiene horror de la vida–, Satanás contaba con el éxito total. ¿No fue eliminada la descendencia de la mujer? Era lo que esperaba. 

Pero Dios tiene un plan de justicia y de amor, que siempre restablecerá más magníficamente, a pesar de los fracasos renovados que el Adversario le hará sufrir. 

Eva dio a luz un tercer hijo y lo llamó Set, que significa “reemplazar”. Dijo: 

“Dios me ha dado otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín” (Gén. IV, 25). 

Set, a la edad de ciento cinco años, engendró un hijo, Enoch: 

“En aquel tiempo se comenzó a invocar el nombre de Yahvé” (Gén. 4, 26). 

viernes, 10 de septiembre de 2021

La oración y el esfuerzo, por el P. Thibaut S. J. (II de III)

 II. El esfuerzo no dispensa de la oración 

La oración no reemplaza el esfuerzo; lo completa, es decir, lo dirige, lo sostiene, lo asegura contra los riesgos y lo prolonga. 

1) La oración dirige al esfuerzo 

El esfuerzo debe ser dirigido pues, a diferencia de la oración, es poderosa tanto para el bien como para el mal. Este poder neutro del esfuerzo es una consecuencia de la discreción divina o del respeto de Dios por la autonomía de sus creaturas. No hay abominación que Dios tolere menos que violentar el libre albedrío. Esta reserva divina supone, para ser sabio, que el esfuerzo humano no sea todopoderoso como la oración y que ésta tenga el poder de hacer fracasar a aquél cuando esté mal dirigido. 

Mientras más poderoso es el esfuerzo, mayor es la necesidad de que sea bien dirigida. Asimismo, la oración se vuelve cada vez más necesaria, pues las fuerzas humanas crecen siempre y hoy en día el progreso se acelera terriblemente. La civilización moderna representa un enorme esfuerzo, pero raramente la ha dirigido la oración y comenzamos a temer que esta loca ascensión termine con una lamentable caída. No se trata de frenar el progreso material, que por otra parte sería una vana tentativa; se trata de promover el progreso moral: es la única manera de prevenir la catástrofe. 

Es preciso rezar a Dios antes de comenzar y sobre todo antes de llevar hasta el final una iniciativa. Está claro que la oración no dispensa de la atención, de la reflexión, de la vigilancia continua. Pero todo esto no sería suficiente sin la luz divina para regular nuestra acción. Lo único que esta iluminación es, por lo general, discreta; las inspiraciones celestes no son llamativas como las sugestiones infernales. Las máximas mundanas producen en el corazón humano un eco más estridente que las verdades evangélicas. La triple concupiscencia suscita más esfuerzos que las ocho bienaventuranzas. 

Un santo es un hombre que se deja dirigir por Dios y cuyo esfuerzo, por lo tanto, es todopoderoso para el bien. Los grandes apóstoles, los fundadores de órdenes religiosas, los promotores de las buenas obras, todos esos héroes que la Iglesia ha canonizado y nos propone como modelo, desconfiaban de su juicio natural y de las emboscadas diabólicas; buscaban, en una oración ardiente y prolongada, la luz pura de la cual sentían la urgente necesidad. Lo que los distingue ¿no es el buen empleo del tiempo y la sabia economía de sus fuerzas? El derroche que hace estragos hoy en día prueba que los hombres de acción no son hombres de oración como antes. Se hace mucho ruido y poco bien; se adquiere renombre, pero el nombre de Dios no es santificado; se hace lo que uno quiere y no lo que Dios quiere. 

 

2) La oración sostiene el esfuerzo 

El éxito visible al aumentar la confianza en sí alimenta el esfuerzo, que quiebra naturalmente el fracaso. La ignorancia del resultado, cuando dura, no es menos desconcertante que el fracaso. Pero, en el trabajo sobrenatural el beneficio es por lo general poco visible. Y como nada grande tiene grandes comienzos, la visión del verdadero éxito por lo general se hace esperar. Aquellos que, para perseverar, tienen necesidad de ver el fruto de sus esfuerzos, no llegarán a ningún lado. La oración puede prescindir de la visión porque está segura que su objeto es siempre bueno. Solamente los creyentes sostienen el esfuerzo ingrato hasta el final. 

