Con
todo, como de las cuatro escuelas ortodoxas de jurisprudencia mahometana, la
Malechita, la Sciafeíta, la Hanafita y la Hanbalita, la primera, a la cual
pertenece nuestro texto, es la que más contactos suele ofrecer con los ritos
judaicos, quisimos extender nuestra investigación a los textos antiguos de las
otras escuelas, para comprobar más y más la generalidad de la ley y de la
costumbre. No habiendo podido de momento tenerlos a mano, escribimos al
autorizadísimo arabista español don Miguel Asín, quien nos contestó con
una carta que, como la de Sid Mohamet, mucho agradecemos, y cuya transcripción
valdrá por todos los textos deseados.
"Sr. D. B. Pascual. - Palma de Mallorca. - Mi
distinguido colega: Puede usted estar seguro de que la doctrina canónica sobre
el principio del ramadán (fijado por observación experimental o deposición de
testigos), que ha encontrado usted en el manual de derecho de Sidi Jalil (trad.
Guidi), es suficiente para su propósito. - Esa doctrina, en efecto, no es de
las discutibles en que discrepan las varias escuelas o ritos ortodoxos del
islam (hanefíes, xafeíes, hanbalíes y malequíes), sino que es común a todas las
escuelas y tan antigua en el islam como el islam mismo. Todos los libros de
moral y dogmática la citan textualmente igual y la apoyan en hadices o tradiciones atribuidas a
Mahoma y tenidas por auténticas para todas las escuelas. Algazel, por ejemplo,
que es como Santo Tomás entre nosotros, da la misma doctrina, y era xafeí de escuela y no malequí como Sidi Jalil. Cfr. lhía (edición Cairo, I, 166-7). - No
debe usted, pues, dudar en cuanto a la antigüedad de esa doctrina, ni necesita
más datos que los de Sidi Jalil. - De usted affmo. s. s. q. e. s. m. - Miguel
Asín. - Madrid, 24 de octubre 1926."
Baste
pues lo dicho. El lector ahora, dando una mirada retrospectiva, advierta que la
línea extrabíblica, que en cierto orden hemos señalado como paralela a los
versículos 6, 7, 8, no es un perfil borroso o fugaz, sino un rasgo preciso,
marcadísimo, que se prolonga solemnemente, dentro del judaísmo y después dentro
del islamismo, a través de los siglos, desde antes de los días de Cristo
Nuestro Señor hasta el momento actual. Que la exégesis bíblica lo tome en
consideración está, por tanto, sobradamente legitimado.
Y
viéndose en este pasaje la alusión propuesta, queda patente la
consustancialidad de esos versículos del testimonio de la neomenia mesiánica
con el anterior que la prepara y con el siguiente que la desarrolla, y por ende
también demostrado cuan absurdas son las tentativas que hace la moderna crítica
fragmentaria para disociarlos y negar aquí, a pretexto de ellos, la unidad
inconsútil del prólogo de San Juan.
“Parece evidente, en primer lugar, escribe Loisy (Les Livres du Nouveau Testament, etc.,
p. 615) que el prólogo ha sido sobrecargado de todo lo que tiene que ver con
Juan Bautista (I, 6-8.15), y que oiginariamente existió una especie de ida al
Logos encarnado, lógicamente construido, exactamente rimado (I, 1-5.9-13.14-17)…
La oda al Logos está por otra parte en estrecha relación con las doctrinas
evangélicas… pero la intrusión de las palabras sobre Juan (I, 6-8.15) acusa una
preocupación por la cual se explica también la relación del testimonio (I,
19-34)”.
Es
decir, que ese crítico descubre una "surcharge", una
"intrusion" precisamente donde hay el nexo interno y naturalísimo, el
lógico desenvolvimiento de una misma imagen. Lo confirmará el verso siguiente.
Ἦν τὸ φῶς τὸ ἀληθινόν, ὃ
φωτίζει πάντα ἄνθρωπον, ἐρχόμενον εἰς τὸν κόσμον (La verdadera
luz, la que alumbra a todo hombre, venía al mundo, v. 9)
La neomenia mesiánica ha sido
vista y anunciada. Es Juan Bautista el que ha dado el oficial testimonio de
ella; y el presente verso ya nos describe pictóricamente el gradual crecimiento
de la nueva luz, como el avance gradual
de las primeras fases lunares: "... y estaba viniendo aquella luz que
ilumina a toda la humanidad...".