Sin dudas que no es invariablemente la fe sobrenatural o la oración confiada la que reemplaza así la visión estimulante del resultado; hay trabajadores que tienen tanta confianza en ellos mismos que nada podría decepcionarlos y, repetido el fracaso, como una serie de latigazos, los coloca en la delantera en lugar de abatirlos. Tales son los inventores que sueñan con su descubrimiento antes de constatarlo. El esfuerzo sostenido por esa fe no está dirigido necesariamente al bien. 

La fe en Dios no sostiene más que el esfuerzo verdaderamente útil, pero lo sostiene a pesar de todo. Lejos de perjudicar la confianza, la ignorancia del resultado permite a la fe terminar en abandono. Si la Iglesia, a pesar de tantas pruebas, no ha renunciado a conquistar el mundo; si, en lugar de replegarse sobre sí mismo, se extiende cada vez más, es que debe esta milagrosa perseverancia al Adveniat regnum tuum que no cesa de clamar al cielo.

martes, 7 de septiembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Caín y Abel

   Caín y Abel 

Las aspiraciones de sus dos hijos eran diferentes: Caín será agricultor, trabajará el suelo; Abel será pastor de rebaños. 

Abel había escogido esa profesión que corresponde a su temperamento apacible, meditativo; portaba ya sobre sí el signo de Aquel que se dirá “el buen Pastor”, el pastor que ama a sus ovejas y las alimenta. Inmolará sus primicias. ¿No conocía, por deducción, el valor de la sangre? La primera profecía hablaba del doble aplastamiento: del talón (descendencia de la mujer) y de la cabeza (descendencia de la serpiente) e indicaba así que la sangre sería vertida. 

No hay herida sin que corra la sangre. Además, la sangre debe ser necesariamente derramada para satisfacer a la justicia divina: “Sin efusión de sangre no hay perdón” (Heb. IX, 22). 

Es por eso que Abel inmola, ofrece al Eterno. Renuncia a sus mejores bienes por Dios, y los primogénitos – los corderos que presenta – serán como el primer anillo de esa cadena ininterrumpida de prescripciones divinas sobre los primogénitos de los hombres y animales. Todas esas ofrendas deberán servir como rescate, como signo de la alianza, entre el Creador y la creatura[1]. 

Pero en esos sacrificios de corderos, ofrecidos desde el comienzo, vemos el símbolo de Aquel que está presente en figura: “el Cordero de Dios” (Jn. I, 36); “el Cordero que es llevado al matadero” (Is. LIII, 7); “el Cordero Pascual” (Ex. XII); “el Cordero inmolado, en medio del trono” (Apoc. V, 6)[2]. 

Esta primera ofrenda de Abel nos transporta a la Cruz de Cristo y al trono de Cristo, en una doble visión de dolor y amor, pero también de alegría y de esplendor, envuelta en una certeza absoluta: que el Mesías sufrirá y será humillado, pero será también juez y rey glorioso. 

El pequeño corderito, criado por Abel – que sacrifica ciertamente con angustia, pero con una inmensa esperanza, según el espíritu – se une pues al Cordero que, sobre el trono de Dios, despliega el “Rollo del Libro”, rompiendo sucesivamente los siete Sellos, a fin de que comiencen los sucesos misteriosos que acompañarán la gloriosa venida del Mesías Rey (Apoc. V)[3]. 

¿Esos gestos simbólicos de Abel no están estrechamente relacionados con las profecías mesiánicas que conocemos? Su muerte hará de él una imagen aún más notable del Mesías sufriente, entregado por los judíos, sus hermanos. 

sábado, 4 de septiembre de 2021

La oración y el esfuerzo, por el P. Thibaut S. J. (I de III)

La oración y el esfuerzo, por el P. Thibaut S. J.

Nota del Blog: Este artículo del P. Thibaut está tomado de la Nouvelle Revue Théologique 74 (1952), pp. 1078-1083. 

 

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No existe oración sincera ni esfuerzo serio sin un deseo anterior. El esfuerzo supone además la confianza en sí o en la naturaleza, y la oración la confianza en Dios o en otra fuera sobrenatural. La oración y el esfuerzo no están sino medio relacionados y no crecen necesariamente juntos. Podría pasar que los que rezan y los que obran sean dos clases de hombres, como los creyentes y los incrédulos, pero no debe suceder así. La oración no dispensa del esfuerzo, ni éste de aquélla. 

I. La oración no dispensa del esfuerzo 

El esfuerzo es bueno mientras el hombre está inconcluso. Al esforzarse por ser más, la creatura se hace un poco a sí misma con el auxilio divino. Es debido a una mayor bondad que Dios no nos ha creado completos. Quiere que le seamos semejantes lo más posible en el acto creador y que gustemos eternamente la alegría de habernos hecho en parte tal como somos. Después de esto está claro que la oración o el recurso a Dios no podría tener como finalidad hacer superfluo al esfuerzo. 

Es cierto que la oración digna de ese nombre, la oración eficaz, incluye un esfuerzo personal. También que la mayor parte de los mismos creyentes ruegan raramente como se debe. ¿Por qué ese esfuerzo no dispensa de todos los demás? A menudo se piensa que así sucede. “Sin ella, dicen los perezosos, ¿qué ventaja tiene rezar?”. En vez de buscar metódicamente el objeto perdido, invocan a San Antonio; en lugar de recurrir al médico o de sufrir una operación benigna, hacen novena tras novena. No les viene la idea de unir los medios naturales a los sobrenaturales. 

En ciertos casos, sin dudas, la sugestión es un remedio razonable y uno tiene el derecho de pedir a Dios que opere la curación por ese medio y no por los medicamentos o los psiquiatras. San Gregorio de Tours confiesa ingenuamente que San Martín era su médico. Entonces no era tentar a Dios sino preferir la oración a la intervención de los médicos. De la misma manera, la policía estaba tan mal hecha que el clero en general no prohibía las ordalías. Hoy en día ya no soportamos la idea de un duelo judicial, nos hemos olvidado de la lista de los santos curadores y, si el pan de San Huberto sigue figurando el 3 de noviembre en nuestro desayuno, nada nos impedirá recurrir, llegado el caso, a la vacuna antirrábica. 

miércoles, 1 de septiembre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Las dos Descendencias

 2) Las dos Descendencias 

Después de haber contemplado los misteriosos cara a cara del Eterno Dios y de Adán en el jardín de delicias; después de haber temblado con el segundo cara a cara del ángel caído y del hombre dudando de la palabra de su Creador, henos aquí ante el cara a cara de dos colectividades que se van a enfrentar en el curso de los siglos. Estos dos grupos han sido designados por Dios mismo: la descendencia de la Mujer y la descendencia de la Serpiente (Gén. III, 15). 

Lucha tenaz que vamos a atravesar donde, por turnos, las victorias serán alcanzadas por un campo o por el otro, hasta la derrota final de la descendencia del diablo. 

En medio de la tiniebla que envuelve a Adán y Eva, doblegados bajo el dolor profundo, subsisten una gran esperanza, una paz resplandeciente: un día, una mujer dará a luz al mundo a un hijo que será el mediador entre Dios y el hombre pecador. 

Sin embargo, si el jardín de delicias está cerrado, si el contacto espiritual con Dios se ha perdido, cuando Adán y Eva se alejan del lugar del que fueron expulsados, ¿no perciben a seres luminosos, seres vivos que empuñan espadas de fuego? Los Querubines son los testigos de la unión primigenia del Creador y la creatura. Su presencia en el jardín es una garantía: la unión no está rota, está como suspendida, pues el restablecimiento de la gloriosa presencia es un hecho cierto. Los querubines son los depositarios de la “bienaventurada esperanza”, así como más tarde el arco iris será para Noé el signo de una nueva alianza entre Dios y el hombre. 

¿Quiénes son estos Querubines? Aquí no nos son descriptos (Gén. III, 24), pero podemos concebirlos por los detalles que Ezequiel y Juan, en Patmos, han dado en sus respectivas visiones (Ez. I, 4-14; 10, 1-22; Apoc. IV, 6-8). 

Estos seres vivos están siempre asociados a la gloria de Dios y al trono del Eterno. 

Por una serie de deformaciones pasaron a ser divinidades babilonias y persas, guardianes de los palacios imperiales y preservadores contra los malos espíritus, los genios del mal.