La
singular fuerza descriptiva de la frase evangélica proviene, a) así de la forma
gramatical, b) como del significado mismo del verbo. Pero hay que modificar
desde luego la puntuación de la Vulgata, aunque seguida por óptimos autores
(Maldonado, C. a Lap., Salmerón, Knaben., Fillion, etc.) y poner vírgula
después de ἄνθρωπον (hombre),
con la mayoría de los modernos exégetas (Belser, Lagrange, Murillo,
Sickenberger, Simón, Tillmann, Zahn, Vogel, etc.).
a) Cierto que no todos los que siguen esta puntuación
vierten de la misma manera: los hay que, influenciados por el ἐν del
siguiente versículo, o por otras razones exegéticas, violentan la forma
gramatical dando a la frase un sentido de anterioridad ("in eo erat ut
veniret", Simon, Weiss), o bien considerando la acción ya realizada
("habiendo venido al mundo" Murillo, Tillmann). Pero justamente
advierte Zahn que la forma en que aquí se emplea el verbo ofrece un perfil
delicadísimo y que es mucho más pintoresca que no lo sería un simple
imperfecto, pues que tiene la especial virtualidad de expresar que la acción
está iniciada y que continúa y que paso a paso va avanzando hacia el estado
completo, a donde no ha llegado todavía.
b) Con ese matiz de la forma coincide el propio matiz
del verbo en su significación. Es aquí su sentido exactamente el mismo que
tiene su correspondiente latino en aquellos versos de Horacio: "Multa
ferunt anni venientes commoda secum, Multa recedentes adimunt" (Ep. ad
Pis. v. 175); donde el verbo "venire" se dice de los años de la vida
que van hacia la plenitud, como en continuo y gradual crecimiento. Por tanto, en
razón de la forma gramatical y del significado lexical del verbo, este
versículo resulta verdaderamente "viel malerisch ", lleno de
precisión y delicadeza para expresar, con alusión comparativa a las fases lunares,
el desarrollo lento y progresivo de la manifestación de la divinidad de Cristo;
desarrollo que el autor hará notar en el transcurso de su evangelio (Jn. II, 11)
y que llegará pronto a su plenitud para iluminar toda la humanidad, cual la luz
de aquel astro llega a irradiar sobre todos los pueblos de la tierra. En el
versículo siguiente se insinúa esta plenitud: la luz no "estaba
viniendo", sino que ya "era".
Y
después de esta palabra se disipa el símil. Las ideas cumbres de la teología
del prólogo reaparecen como en los versos del principio, claras, ellas mismas,
sin el velo transparente, pero siempre más o menos nebuloso, de la expresión
figurada...
Resumamos,
pues, y terminemos esas notas exegéticas. La intensa doctrina teológica e
histórica, explícitamente afirmada en los primeros versículos del prólogo de
San Juan, se va desarrollando desde el verso quinto hasta el décimo, con la
comparación a una luz de neomenia sagrada. En el verso quinto es terminante la
alusión a la luna que brilla en la obscuridad de la noche y que, así como ya
dijo el Eclesiástico (XLIII, 9), semeja luchar y pugnar victoriosamente con las
tinieblas, que no logran extinguirla. Ella reaparece. Es ya la neomenia
mesiánica y en los versos sexto, séptimo y octavo, se presenta un testigo
idóneo que, según el ritual judío, ha de testimoniar oficialmente la nueva luz
para que todos, creyendo por él, celebren la fiesta mesiánica. San Juan es el
testigo y la nueva luz es la del Verbo encarnado, que va entrando en la vida
pública y manifestándose gradualmente cada día, como la luz de la luna en su
ordenado crecimiento hasta la plenitud para iluminar toda la tierra (v. 9-10).
La
filología y la historia abonan ese elemento comparativo que, sin mengua de la
doctrina dogmática, da sencillez, unidad, precisión y colorido a todo el
pasaje; y eso muy acomodadamente no sólo al prólogo, sino a la contextura de
todo el evangelio, al carácter litúrgico y a la modalidad especial con que la
nota mesiánica campea dentro del resto de la obra. Por lo demás, para iniciar
el cuarto evangelio, que es el evangelio de las fiestas del Señor, y el
evangelio del testimonio, ¿el símil de una fiesta inicial, como es la neomenia
con su solemne testificación, no convenía bellamente?
¡Bellamente!
La palabra ha escapado varias veces de nuestra pluma en el transcurso de este
trabajo: y aún aquí la repetimos para apuntar una última congruencia y para
proclamar que en verdad el evangelista San Juan, sobre ser un profundo teólogo
y un historiador fidelísimo, es también, en su divina inspiración y como escritor,
un gran artista. Pensamos, en efecto, que el apóstol tuvo atención al medio
griego en que escribía y que por eso no quiso sustraerse a su natural y
sobrenatural studium pulchritudinis, revelado ya en su frente
de pontífice con la áurea lámina sacerdotal; sino que conscientemente, también
como maestro, se dejó llevar de él, y puso con su prólogo, sobre todo el
evangelio esa nota de unidad, de supremas armonías y de lucidus ordo, que es el
sello con que el genio suele autenticar soberanamente sus mejores obras.